Hackney Diamonds, de The Rolling Stones

El decadentismo exquisito

Por Emiliano Fernández

The Rolling Stones con Hackney Diamonds (2023) deja atrás un silencio discográfico de 18 años contados desde A Bigger Bang (2005), última placa de estudio compuesta exclusivamente por temas nuevos, no obstante las leyendas británicas, hoy reducidas a Mick Jagger en voz y armónica y Keith Richards y Ronnie Wood en guitarras y bajos, se han mantenido en movimiento desde entonces como lo demuestran los álbumes Rarities 1971-2003 (2005), atractiva colección de Lados B, descartes, ensayos, remixes y versiones alternativas y/ o en vivo de variada envergadura, Shine a Light (2008), aquel soundtrack doble de la genial concert movie de Martin Scorsese sobre dos shows de los Stones en octubre y noviembre de 2006 en el Beacon Theatre de la ciudad de Nueva York, y Blue & Lonesome (2016), placa cien por ciento de estudio con covers en general del blues de Chicago y un foco en gente de la talla de Willie Dixon, Little Walter, Howlin’ Wolf, Buddy Johnson, Jimmy Reed, Magic Sam, Otis Hicks y Eddie Taylor, entre otros, además de dos temas nuevos incorporados al compilado doble, triple y cuádruple GRRR! (2012), Doom and Gloom y One More Shot, y un francamente imprevisto single que llegó en el tremebundo contexto de la pandemia mundial del coronavirus, el delicioso reggae apocalíptico Living in a Ghost Town (2020) con producción del socio habitual de los ingleses desde Voodoo Lounge (1994), el estadounidense Don Was.

 

El esperadísimo y magistral Hackney Diamonds, título que hace referencia a una expresión del slang londinense en relación a los cristales rotos de un escaparate como consecuencia de un robo, con la zona metropolitana de Hackney históricamente asociada a una alta tasa de criminalidad, viene sin la presencia del bajista de siempre Darryl Jones, el cual entró al grupo con la salida de Bill Wyman en 1993 por estar cansado de la vida de la aristocracia rockera y para pasar más tiempo con su familia, y con un seleccionado de luminarias en calidad de invitados más Matt Clifford en teclados y pianos eléctricos, Steve Jordan en batería reemplazando a Charlie Watts, quien falleció en 2021 a los 80 años de edad a causa de un cáncer, y el canadiense David Campbell trabajando en los arreglos de cuerdas y el neoyorquino Andrew Watt encargándose de la producción, un treintañero que ha colaborado con gente muy heterogénea en línea con Lana Del Rey, Ozzy Osbourne, Post Malone, Elton John, Ed Sheeran, 5 Seconds of Summer, Iggy Pop, Miley Cyrus y Eddie Vedder de Pearl Jam, grupo al que le produjo el flamante Dark Matter (2024). Jordan, no sólo el baterista histórico de la banda solista de Richards, The X-Pensive Winos, sino también el coproductor de sus tres álbumes por fuera de los Stones, la obra maestra Talk Is Cheap (1988) y los dignos Main Offender (1992) y Crosseyed Heart (2015), se acopla perfectamente al mítico colectivo musical y junto a Watt ayuda a redondear una trilogía esplendorosa de discos de estudio, a la par de A Bigger Bang y Blue & Lonesome, que por un lado nos devuelve a los distintos picos creativos de toda la carrera de los señores, sobre la que regresan de manera explícita hermanando cada tema a un álbum en particular o quizás dos, y por el otro lado marca un rumbo en materia del “sonido ideal” de una agrupación de veteranos inoxidables como los Stones, idiosincrasia en simultáneo sucia, efervescente y astuta tendiente a extraer lo mejor de cada composición sin forzar ni sobreproducir nada.

 

Angry, la apertura del disco y primer corte de difusión, es un rock pesado que parece levantar el guante de A Bigger Bang ralentizando aquellos números más punks del álbum del 2005, como por ejemplo Rough Justice y Oh No, Not You Again, con el objetivo de explorar el enojo estándar del Siglo XXI y de hecho vincularlo a frustraciones sexuales, un pasado que no vuelve más, la eterna crisis económica del capitalismo hambreador, la locura de las “vocecitas en la cabeza”, esa típica paranoia para con un otro social homologado al enemigo y la vergüenza disimulada/ maquillada de no ser quien en algún momento de nuestras vidas pensamos que podríamos llegar a ser, lo que alimenta la ira individual y la poca o nula paciencia de todos en relación a todos. Con piano de Elton John, trompeta de Ron Blake y saxofón de James King de los souleros Fitz and the Tantrums, Get Close se abre camino como un pop bluesero con una producción dispersa intoxicante a lo Tattoo You (1981), vinculada a Slave, Black Limousine o la misma Start Me Up, y una letra de Mick que vuelve a indagar en la distancia contemporánea para con el prójimo en las grandes ciudades, aquí dejando abierta la interpretación en lo que respecta a si el interlocutor es una mujer o un amigo furioso o quizás un desconocido que se muestra reacio a mantener conversaciones con el narrador y su necesidad de validación afectiva, un insomne que está harto de la mochila del pasado y el caos actual y que recorre la noche en busca de compañía pero sólo encuentra a mendigos, a bípedos varios que callan sus secretos e incluso al mismísimo Belcebú, con quien negocia de manera improvisada una estadía en el paraíso para escapar de este infierno. Depending On You, con un órgano Hammond de ese Benmont Tench de lo que fuera Tom Petty and the Heartbreakers, es una hermosa balada que recuerda a Out of Tears y Blinded by Rainbows de Voodoo Lounge vía un lamento del corazón y una denuncia de mentiras que se engloban dentro de la ambivalencia marca registrada de los Stones a la hora de mostrarse vulnerables y fuertes al mismo tiempo ante el sexo opuesto, en este caso una señorita que dejó al narrador por otro macho y por ello genera una elegía dedicada no sólo a la separación en sí sino al hecho de volver a enamorarse o “depender” de la otra persona, precisamente esta frontera destruida de la personalidad en la que se deja atrás la autonomía y se accede a compartir una vida que puede resultar gratificante o derivar en fracaso, como sucede aquí en función de un exceso de confianza por parte del narcisismo promedio de hoy en día.

 

Como nunca falta la incursión cuasi punk en toda flamante placa de los Stones desde Some Girls (1978), Bite My Head Off, con el legendario Paul McCartney en bajo, viene a hacer justicia mediante una canción arrolladora que en su segunda mitad incorpora una guitarra noventosa distorsionada símil Bridges to Babylon (1997), aunque sin llegar al nivel de experimentos como el rapeo/ sampleo de Anybody Seen My Baby? o la catarata de manipulaciones retro psicodélicas de Might as Well Get Juiced, así las cosas el núcleo del tema se divide entre por un lado la ironía socarrona del cantante, reconociendo que busca una “salida rápida” y que está bromeando desde el sadomasoquismo mientras pregunta insistentemente por la razón por la que le arrancaron la cabeza de un mordisco, y por el otro lado el análisis de esa violencia social que subrayaban las composiciones anteriores, en esta ocasión homologada a los déspotas, los idiotas, los verborrágicos sermoneadores y los caprichosos de mentalidad impulsiva infantil que no entienden que hay cosas mucho más importantes en el mundo que ellos mismos. Whole Wide World, una especie de epopeya de las postrimerías de la new wave circa Mixed Emotions y Hearts for Sale, de Steel Wheels (1989), adopta el punto de vista del lumpenproletariado perseguido y criminalizado por el statu quo capitalista, una perspectiva que los Stones han utilizado desde el principio de su trayectoria y sobre todo desde los dos himnos obreros del Beggars Banquet (1968), Street Fighting Man y Salt of the Earth, aquí reorientando el asunto hacia la decepción para con el mundo miserable circundante y hacia el olvido y la persecución que padecen los sectores menesterosos, la enorme mayoría de la población en el nuevo milenio, un planteo que abarca el consabido ciclo de trabajos precarizados, vigilancia constante, desamparo por parte del Estado, marginación plutocrática/ aporofóbica y amenaza de represión y cárcel ante el más mínimo indicio de resistencia o protesta popular.

 

Sostenida en el órgano Hammond de Tench, un excelente solo de armónica de Jagger y los clásicos “diálogos” de guitarra de Richards y Wood, Dreamy Skies es un country de invitación vacacional que tiene mucho de la tetralogía del rubro -con marco adicional bluesero, desde ya- de Beggars Banquet, léase No Expectations, Dear Doctor, Prodigal Son y Factory Girl, lo que nos lleva hacia un viaje que puede o no ser bucólico o desértico porque lo realmente importante son los pequeños placeres, como una radio AM en la que suena Hank Williams interpretando algo de música honky tonk, y el hecho de desembarazarse de la tormenta de los otros seres humanos, el encierro de ciudad, los teléfonos celulares, las sirenas, la soberbia del Siglo XXI, las redes sociales, el fetiche fotográfico y especialmente aquel “mundanal ruido” al que se refería Thomas Hardy en el título de su célebre novela de 1874, amén de una reflexión al paso sobre la vejez en lo que atañe a la fecha de vencimiento del alma que se regocija por las mujeres, la risa y el vino por doquier. Mess It Up, tercer tema utilizado para la promoción del álbum como single, cuenta con una batería de Watts grabada en 2019 y perfila inmediatamente hacia la acepción estoneana de la música disco, un universo aparte que va desde Hot Stuff de Black and Blue (1976) y Miss You de Some Girls, pasa por Dance (Pt. 1) de Emotional Rescue (1980) y llega a la seguidilla suprema de Rain Fall Down, Infamy y Look What the Cat Dragged In, todas de A Bigger Bang, ahora con unos versos que dan vuelta el abandono de Depending On You ya que en Mess It Up es el hombre quien deja a una hembra que en el despecho empieza a acosar a su otrora pareja e incluso la escracha robándole el teléfono y haciendo públicas fotos privadas en lo que parece ser un ambiente virtual de amigos cercanos aunque no tanto en sintonía con las redes sociales excrementicias del presente, todo a su vez con el doble latiguillo de fondo de una verdad unidimensional, pensada como construcción de un punto de vista concreto que niega al del resto de la sociedad, y una vida particular -quizás con otra amante o pareja- a la que no se pretende renunciar porque la vengativa ninfa en cuestión no lo vale ni remotamente.

 

En el único tema con producción de Don Was, Live by the Sword, marcado por el piano de Elton John, el bajo de un reaparecido Bill Wyman y nuevamente esa batería original del amigo Charlie, nos topamos con una canción frenética con aires lejanos de rockabilly que recuerda por la crudeza de su producción a los tracks más agitados de Black and Blue, como Hand of Fate y Crazy Mama, por cierto jugando con la reciprocidad y la balanza tragicómica de un mundo caníbal -gran leitmotiv del disco y de buena parte de la carrera de los Stones- en las mejores estrofas del Jagger comentarista social/ político/ económico/ cultural para Hackney Diamonds, como esa primera de “Si vives por la espada, morirás por la espada/ si vives por el arma, morirás por el arma/ si vives para el cuchillo, bueno, te apuñalarán/ enfréntate a la ley, bueno, te atraparán/ si vives para la venganza, sentirás la reacción social/ si vives para ser cruel, te morderé en el culo”, o la segunda, “Si quieres hacerte rico, siéntate con la gerencia/ si quieres ser pobre, será mejor que le pagues al propietario/ si estás metido en el crimen, bueno, estás metido en el fango/ si estás viviendo una mentira, mírame directamente a los ojos/ si estás encerrado en la cárcel, será mejor que te liberes/ si buscas amor, no corras hacia mí”, o la tercera y final, “Si vives como una puta, mejor sé una puta extrema/ si vives según el reloj, te espera un shock/ si vives para comer, mejor lame tu plato/ si quieres estar a la moda, siempre estarás desactualizado”. Driving Me Too Hard, un country eléctrico y popeado a lo It’s Only Rock ‘n Roll (1974), sobre todo modelo el country blues de Short and Curlies y Till the Next Goodbye, se consagra a una situación de nervios destrozados por una compañera romántica que se autovictimiza con llantos y un comportamiento pasivo agresivo que esconde la necesidad de controlarlo todo, frente a lo cual el narrador pide en vano un descanso en el amor maltrecho para recuperar la independencia y la calma o simplemente repensar el vínculo, la distancia y las sorpresas anímicas poco felices acumuladas. El infaltable tema con Keith como vocalista, Tell Me Straight, no sólo aporta el mejor solo de guitarra del disco y esa melancolía popera sucia circa Wild Horses y Dead Flowers, de Sticky Fingers (1971), sino también un buen ejemplo de la capacidad de resumen de los señores y del productor Watt, quienes en menos de tres minutos -o 48 minutos y 33 segundos de duración total- sintetizan de maravillas todo lo que está bien en el rock clásico en materia de no alargar innecesariamente los temas, no “emprolijarlos” más de lo conveniente e ir directamente al meollo dramático de la composición que nos ocupa, una bien depresiva de aceptación tácita de la derrota -o la verdad, parafraseando la terminología aquí retomada de Mess It Up– y de súplica por algún tipo de definición romántica/ existencial ante la contraparte amorosa, quien se entretiene con la velocidad estupidizante del mundo contemporáneo, gusta de hacerse esperar a puro sadismo y en esencia no se decide entre la continuidad o el acto de ya soltarle la mano al hombre sufriente.

 

Sweet Sounds of Heaven, épica religiosa en honor al Todopoderoso y segundo single del disco, ahora cantado a dúo con Lady Gaga y con la participación en saxofón de King, en trompera de Blake y en piano y sintetizador Moog de nada menos que Stevie Wonder, es un gospel muy souleado en la tradición de las odiseas sónicas del alma de Exile on Main St. (1972), como Tumbling Dice, Loving Cup, Let It Loose y Soul Survivor, más una pizca de la mini ópera rockera mitologizada You Can’t Always Get What You Want, de Let It Bleed (1969), por ello es de destacar la típica letra stone que arranca respetuosa para con las formas del género y eventualmente derrapa en la picardía del blues y toda su sabiduría callejera, siempre moviéndose entre el cinismo defensivo y la esperanza honesta en relación a un mundo mejor futuro o paralelo/ sobrenatural/ mundano de ética plena, en este sentido los versos aglutinan desde manifestaciones de deseos, como que nadie pase hambre o sienta dolor esta noche, pasando por la retroalimentación de las risas y los llantos y por el nacionalismo de niños que realmente bendicen la tierra en la que nacieron, hasta los apuntes autobiográficos de “Cantemos, gritemos, estemos todos orgullosos/ deja que los viejos sigan creyendo que son jóvenes”, a lo que se suma un hermoso puente, “No puedes tener una luz sin una pequeña sombra, sí/ siempre necesitas un objetivo para tu arco y flecha/ quiero empaparme de la lluvia de tu amor celestial”.

 

El último tema del disco, Rolling Stone Blues, es un cover de aquella Rollin’ Stone (1950), de Muddy Waters, que le dio el nombre a la banda en 1962, a una famosa canción de Bob Dylan, Like a Rolling Stone (1965), y a la revista homónima por antonomasia del rock, fundada en San Francisco, California, en 1967 por Jann Wenner y Ralph J. Gleason, en suma un blues muy poderoso que remite a Blue & Lonesome y se beneficia mucho de la armónica de Jagger, a la par generando el clima de intimidad y despedida socarrona de Her Majesty, el hidden track del final de Abbey Road (1969), de The Beatles, y reproduciendo tres de las fantasías o clichés más perdurables del rock, el de las mujeres persiguiendo a los músicos, el de la hembra casada que nos invita a pasar a su hogar cuando el marido no está y el de la vida del trotamundos que privilegia su libertad por sobre las cadenas de la sociedad y sus responsabilidades esclavistas, de allí se explica el título según un viejo proverbio anglosajón, “una piedra que rueda no acumula musgo”.

 

A diferencia de los muchos autohomenajes del grupo a lo largo de los años, todos en mayor o menor medida disfrutables aunque en ocasiones redundantes y sobre todo poco rigurosos o coherentes en lo referido a una carrera colosal e imposible de abarcar, Hackney Diamonds exuda un detallismo notable y una urgencia muy contagiosa que apuestan al sustrato lúdico apocalíptico de los Stones pero sin perder el discurso de choque de siempre, hoy más vigente que nunca en consonancia con un planeta en ebullición que no sólo no ha resuelto ninguno de sus problemas históricos -desigualdades, vehemencia ciega, hipocresía de a montones, desastres ecológicos, individualismo acérrimo, fascismos neoliberales espantosos, etc.- sino que los agravó de manera inusitada y desde todo punto de vista. El decadentismo exquisito y hoy barnizado de los ingleses, todo gracias a la solvencia de un Watt cuya sola presencia hace las veces del “sujeto extraño” que obliga a los otrora adversarios a comportarse como es debido para abandonar las peleas, el hedonismo o el luto por el fallecimiento de Watts, no está volcado hacia la autoreflexión excesiva modelo “narcisismo de superestrella” de tantos artistas de la tercera edad de aquella generación, una perspectiva que puede ser bastante patética por parte de multimillonarios que lloran su relevancia cultural perdida, jugada conceptual sensata de los Stones que se agradece muchísimo al igual que este puñado de canciones extraordinarias que se sienten sinceras en función de la identidad pretérita de los señores y la exploración de este embrollo internacional que el nuevo capitalismo represor no se cansa de imponer en cada uno de los rincones de una esfera celeste en crisis. La ambición del álbum, como decíamos con anterioridad, está en gran medida orientada a la frustración y la cólera acumuladas por un estado de cosas que nunca mejora y siempre parece a punto de explotar, así las composiciones reflejan semejante vorágine aunque también destilan -hasta lo mínimo indispensable- el fluir y el corazón mismo de la personalidad de los músicos, aquí poniendo de relieve de modo completamente natural que ellos inventaron el nicho rockero en el mercado global y por ello cada tema nuevo se acopla sin rispideces al segmento musical maduro tracción a sangre, ese que la gran industria en el Siglo XXI pretende robotizar a través de autómatas, algoritmos y truquillos de maquillaje sonoro digital que no pasan de la superficialidad o el plástico anodino intercambiable.

 

Hackney Diamonds, de The Rolling Stones (2023)

Tracks:

  1. Angry
  2. Get Close
  3. Depending On You
  4. Bite My Head Off
  5. Whole Wide World
  6. Dreamy Skies
  7. Mess It Up
  8. Live by the Sword
  9. Driving Me Too Hard
  10. Tell Me Straight
  11. Sweet Sounds of Heaven
  12. Rolling Stone Blues