Muerte de un Corrupto (Mort d'un Pourri)

El chantaje latente

Por Emiliano Fernández

La década del 70 simboliza en gran medida el nacimiento del delirio contemporáneo y eso significa una enorme derrota para la humanidad porque ya llevamos más de medio siglo atrapados en los mismos problemas que se condicen con una nueva fase del capitalismo volcada a la especulación sin freno, en detrimento del trabajo endiosado de antaño, y a un cinismo que a su vez deja todo servido para las corruptelas de toda índole y en especial entre las elites económicas, sociales, culturales y políticas de cada nación, de allí que el asunto inevitablemente conduzca a una degradación ética de la sociedad en su conjunto debido a las frustraciones del caso, la angustia por el mal ejemplo eterno y eventualmente la imitación como acto reflejo y mecanismo de supervivencia en un mundo injusto en donde el oportunismo hiper egoísta es la norma máxima. Hitos negativos como la Crisis del Petróleo, que destruyó la burbuja del sueño del lujo y la comodidad hogareña símil quimera de la burguesía, y el Escándalo Watergate, que terminó de desencadenar la falta actual de confianza hacia las instituciones, calaron hondo en todo el planeta y así como Hollywood no fue indiferente a este estado de cosas, analizándolo sobre todo en la maravillosa Trilogía de la Paranoia de Alan J. Pakula, léase Klute (1971), La Visión de Parallax (The Parallax View, 1974) y Todos los Hombres del Presidente (All the President’s Men, 1976), Europa asimismo aportó lo suyo y sin lugar a dudas Muerte de un Corrupto (Mort d’un Pourri, 1977), dirigida por Georges Lautner y escrita por Michel Audiard a partir de la novela homónima de 1973 de Jean Laborde bajo el seudónimo de Raf Vallet, es uno de los mejores thrillers políticos de su época no sólo por sus méritos en sí, vinculados a la eficacia y el pulso férreo magistral de siempre del realizador al momento de construir una propuesta pura y dura de género, sino también debido a que el film sintetiza muy bien la perspectiva europea y específicamente francesa en estos menesteres, punto de vista bastante nihilista centrado en considerar al maquiavelismo como una constante intrínseca de la sociedad capitalista en oposición al optimismo tácito del mainstream yanqui en lo que atañe a retratar a las matufias y hechos semejantes como anomalías de un sistema democrático inmaculado.

 

Todo comienza con el asesinato del diputado Serrano (Charles Moulin) a manos de un colega suyo del parlamento, Philippe Dubaye (Maurice Ronet), ya que el primero pretendía obligarlo a renunciar a su banca para ser sustituido por un tal Dupaire (Gérard Hérold) en las próximas elecciones e incluso lo amenazaba con revelar una serie de secretitos sucios relacionados con actos de corrupción como sobornos y ventajas a socios comerciales en los campos hermanados de las operaciones inmobiliarias, los certificados de urbanismo, los permisos de construcción y las expropiaciones de terrenos. En realidad ambos, víctima y victimario que se confunden, forman parte de una misma sociedad criminal en las más altas esferas del poder que aglutina a empresarios, dirigentes públicos y mafiosos de diversa índole, cónclave en las sombras cuyas transacciones están minuciosamente anotadas en un cuaderno/ diario/ expediente del difunto que Dubaye roba como medida precautoria para después pretender entregárselo a su amigo de toda la vida Xavier “Xav” Maréchal (Alain Delon), al que recurre para inventarse una coartada que lo libere de las sospechas de los policías detrás del caso de homicidio, Moreau (Michel Aumont) y Pernais (Jean Bouise), quienes a su vez no se creen la tapadera de la cena ficticia entre los dos hombres y la esposa del diputado, la alcohólica incontrolable Christiane (Stéphane Audran), porque Philippe de hecho tenía una cita con el occiso a la hora del crimen. Los cadáveres pronto empiezan a apilarse: el sindicato delictivo se carga a Kébir (Abder El Kebir), chófer improvisado de Maréchal, y a posteriori aparece muerto el propio Dubaye y su esposa es arrojada desde su departamento para simular un suicidio. Entre intimidaciones enfáticas, persecuciones y entradas violentas a las distintas moradas de todos los involucrados, desde la casa de Xavier hasta la que ocupa la amante de Philippe, Valérie (Ornella Muti), quien custodia el bendito cuaderno, Maréchal se hará cargo de la investigación para encontrar al asesino de su amigo y deberá soportar sucesivos intentos de matarlo y presiones de intermediarios como Nicolas Tomski (Klaus Kinski), testaferros como Lansac (François Chaumette), esos secuaces como Fondari (Julien Guiomar) y hasta tristes peleles como los mencionados Dupaire y Dubaye.

 

Lautner, como decíamos antes una verdadera usina del estupendo cine popular de antaño, y el recordado Audiard, especialista en diálogos muy astutos que complejizaban cualquier premisa a priori sencilla, ya habían colaborado y colaborarían a futuro en muchas otras realizaciones dentro de un rango estilístico heterogéneo que arranca en la obra maestra del film noir cómico Mi Tío Tira Tiros (Les Tontons Flingueurs, 1963), con Lino Ventura, Bernard Blier y Francis Blanche, pasa por memorables comedias como Los Barbudos (Les Barbouzes, 1964) y No nos Enojemos (Ne nous Fâchons pas, 1966), ambas también con Ventura, y desemboca en clásicos del policial negro como Pachá (Le Pacha, 1968), con Jean Gabin, y la película que nos ocupa, amén de la serie de colaboraciones con Jean-Paul Belmondo, nos referimos a Policías y Ladrones (Flic ou Voyou, 1979), El Rey del Timo (Le Guignolo, 1980), El Profesional (Le Professionnel, 1981) y Felices Pascuas (Joyeuses Pâques, 1984), esta última dirigida por Lautner aunque con Jean Poiret reemplazando a Audiard en materia del guión. La película, producida por el propio Delon, responde mucho a la estructura de los vehículos artísticos que el actor solía crear para su lucimiento durante su etapa de mayor popularidad europea e internacional, recordemos para el caso que el señor además supo producir con anterioridad opus como El Hombre Ocupado (L’Homme Pressé, 1977), de Édouard Molinaro, Armagedón (Armaguedon, 1977), de Alain Jessua, El Otro Sr. Klein (Mr. Klein, 1976), de Joseph Losey, Sin Escape (Tony Arzenta, 1973), de Duccio Tessari, ¿Tengo el Derecho de Matar? (L’Insoumis, 1964), de Alain Cavalier, tres propuestas memorables con el tremendo José Giovanni, Como un Bumerán (Comme un Boomerang, 1976), El Gitano (Le Gitan, 1975) y Dos Contra la Ciudad (Deux Hommes dans la Ville, 1973), y otras tres en sociedad con Jacques Deray, Historia de un Policía (Flic Story, 1975), Borsalino & Co. (1974) y Borsalino (1970), a lo que se suma su insólita participación como financista sin acreditar en La Chica de la Motocicleta (The Girl on a Motorcycle, 1968), una de las realizaciones más famosas como director del mítico Jack Cardiff, conocido por su espléndida fotografía para Michael Powell y Emeric Pressburger.

 

Como tantos otros productos de aquellos Delon, Lautner y Audiard volcados al thriller con elementos del film noir, el cine de acción, el drama identitario y hasta el romance, Muerte de un Corrupto coquetea con la pata setentosa testimonial, basada en un pesimismo muy astuto que llama a las cosas por su nombre sin eufemismos que les ahorren sinsabores a los oligarcas en el poder, pero en realidad nunca abusa del suspenso o esos tiempos muertos de incertidumbre en la pesquisa del protagonista porque su corazoncito retórico está también cerca de una odisea de venganza lisa y llana apuntalada tanto en la condición de antihéroe de Maréchal, dispuesto a encontrar al responsable de la muerte de Dubaye mientras purifica su maloliente memoria eliminando esas hojas del dossier que todos quieren que explicitan su corrupción sistemática al servicio del sindicato mafioso/ criminal, como en la belleza de las tres principales señoritas de la faena, Muti, Audran y una Mireille Darc que interpreta a Françoise, la novia del protagonista, y en la vertiginosidad y potencia del acoso sobre Xavier y en especial de los instantes ruteros más agitados, hablamos del asesinato de Kébir, la secuencia de la fuga de él con Valérie por la autopista, esa extraordinaria intentona de asesinato del final con los dos camiones -y la persecución subsiguiente- y aquel ataque furioso nocturno con ametralladoras sobre el coche en el que iban Maréchal, Pernais y una Valérie que no vive para contarlo, amén del sorprendente y cuasi erotizado homicidio de Christiane, filmado en primera persona desde la perspectiva del victimario cual giallo de la época. Al encanto e inteligencia interpretativa de siempre de Delon debemos agregar la presencia de su amigo Ronet y el aporte del invalorable Klaus Kinski, aquí muy medido como un burócrata de las cúpulas parasitarias sociales que tiende a no mancharse las manos porque los esbirros asalariados nunca faltan a su alrededor, justo como en el caso del asesinato del último acto de un tal Lucien Lacor (Daniel Ceccaldi) que sucumbe bajo fuego amigo “accidental” durante una cacería de la alta burguesía. Sinceramente pocas películas de su tiempo contaron con un elenco tan talentoso y colorido como el presente y por detalles adicionales, en sintonía con las excelentes fotografía de Henri Decaë y música de Philippe Sarde con inspirados solos de saxofón del querido Stan Getz (cameo inicial incluido), bien se puede afirmar que Muerte de un Corrupto rankea en punta como una de las epopeyas políticas más interesantes del cine europeo porque incluso empareja en vileza y psicopatía a la corrupción de Serrano, Dubaye y demás socios de la red de influencias y a la honradez fanática de un Moreau que resulta ser un cruzado de la moral símil vigilante parapolicial que confunde a Maréchal con un par, así la realización equipara la decisión de este último de difundir en la prensa parte del cuaderno, para presionar a todos sus verdugos potenciales, con la movida autodidacta del policía en materia de “limpiar” la comunidad reventando a Philippe y a molestias circunstanciales como su esposa, de allí se explica la prodigiosa frase del desenlace de Delon, “la corrupción me da asco y la virtud me aterra”, y de allí se entiende el corporativismo paranoico porque el chantaje entrecruzado siempre está latente y a pesar de que la memoria pública/ popular es muy de corto plazo, si alguna vez cae en serio alguno de los involucrados el resto asimismo podría caer como dominó…

 

Muerte de un Corrupto (Mort d’un Pourri, Francia, 1977)

Dirección: Georges Lautner. Guión: Michel Audiard. Elenco: Alain Delon, Maurice Ronet, Ornella Muti, Michel Aumont, Klaus Kinski, Stéphane Audran, Jean Bouise, Julien Guiomar, Mireille Darc, Daniel Ceccaldi. Producción: Alain Delon. Duración: 124 minutos.

Puntaje: 9