Hit Me Hard and Soft, de Billie Eilish

El eclecticismo monótono

Por Marcos Arenas

El mainstream actual adora vendernos papelitos de colores y estafas empaquetadas de diamantes en bruto, los viejos y no tan queridos “buzones”, y la norteamericana Billie Eilish Pirate Baird O’Connell alias simplemente Billie Eilish rankea en punta como uno de los productos menos consistentes y atractivos del lote, una suerte de princesita emo/ kitsch/ semi gótica sustentada en la producción casi siempre raquítica de su hermano mayor, Finneas O’Connell, por cierto éste responsable del aletargado y muy flojo Optimist (2021) y junto con ella ganador de dos premios Oscars a Mejor Canción Original por un par de bodrios ultra insípidos, No Time to Die (2020), tema compuesto para el film homónimo de 2021 de James Bond dirigido por Cary Joji Fukunaga, y What Was I Made For? (2023), canción de la banda sonora de Barbie (2023), obra muy despareja escrita y dirigida por Greta Gerwig. En este sentido basta con tener presente lo poco que se sostiene la maquinaría makertinera y publicitaria construida alrededor de ella cuando se analiza de manera detallada su producción discográfica hasta la fecha, una que nace en el lamentable When We All Fall Asleep, Where Do We Go? (2019), de hecho un trabajo ecléctico, cursi, bastante tilingo y muy poco original que no se define entre -ni hace nada particularmente memorable y mucho menos novedoso en- el electropop, el post punk, el hip hop, el art rock, la balada, el synth-pop, el dance, la música industrial, el jazz, el ambient y ese indie susurrado y por momentos soporífero, como si se tratase de una combinación de la banalidad de Avril Lavigne, la banalidad de Lorde y la banalidad de Taylor Swift -entre otras tantas “angustias” redundantes e impostadas, desde ya- pero en una versión bedroom pop adolescente con dosis iguales de lo-fi y filosofía “do it yourself” alias DIY music, en esencia un ejemplo mediocre del adagio de que no hace falta tener talento u ofrecer algo en verdad valioso, sincero o por lo menos visceral para alcanzar el éxito masivo en el nuevo milenio, apenas sirve invertir la fórmula del pop hueco contemporáneo y maquillarlo de seudo autenticidad púber de entrecasa con el corazoncito puesto en el cine de horror y suspenso.

 

Happier Than Ever (2021), típico disco de vacilación en torno al próximo paso luego de un debut festejado por cierta prensa musical lambiscona y acrítica ante el éxito comercial, reconfigura el asunto hacia un combo de trip hop, bossa nova, techno, funk, country y pop de baladitas jazzeras que resulta en su conjunto completamente intercambiable con su equivalente de cualquier otra diva electropop de cartón pintado de hoy en día, incapaz de programar un beat tan majestuoso como aquellos de los años 90 de gente como Massive Attack, Portishead y Tricky o de escaparle al dualismo eterno de la producción del mainstream del Siglo XXI, hablamos de esa pomposidad inflada para las pistas de baile y de este otro extremo igualmente insoportable, el del minimalismo en cámara lenta destinado al olvido que por momentos parece querer duplicar la premisa del hip hop alternativo a lo M.I.A., Kanye West y Kendrick Lamar y en otras ocasiones insinúa algo de apego para con la vertiente futurista de Missy Elliott, Outkast y The Neptunes, todos a su vez hijos pródigos de A Tribe Called Quest, Beastie Boys y De La Soul, entre otros pioneros e innovadores varios. A pesar de que Hit Me Hard and Soft (2024), la nueva placa, en esencia se vuelca hacia lo esperable de un tercer disco de una artista de estas características y en pleno ascenso en la pirámide comercial planetaria, léase una colección más acotada de tracks y un trasfondo musical menos improvisado y más ornamental o popero clásico para salir del soponcio previo y dejar contenta a la compañía discográfica, Interscope, la verdad es que el álbum levanta bastante la puntería con respecto a los opus anteriores y deja ver una madurez que estaba completamente ausente en el pasado, hoy por hoy cortesía de pinceladas de soul, soft rock, synth-pop y rhythm and blues que mejoran mucho la presentación general de las nuevas composiciones, más allá del hecho de que a nivel letrístico todas ellas continúan moviéndose entre lo anodino, lo genérico y las payasadas seudo introspectivas del pop alternativo que pide a gritos ser tomado en serio con el objetivo de despegarse de la etiqueta del producto craneado para el consumo instantáneo del oyente menos exigente y curtido.

 

Skinny es otra de esas canciones tediosas casi a cappella de Eilish que precisamente se parece a la apertura de Happier Than Ever, Getting Older, aunque en esta ocasión en formato dream pop, coronada con una coda de cuerdas y sin las frasecitas de adolescente triste millonaria que intenta reflexionar sobre el paso del tiempo porque es momento de reemplazar semejante manojo de pavadas con versos sobre su cariño hacia un amigo, la esquizofrenia de la fama/ vida privada limitada y su adicción para con el escenario, amén de algún apunte aislado acerca de la crueldad en Internet y sobre todo en redes sociales. Entre la música disco y el soft rock, Lunch toma la forma de una composición simpática que pone en primer plano la lascivia lésbica de la cantante y letrista en torno a una chica que pretende conquistar con una catarata de lugares comunes que dispara con un estilo gracioso y cuasi rapeado, todo nuevamente con un segmento final -uno de los latiguillos favoritos de los hermanos O’Connell- que retoma al Prince de los años 80 y sus juegos con la manipulación vocal. En Chihiro, referencia a la maravillosa película animada de 2001 de Hayao Miyazaki, se dan las manos el electropop, el rhythm and blues, el house y el synth-pop para un collage que pasa con relativa naturalidad de un género al otro con vistas a retratar un corazón roto por una separación, aquí mezclándose con la confusión del narrador y las paradojas del olvido, a la vez anhelado y sin dudas temido.

 

Birds of a Feather, quizás la mejor canción del álbum, es una paradigmática balada de cadencia soul y arreglos poperos ochentosos que se sostiene en una base hiphopera y una Eilish imitando sutilmente a Lana Del Rey, todo en función de esos versos que celebran la utopía de perennidad que siempre acompaña al amor cada vez que nace una nueva relación. Wildflower baja el ritmo de repente para una balada guitarrera centrada en un melodrama de triángulo amoroso entre dos amigas y un muchacho ignoto, quien intercambia a la cornuda con la narradora mientras esta última se la pasa preguntándose qué sintió ella al estar con él y si el varón continúa pensando en ella cada vez que están juntos, competencia tácita de por medio que se mezcla con el síndrome de culpa y el sustrato efímero de la vida y el afecto. Los coqueteos lejanos con el arena rock del tema previo terminan de eclosionar en The Greatest, una canción que reproduce aquel segmento final ampuloso de la composición homónima del disco de 2021 y en esencia exprime la típica épica rockera que artistas vacuos como Eilish suelen calzarse como ropaje para luego abandonarla sin ningún compromiso ideológico ni mucho menos, ahora explorando el dejo devocional y semi masoquista del amor -otra separación incluida, por supuesto- y asimismo saltando de lo casi susurrado del inicio hacia el glam berreta ochentoso de la segunda parte y la clásica coda tranquila del cierre. L’Amour de Ma Vie, otra odisea de ruptura pero ahora siendo ella la que finiquita el vínculo, aparentemente arrepintiéndose de haberle mentido al muchacho diciéndole que era el amor de su vida aunque no tanto como para pedirle disculpas, cuenta con dos partes muy marcadas, la primera retoma la mixtura de soft rock y rhythm and blues y la segunda muta el asunto hacia el terreno del synth-pop con vocoder más bailable de la década del 80, redondeando otra experiencia placentera a pesar de la levedad bobalicona de la letra y su dejo sinceramente intercambiable con cualquier otra canción similar.

 

Se podría decir que The Diner constituye un regreso al minimalismo electropop y freak de When We All Fall Asleep, Where Do We Go? aunque los versos del caso son mucho más interesantes que los del promedio de aquel disco o los siguientes, en suma un retrato -real o hipotético, nunca sabremos del todo- de una serie de episodios de acoso que sufrió la cantante o alguna famosa de su talla pero vistos desde el punto de vista del loquito, quien efectivamente se enamora de ella, ingresa en su hogar, es detenido por la policía y en el desenlace sigue obsesionado al punto de conseguir su número de teléfono y prometer asesinar a su pareja en plan de venganza. Bittersuite es un experimento bastante errático que también juega con el costado agridulce y ciclotímico del amor y está dividido en capítulos, el primero de unos dream pop y shoegaze muy leves, el segundo y más extenso cercano al art pop lo-fi y el tercero sustentado en algo de post punk que deja pasa a un bello pasaje instrumental que por cierto hubiese constituido un mejor tema si se hubiese utilizado de base para la composición en su conjunto. Blue cierra la placa con otra estructura bipartita que coquetea con el soul y luego se consagra al trip hop aunque sin aprovechar demasiado ninguna de las dos facetas musicales, ahora con una letra olvidable que retoma motivos y frases de los temas previos -un latiguillo de la siempre excesivamente redundante Eilish- y continúa divagando sin norte alguno alrededor de la intención de alejarse de la pareja de turno y su padre tiránico, meta que choca con el hecho de que sigue enamorada del joven y lo extraña en las noches de insomnio.

 

Está claro que Hit Me Hard and Soft es el mejor disco de la veinteañera, en especial por su brevedad, la luminosidad de algunos arreglos y una tendencia de fondo a construir canciones más dinámicas y menos desnudas, soporíferas y repetitivas, no obstante aquí no opera ningún milagro porque el bedroom pop puede haberse difuminado de golpe pero aún subsiste esa artista de plástico en el medio de todo, la inofensiva Eilish, un envase vacío que se la pasa haciendo cosas que ya se hicieron un millón de veces antes y de mucha mejor manera. La prolijidad del álbum, algo que se da por descontado viniendo de un engendro sin alma del mainstream que ha generado cuantiosos dividendos, efectivamente hace todo lo posible para maquillar el hecho de que estamos ante un producto teen que se pretende vender al público adulto inmaduro del nuevo milenio, una época de oligofrénicos e ignorantes por doquier que adoran “artistas resúmenes”, como la que nos ocupa, porque les ahorra el sacrificio de tener que escuchar la música de todos los pares/ colegas a los que se roba en mayor o menor medida. El disco respeta el camino heterogéneo de Happier Than Ever y When We All Fall Asleep, Where Do We Go? pero abandona las marcas registradas de ambos, nos referimos a los chispazos de hip hop y de downtempo, respectivamente, porque su objetivo es oficiar de álbum de transición hacia una producción futura cada vez más abultada y ambiciosa, de seguro ya sacándose de encima al productor y multiinstrumentista Finneas para por fin incorporar algo de aire fresco mediante un seleccionado de colaboradores foráneos de la más variada envergadura, un cliché del mainstream desde los años 90 que deriva en trabajos esquizofrénicos aunque mucho más interesantes que el eclecticismo paradójicamente monótono y por momentos muy aburrido de las tres placas inaugurales de Eilish.

 

Hit Me Hard and Soft, de Billie Eilish (2024)

Tracks:

  1. Skinny
  2. Lunch
  3. Chihiro
  4. Birds of a Feather
  5. Wildflower
  6. The Greatest
  7. L’Amour de Ma Vie
  8. The Diner
  9. Bittersuite
  10. Blue