Visto desde afuera, desde nuestra mirada occidental y su inevitable colección de prejuicios cortesía de la distancia y la Cortina de Hierro, el cine de Rumania siempre fue algo así como el “patito feo” del Bloque del Este porque a pesar de la importancia del país dentro del ecosistema comunista controlado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas a través del Pacto de Varsovia de 1955 y del poderío económico ruso, lo cierto es que casi nunca logró destacarse o por lo menos exportar alguna película atendible como sí fue el caso de otras naciones del bloque socialista que en los años 50 y 60 y comienzos de los 70 se vieron salpicadas por los aires de cambio social y revolución cultural de todo el planeta, pensemos por ejemplo en la corta pero fructífera vida de la Escuela Polaca de Cine, aquella de Roman Polanski, Andrzej Wajda, Krzysztof Zanussi, Jerzy Skolimowski, Andrzej Munk y Krzysztof Kieślowski, y de la Nueva Ola Checoslovaca, cuyos “representantes insignia” fueron Milos Forman, Jiří Menzel, Jan Němec, Věra Chytilová, Jaromil Jireš e Ivan Passer. Dejando de lado a la misma URSS y sin siquiera llegar al nivel de Hungría, nación que exportó poco cine aunque muy bueno y astuto, Rumania tendría que esperar hasta la caída del comunismo y del autócrata despiadado Nicolae Ceaușescu, mediante una rebelión muy sangrienta en 1989 que barrió el territorio, para escapar del corsé del realismo socialista, la estética/ ideología/ entramado formal oficial del régimen, y desarrollar una voz más propia o singular, acorde con las necesidades de representación simbólica del país del momento.
El progresivo resurgimiento del séptimo arte local, como decíamos con anterioridad una típica respuesta a las limitaciones impuestas en el pasado reciente por parte del aparato estatal socialista y su idea de ponderar una épica proletaria que en términos prácticos no existía ya que la administración centralizada y ultra burocrática era la gran responsable de la igualdad suprema entre la población, se desarrolló a lo largo de dos etapas con ejes y rasgos bien concretos, la primera de afiliación arty y vinculada a lo que se dio en llamar el Nuevo Cine Rumano, aquel de índole documentalista, contemplativa o semi neorrealista de indagación de problemas sociales/ políticos/ económicos, en sintonía con directores varios como Cristi Puiu, Cristian Nemescu, Corneliu Porumboiu, Florin Serban, Cristian Mungiu y Cătălin Mitulescu, y la segunda fase ya fue enteramente comercial y estuvo enmarcada en una “solución negociada” entre la globalización por un lado, léase la uniformización de los criterios artísticos mundiales bajo la influencia de los Estados Unidos de la mano de un imperialismo muy ajado, y los intereses locales o folklóricos de la cultura rumana por el otro lado, en suma el motor de buena parte de las cinematografías nacionales del planeta hasta las postrimerías del Siglo XX. Si bien los dos movimientos se superponen en parte, tranquilamente se puede decir que el Nuevo Cine Rumano abarca la primera década del nuevo milenio, siempre fundamentalmente orientado a la exportación y los festivales del exterior, y el cine popular trató de pelearle a Hollywood desde ese 1989 hasta el presente.
En consonancia con la crisis internacional actual de la industria cultural en un mercado saturado de plataformas de streaming y tanques millonarios muy anodinos provenientes de yanquilandia, los rumanos durante los últimos años han profundizado la vertiente comercial vinculada a la exportación de géneros “duros”, como el terror, mientras se concentran en comedias para el mercado doméstico, así las cosas La Cabra con Tres Cabritos (Capra cu Trei Iezi, 2022), buen debut en el campo del largometraje del director y guionista Victor Canache, es un típico producto de este derrotero histórico porque la película aúna en una misma propuesta el género barato que tantos aman, el citado horror, la cultura local vía un cuento de hadas muy conocido en Rumania porque forma parte de la currícula educativa, el texto homónimo de 1875 de Ion Creangă, y finalmente un minimalismo extremo que hasta parece tener presente la pata arty de la industria vernácula, precisamente aquel Nuevo Cine Romano. La trama en pantalla sustituye los animales antropomorfizados de Creangă por seres humanos, apenas cinco en total en nuestra Rumania rural del Siglo XIX: mamá (Maia Morgenstern) debe viajar hasta el pueblo para comprar provisiones porque el granero de la casita bucólica se incendió, por ello los tres vástagos se quedan solos, el joven obediente (Antonio Gavrila) y unos revoltosos asimismo sin nombre (Razvan Ilina y Silviu Corbu), dupla que es asesinada por su padrino (Marius Bodochi), un “lobo feroz” que los decapita y se lleva sus cuerpos para comerlos mientras aquel hijo menor se escondía en la chimenea.
Canache, hasta ahora un actor con una larga década de experiencia, aquí hace gala de una estupenda brevedad expositiva, en esencia expande su cortometraje del mismo título de 2019 de veinte minutos, a su vez protagonizado por estos geniales Morgenstern y Bodochi, y consigue la proeza de construir una buena película de género, a mitad de camino entre el terror folklórico y el thriller de época, que no descuida las facetas adicionales artística (el realizador sabe que los rumanos en el Siglo XXI tienen fama de propuestas muy cuidadas y respeta el asunto con una fotografía maravillosa aunque no maniática/ perfeccionista de Lulu de Hillerin), mundana melodramática (por supuesto que la pobreza de la progenitora, su soledad -el marido aparentemente murió, sin mayores precisiones- y la necesidad de venganza o rauda justicia lo cubren todo y llevan el planteo retórico hacia las cúspides del martirio y las truculencias) y alegórica (Canache respeta el cuento de hadas original casi al milímetro, incluida la trampa que la mujer le prepara al verdugo de sus vástagos traviesos, y por ello deja abierta las lecturas tradicionales del texto de Creangă, vinculadas al respeto a los mayores, la maternidad abnegada, el canibalismo capitalista, el aislamiento antiestatal, la picardía de la niñez y el campesinado, etc.). Exacerbando el extraño ritual del texto, eso de salpicar la casa con sangre de los mocosos, e introduciendo un motivo sexual, las ganas de violar a la madre del intruso, el film enriquece el latiguillo con inteligencia, un “exterior peligroso”, y sitúa en primer plano todos los sacrificios que reclama el cuidado del hogar…
La Cabra con Tres Cabritos (Capra cu Trei Iezi, Rumania, 2022)
Dirección y Guión: Victor Canache. Elenco: Maia Morgenstern, Marius Bodochi, Antonio Gavrila, Razvan Ilina y Silviu Corbu. Producción: Luana Georgita. Duración: 83 minutos.