El Año que Viene a la Misma Hora (Same Time, Next Year)

El amor antes que la familia

Por Emiliano Fernández

Robert Mulligan fue un director extraño que toda su carrera se movió en la frontera entre las propuestas comerciales de su tiempo y los films con pretensiones artísticas con cierto “tufillo europeo”, por ello es posible definirlo como uno de esos artesanos de antaño que es respetado por sus colegas y por algunos cinéfilos pero sin despertar devoción ni nada por el estilo precisamente por su condición de realizador de transición entre el Hollywood Clásico y el Nuevo Hollywood, sin nunca calzar del todo en ninguna de las dos categorías de turno. Lo mejor de la producción artística de Mulligan puede dividirse en tres rubros, a saber: el primero se reduce de manera exclusiva a su película más famosa, un lugar común de la historia del cine intitulado Matar a un Ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962), ese clásico antirracista -y hoy un tanto mucho vetusto- con Gregory Peck basado en la novela de 1960 de Harper Lee, el segundo grupo incluye a sus otras tres obras recordadas por el público aunque de manera secundaria, hablamos de Verano del 42 (Summer of 42, 1971), deliciosa faena de aprendizaje o bildungsroman de entonación erótica, El Otro (The Other, 1972), aquella joya del terror esquizofrénico inspirada en el libro de 1971 del otrora actor Tom Tryon, y El Año que Viene a la Misma Hora (Same Time, Next Year, 1978), mega clásico de las tragicomedias de adulterio a partir de la puesta teatral homónima de 1975 de Bernard Slade, y finalmente la tercera etiqueta le corresponde a los films injustamente olvidados, léase Venciendo el Miedo (Fear Strikes Out, 1957), joyita de colapso mental con Anthony Perkins y Karl Malden, Desliz de una Noche (Love with the Proper Stranger, 1963), una comedia dramática simpática sobre aborto con grandes trabajos de parte de Natalie Wood y Steve McQueen, El Último Intento (Baby the Rain Must Fall, 1965), interesante tragedia bucólica/ familiar ahora con McQueen y Lee Remick, Luz de Esperanzas (Up the Down Staircase, 1967), prudente faena de “docente primeriza en escuela caótica” protagonizada por una genial Sandy Dennis, y El Hombre de la Luna (The Man in the Moon, 1991), canto del cisne del realizador bajo el formato narrativo de otro bildungsroman de marco agreste o antimetropolitano, en esta oportunidad con una debutante y sorpresiva Reese Witherspoon.

 

En este punto conviene tener muy presente que Mulligan, como tantos otros directores que tuvieron su época dorada en los 60 y 70, no logró adaptarse al cambio de paradigma de los 80, cuando la simpleza y la estética le ganaron la pulseada a las películas discursivamente complejas de las décadas previas, prueba de ello es el hecho de que fue desplazado de Ricas y Famosas (Rich and Famous, 1981), La Persecución de D.B. Cooper (The Pursuit of D.B. Cooper, 1981) y Blade Runner (1982), luego dirigidas respectivamente por George Cukor, Roger Spottiswoode y Ridley Scott, para colmo el señor en algún momento fue considerado para dirigir Taxi Driver (1976), antes de que fuese vetado por el guionista Paul Schrader en favor de Martin Scorsese, y a decir verdad nunca fue un artista parejo, pensemos para el caso en su catarata de convites fallidos y/ o productos erráticos, La Taberna de las Ilusiones (The Rat Race, 1960), El Gran Impostor (The Great Impostor, 1960), Tuya en Septiembre (Come September, 1961), Laberinto Trágico (The Spiral Road, 1962), Intimidades de una Adolescente (Inside Daisy Clover, 1965), La Noche de la Emboscada (The Stalking Moon, 1968), En Busca de la Felicidad (The Pursuit of Happiness, 1971), El Hombre Clave (The Nickel Ride, 1974), Herencia en la Sangre (Bloodbrothers, 1978), Mi Adorable Fantasma (Kiss Me Goodbye, 1982) y El Corazón de Clara (Clara’s Heart, 1988). Si dejásemos de lado la inferior y muy tardía El Hombre de la Luna, tranquilamente podríamos decir que la minimalista El Año que Viene a la Misma Hora fue su última epopeya valiosa porque tanto Mi Adorable Fantasma, una impresentable remake de Doña Flor y sus Dos Maridos (Dona Flor e seus Dois Maridos, 1976), de Bruno Barreto, como El Corazón de Clara, nuevo bildungsroman aunque demasiado anacrónico o quizás rancio, no llegan ni a los talones de la estupenda película que nos ocupa, un pequeño tesoro de un género totalmente muerto en términos creativos en el Siglo XXI, la comedia romántica, que ejemplifica de pies a cabeza la madurez que reclama dicho formato y la combinación de claustrofobia y aires de libertad que piden las traslaciones de obras de teatro en general, por ello el film le escapa al sexismo de izquierda y de derecha y habla con sinceridad de las compulsiones de los seres humanos.

 

El guión del propio Slade, deudor en parte de ¡Avanti! (1972), de Billy Wilder, y fuente de inspiración para Siempre el Mismo Día (One Day, 2011), de Lone Scherfig, gira alrededor de seis encuentros entre dos amantes casados y con tres vástagos cada uno, George Peters (Alan Alda), empleado contable de Nueva Jersey, y Doris (Ellen Burstyn), ama de casa de la ciudad californiana de Oakland, que ofician de “muestras representativas” de un largo affaire de 26 años basado, precisamente, en un fin de semana juntos por año en una cabaña del Condado de Mendocino, en California, que pertenece al Señor Chalmers (Ivan Bonar): el primer encuentro de 1951 establece el background de la relación, él viajando todos los años hasta Mendocino para revisar las cuentas de un cliente que tiene una vinatería y ella en pos de asistir a un “retiro espiritual” católico en un convento, el segundo de 1956 entrega la primera crisis porque una hijita de George pierde un diente y él pretende volver al hogar, algo que tiene que ver con esa culpa y con ese miedo a ser descubierto que se cortan cuando en el aeropuerto regresa a los brazos de Doris, el tercero de 1961 nos presenta al varón con problemas de impotencia con su esposa, Helen, y a la mujer nuevamente embarazada de su marido, Harry, al extremo de que el amante debe ayudar en el parto, episodio del que nace una nena bautizada Georgette, en el cuarto de 1966 surge otra batalla porque George aboga por el conservadurismo represor y Doris mutó en hippie gracias a que se matriculó en la Universidad de California en Berkeley, no obstante el asunto se resuelve cuando él revela que su hijo mayor, Michael, murió en la Guerra de Vietnam, en el quinto encuentro de 1972 el panorama se da vuelta porque Doris, ahora dueña de una cadena de tiendas delicatessen de San Francisco, se muestra intolerante ante un George que suavizó su perspectiva de la vida gracias a la psicología y el autoanálisis pomposo, de hecho logrando por teléfono que Harry vuelva con ella -haciéndose pasar por un cura- después de un distanciamiento en el matrimonio, y finalmente el último capítulo del relato, correspondiente a 1977, nos presenta el óbito de Helen, la revelación de que sabía desde hacía una década del affaire y el pedido de casamiento de George a Doris, propuesta honesta que ella rechaza por respeto a Harry.

 

Slade, asimismo artífice de la digna Tributo (Tribute, 1980), de Bob Clark, y la muy floja Comedia Romántica (Romantic Comedy, 1983), obra de Arthur Hiller, además de crear las bizarrísimas series televisivas La Novicia Voladora (The Flying Nun, 1967-1970) y La Familia Partridge (The Partridge Family, 1970-1974), aquí construye buenos diálogos y situaciones inteligentes que apuntan a retratar la metamorfosis identitaria de los hombres y las mujeres desde el sustrato petrificado de la primera mitad del Siglo XX, cuando los amantes rondan los veinte años de edad y aún padecen el manto castrador de la parentela y las instituciones sociales tradicionales, hasta la revolución sexual y política de los 60 y el nacimiento del nihilismo, el neoconservadurismo y la lacra neoliberal durante los 70, por ello la inestabilidad comunal se da cita en la película, por momentos sumamente profética, a través de la hippona Doris transformándose en una proto yuppie y mediante el resentido de George abrazando el individualismo narcisista new age, ese que tiende a desclasar a los sujetos, obviando su posición dentro de la pirámide plutocrática, para fetichizar “conceptos paraguas” y la manipulación de la conducta vía la mente. Mulligan por un lado consigue estupendas actuaciones de Alda y Burstyn, él arrancando bien neurótico y llegando a una relativa paz y ella comenzando como una cuasi analfabeta y trepando al estrato de oligarca capitalista, y por el otro lado reincide en todas sus obsesiones como artista, pensemos en el preciosismo nostálgico de la fotografía, la paciencia de la trama, el tópico del crecimiento traumático, los collages documentales entre los encuentros y desde ya esa puesta en escena meticulosa volcada a enaltecer a los actores, justo como hiciese en el pasado en sus diversas colaboraciones con Peck, McQueen, Wood, Tony Curtis y Rock Hudson. A diferencia de tantas comedias románticas para idiotas de los años 80 y 90 en adelante, El Año que Viene a la Misma Hora no ofrece una fábula rosa naif ni moralejas de cartón pintado para el público menudo, en cambio se consagra a siempre privilegiar al amor por sobre la familia mediante la premisa retórica de base, la ausencia de los respectivos clanes y aquella gloriosa escena de 1956 del aeropuerto, bello elogio de la atracción y el cariño que nacen de lo prohibido…

 

El Año que Viene a la Misma Hora (Same Time, Next Year, Estados Unidos, 1978)

Dirección: Robert Mulligan. Guión: Bernard Slade. Elenco: Ellen Burstyn, Alan Alda, Ivan Bonar, Bernie Kuby, Cosmo Sardo, David Northcutt, William Cantrell. Producción: Walter Mirisch y Morton Gottlieb. Duración: 119 minutos.

Puntaje: 9