El Mundo Sigue (1963), joya de Fernando Fernán Gómez, más que denunciar la cara oculta del Milagro Económico Español (1959-1973) parece más bien destruirlo en su conjunto o quizás subrayar que el grueso de la población del período no vio efecto positivo alguno o bonanza en su vida producto del crecimiento estructural que tanto ensalzó la Dictadura de Francisco Franco (1939-1975), paradójicamente el mismo régimen que trabó a lo largo de dos décadas, contadas desde el final de la Guerra Civil (1936-1939), todo este proceso de modernización económica en parte por su fundamentalismo doctrinario retrógrado, en esencia relacionado con el nacionalcatolicismo y la autarquía de corte proteccionista, y en parte por aquel aislamiento internacional que se ganó por enviar tropas de apoyo al Tercer Reich en su lucha contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en ocasión del Sitio de Leningrado (1941-1944). Ya para comienzos de la década del 60 el contexto histórico había cambiado mucho con respecto a la posguerra inmediata y por ello la nueva realidad de turno, esa Guerra Fría entre yanquilandia y los rusos, hizo que España se convirtiese en un aliado anticomunista interesante y así el asunto comenzó a cambiar desde los Pactos de Madrid de 1953, aquella autorización de Franco para la instalación de cinco bases militares de Estados Unidos en territorio español a cambio de equipamiento bélico y créditos que compensasen la no incorporación del país al Plan Marshall de reconstrucción de Europa. El desarrollismo del Segundo Franquismo (1959-1975), una especie de lectura atrofiada del Estado de Bienestar en auge en el panorama global según el oscurantismo de la dictadura, estuvo basado en la apertura a capitales extranjeros, el traslado de los sectores populares del campo a las grandes ciudades, el lento crecimiento industrial, las mejoras en infraestructura y equipamiento agrícola y el vuelco de los hogares hacia el turismo, los electrodomésticos, los coches y un consumo en general que funcionó estrechamente vinculado a la génesis de una clase media digna de una nación ya moderna, esquema que contrastaba con el pasado inmediato bucólico e indudablemente medieval en su cosmovisión, pretensiones y recursos.
Fernán Gómez, célebre actor reconvertido en director y guionista con una carrera repleta de propuestas alimenticias que le permitieron llevar adelante proyectos mucho más personales, tuvo su etapa de oro como realizador efectivamente durante el Milagro Económico Español gracias a cuatro convites que lo llevaron a enfrentarse con la censura franquista de manera cada vez más marcada y dolorosa, hablamos primero de un díptico de comedias románticas/ costumbristas/ sociales, La Vida por Delante (1958) y La Vida Alrededor (1959), original y secuela que ofrecieron un retrato muy poco halagador de aquellas posibilidades de ascenso económico que tanto celebraba el régimen absolutista, y segundo de dos realizaciones con narrativas autónomas que se ubican en extremos opuestos a escala formal pero comparten temáticas e incluso exacerban latiguillos de las obras citadas como la miseria, la familia en crisis, la inestabilidad laboral, la moral cristiana de corte puritano, la fantasía del progreso a la vuelta de la esquina y el conformismo naif basado en el chisme y la hipocresía, léase El Extraño Viaje (1964) y nuestra El Mundo Sigue, la primera una farsa familiar de humor negrísimo y la segunda un drama realista impiadoso que de hecho destroza las promesas de enriquecimiento del Milagro Económico mientras pone en el tapete la delincuencia latente, el autoengaño auspiciado desde las cúpulas, el hacinamiento en las metrópolis, aquel coito pecaminoso, la marginalidad de un lumpenproletariado siempre mayoritario, el fantasma del desempleo o la pobreza y la presencia claustrofóbica de la ética católica y fascista, de a poco reemplazada en el inconsciente colectivo por el egoísmo burgués y su maquiavelismo o razón instrumental. El film oficia de radiografía de un clan en proceso de descomposición por un capitalismo de injusticias, sustentado en la exclusión popular y la concentración de la riqueza en sectores oligopólicos, y por las frustraciones de una masculinidad socialmente fetichizada que de una forma u otra se termina aburriendo del rol de las mujeres dentro del enclave franquista, santas o putas, paridoras/ reproductoras o desvirtuadas/ desgraciadas, tareas a su vez asimiladas al cuerpo que se multiplica o excita como único “activo” valioso.
La parentela menesterosa en cuestión vive en Madrid y está encabezada por Doña Eloísa (Milagros Leal), una ama de casa avejentada que cocina y lava para todos como sirvienta tácita eterna, y Agapito (Francisco Pierrá), un guardia municipal payasesco que pretende autolegitimarse en su domicilio sin conseguirlo del todo, quienes criaron a tres hijos muy decepcionantes según la mentalidad de la época, Rodolfo (José Morales), un empleado administrativo santurrón y homosexual reprimido que pudo ser sacerdote y abandonó el seminario, y dos hermanas enfrentadas a muerte por envidia y este culto social al dinero, Eloísa (Lina Canalejas), ex modelo y ex reina de belleza y hoy una esposa que llega a tener cuatro vástagos, y Luisita (Gemma Cuervo), empleada de atención al cliente que muta en prostituta engreída y aporofóbica de alta alcurnia. Mientras esta última queda embaraza a raíz de un affaire con el dueño de la tienda, Guillermo (Jacinto San Emeterio), y después pretende engañar a su novio para conseguir el dinerillo para el aborto, Rafael (Fernando Guillén), a quien se enajena hasta terminar pagando la intervención ella misma, Eloísa por su parte debe lidiar con su marido, Faustino (el propio Fernán Gómez), un camarero bobo y obsesionado con el fútbol y la quiniela que casi no entrega dinero para mantener a los críos, por ello la mujer coquetea con la posibilidad de prostituirse con el propietario del bar donde trabaja su esposo (José Calvo). De a poco Luisita prospera con clientes varios, como el ricachón casado Julito (José María Caffarel), y Eloísa cae en la desesperación lavando ropa en casas burguesas, pidiéndole trabajo a Lina (Ana María Noé), dueña de una boutique de alta costura y semi prostíbulo, y enfrentándose a La Alpujarreña (María Luisa Ponte), gran tercera en discordia que tiene una empresa de limpieza y monopoliza a Faustino, el cual a su vez se transforma en un ludópata patético que gana unos morlacos con la quiniela y lo gasta todo en más y más boletos, llegando incluso a robar a Don Paco (Antonio Jiménez Escribano), su jefazo en el segundo bar para el que trabaja luego de abandonar el anterior, ocultándose en el lugar después del cierre para manotear el efectivo de la caja registradora.
La faena, inspirada en la novela del mismo título de 1960 de Juan Antonio de Zunzunegui y estrenada de forma casi clandestina dos años luego de finiquitada para recién lograr cierto renombre entre la fauna cinéfila hispanoparlante cincuenta años después, ya en consonancia con la restauración y el segundo estreno de 2015, anticipa diversos motivos de la otra obra maestra de Fernán Gómez, la mencionada El Extraño Viaje, suerte de opus en espejo que sustituye este andamiaje dramático por su equivalente satírico, pensemos por ejemplo en la avaricia burguesa, el fratricidio, una soberbia de nunca acabar, el fatalismo diario, todas las compulsiones psicológicas, el sadismo, la represión sexual, el suspenso, la condescendencia de los beatos o acaudalados, los enfrentamientos inmaduros intra clan, la fascinación con la plutocracia y desde ya ese fariseísmo colectivo que se la pasa asignando categorías a cada individuo, desde lo femenino de “progenitora” o “furcia” hasta lo masculino de “proveedor del hogar” o “tirano ególatra automatizado”. Más allá del excelente retrato de época y la vigencia que muchas de sus facetas conceptuales aún mantienen, El Mundo Sigue asimismo se destaca por el vanguardismo de la narración y los dispositivos empleados por el director, en este sentido llaman la atención las voces en off, los flashbacks, el montaje entrecortado, los instantes contemplativos, los planos detalle, las escenas casi mudas, algunos travellings floridos y la trama coral o en mosaico de fondo. El suicidio de Eloísa del final, saltando desde el balcón del departamento de su madre para caer sobre aquel auto de lujo de Luisita, pone de manifiesto el fracaso de las dos alternativas de vida de nuestros basiliscos, tanto la burguesa desalmada de la meretriz como la obrera inquisidora de la madre numerosa, quien debe soportar ofertas sexuales en la calle, la morada de Lina y el trabajo de su esposo, amén de Don Andrés (Agustín González), un dramaturgo fracasado y crítico teatral que la conoce desde adolescente, y Don Gervasio (Cayetano Torregrosa), quien basurea a la vista de todos a Faustino afirmando que desea a su esposa. Aquí la traición, el encono desproporcionado y los ciclos de violencia son sinónimos del hambre y de un orgullo masoquista y muy necio…
El Mundo Sigue (España, 1963)
Dirección y Guión: Fernando Fernán Gómez. Elenco: Gemma Cuervo, Lina Canalejas, Fernando Fernán Gómez, Milagros Leal, Agustín González, Francisco Pierrá, José Morales, Fernando Guillén, Ana María Noé, José Calvo. Producción: Fernando Fernán Gómez, Juan Estelrich y Tibor Reves. Duración: 123 minutos.