A pesar de que no es particularmente conocido en el mundo hispanoparlante por cierta distancia cultural y el desinterés de turno del cine mainstream norteamericano, el Affaire o Caso Profumo aún goza de una triste fama en el ecosistema anglosajón y especialmente británico porque constituyó uno de los clavos del ataúd de aquella confianza popular algo cándida de mediados del Siglo XX para con las autoridades estatales, credibilidad que se vino abajo de modo estrepitoso mediante este escándalo que en su momento puso en primer plano los secretitos sórdidos de las elites políticas, económicas y culturales y la costumbre de los representantes públicos de mentir para salvarse, amén de ese antiguo ardid de buscar un “chivo expiatorio” para que cargue con la culpa que en este caso se unifica con otra marca registrada del poder bien fascistoide, léase el castigo institucional por haberlo puesto en vergüenza o dejarlo desnudo a ojos de la prensa rapiñera/ parasitaria y unos votantes cada día más desconcertados. Todo comienza en 1960, cuando una tal Christine Keeler, de 18 años de edad, conoce en el cabaret del Soho londinense en el que trabajaba, Murray’s, a Stephen Ward, un médico osteópata y dibujante especialista en retratos que solía organizar orgías para las elites dirigentes de la época en Cliveden, la casa de campo de William Astor alias Lord Astor, un oligarca vinculado al Partido Conservador en funciones. Keeler, junto con otra bailarina en topless de Murray’s, Mandy Rice-Davies, pronto se muda al domicilio de Ward y comienza a ejercer la prostitución y a frecuentar las orgías y círculos cercanos del osteópata, así conoce e inicia romances casi en paralelo con John Profumo, secretario de guerra del gobierno del primer ministro Harold Macmillan, e Yevgeny Ivanov, el agregado naval de la Embajada Soviética en la capital del Reino Unido y un supuesto agente de la Dirección Principal de Inteligencia, el organismo soviético que controlaba la información militar externa. A sabiendas del asunto el MI5, el Servicio de Seguridad inglés, se propone utilizar a la ninfa a través de su proxeneta tácito, Ward, para lograr que Ivanov mute en un desertor y salte definitivamente al emporio capitalista occidental, algo que jamás sucede.
En uno de los puntos más álgidos de la Guerra Fría, caracterizado por aquella Crisis de los Misiles de Cuba de 1962 provocada por el despliegue yanqui de ojivas nucleares en Italia y Turquía, la paranoia con respecto a las infiltraciones rusas era moneda corriente y por ello la prensa sensacionalista del momento se hizo un festín con la mera posibilidad de una “fuga de información” a raíz del triángulo amoroso esperpéntico entre Keeler, Ivanov y Profumo, lo que en esencia se supo cuando el ojo público se volcó hacia la señorita por las pasiones incontrolables que generaba entre sus amantes/ clientes/ semi novios, hablamos específicamente de dos episodios, primero la horrible pelea entre dos de sus pretendientes, Aloysius Gordon y Johnny Edgecombe, con este último cortándole el rostro al otro con una navaja, y segundo una ráfaga de disparos contra la puerta de la casa de Ward por parte de Edgecombe, quien quería ver a Keeler y pronto enfureció porque ni ella ni Rice-Davies lo dejaron entrar. Los grotescos sucesos y los dos juicios posteriores, con Edgecombe siendo absuelto de agredir a Gordon aunque recibiendo una sentencia de siete años de cárcel por posesión de un arma de fuego con la intención de poner en peligro la vida, llevaron a los reporteros hacia una Christine que se engolosinó con la posibilidad de sacar algunas libras de sus experiencias amorosas con la aristocracia, los funcionarios públicos adúlteros y la alta burguesía local, lo que generó una ola imparable de rumores que terminó de explotar en 1963, cuando el secretario de guerra mintió en la Cámara de los Comunes afirmando que su relación con Keeler nunca pasó de lo amistoso y que siempre se mantuvo fiel a su esposa, la actriz Valerie Hobson, un preámbulo para la renuncia no sólo de Profumo, autoincriminado por una carta de 1961 que le escribió a Christine, sino también del propio primer ministro, aquel Macmillan que adujo motivos de salud. Como el lenocinio no era ilegal en el Reino Unido, la venganza del establishment se posó casi de manera exclusiva sobre Ward, el cual efectivamente sin proponérselo puso en rauda vergüenza al gobierno conservador y lo llevó a perder las elecciones en 1964 frente a ese Partido Laborista liderado por Harold Wilson.
Si bien en aquel momento Robert Spafford dirigió un retrato de los acontecimientos, La Historia de Christine Keeler (The Christine Keeler Story, 1963), de hecho con Yvonne Buckingham interpretando a la showgirl más famosa, la película insólitamente no se pudo estrenar porque la Junta Británica de Censores Cinematográficos la boicoteó de manera poco sutil y lo cierto es que tuvieron que pasar un poco menos de tres décadas para que el “gran tabú” de la política inglesa pudiese tener una representación en la pantalla grande, Escándalo (Scandal, 1989), muy buena ópera prima de Michael Caton-Jones que se centra tanto en la figura de Keeler, ahora en la piel de una Joanne Whalley que ya se había casado con Val Kilmer después de colaborar con él en Willow (1988), el recordado proyecto de George Lucas que rodó Ron Howard, como en el malogrado Ward, aquí compuesto por un extraordinario John Hurt que comprende a la perfección el hedonismo tragicómico del socialite y dandy, en general un voyeur que no solía participar en las orgías que organizaba en Cliveden ni mantuvo contacto sexual con Keeler, aunque sí con Rice-Davies, y en última instancia un pobre diablo que terminaría abandonado por todos sus amigos en el poder y los servicios de inteligencia y suicidándose en 1963 vía una sobredosis de somníferos durante las postrimerías del juicio que los conservadores montaron sobre su cabeza en calidad de proxeneta que para colmo se especializaba en ninfas menores de 21 años, la mayoría de edad según la legislación británica de la época. La película, desde un típico tono agridulce y desapasionado inglés, nos pasea por cada uno de los estadios de esta bola de nieve teniendo siempre presente el linchamiento y ostracismo forzado del osteópata, la improvisación y/ o marginalidad tácita de Keeler y Rice-Davies (primer rol de importancia de Bridget Fonda, hija de Peter Fonda y nieta de Henry Fonda) y sobre todo ese canibalismo burdo y necio de los estratos dirigentes que se suele combinar con su opuesto exacto, un corporativismo que muestra sus dientes cada vez que dicha mafia se siente amenazada o necesita transmitir un mensaje o un ultimátum contra miembros díscolos o proveedores de jolgorio como Ward.
Es precisamente la desprotección de las furcias y del alcahuete bizarro, en contraposición a unos Profumo (Ian McKellen) e Ivanov (Jeroen Krabbé) que fueron “resguardados” por sus respectivos marcos institucionales, el leitmotiv de fondo del docudrama de Caton-Jones, un escocés a posteriori recluido en la insistente medianía cualitativa de films como Memphis Belle (1990), Doc Hollywood (1991), Rob Roy (1995), Herencia de Sangre (City by the Sea, 2002) y Disparando a Perros (Shooting Dogs, 2005), además de encargarse del primer rol de importancia de Leonardo DiCaprio, Mi Vida como Hijo (This Boy’s Life, 1993), y de redondear dos bodrios dolorosos, El Chacal (The Jackal, 1997) y Bajos Instintos 2 (Basic Instinct 2, 2006), la primera una relectura del clásico de 1973 dirigido por Fred Zinnemann y la segunda una secuela mamarrachesca de la joya del neo noir de 1992 del querido Paul Verhoeven. La hermosa Whalley, una actriz televisiva hoy por hoy en su período de gloria cinematográfica gracias a la presente, Willow, Complot contra la Libertad (To Kill a Priest, 1988), de Agnieszka Holland, y Mátame otra vez (Kill Me Again, 1989), el opus de John Dahl, respeta con astucia y oficio la estela de Hurt y también logra construir un personaje contradictorio, capaz de poner en jaque a todo un gobierno desde una picardía que no pudo medir las consecuencias de sus acciones y su encanto. La epopeya apuesta a la hipótesis de la interdependencia afectiva entre Keeler y Ward, de hecho deslizando que ella comienza a hablar con la prensa por despecho cuando la expulsa del hogar compartido por el ataque a tiros de Edgecombe, y simplifica algunos eventos, en especial minimizando la envergadura de la colaboración de Stephen con el MI5 de la mano de un agente conocido como Señor Woods (Oliver Ford Davies), cuando en realidad el proxeneta se movió en la diplomacia paralela/ por debajo de la mesa en ocasión de la Crisis de los Misiles de Cuba, sin embargo el film sabe denunciar por un lado la hipocresía de las autoridades, siempre dispuestas a impartir juicios sobre terceros sin realizar autocrítica, y por el otro lado el disciplinamiento siempre cruel de la policía y el aparato judicial, verdugos al servicio del poder ejecutivo…
Escándalo (Scandal, Reino Unido, 1989)
Dirección: Michael Caton-Jones. Guión: Michael Thomas. Elenco: Joanne Whalley, John Hurt, Bridget Fonda, Ian McKellen, Jeroen Krabbé, Leslie Phillips, Britt Ekland, Daniel Massey, Oliver Ford Davies, Roland Gift. Producción: Stephen Woolley. Duración: 115 minutos.