Ya para fines de la década del 80 e inicios de los 90 Ken Russell estaba harto de la censura cinematográfica, tanto la de los monigotes reaccionarios de los entes estatales de todo el globo como aquella de los imbéciles de las compañías productoras y distribuidoras, y por ello diseñó a su última película destinada al circuito comercial tradicional de estreno en salas, Prostituta (Whore, 1991), como un asalto escandaloso a los sentidos de la prensa castrada y los espectadores complacientes que bajo una doble excusa circunstancial, léase una parodia solapada de Mujer Bonita (Pretty Woman, 1990), de Garry Marshall, y una adaptación de una puesta teatral del campo del monólogo de David Hines, Bondage (1989), se propone retratar en toda su visceralidad el oficio más antiguo del mundo desde una arquitectura dramática basada, precisamente, en constantes soliloquios a cámara por parte de la protagonista central, Liz (Theresa Russell), y un tono narrativo que juega a la par con la tragedia, la sátira de la comedia romántica mainstream y el humor negro de colorida índole picaresca. Russell venía de su ya lejana seguidilla de éxitos de taquilla de los 70, sin dudas su etapa profesional más consagrada al séptimo arte como todos lo conocemos, y jamás quiso adaptarse a la mojigatería y el patético neopuritanismo de los 80, cortesía del thatcherismo y el reaganismo en boga, por ello mismo después de su maravillosa aventura en Hollywood en el terreno de la ciencia ficción, Estados Alterados (Altered States, 1980), sólo pudo estrenar una película en el primer lustro posterior, la sublime Crímenes de Pasión (Crimes of Passion, 1984), film que lo llevaría a aprovechar al máximo su futuro contrato con Vestron Pictures para producir las bombásticas Gothic (1986), Salomé: El Rito Erótico (Salome’s Last Dance, 1988), La Guarida del Gusano Blanco (The Lair of the White Worm, 1988) y El Arcoíris (The Rainbow, 1989), secuela de su recordada y revolucionaria Mujeres Apasionadas (Women in Love, 1969), amén de su participación en el film colectivo Aria (1987), un experimento muy desparejo a cargo del productor Don Boyd y su idea de reunir a diez directores para una decena de cortos inspirados en arias de diversos compositores, así el amigo Ken compartió cartel con gente como Robert Altman, Jean-Luc Godard, Derek Jarman, Bruce Beresford, Franc Roddam, Bill Bryden, Nicolas Roeg, Charles Sturridge y Julien Temple, un interesante muestrario de varias generaciones de autores del séptimo arte.
La radicalidad expresiva de Prostituta, una realización independiente hasta la médula que curiosamente encontró financiamiento en Estados Unidos vía Trimark Pictures y por ello se debió trasladar el ambiente londinense de las tablas a una Los Ángeles de autopistas, luces de neón, enormes espacios públicos y hoteles y coches de lujo conviviendo con una miseria extrema y un generoso ecosistema prostibulario, esconde en primer lugar un retrato muy inteligente de todo el espectro anímico/ psicológico/ identitario que deben atravesar las meretrices a diario, siempre debatiéndose entre utilizar a los clientes para su provecho o dejarse utilizar por ellos en función de frustraciones ignotas de su vida privada o rencillas conceptuales bien cobardes contra todo el gremio femenino, y en segunda instancia una melancolía altisonante que toma la forma del quid de “veterana del oficio” de Liz y de un cansancio, una impulsividad y un cinismo que se mueven en consonancia con las avenidas recorridas a lo largo de los años, planteo que por supuesto salta hacia el otro lado de las cámaras de la mano de un Russell que después del estreno y de nuevos problemas con la censura y con los entes de calificación, esos que le entregarían un lapidario NC-17/ “no se admiten personas menores de 17 años” en vez del R/ “los menores de 17 pueden ingresar con un adulto” de Mujer Bonita y que llegarían al mega ridículo de cambiar el título a Si no Puedes Decirlo, Sólo Mírala (If You Can’t Say It, Just See It), regresaría a sus primeros amores, léase la televisión, la ópera, el cine underground y los documentales, a los que se suman diversas participaciones actorales y una catarata de retrospectivas en todo el planeta que celebraron su vida y su producción artística. Aquí Liz es una mujer de un pueblo chico del interior yanqui que quedó embarazada de un borracho inmundo que la golpeaba y la engañaba, Bill (Jason Saucier), a quien abandonó para irse a vivir con su madre y conseguir un trabajo como camarera, donde un buen día un cliente le ofreció dinero por sexo y ella lo tomó, jugada que la condujo a la prostitución profesional y a perder a su hijo, Chris (Scott Harte), joven que fue dado en adopción a una familia burguesa. Luego de un tiempo como furcia independiente, comienza a salir con un tal Blake (Benjamin Mouton), un proxeneta atroz que la manipula y que se queda con sus honorarios y no le permite tener amigas, en especial Katie (Elizabeth Morehead), mujer que se solidariza con ella y la trata con respeto.
A través de una serie de personajes que van apareciendo de manera intermitente en este “no relato” de cadencia documental y por momentos en tiempo real, como por ejemplo Rasta (Antonio Fargas), un homeless afroamericano y artista callejero algo lunático que por un dólar camina sobre vidrio roto y con el tiempo se transforma en un confidente y compañero de Liz, un hindú sin nombre conocido (Sanjay Chandani), sujeto bizarro que conduce una moto, está obsesionado con tener sexo sin condón y se termina yendo con una puta vieja y gorda llamada Flo (Joy Baggish), y el mismo Blake, quien tiene por costumbre acuchillar a las yeguas que pretenden escapar de su establo y por ello se la pasa persiguiendo a una Liz ya hastiada de su soberbia, su violencia y esa tendencia a robarle todo lo que gana a puro parasitismo capitalista bajo la excusa de brindar un servicio de protección que a veces la salva de algún que otro cliente demente y en otras oportunidades la somete al maltrato del supuesto campeón de la feminidad callejera, la película transcurre a lo largo de una única jornada en la que la protagonista nos ofrece -mediante interpelaciones a cámara, flashbacks ilustrativos y voces en off símil confesiones en público desromantizadoras para con el fetiche comunal libidinoso- una retahíla de episodios que además de erigir una crónica de su dura existencia hasta entonces también sirven para repensar las múltiples facetas de la fauna masculina, así nos topamos con un sodomita ultra peligroso (Michael Crabtree), dos maricas de clóset que jamás se separan y gustan verse mutuamente teniendo sexo (Robert O’Reilly y Charles Macaulay), el típico púber psicópata (Jason Kristofer) que encabeza una manada de violadores, el que la ayuda sin pedirle nada a cambio (Jack Nance), algún que otro viejito verde que adora que lo azoten, el hilarante Charlie (Frank Smith), un vagabundo amante de la masturbación efímera (John Diehl), un exponente white trash que quiere sexo brutal en baños públicos (Daniel Quinn), policías bien tarados que la arrestan, la echan y/ o la extorsionan para que les chupe la pija, el clásico idiota que le reclama a la mujer que no está “disfrutando” el coito por dinero y rápidamente se pone agresivo (Lee Arenberg), un hippie bobalicón que anda buscando una puta de virgo (Tom Villard), el infaltable ejecutivo fetichista de los zapatos con taco (John Carlyle), un maître de hotel que la expulsa cuando la ve cerca (Bob Prupas) y un cliente (Jak Castro) que se muere en el éxtasis eyaculatorio.
Desde aquella maravillosa introducción en el túnel vehicular, donde las opciones de Liz parecen ser vómito de pordioseros alcohólicos y drogadictos de un lado de la calle o un probable remolino de sangre del otro lado gracias al número de influjo circense de Rasta, hasta la crudeza del desenlace en su conjunto, cuando Blake pretende robar al cliente finado de la fémina, ella intenta detenerlo y él le rompe un dedo, promete convertir en taxi boy a su vástago y luego comienza a ahorcarla, provocando que el personaje del mítico Fargas le corte el cuello con un pedazo de vidrio afilado, Russell construye una parábola realista de las fantasías de dominio erótico prosaico y de la vida en los márgenes sociales que, como el mismo director y guionista se encargó de aclarar, no podría exportarse a todo el globo por su sordidez, nunca será proyectada por televisión sin cortes y para colmo gusta de subrayar el ideario inconformista e inquieto de un Ken que en su madurez continuaba sin encajar en los establishments culturales de Estados Unidos y Europa, ambos para las décadas del 80 y 90 afirmando ser más abiertos y tolerantes para con la provocación aunque en realidad moviéndose en un conservadurismo siempre prepotente y ciego al que a su vez no le gustó para nada la homologación de base de Prostituta entre el oficio titular y los alcahuetes, el crack, la depresión, las familias destruidas, las palizas, la discriminación, el machismo, la vulnerabilidad sin fin, el olvido estatal, los asesinatos, el acoso, la corrupción de la policía y desde ya las violaciones en grupo, quizás el momento más doloroso de un film que explora la típica condición femenina, siempre pendulando entre conservar la dignidad o dejarse humillar de manera tácita o explícita, y su equivalente masculina, enfatizando que muchos varones buscan venganza contra las mujeres, algunos necesitan un marco farsesco/ ilusorio para excitarse y otros tantos simplemente desean aquello que no obtienen en su hogar con su esposa, novia y/ o amante oficial. A diferencia de la glorificación palurda del lenocinio de Mujer Bonita vía un cuento de hadas hollywoodense para corazones muy blandos o por demás asépticos, el opus que nos ocupa por un lado sí transparenta ese absurdo del sexo interminable, las consecuencias de la cosificación y todo el dolor involucrado a corto, mediano y largo plazo, suplicio que es el de cualquier otro trabajo remunerado y alienante del capitalismo ya que el emparejamiento conceptual también dice presente, y por el otro lado sí incluye desnudos de parte de la protagonista, una voluminosa dosis de gore, un proxeneta funesto, un relato severo y adulto en primera persona y hasta una rara referencia a Rebelión en la Granja (Animal Farm, 1945), obra maestra de George Orwell, mediante ese libro que Katie le regala a Liz, que Blake incinera cuando la reclama cual objeto de su propiedad y que en suma denuncia las mentiras sistemáticas del statu quo y el canibalismo entre pares que empezaron bien y luego demostraron cuánto el poder puede envilecer a los sujetos. El desempeño de la querida Theresa, quien venía de colaboraciones cruciales con Elia Kazan, Dustin Hoffman, Dario Argento, John Byrum, Bob Rafelson, Michael Crichton y su por entonces esposo Nicolas Roeg, con quien rodó las memorables Contratiempo (Bad Timing, 1980), Eureka (1983), Insignificancia (Insignificance, 1985), Ruta 29 (Track 29, 1988) y la citada Aria en su segmento correspondiente a Un Baile de Máscaras (Un Ballo in Maschera, 1859), de Giuseppe Verdi y Antonio Somma, resulta monumental y sitúa muy en primer plano su costumbre de siempre de seleccionar con ojo clínico cada película para primero atravesar toda la escala de personajes femeninos y segundo exprimir en toda su complejidad el rol de femme fatale o rauda comehombres que tantas veces interpretó por su evidente belleza, desparpajo y falta de inhibiciones si la comparamos con prácticamente todas las otras actrices de su época y del futuro inmediato, incluida esa Julia Roberts del trabajo de Marshall que a pesar de componer a una furcia no se le ve ni una teta en pantalla y que para colmo en las escenas “riesgosas” -con mínima carne a la intemperie- utilizó a una doble de cuerpo, Shelley Michelle. Prostituta es un tesoro poco apreciado hoy en día y uno de los mejores retratos del devenir imprevisible de las metrópolis actuales, una de esas realizaciones que ya casi no existen porque la pusilanimidad, el marketing y la corrección política asexual le ganaron al talento artístico verdadero que se lleva puesto a los payasos de izquierda y derecha que hacen de esa estupidez retrógrada maquillada su razón de ser…
Prostituta (Whore, Estados Unidos / Reino Unido, 1991)
Dirección: Ken Russell. Guión: Ken Russell y Deborah Dalton. Elenco: Theresa Russell, Benjamin Mouton, Antonio Fargas, Elizabeth Morehead, Daniel Quinn, Sanjay Chandani, Jason Saucier, Michael Crabtree, Frank Smith, Jack Nance. Producción: Dan Ireland y Ronaldo Vasconcellos. Duración: 86 minutos.