La carrera de Fiona Apple, nacida Fiona Apple McAfee-Maggart, ya era una de las más extravagantes dentro del ámbito de la música anglosajona contemporánea antes de la edición del genial Fetch the Bolt Cutters (2020), empezando por el simple hecho de que la norteamericana siempre fue una reclusa, no reniega de su misantropía y lleva como bandera sus tendencias antisociales, esas que viene arrastrando desde una infancia de lo más difícil enmarcada por un trastorno obsesivo compulsivo, un desorden alimenticio muy evidente, ataques de pánico y hasta una violación a la edad de 12 años que incentivó -o directamente motivó- gran parte de todo lo anterior. Mientras que por un lado la artista nunca estuvo del todo bien a nivel psicológico, por el otro lado queda claro que su cordura siempre aparecía de la mano de sus comentarios despectivos para con la industria cultural yanqui y el culto a la superficialidad y las poses que tiende a favorecer a la pantomima más berreta por sobre cualquier atisbo de honestidad, detalle que la llevó a reiterados enfrentamientos con el mainstream y a tomarse largas vacaciones entre disco y disco, a veces sólo consagrándose a su vida privada, en alguna ocasión dándole mil vueltas a las melodías o las letras y en otras oportunidades esperando algún recambio en la dirección de la compañía discográfica de turno para evitar el tener que lidiar con determinados oligarcas e imbéciles del marketing que -paradójicamente- controlan todo el sistema productivo y poco y nada saben de música en sí y de la libertad/ autonomía necesaria para que surja.
Los discos que fue pariendo con los años constituyen un claro testimonio de esta escalada emocional y de los cambios -cada vez más tendientes hacia la experimentación y/ o la imprevisibilidad- que ha venido atravesando como cantante y compositora, empezando por el álbum más flojo de su trayectoria, Tidal (1996), algo así como una colección de típicas canciones de una artista femenina de los 90 que adora moverse entre el pop afectado y aquel rock alternativo polirubro de la década, redondeando un trabajado que sinceramente no se diferencia demasiado de cualquier otra cosa editada durante esa etapa por colegas en línea con Tori Amos, Sinéad O’Connor y Alanis Morissette. La cosa despega en serio con When the Pawn Hits the Conflicts He Thinks Like a King What He Knows Throws the Blows When He Goes to the Fight and He’ll Win the Whole Thing ‘fore He Enters the Ring There’s No Body to Batter When Your Mind Is Your Might So When You Go Solo, You Hold Your Own Hand and Remember That Depth Is the Greatest of Heights and If You Know Where You Stand, Then You Know Where to Land and If You Fall It Won’t Matter, Cuz You’ll Know That You’re Right (1999), uno de los discos con el título más kilométrico de la historia y en esencia una excelente colaboración entre la por entonces joven artista y Jon Brion, un verdadero genio que trabajó con gente de la talla de David Byrne, Robyn Hitchcock, Peter Gabriel, Tom Petty and the Heartbreakers, Marianne Faithfull, A Perfect Circle, Kanye West, Sean Lennon, Dido, Jerry Lee Lewis, Beyoncé y Frank Ocean. Así como en When the Pawn… se notaba su amor incondicional por el swing y el blues de Billie Holiday y Ella Fitzgerald, en su disco siguiente, el heterogéneo y fulgurante Extraordinary Machine (2005), el espectro se abría significativamente para pasar de las influencias jazzeras y el rock alternativo de antaño a ese pop barroco y medio bizarro que se colaría con mayor fuerza aún en su cuarto trabajo, The Idler Wheel Is Wiser Than the Driver of the Screw and Whipping Cords Will Serve You More Than Ropes Will Ever Do (2012), otra obra con un título original larguísimo que se suele acortar de manera informal y que en esta ocasión proponía un acercamiento al minimalismo de Joni Mitchell mediante el instrumento favorito de ambas, el piano.
Ahora bien, esa devoción indisimulable hacia la canadiense continúa presente en Fetch the Bolt Cutters pero termina en parte “adaptada” al que ahora parece ser el interés principal de Apple, léase una amalgama entre la intensidad vocal de intérpretes como Nina Simone y Kate Bush y la percusión y arreglos desquiciados del Tom Waits circa su recordada trilogía de los 80, aquella compuesta por Swordfishtrombones (1983), Rain Dogs (1985) y Franks Wild Years (1987), agregando a la fórmula el humor catártico y muy despiadado de señores legendarios en sintonía con Frank Zappa, Captain Beefheart y el propio Waits, todos expertos en el absurdo contracultural todo terreno de acento beatnik.
A partir de una base programada socarrona que parece invocar muy a lo lejos los comienzos de temas pasados como Sleep to Dream de Tidal o Paper Bag de When the Pawn…, el primer tema del disco, I Want You to Love Me, deja paso al piano desnudo marca registrada de The Idler Wheel… aunque rápidamente descubrimos que ya no estamos en el terreno firme/ estable del pasado y que un planteo lúdico y mutable ha tomado la posta por completo, especialmente porque el tono melancólico estándar de Apple de otras épocas se transformó en esperanza vía una letra supuestamente inspirada en su relación con el novelista Jonathan Ames y un período de meditación trascendental que se prolongó entre 2010 y 2011, dejando entrever lo que vendría a ser -desde el punto de vista femenino, por supuesto- una serie de versos incentivando al amante -o al potencial amante- a abalanzarse sobre ella en pos de dar cariño y contención, todo con un puente muy gracioso que cambia el ritmo y con un final improvisado en el que la vocalista se pone a jugar con su voz, otro de los rasgos distintivos de la propuesta sonora del álbum.
En Shameika el piano abandona toda pretensión melódica y cimenta la base rítmica para marcarle el pulso a una canción muy agitada e hilarante en la que Fiona dispara recuerdos frenéticos de su escuela primaria para rematarlos en el estribillo -aminorando la marcha, nuevamente- con la aseveración de que “Shameika dijo que tenía potencial”, refiriéndose a una compañerita de aquella niñez que la apoyó cuando un grupo de nenas populares la rechazó y no la dejó sentarse en el comedor con ellas, anécdota agridulce que le sirve a la cantante para marcar la génesis de su compleja relación con las otras mujeres, aquí caracterizada por un mínimo y valorable gesto de buena voluntad en medio de un ecosistema femenino de competencia salvaje en el que la artista siempre parece ser la perdedora, un latiguillo conceptual tomado prestado del enclave de la poesía y de esos crooners que adoran situarse como el loser de turno cuando en esencia toda la canción los tiene a ellos como núcleo excluyente (el verso del puente “mi perro y mi hombre y mi música constituyen mi Santísima Trinidad” también revela las prioridades en la vida de Apple, del mismo modo en que su adorable ciclotimia asoma la cabeza cuando repite una y otra vez que está “enojada, alegre y a gusto”).
Una percusión alternativa y bien freak -ya cien por ciento Waits- pasa a controlar el tema que le da el nombre al álbum, una pequeña obra maestra que cita el hitazo Running Up That Hill (1985) de Bush y que asimismo está dominaba por un sustrato y una letra símil conversación casual con un oyente en el que se puede confiar y por ello mismo todo el asunto habilita nuevas confesiones en torno a los muchos tropiezos con la fauna femenina, la hipocresía a nivel general de la sociedad, el culto a la belleza más insípida y nefasta, cierta presencia tácita masculina permanente como sinónimo de los “verdaderos amigos”, la necesidad de entablar relaciones sinceras y valiosas con los semejantes, el devenir de los marginados y renegados, los anhelos que no se concretan nunca y la misma estupidez de la industria musical contemporánea; esquema que se inspira en una frase del personaje de Gillian Anderson de la serie televisiva criminal británica The Fall (2013-2016), “trae los cortadores de pernos” o alicates, dicha en presencia de una chica que fue inmovilizada y torturada, lo que desde ya invita a liberarse de cualquier prisión que nos haya impuesto el contexto en el que vivimos o trabajamos con vistas a afirmarnos a nosotros mismos sin ataduras ni condicionamientos ni imposiciones demenciales de por medio (la intimidad más visceral del caso está reforzada por los coros que aporta la actriz Cara Delevigne y los ladridos que escuchamos de fondo en el final, cortesía de los perros de la propia Apple y Delevigne).
Lo más parecido dentro de Fetch the Bolt Cutters a los alegatos románticos/ existenciales de When the Pawn… y Extraordinary Machine es Under the Table, una canción magnífica y tan enérgica como confrontativa -basada en una estructura de banda rockera clásica y con coros maravillosos- en la que se retoma el leitmotiv vinculado a no guardar silencio, aunque ahora dentro de una coyuntura más vinculada a la relación tradicional de pareja y sobre todo a los eventos sociales/ comerciales/ de caretaje de relaciones públicas, con ella asistiendo con su novio a una cena de pretensiones elegantes con un montón de vino carísimo y oligofrénicos de la alta burguesía cuyo principal fetiche es presumir, burlarse de la competencia y denigrar a cualquiera que juzguen como diferente, desencadenando esa sentencia por parte de la narradora vinculada al hecho de que aunque su contraparte masculina la patee por debajo de la mesa, ella no se callará y destruirá la hipócrita armonía del contexto para desenmascarar a los palurdos de turno y sus mentiras y vanaglorias.
Como si se tratase de un candombe de una dimensión paralela, mucho más lunática aún que la nuestra, Relay funciona como un tema casi exclusivamente percusivo, similar en parte a los cánticos de las cheerleaders y sustentado en la más que certera línea “el mal es un deporte de relevos, cuando el que se quemó gira para pasar la antorcha”, aseveración que sirve para que Fiona vuelva a apuntar a los odiadores compulsivos que hoy se reproducen de manera cuantiosa en la web y muchas veces también en la realidad, optando por un lado por no subirse a la espiral de los insultos sin fin, para no quedar atrapada en el torbellino patético de las críticas cual deporte autocontenido, y por otro lado por denunciar la imagen de perfección que este tipo de energúmenos/ troles/ abusadores/ influencers gustan de construir alrededor de sí mismos, con rasgos como el poseer una supuesta buena crianza y generosa altura, ser dueños de la verdad, tener relaciones en apariencia impolutas, sentirse siempre seguros de sus actos y en suma presentar a su vida “como un maldito folleto de propaganda” desde el fariseísmo y la mega pusilanimidad, hablamos de ese tipo de cobardía que no admite los propios -y muchos- defectos para ubicarse en una falsa posición de superioridad, juzgar al prójimo y vender basura cultural todo el tiempo.
Rack of His es un tema realmente misterioso, a la par apuntalado en unos insistentes chispazos de un mellotrón muy lúdico y en una vocalización aguerrida -y una vez más, conversacional- de parte de Apple en la que se explaya sobre los vaivenes de una relación romántica o hasta quizás de una amistad, en la que el compartir el tiempo con la otra persona puede ser leído como un acto desinteresado, vinculado al afecto real que fluye con naturalidad, o como un signo de hastío y solapado egoísmo, en esta interpretación hermanado al no tener nada valioso que hacer, a una suerte de bloqueo creativo o simplemente al sentirse usada y contraatacar “usándose a sí misma” con el otro como testigo impasible de una presencia que en realidad es ausencia agresiva, centrada en el ninguneo explícito hacia una contraparte que no sabe cómo reaccionar o también ya perdió el interés en la relación en cuestión, dándola por perdida.
Los perros y otra percusión a lo Waits regresan en Newspaper, una flamante epopeya confesional, algo irónica y percusiva en la que Fiona, en una jugada bastante extraña para lo que suelen ser las letras de las canciones de dinámica de pareja, pasa a identificarse con la nueva novia de su ex, una mujer a la que aparentemente conoce aunque sin llegar a ser amigas, entramado que le permite lamentar la situación de distanciamiento automático para con la otra mujer y denunciar al hombre vía versos virulentos en los que imagina cómo la tercera está siendo sometida al mismo destrato y las mismas embestidas emocionales varias que ella padeció en su momento cual maldición tendiente a reproducirse, todo con un esplendoroso desempeño de su hermana Maude Maggart, una cantante de cabaret, en unos coros a lo rhythm and blues espectral que se complementan de maravilla con una intensidad in crescendo junto al caos rítmico y los alaridos semi punk de Apple.
Con música compuesta por Sebastian Steinberg y David Garza, el bajista y el baterista/ “multiinstrumentista estrella” respectivamente de la banda que acompaña a la compositora y cantante a lo largo de Fetch the Bolt Cutters, la cual por cierto se completa con Amy Aileen Wood como “segunda pata” en materia de la percusión, Ladies funciona como un retorno a los pasajes más reposados y etéreos -hasta lejanamente souleros- de When the Pawn… y The Idler Wheel…, una vez más con Fiona indagando en su difícil vínculo con las otras mujeres en un mundo que tiende a la competencia y la rivalidad por esto o aquello cuando sin duda deberían primar las semejanzas por sobre las diferencias, esas que siempre les juegan a favor a los varones y su hegemonía en última instancia; planteo que va de la mano del gesto de subrayar lo ridículo de comparar una relación con la otra porque cada una es única en función del paralaje, léase la perspectiva individual del sujeto con respecto al mismo punto/ persona/ situación/ estado anímico, óptica que muchas veces ahoga a los seres humanos al punto de considerar que la propia perspectiva es la única que vale y pretender convencer al resto de que dicho punto de vista sesgado constituye la gran verdad revelada desde los cielos (la dulzura, por su parte, se asoma en el estribillo con un falsete juguetón que dispara un gracioso destello autorreferencial de pura autenticidad, “murciélago de la fruta, más lindo que un botón, un loco con cabeza de cordero”).
Los estribillos de cadencia punk y los coros fantasmales regresan en Heavy Balloon, tema que incluye además chispazos de sintetizador y una nueva base rítmica altisonante que en esta oportunidad le permite a la letra tomar la metáfora del “globo pesado” del título para simbolizar este trasfondo psicológico ambivalente y ciclotímico de la cantautora, en primer lugar, y de todas las personas, en segunda instancia, situándonos como seres que tienden a la creatividad y a dejarse volar de manera natural por más que fuerzas externas -la sociedad y sus múltiples miserias- e internas -los demonios y traumas arrastrados a lo largo de la vida- se propongan regresarnos a un piso o una tierra que son sinónimos de repetición, sonsera y mediocridad, precisamente porque “el fondo comienza a sentirse como el único lugar seguro que conoces” y así genera la costumbre del sometimiento eterno a la voluntad de terceros maquiavélicos que nos tratan como medios para un fin y no como sujetos pensantes autónomos, en libertad y propensos a reafirmarnos mediante la creatividad en todos los ámbitos de la existencia, más allá de la necesidad de crecer en términos emocionales y esquivar los brazos acechantes de la depresión.
Resulta toda una paradoja que el que quizás sea el mejor tema del mejor y más experimental disco de Apple, Cosmonauts, nos retrotraiga en parte a los días de Tidal y el hit Criminal, en especial gracias a arreglos ultra rockeros y segmentos furiosos símil puentes que parecen una versión post punk de algún tema perdido de Bone Machine (1992) o The Black Rider (1993), ambos de Waits, con los majestuosos versos de Fiona reflexionando -en formato de canción de despedida/ separación- acerca de cuánto nos cambian las relaciones a nivel intrínseco, la metamorfosis en materia de la perspectiva vital de allí en más, las peleas de ocasión, la dependencia insistente para con el otro, cierta tendencia hacia el masoquismo emocional y finalmente las pequeñas venganzas prosaicas del día a día, ahora sustituyendo la alegoría del “globo pesado” de la canción previa por ese “par de cosmonautas” que a futuro deberán sobrellevar una gravedad mucho más densa que la que cada uno arrastraba antes de conocerse, por supuesto consecuencia directa del aprendizaje que trae el sufrimiento y de esa cólera que se cristaliza en los exquisitos gritos de la intérprete a los que aludíamos con anterioridad, siempre en medio de coros, recitados y un circo musical apocalíptico que deja paso a los hermosos susurros del desenlace (también en el tema sobrevuela la noción -y la esperanza de- construir una relación monogámica que dure en el tiempo, algo que se halla a mitad de camino entre la disposición particular de cada sujeto y la pura suerte de toparse con “ese” individuo).
El carácter imprevisible del disco está representado a la perfección en For Her, un tema con dos cambios de ritmo y una coda góspel agregada al final que está entre lo más enérgico y sorprendente de todo el lote en general, una diminuta canción furibunda de menos de tres minutos y flamantes resonancias de cheerleaders en la que se combinan el asalto sexual que padeció la cantante de niña, la violación que sufrió una amiga que trabajó como interna en una productora hollywoodense -de allí la dedicatoria del título- y finalmente la insólita nominación de Brett Kavanaugh en 2018 para ingresar a la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos por parte del fascista a cargo, el presidente Donald Trump, a pesar de los múltiples abusos sexuales que el susodicho cometió en el pasado; una verdadera olla a presión que trae a colación la sensación de impotencia inicial, los intentos por garantizar la impunidad de los victimarios y ni hablar del hambre de justicia detrás de versos como “me violaste en la misma cama donde nació tu hija”, poniendo el énfasis en la hipocresía y voracidad impiadosa de estos psicópatas y el repugnante capitalismo que los protege y les da un entorno legitimador donde expandir su poder y salirse con la suya una y otra vez.
Los coros más beatlescos se dan cita en Drumset, otra gran canción construida en torno a una percusión cuasi tribal y muy adictiva que abre sutil con un arpa y sirve de punta de lanza para una letra simple e hilarante -un poco de modo involuntario y en medio de tanto minimalismo y tanta desnudez confesional- en la que el formato de “canción de rechazo” sirve para explorar una mínima anécdota en la que en el período posterior a la separación de Apple y Ames ella discute con los miembros de su banda y malinterpreta la desaparición del set de batería de Wood como un desaire permanente, como si la compañera musical -al igual que su ex pareja- no fuese a volver jamás, cuando en realidad la fémina sólo se había llevado la batería porque tenía un concierto en puerta, detalle que ayuda a pensar la vulnerabilidad psicológica de la cantante y este furor algo entristecido del momento que Fiona prefirió conservar en el álbum sin mayores modificaciones para capturar la espontaneidad y toda su ciclotímica verdad de fondo, tan humana ella.
Entre los cánticos budistas de meditación, una base rítmica deliciosamente caótica y un mantra de himno hiphopero de un hedonismo que está más cerca de la reafirmación subjetiva que del exceso bobalicón de la mayoría del mainstream musical y el grueso de los mortales contemporáneos, On I Go, la última composición del disco, celebra la ausencia de la necesidad de probarse al resto de la humanidad en este o aquel sentido y la capacidad propia de extraer placer y alegría del trabajo creativo cotidiano; así Apple aquí nuevamente mantiene sin alterar una diatriba musical que surgió en un contexto tragicómico y muy concreto, nada menos que su arresto en 2012 en Sierra Blanca, Texas, por posesión de hachís, con ella cantándoles sin cesar la canción a los policías que la interrogaban y luego a sí misma para calmarse en una situación de indisimulable estrés.
El demoledor contralto de Apple, ese que domina a gusto y a menudo utiliza como un instrumento más dentro de la mixtura artística, llega a su máxima expresión en Fetch the Bolt Cutters, una obra maestra de la cultura actual y una industria musical que viene de capa caída desde fines del Siglo XX, siempre refritando los mismos recursos quemados de antaño y encerrándose en automatismos que tienen a la pose, la producción inflada y la evidente falta de talento como sus tristes y recurrentes pivotes. La estadounidense forma parte de un minúsculo cónclave artístico, junto con Lana Del Rey en lo que al rubro femenino se refiere, que hoy logra hacer lo que quiere, se diferencia del resto de sus colegas y fundamentalmente entrega al público obras de relevancia y cargadas de sagacidad, inconformismo y una honestidad cada día más cerca de la extinción absoluta, cortesía de los imbéciles que controlan los mass media y el acervo artístico contemporáneo, unos plutócratas y lelos adeptos a sojuzgarlo a la parafernalia banal y lobotomizadora del marketing, las relaciones públicas, lo políticamente correcto y las redes sociales. La cantante y compositora no sólo consiguió colar en el Siglo XXI un disco experimental con lejanas influencias de la música industrial y las orquestas percusivas a lo batucada sino que por fin se alejó del influjo apesadumbrado de un indie de vocación arty/ conceptual que continúa reverenciando la estructura tradicional del pop masivo, encontrando nosotros de paso en la catarata de sanas desviaciones y autoparodias del disco un soplo de aire fresco como hace mucho tiempo no tenía el mainstream anglosajón y su interminable serie de cajones artísticos que tienden a parecerse desde el aburrimiento de la intercambiabilidad eterna vía mediocridad y una falsedad que tiene un ojo en la imagen pública y otro en las “necesidades” del hiper concentrado y castrador mercado de hoy en día. Lo mejor que puede decirse de Fetch the Bolt Cutters es que destruye la pomposidad vacua del presente para introducir una generosa dosis de aquella anarquía efervescente que caracterizó a otros períodos de la cultura occidental, lo que de sopetón pone en cuestión el emporio de la previsibilidad y pondera hasta el éxtasis a una intimidad hogareña que esconde una verdad que estalla en público pero no desde una pornografía anímica de cotillón -de esa hay mucha también circulando por ahí…- sino a partir del despliegue de una retahíla de estupendos arcanos que pintan unos minúsculos collages existenciales, los cuales en su sumatoria conforman la vida de todos y cada uno de nosotros.
Fetch the Bolt Cutters, de Fiona Apple (2020)
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