El caso de Russell Mulcahy es bastante extraño porque el realizador australiano responde a dos tradiciones profesionales muy diferentes que en esencia llegaron a tocarse durante la década del 80 únicamente en su figura, hablamos del ozploitation o cine de explotación de Australia de los años 70 y 80, por un lado, y de aquella camada de cineastas que arrancaron sus trayectorias en el ámbito de preeminencia absoluta de los videoclips de los 80 y 90 y después pegaron un salto hacia el séptimo arte y sobre todo el mainstream norteamericano, por el otro lado. En este sentido conviene recordar, en primera instancia, que el ozploitation se divide entre un grupo de artistas -no siempre necesariamente australianos- especializados en cine de género, en sintonía con Richard Franklin, Colin Eggleston, Everett De Roche, Simon Wincer, Arch Nicholson, Stephen Hopkins, Brian Trenchard-Smith, Philippe Mora, Michael Laughlin, Ian Barry, David Hemmings, Tim Burstall, Rod Hardy, Sandy Harbutt, Phillip Noyce y Tony Williams, y otro colectivo incluso más heterogéneo vinculado a la Nueva Ola Australiana -también con unos cuantos autores importados fugaces- que luego se volcó a un cine más serio o tradicional aunque sin nunca desconocer del todo el maridaje con el sustrato comercial extravagante del país, pensemos por ejemplo en Bruce Beresford, George Miller, Peter Weir, Ted Kotcheff, Nicolas Roeg, Gillian Armstrong, Fred Schepisi y John Duigan, entre muchos otros. Con respecto a la generación de directores consagrados a los redituables videoclips, las figuras excluyentes son Mark Pellington, Jonathan Glazer, David Fincher, Roman Coppola, aquel Spike Jonze, Anton Corbijn, Michel Gondry, Julien Temple, Mark Romanek y Tarsem Singh, un pelotón en el que entra muy cómodo Mulcahy por sus múltiples videos para gente como Duran Duran, Paul McCartney, AC/DC, Rod Stewart, The Human League, The Tubes, Talk Talk, XTC, The Rolling Stones, Elton John, Queen, 10cc, Billy Joel, Fleetwood Mac, Supertramp, Berlin, Def Leppard, The Stranglers, Culture Club y esos The Buggles artífices de Video Killed the Radio Star, precisamente el primer videoclip transmitido por MTV en 1981 y la “carta de presentación” del formato.
Mulcahy comenzó su largo derrotero en el cine con una rareza hoy olvidada, Derek y Clive Encienden la Bocina (Derek and Clive Get the Horn, 1979), documental que registró la grabación del tercer y último álbum del dúo cómico de Peter Cook y Dudley Moore, Derek and Clive Ad Nauseam (1978), y recién a mediados de la década siguiente debutaría en la ficción y nos regalaría esa trilogía de películas por la que es recordado en el Siglo XXI, tres verdaderos clásicos del ozploitation a pesar del hecho de que sólo la primera fue producida en el contexto australiano mientras que las otras dos son productos yanquis hermanados espiritualmente a la tradición alocada en cuestión, nos referimos a Razorback (1984), aquel mega delirio sobre un jabalí gigantesco asesino, Highlander (1986), una epopeya de influjo trash acerca de inmortales luchando entre ellos en Nueva York con espadas muy antiguas, y Ricochet (1991), thriller perverso y bien desquiciado sobre una guerra a toda pompa entre Denzel Washington y un extraordinario John Lithgow. El realizador a posteriori entregaría otras obras más o menos dignas en línea con La Sombra (The Shadow, 1994), Resurrección (Resurrection, 1999) y hasta Resident Evil 3: Extinción (Resident Evil: Extinction, 2007), no obstante ninguna pasó del nivel de films correctos por encargo y a fin de cuentas serían opacadas por una catarata de trabajos mediocres que incluyó a Highlander II (Highlander II: The Quickening, 1991), Seducción Peligrosa (Blue Ice, 1992), La Verdadera McCoy (The Real McCoy, 1993), Gatillo Silencioso (Silent Trigger, 1996), La Momia: El Mal Nunca Muere (Tale of the Mummy, 1998), A Contracorriente (Swimming Upstream, 2003), El Infierno de Malone (Give ‘em Hell, Malone, 2009), Las Aventuras de Errol Flynn (In Like Flynn, 2018) y Teen Wolf: La Película (Teen Wolf: The Movie, 2023), amén de un puñado de proyectos variopintos para televisión entre los que se destacan En la Playa (On the Beach, 2000), El Batallón Perdido (The Lost Battalion, 2001), 3: La Historia de Dale Earnhardt (3: The Dale Earnhardt Story, 2004) y aquella Plegarias para Bobby (Prayers for Bobby, 2009), convites que representan el costado más sensiblero del amigo Russell.
Highlander, título homologado a “escocés” porque alude al protagonista y su origen en las bautizadas Tierras Altas de Escocia/ Scottish Highlands, es un típico híbrido de la época símil ozploitation que no se decide entre la ironía camp y los chispazos de severidad y que retoma diversos elementos de realizaciones influyentes y/ o exitosas recientes, basta con considerar el fetiche con los enfrentamientos ritualizados de Los Duelistas (The Duellists, 1977), de Ridley Scott, la parafernalia de espada y brujería de anclaje grotesco de Conan, el Bárbaro (Conan, the Barbarian, 1982), de John Milius, la fotografía metropolitana de dejo expresionista y siempre claustrofóbico de Blade Runner (1982), también de Scott, aquel villano robótico imparable de Terminator (The Terminator, 1984), de James Cameron, su homólogo picaresco y cínico de Pesadilla en lo Profundo de la Noche (A Nightmare on Elm Street, 1984), de Wes Craven, y por supuesto todo el arsenal de recursos y rasgos en general que el mismísimo Mulcahy había empleado en Razorback, desde una historia muy simple y surrealista y un evidente desinterés por las actuaciones hasta un quid identitario Clase B sin culpa y una fotografía extremadamente florida que se vincula, de hecho, con los videoclips en boga y ciertas piruetas del lenguaje publicitario experimental del momento de británicos que también probaron suerte en la pantalla grande, como el citado Ridley Scott más Adrian Lyne, Hugh Hudson, Tony Scott y Alan Parker. El ridículo guión de Gregory Widen, Peter Bellwood y Larry Ferguson coquetea con el steampunk y aquel cine de capa y espada a lo Douglas Fairbanks y Errol Flynn, aunque leído desde la chatarra posmoderna de los 80, y gira alrededor de Connor MacLeod (Christopher Lambert), escocés perteneciente a un linaje ignoto de inmortales que protagoniza dos líneas narrativas, la primera centrada en el año 1536 y consagrada a la expulsión de su clan/ pueblo por esta condición perenne, al matrimonio con Heather MacLeod (Beatie Edney) y al encuentro con su querido mentor, Juan Sánchez-Villalobos Ramírez (Sean Connery), y con el cruel villano, Víctor Kruger/ El Kurgan (Clancy Brown), quien persigue a Connor hasta el presente neoyorquino de 1985.
A diferencia de lo que se suele repetir hasta el cansancio cuando se habla del film que nos ocupa, el atractivo de Highlander no pasa exclusivamente por su premisa de base, una tan imaginativa e ingenua como redundante si la desmenuzamos como hicimos anteriormente, lo que por supuesto no le quita méritos a la efervescencia visual tontuela del australiano y su director de fotografía, el inglés Gerry Fisher, una dupla que consigue despertar el mismo interés por los constantes flashbacks y por el devenir retórico en la actualidad, ahora con MacLeod viviendo como anticuario bajo el alias de Russell Nash y pasando sus días con una cuasi hija adoptiva llamada Rachel Ellenstein (Sheila Gish), a la que salvó de los nazis durante el Holocausto y tiene de secretaria mientras padece el doble acecho de El Kurgan, un tremendo psicópata que mató al mentor de antaño y violó a Heather, y de una científica forense que hace de “pareja sustituta”, Brenda Wyatt (Roxanne Hart). Dicho de otro modo, el núcleo estrafalario de la propuesta, eso de que los inmortales no pueden tener hijos y se la pasan combatiendo -salvo en tierra sagrada- para decapitarse y acumular una especie de energía vital, Quickening, hasta que quede uno solo en pie, gran campeón que recibirá todo el poder acumulado por sus pares a lo largo de los siglos, se ve complementado por otros ingredientes interesantes como las maravillosas secuencias de duelos, el villano memorable de Brown con look de motociclista caricaturesco del averno, el éxtasis destructivo de cada una de las muertes, la presencia del querido Connery haciendo de español/ egipcio a puro delirio del casting, algunas pinceladas cómicas eficaces, una edición de Peter Honess de lo más esquizofrénica, las míticas canciones de Queen, temas que irían a parar al errático A Kind of Magic (1986), y un desenlace en Silvercup Studios que sin duda está a la altura de los muchos desvaríos previos y esa perfecta “cara de piedra” de Lambert, un francés/ suizo/ estadounidense que venía de protagonizar Greystoke: La Leyenda de Tarzán, Rey de los Monos (Greystoke: The Legend of Tarzan, Lord of the Apes, 1984), de Hudson, y Subway (1985), epopeya de Luc Besson. Dejando de lado la amena serie homónima (1992-1998) y las desastrosas secuelas animadas, televisivas y/ o en live action, intentos de continuación directa del film original como la polémica Highlander II, cocoliche abiertamente distópico que fue rodado en Argentina y que en 1995 sería rescatado de la infamia mediante el corte del director de Mulcahy, aquella Renegade Version, Highlander puede deambular perdida alrededor del concepto difuso de Quickening, en simultáneo el impulso de los inmortales a confrontar entre ellos y la celebración del poder o energía innata que los lleva a sobrevivir eternamente si fallecen por causas no naturales, sin embargo el film se hace fuerte en los tres pivotes mundanos que Juan señala ante Connor como cruciales para batallar contra El Kurgan y evitar que esclavice a la humanidad en su conjunto, léase el corazón, la fe y el acero, recursos que precisamente el patético Hollywood posterior de pretensiones masivas desconocería o ya no sabría aprovechar como en el pasado, todo debido a un artificio digital y una torpeza narrativa que ni siquiera llegarán al nivel de la odisea del cineasta australiano, en suma un artesano de la superficialidad tan caótica y absurda como adictiva y elegante…
Highlander (Estados Unidos/ Reino Unido, 1986)
Dirección: Russell Mulcahy. Guión: Gregory Widen, Peter Bellwood y Larry Ferguson. Elenco: Christopher Lambert, Sean Connery, Clancy Brown, Roxanne Hart, Beatie Edney, Alan North, Sheila Gish, Jon Polito, Hugh Quarshie, Peter Diamond. Producción: Peter S. Davis y William N. Panzer. Duración: 117 minutos.