Los Gritos del Silencio (The Killing Fields)

El averno en Camboya

Por Emiliano Fernández

La Indochina Francesa (1887-1954), una estructura colonial gala formada por regiones de Camboya, Vietnam y Laos, entra en crisis primero durante la Segunda Guerra Mundial por la ocupación japonesa de Indochina (1940-1945), sobre todo para bloquear la entrega a China de suministros bélicos por parte de Estados Unidos, y segundo en el contexto de la Guerra de Indochina (1946-1954), un conflicto anticolonialista encabezado por el Viet Minh/ Liga para la Independencia de Vietnam de Hồ Chí Minh contra las fuerzas francesas, las cuales con el transcurso del tiempo son derrotadas e inmediatamente después deben sofocar una rebelión en África que decantará en la Guerra de Independencia de Argelia (1954-1962). Aprovechando tamaña ebullición Camboya declara su independencia en 1953 y en la Conferencia de Ginebra de 1954 se confirma la autonomía del país y se divide administrativamente a su vecino entre la comunista República Democrática de Vietnam y el capitalista Estado de Vietnam que luego mutaría en la República de Vietnam con ese Golpe de Estado antireunificación nacional de 1955 de Ngo Dinh Diem apoyado por la CIA, en esencia Vietnam del Norte y Vietnam del Sur, naciones que constituirían el eje fundamental de una contienda satélite de la Guerra Fría que dio en llamarse Guerra de Vietnam (1955-1975), en esta oportunidad con los sureños y Estados Unidos luchando contra los norteños y contra el Viet Cong/ Frente Nacional de Liberación de Vietnam, aquella reconversión -o reemplazo práctico- del Viet Minh que recibía el apoyo de China y los soviéticos. Con la excusa de eliminar a las guerrillas del Viet Cong que se infiltraban en las naciones vecinas, el psicótico de Richard Nixon ordenó una serie de bombardeos espantosos sobre Camboya que devastaron al país y sólo sirvieron para incrementar el odio antinorteamericano en la región y para popularizar a una facción delirante del comunismo local encabezada por los llamados Jemeres Rojos, un grupito de maoístas del Partido Comunista de Kampuchea que reclutaban a sus adeptos en las regiones bucólicas o más rudimentarias/ conservadoras del país y que lucharon codo a codo con los socialistas de Vietnam hasta que éstos llegaron al poder como consecuencia de la retirada de las tropas yanquis después de los Acuerdos de Paz de París de 1973 y la derrota total de Vietnam del Sur en 1975, claro preámbulo para la reunificación y el raudo nacimiento al año siguiente de la República Socialista de Vietnam.

 

La tradicionalmente aristocrática Camboya por entonces estaba gobernada por el Príncipe Norodom Sihanouk, un dignatario crucial en el proceso independentista de 1953 y 1954 que sin embargo era visto con mucho recelo por Estados Unidos a raíz de sus ambigüedades ideológicas, como manifestar admiración por Mao Zedong y al mismo tiempo perseguir implacablemente a los socios vernáculos del líder chino durante la Guerra Civil Camboyana (1967-1975), por ello la CIA impulsa un Golpe de Estado en 1970 e improvisa un gobierno prooccidental pleno a cargo del General Lon Nol para intentar destruir sin éxito tanto al Viet Cong como a los Jemeres Rojos, como decíamos antes una guerrilla que quedó al mando del lunático de Saloth Sar alias Pol Pot y buscaba venganza contra las masacres de un Sihanuk que después se terminaría asociando con ellos, tras su derrocamiento, para enfrentarse a Estados Unidos y su títere, Lon Nol. Todas estas paradojas cruzadas llevaron al triunfo de las tropas de Pol Pot en la guerra civil, por cierto utilizando a Sihanouk como un emblema sin poder real para el reclutamiento de niños soldados entre el campesinado, lo que derivó en la instauración de la infame Kampuchea Democrática (1976-1979), dictadura que aniquiló a un cuarto de la población camboyana por sus políticas de colectivización forzosa, por su traslado de la población urbana al campo y por la instauración de centros de tortura y detención, semejantes a las purgas brutales eternas del estalinismo, y de granjas de trabajo esclavo y “reeducación” símil el Gran Salto Adelante (1958-1962) y la Revolución Cultural (1966-1976), dos fracasos represivos rotundos de Mao. El autogenocidio de los Jemeres Rojos, como en el caso del Proceso de Reorganización Nacional en Argentina y la Dictadura de los Coroneles en Grecia, llega a su fin con sus tristes desvaríos expansionistas, xenófobos y filonazis y con la muy desafortunada idea de meterse con una potencia militar, ahora nada más y nada menos que ese mismo Vietnam comunista que llevaba décadas de lucha contra el imperialismo occidental y que no se tomó muy bien las matanzas fronterizas gratuitas de 1978 a instancias del régimen vecino, por ello el ejército vietnamita invadió la nación en 1979, forzó al exilio en Laos y Tailandia a los máximos jerarcas de los Jemeres Rojos y creó la República Popular de Kampuchea (1979-1989), quid estatal que forma parte del larguísimo gobierno del Primer Ministro Hun Sen, otro autócrata chiflado del montón.

 

Si bien existen otras películas sobre el Año Cero de Pol Pot, una utopía agrícola que dividió al país entre burgueses y campesinos -o ciudadanos nuevos y viejos- y llevó a ejecuciones masivas de opositores políticos y civiles indefensos en los campos de la muerte, y acerca del Genocidio Camboyano en general, con el hambre y la falta de medicamentos, sensatez e infraestructura como factores adicionales, indudablemente es Los Gritos del Silencio (The Killing Fields, 1984), dirigida por Roland Joffé y escrita por Bruce Robinson, “el” film sobre el tema porque a pesar de utilizar la fórmula etnocéntrica y ya por entonces muy gastada del outsider o periodista extranjero a lo Bajo Fuego (Under Fire, 1983), de Roger Spottiswoode, y Salvador (1986), de Oliver Stone, y de apelar a aquel gigantismo del exotismo ochentoso modelo Pasaje a la India (A Passage to India, 1984), de David Lean, y El Último Emperador (The Last Emperor, 1987), de Bernardo Bertolucci, lo cierto es que funciona como un retrato bastante digno y eficaz de los acontecimientos que le escapa al sentimentalismo burdo de bodrios por venir sobre la misma temática o sus consecuencias, léase La Gente del Arrozal (Neak Sre, 1994), de Rithy Panh, Primero Asesinaron a mi Padre (First They Killed My Father, 2017), de Angelina Jolie, y Funan (2018), un film animado de Denis Do. Basándose en la amistad verídica y/ o relación laboral entre Sydney Schanberg (Sam Waterston), un periodista de The New York Times, y Dith Pran (Haing S. Ngor), camboyano que ofició de guía e intérprete, Los Gritos del Silencio explora las masacres provocadas por los bombardeos de yanquilandia sobre Camboya durante el final de la Guerra de Vietnam, la manipulación informativa a instancias del régimen de Nixon y Lon Nol, la costumbre de la lacra occidental e hiper cobarde de huir cuando “las papas queman” -los diplomáticos, la oligarquía europea y la prensa primero se refugian en la embajada estadounidense y después en la francesa, para terminar huyendo en abril de 1975 por la caída de la capital, Nom Pen- y la construcción del aparato represivo a posteriori de una fase de triunfalismo ingenuo popular, como suele ocurrir, en pos de despedir al verdugo previo sin darse cuenta que le dan la bienvenida a una nueva camarilla de sádicos, esquema que permite durante la hora final del metraje la transmutación del rol protagónico desde el caucásico al asiático, una movida bastante inusual en el enclave anglosajón de ayer y hoy.

 

El británico Joffé, aquí entregando su ópera prima y única propuesta interesante en serio junto con la siguiente, La Misión (The Mission, 1986), porque a partir de Arma Secreta (Fat Man and Little Boy, 1989) y La Ciudad de la Alegría (City of Joy, 1992) mutaría en un realizador errático y extremadamente olvidable, pone en primer plano la enorme soberbia de Schanberg y la sumisión tontuela símil mascota de Pran, típico andamiaje retórico del marco neocolonial/ posmoderno/ primermundista culposo, pero tamiza el asunto primero con un realismo crudo que no cae en reduccionismos históricos o conceptuales, basta con pensar que la sequedad moral de Sydney está denunciada mediante su contraposición con fotoperiodistas de verdadera izquierda como Al Rockoff (John Malkovich) y Jon Swain (Julian Sands) que no hubiesen permitido que el amigo Dith permanezca en el país durante el ascenso de los Jemeres Rojos, segundo con una excelente reconstrucción de Camboya sirviéndose de la similar Tailandia, sede en gran medida del rodaje y de las carnicerías infernales que desfilan por la pantalla gracias a los Estados Unidos y los fanáticos dementes de Pol Pot, y tercero con las muy buenas actuaciones de Waterston, Malkovich, Sands y el debutante Ngor, un sobreviviente del terror social de la Kampuchea Democrática y muerto en 1996 en circunstancias sospechosas en Los Ángeles, durante un aparente robo que llegó dos años antes del enigmático fallecimiento del dictador que bien podría haberlo mandado a matar, ese Saloth Sar que había sido expulsado de los Jemeres Rojos y estaba bajo arresto por asesinar a Son Sen y su familia, un célebre comandante de los comunistas camboyanos. En este sentido el guión de Robinson, más adelante el director de las geniales Withnail & yo (Withnail & I, 1987) y Cómo Triunfar en Publicidad (How to Get Ahead in Advertising, 1989) y las apenas correctas Jennifer 8 (1992) y Diario de un Seductor (The Rum Diary, 2011), sabe combinar el gran cliché del imperialismo contemporáneo de la primera parte, nos referimos al estereotipo de los monstruos engendrados por las políticas de ahorque de las naciones todopoderosas parasitarias, y las aventuras de supervivencia de la segunda mitad del metraje, cuando Pran conoce un centro de trabajo esclavo rural y luego se codea con los popes de los campos de la muerte del título original, asimismo asustados por esta paranoia homicida de un régimen que se canibaliza porque ve enemigos por todos lados…

 

Los Gritos del Silencio (The Killing Fields, Reino Unido, 1984)

Dirección: Roland Joffé. Guión: Bruce Robinson. Elenco: Sam Waterston, Haing S. Ngor, John Malkovich, Julian Sands, Craig T. Nelson, Spalding Gray, Bill Paterson, Athol Fugard, Graham Kennedy, Nell Campbell. Producción: David Puttnam. Duración: 142 minutos.

Puntaje: 9