Bush es la típica banda menor perteneciente a una época o camada maravillosa, concretamente aquella del grunge y el rock alternativo de la década del 90, conceptos paraguas que supieron abarcar a gente tan diversa como Nirvana, Pearl Jam, The Smashing Pumpkins, Alice in Chains, Soundgarden, Jane’s Addiction, Stone Temple Pilots, Hole, Screaming Trees, Melvins, Skin Yard y Mudhoney, entre otros, aunque lo de estos ingleses -sinceramente- siempre estuvo más vinculado a la Clase B del movimiento, léase Collective Soul, Silverchair, Foo Fighters, Live, Soul Asylum y Candlebox, grupete caracterizado por la accesibilidad de su propuesta y una evidente mediocridad en la comparación con los popes del formato, a su vez una amalgama de la faceta musical del heavy metal, la actitud del punk y la idiosincrasia en general del indie. La agrupación en la actualidad está formada por el único miembro permanente, el cantante y guitarrista Gavin Rossdale, y un trío que incluye al bajista Corey Britz, el baterista Nik Hughes y el guitarrista Chris Traynor, no obstante su alineación histórica/ iniciática fue aquella de Rossdale más Dave Parsons en bajo, Robin Goodridge en batería y Nigel Pulsford en guitarra líder o melódica, precisamente los responsables del período más exitoso, los años 90, aunque sólo en Estados Unidos porque el público británico hilarantemente les ha dado la espalda desde sus inicios, allá en la Londres de 1992, hasta su separación en 2002 completando una década de vida, lo que con el tiempo generaría un regreso en el año 2010 que se extiende hasta nuestros días y equivale a la “toma de posesión” del grupo por parte del frontman, Rossdale, en gran medida transformándolo en un proyecto solista nada disimulado.
El trabajo más famoso del grupo es el primero, Sixteen Stone (1994), álbum redundante aunque disfrutable que compensa con oficio lo que le falta en originalidad ya que literalmente funciona como una mixtura de las tres encarnaciones cruciales de Nirvana, la visceral de Bleach (1989), la ampulosa/ masiva de Nevermind (1991) y la autoconsciente o más bien cerebral de In Utero (1993). Luego llegarían Razorblade Suitcase (1996), clásica secuela que duplica la fórmula ganadora del debut y la pule para exacerbar el costado más áspero del sonido previo mientras se lo combina con detalles delicados cercanos al pop radiable de FM del período en cuestión, a lo que agrega una pizca del indie que claramente influenció a los muchachos, ese de Pixies, Sonic Youth, Unrest y Dinosaur Jr., y The Science of Things (1999), trabajo ameno que arrima el barco hacia las islas del trip hop, el big beat y el rock industrial, géneros de moda en aquellos años, y termina de ratificar que Rossdale debe ser el mejor imitador del planeta no sólo de Kurt Cobain, de Nirvana, sino también de Eddie Vedder, de Pearl Jam, Chris Cornell, de Soundgarden, Layne Staley, de Alice in Chains, y por supuesto Scott Weiland, de Stone Temple Pilots. Golden State (2001) sería el último disco con la formación original, una placa que trata de incluir baladitas desvergonzadas del montón y de regresar al terreno de Sixteen Stone, a raíz de la magra performance comercial de The Science of Things, sin embargo la movida desde el vamos resultó tardía porque Bush entró con retraso al armazón musical del rock alternativo, de hecho cuando estaba siendo sustituido por los lamentables nü-metal y post-grunge en la etapa siguiente al suicidio en 1994 de Cobain de un disparo en la cabeza, a la temprana edad de 27 años. La separación en esencia generó dos discos solistas de Rossdale para el olvido, Distort Yourself (2005), aparecido bajo el mote de una banda semi ficticia llamada Institute, la cual por cierto en su formación de sesionistas ya incluía a Traynor, y Wanderlust (2008), en esta ocasión reconociéndolo sin problemas como opus en soledad, el primero una relectura del rock pesado clásico desde la filosofía post-grunge del mandamás de Bush y el segundo una incursión en el soft rock, las power ballads y el pop hecho y derecho que derrapaba en lo anodino o impresentable.
En primera instancia la reunión de 2010 nos dejaría con The Sea of Memories (2011), vuelta asquerosamente comercial pero simpática que enfatiza lo mucho que creció Gavin como cantante con el transcurso de los años, incluso dejando entrever cierto énfasis en el costado pop de la banda y un inusitado interés en la new wave, el arena rock, el glam, el pop barroco, el rock gótico y el metal lánguido modelo Black Sabbath o Led Zeppelin, todas vertientes que ya habían aparecido en los cuatro trabajos primigenios aunque de manera bastante solapada, y Man on the Run (2014), trabajo tan intrascendente como el resto del catálogo de Bush pero al mismo tiempo obligándonos a reconocer la experiencia acumulada hasta este punto, en este sentido por fin Rossdale y compañía logran una fusión relativamente armoniosa de rock pesado de los 90 y pasajes electrónicos casi imperceptibles, sobre todo programaciones decorativas que fluyen de modo natural y sin molestar al oyente en el comienzo de algunas canciones. Black and White Rainbows (2017) profundiza la dirección de Man on the Run sin ofrecer nada particularmente nuevo en materia de nuestra mixtura inflada de rock alternativo, sustrato electrónico/ techno y pop amigable, más allá del acento puesto en el rock de estadios y el hecho de ser el primer álbum con producción del vocalista desde el ya lejano The Science of Things.
A continuación se acumularían dos trabajos que levantaron el nivel promedio de calidad de la agrupación, primero The Kingdom (2020), álbum que oficia de regreso a un sonido metalero luego de un opus muy toqueteado en estudio como Black and White Rainbows, panorama que claramente reproduce el repliegue rockero de Golden State con respecto al también ultra artificial The Science of Things, movida que en esta oportunidad deriva en un disco más sincero y coherente en el que el conservadurismo -de manera paradójica- le aporta frescura a la banda, por momentos cercana al grunge de antaño e incluso al hip hop, y segundo The Art of Survival (2022), placa interesante que conduce a Bush hacia los terrenos del stoner y el metal progresivo al extremo de coquetear con el nü-metal sin perder la dignidad en el camino, amén de alguna que otra rareza semi bluesera como Human Sand, canción deudora tanto de Black Sabbath y Deep Purple como de Jimi Hendrix y Living Colour. El flamante I Beat Loneliness (2025), con producción de Rossdale y Erik Ron, colaborador de Panic! at the Disco, Attila, Papa Roach y los mismos Bush en The Kingdom y The Art of Survival, constituye una prueba irrefutable de la madurez de la banda, de su eficacia en el segmento del grunge nostálgico/ aggiornado/ posmoderno y de la heterogeneidad en lo que atañe a sus riffs y repertorio estilístico a esta altura del partido, aquí pasando del rock alternativo metalizado de siempre a pinceladas de trip hop, rock industrial, funk, nü-metal, indie y shoegaze, todo en el contexto de un disco con una división muy marcada entre una primera mitad pesada y una segunda parte más apacible y cercana al pop de alma torturada, meditabunda.
Scars abre bien alto el lote sintetizando la fórmula del grupo desde The Science of Things, aquí recurriendo a una mínima base drum and bass que deriva en guitarras furiosas en ocasión del estribillo símil rock industrial, esquema que asimismo incluye a un Rossdale en plan autobiográfico y parado enfrente del espejo antes de un recital mientras destila todas sus paranoias o temores y nos regala versos sentidos como “las cicatrices son ángeles escritos en tu cuerpo/ olvido lentamente, perdono al final/ la fruta prohibida sólo trae dulce desesperación/ el dolor es un foco de liberación”. I Beat Loneliness, el tema que le da el nombre al disco, es una típica epopeya post-grunge de Bush que no sólo explora, como adelanta el título, los mecanismos para “vencer” la soledad, en esencia la fe en el prójimo, la solidaridad y un cariño que no sea autocondescendiente, sino también la traición porque las estrofas dan cuenta de una vieja amistad que se quebró por la perfidia y ahora renace a partir de una violencia compartida y el hecho de extrañar a la contraparte masculina, algo así como una cercanía recobrada que supera el vacío y el derrotismo paradigmático del hombre individual, ese que en el Siglo XXI vive rodeado de la mentira, la oquedad intelectual y las estupideces de Internet, entre otros males que enumeran los versos. En The Land of Milk and Honey nos topamos con el talento del grupo para los riffs adictivos y con una de sus reinterpretaciones del nü-metal, desde ya superando el paupérrimo nivel de calidad del género, por ello Gavin en términos prácticos recita una letra de tono político más o menos explícito en la que señala la codicia, la vertiginosidad, la desinformación, las injusticias, la oscuridad y la confusión de estos tiempos caracterizados por el ascenso -y la crisis en cámara lenta- de una nueva derecha filonazi en buena parte del globo, en este sentido el irónico estribillo nos comenta que “se siente como la tierra de la leche y la miel/ se siente bien, nos encanta el sabor del dinero/ se siente como si estuviésemos en algún punto intermedio/ el fuego hace lo que quiere”.
We’re All the Same on the Inside, ubicada entre el rock alternativo, el acervo industrial y el funk metalizado noventoso, es una composición rutinaria clásica de Bush en la que se desea unificar la potencia y la accesibilidad melodiosa pero la amalgama de turno no logra escapar del campo de lo derivativo y ya largamente trabajado en el pasado, en esta oportunidad recuperando el latiguillo por antonomasia del disco, la locura y los problemas psicológicos en general, para que Rossdale pueda seguir jugando con el masoquismo, la depresión, la bipolaridad y la terapia a cielo abierto basada en esa igualdad espiritual de la humanidad que pregona el título. Condimentada con líneas deliciosamente ridículas de sintetizador, I Am Here to Save Your Life vuelve a levantar el umbral de calidad del álbum abrazándose al grunge más ortodoxo y apelando a uno de los leitmotivs conceptuales del movimiento, la insensibilidad en medio de la enajenación de una sociedad capitalista despreciable, planteo que nos deja con chispazos de sadismo por parte del narrador, la conciencia de que en realidad no conoce a nadie a su alrededor y finalmente la certeza de que debemos luchar tanto contra la guerra y el suicidio como contra la soberbia y el pesimismo patológico, amén de una referencia a Donde Viven los Monstruos (Where the Wild Things Are, 1963), el célebre libro infantil ilustrado de Maurice Sendak, y de un latiguillo que ataca a la religión y apuesta al poder del arte, “si ves a Buda, mátalo/ si ves a Dios, estás delirando/ la redención es la canción”. 60 Ways to Forget People continúa la estela de los tracks anteriores, de hecho recuperando el rock alternativo metalizado marca registrada de los británicos, aunque se podría decir que en materia de la letra invierte la apertura hacia el mundo ya que lo que las estrofas ahora proponen es efectivamente replegarse hacia uno mismo en plan defensivo, luego de haber sobrepasado el límite de contacto para con un exterior que así como ofrece ayuda también puede resultar sofocante/ asfixiante, por ello el protagonista se autoconvence de la necesidad de bajar la velocidad de su mente y de olvidar a determinados personajes dañinos o tóxicos, en gran medida perdonándolos de la misma forma que el narrador fue perdonado tiempo atrás.
Con pinceladas de downtempo y ambient, Love Me Till the Pain Fades aprovecha con astucia los recursos del rock industrial, el funk metal y el krautrock para embadurnarnos en los oídos otra de las diatribas de Gavin sobre sus padecimientos mentales del rango de lo estándar dentro del estrellato mainstream, de este modo la “guerra interior” se anula con el silencio y con el aparente amor de una señorita que lo inmuniza ante el dolor y la angustia al punto de hacerlos desaparecer, por lo menos por un tiempo hasta que el ciclo masoquista comience de nuevo en consonancia con otra jornada para el espanto porque “estoy sumido en una canción meditativa/ canta conmigo”. We Are of This Earth, una especie de balada hiper triphopera con aires de shoegaze y un colchón permanente de guitarras de fondo, abre la segunda mitad del disco conduciéndonos hacia dos corazones rotos de la mano de una separación, por supuesto retratada con versos honestos pero muy simples e involuntariamente graciosos por ser dignos de un muchacho todavía cursando el colegio secundario, algo bastante patético viniendo de alguien con 59 años a cuestas como Rossdale, “sus labios eran atrevidos, sus ojos rojos/ sus cicatrices eran nuevas, las de él aún sangraban/ campos minados de lujuria/ él era el árbol, ella era la tierra/ él era el mar, ella era el río/ somos estrellas en el cielo/ nos amamos en oleadas, no sé por qué”. La desechable Everyone Is Broken sigue el esquema baladístico aunque prescindiendo de la electrónica y optando en cambio por cierto indie minimalista que universaliza ese desencanto y ese infantilismo del nuevo milenio que esconden la hipocresía de unos rostros públicos tendientes al embuste ventajista/ oportunista del poder, detalle que queda de manifiesto en versos varios en sintonía con “todos están rotos, perdón por mi locura/ sé que soy invasivo, nunca vinieron a salvarnos/ todos los niños han hablado, estamos nadando en un océano/ felices de estar flotando, intento mantenerme abierto/ todos están rotos, ocultando sus rostros verdaderos/ la verdad está en los intersticios, vives la vida que creas/ todos están rotos, todo está en movimiento”.
Don’t Be Afraid es una típica canción de medio tiempo de Bush, ahora construida alrededor de una programación atractiva en primer plano y capas y capas de efectos de teclados, que profundiza la faceta sensible de I Beat Loneliness, en esta ocasión subrayando la ciclotimia del narrador y su pretensión de recuperar el afecto de su pareja mientras se refuerza a lo social como contención frente a los excesos de lo individual caprichoso o quizás vehemente, algo que desde ya aplica de maravilla a un Siglo XXI donde el razonamiento, la lógica y los datos tienden a manipularse o directamente obviarse en favor de la emocionalidad más lunática. En Footsteps in the Sand Gavin se metamorfosea con Trent Reznor, de Nine Inch Nails, para un tema que por un lado parece sacado del rock industrial más popular de los 90, especialmente aquel de The Downward Spiral (1994) o The Fragile (1999), y por el otro lado recupera el latiguillo de pararse frente al espejo y autoanalizarse para superar la tristeza fetichizada, las drogas o la complacencia hedonista, jugada que de todas maneras incluye algo de perdón en primera persona vía versos que nos hablan de la autodepreciación y el egoísmo abúlico como signos de época, “no tenemos la culpa/ no podemos evitar lo que vino antes/ no te degradaré/ todos somos tan vanidosos/ tomándolo todo tan personal”. La placa cierra con otra power ballad insulsa aunque bienintencionada, Rebel with a Cause, que sigue con la perorata ya cansadora de los demonios internos y la tendencia de Rossdale a un autosabotaje enmarcado en un ciclo depresivo de nunca acabar como si hablásemos de un adalid devaluado del rock gótico de la década del 80, pensemos para el caso en el monólogo/ soliloquio del puente y su denuncia de la paranoia burguesa, “no sé por qué no puedo llegar al otro lado de mi cabeza/ como si estuviera atrapado entre todos mis deseos y todas mis necesidades/ no sé por qué piensas que la vida te persigue de verdad/ tienes el mundo a tus pies pero aceptas la derrota”.
Retomando lo que decíamos al comienzo, I Beat Loneliness es un trabajo potable de una banda veterana aunque evidentemente mediocre que ofició de furgón de cola de una generación muy valiosa como lo fue aquella de las postrimerías del Siglo XX, lo que equivale a aseverar que el disco no le cambiará la vida a nadie aunque indudablemente es mucho mejor que lo que se suele editar tanto en el mainstream como en el indie del nuevo milenio, un período de medianía insípida naturalizada en el que el ciego es rey por la sencilla razón de que no tiene mucha competencia a su alrededor o sabe aprovechar los recursos que atesoró con el tiempo o supo autoinventarse desde su sabiduría, sea ésta pequeña o monumental. Esta condición de Bush de dinosaurios flotando en el vacío cultural, con una capacidad de rockear que supera con creces a su homóloga de la fauna caricaturesca y casi siempre muy poco inspirada del Siglo XXI, los sitúa en una categoría aparte que sobrepasa la nostalgia porque los señores se las ingeniaron para construir una idiosincrasia propia que combina todas las etapas de su carrera de más de tres décadas, desde los años del grunge, pasando por los coqueteos electrónicos y los pasos en falso en el pop, hasta llegar a la heterogeneidad de los últimos lustros. En este sentido queda claro que la eficacia de los ingleses reside mucho más en las guitarras furiosas del post-grunge de la primera mitad de la placa que en la suite melancólica y demasiado autorreferencial que cierra esta flamante aventura en estudio, un trabajo olvidable pero no por ello menos digno tratándose de un pedigrí rockero y un profesionalismo de vieja escuela que hoy brillan como un oasis en el desierto -o en los sótanos cualitativos- de la música popular.
I Beat Loneliness, de Bush (2025)
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