Mercy, de John Cale

El estatus legal del hielo

Por Marcos Arenas

Multiinstrumentista y con una educación musical clásica, John Cale es uno de esos artistas completos y cultos como ya prácticamente no existen que supo formar parte durante la década del 60 del Theatre of Eternal Music, célebre grupo avant-garde de La Monte Young, y de The Velvet Underground, la legendaria banda conformada además por el guitarrista y cantante Lou Reed, la segunda guitarra de Sterling Morrison y la baterista Moe Tucker, un colectivo que marcaría a fuego a generaciones de melómanos con su corazoncito puesto en el rock más visceral y sigiloso. A partir de comienzos de la década del 70 el galés encararía una larga y laberíntica carrera solista, mientras luchaba con su adicción a la cocaína y se frustraba por sucesivos intentos fallidos de alcanzar una mínima masividad mediante los escurridizos hits radiales del momento, que analizaremos a continuación con motivo del lanzamiento de su nuevo disco de estudio, placa que a su vez nos retrotrae a los comienzos cuando fue expulsado de The Velvet Underground después de la edición de los dos primeros discos tanto por una lucha de egos con Reed como debido a intereses musicales casi opuestos, con Lou pretendiendo un sonido rockero afable para asegurarse la independencia económica y el detalle de sacarse de encima al primer mecenas del grupo, nada más y nada menos que Andy Warhol, y con John aportando ideas de barricada para enrarecer aún más el sustrato compositivo y de grabación de la banda. Fue durante aquella desvinculación que Cale comienza a trabajar como productor en discos de terceros, llegando a desempeñar esa función en el debut homónimo de The Stooges de 1969, en Jennifer (1972), de Jennifer Warnes, Horses (1975), de Patti Smith, aquel debut del mismo nombre de 1976 de The Modern Lovers, el primer EP de 1977 de los británicos Sham 69, la ópera prima de Squeeze de 1978, Pop Model (1986), de la portuguesa Vanda Maria Ribeiro Furtado Tavares de Vasconcelos alias Lio, Squirrel and G-Man Twenty Four Hour Party People Plastic Face Carnt Smile (1987), primera aventura de los Happy Mondays, Crawl with Me (1988), debut de Art Bergmann, el LP inaugural de 1991 de la francesa Louise Féron, Rooms (1996), único disco de los escoceses Goya Dress, The Rapture (1995), última placa de Siouxsie and the Banshees, Undrentide (2000), de Mediæval Bæbes, The Boxing Mirror (2006), del norteamericano Alejandro Escovedo, y por supuesto su majestuosa trilogía con Christa Päffgen alias Nico, Desertshore (1970), The End… (1974) y Camera Obscura (1985), entre otras colaboraciones de diversa envergadura.

 

Mega clásico del art rock, el pop lateral y el proto punk, The Velvet Underground & Nico (1967) sigue ofreciendo una experiencia desconcertante, pasadas tantas décadas y tanta agua bajo el puente de la música alternativa, que salta de la dulzura y el clasicismo a la rudeza y el latiguillo musical repetido hasta un estado de sugestión surrealista. White Light/ White Heat (1968), por su parte, tampoco ha perdido con los años su dejo experimental lunático y esa impronta distorsionada que iría a parar tanto al garage, el noise y el punk como al rock experimental de guitarras, rubro al que Reed regresaría en ocasión del infame Metal Machine Music (1975), éste un verdadero mamarracho inescuchable repleto de feedback y ruido sin objetivo alguno más allá de la provocación dadaísta antimainstream. Vintage Violence (1970), ya de John, es un debut discográfico minúsculo y sublime que combina el pop barroco, el country, el soft rock, la psicodelia muy contenida, el proto indie, el rockabilly y las epopeyas sonoras del Phil Spector modelo Muro de Sonido/ Wall of Sound, una propuesta que probaría ser el pivote compositivo fundamental de Cale a futuro. The Academy in Peril (1972) constituye un más que interesante exponente de la faceta melancólica y mayormente instrumental del músico, siempre a mitad de camino entre el minimalismo, el avant-garde, el pop posmoderno, los ejercicios disonantes y la música clásica contemporánea, aquí apuntalada sobre todo en piano y cuerdas.

 

Paris 1919 (1973) se abre camino como una obra maestra rotunda del pop barroco más complejo, ese que retoma mucho del rock orquestal pero también del furioso y el cercano al folk y hasta al sustrato lírico cuasi progresivo, que fue producida por el genial Chris Thomas y cuyo título hace referencia a las Conferencias de Paz de París de 1919 que eventualmente conducirían a la firma del Tratado de Versalles de ese mismo año, pacto que cargó sobre Alemania y sus aliados la responsabilidad de la Primera Guerra Mundial y con el tiempo produjo una sensación de angustia y frustración de la que surgió el nazismo. Fear (1974) es una secuela inusitadamente abrasiva de Paris 1919 y por momentos un trabajo igual de fascinante y ampuloso, donde el minimalismo y la austeridad le ganan la pulseada al barroquismo del pasado inmediato porque Cale comienza de a poco a volcarse a la fórmula que dominaría de aquí en adelante su producción artística, léase esos pasajes frenéticos blueseros o cuasi noise que contrastan con momentos de dulzura fugaz símil The Beach Boys y una quietud entre misteriosa, hipnótica y francamente tétrica. El sustrato paranoico y ciclotímico de la extravagante personalidad de Cale aparece con todo en Slow Dazzle (1975), una placa interesante cercana a un proto punk lúdico y bastante amigable para el oyente con predisposición al art rock de impronta tan nostálgica como iconoclasta, paradoja de por medio que se resuelve con el pop filtrando las asperezas. Aquel coqueteo con el cuasi mainstream vía Island Records se cierra con Helen of Troy (1975), el último eslabón de la trilogía del músico para la compañía discográfica que se completa con Fear y Slow Dazzle, en esta oportunidad profundizando la senda agria o severa de los álbumes previos cual glam enrarecido que anticipa de lleno ingredientes del post punk y la new wave por venir mediante una mayor presencia de sintetizadores y autosabotajes en arreglos y composición aunque sin prescindir de las guitarras y/ o una banda rockera tradicional, hoy curiosamente más potente que nunca.

 

Honi Soit (1981) es un típico disco de aggiornamiento ochentoso por parte de un artista que estuvo dedicado al ostracismo durante los últimos años de la década del 70, por ello el álbum es algo mucho olvidable en su solución negociada -y bastante forzada, por cierto- entre hard rock clásico, detalles experimentales aislados y capas omnipresentes de sintetizadores poperos o freaks. Music for a New Society (1982) funciona como otra de las obras maestras de Cale, aquí lanzándose de cabeza al semi ambient, la drone music improvisada y el indie rock más minimalista o de cámara que recurre al piano y a una percusión demente y suprime el sustrato pomposo habitual de aquellos sintetizadores de los años 80 para extraer una melancolía profunda, lúgubre, desconcertante, masoquista y por momentos en verdad apocalíptica, digna de una electrónica microscópica que siempre parece garantizar que el señor está cantando -o más bien recitando- a cappella, desde una gran desnudez expresiva. Especie de intento desganado de new wave radiable ochentosa de base rockera poco imaginativa que no convence a nadie, Caribbean Sunset (1984) carece de los floreos vanguardistas de las placas previas, del sustrato grasiento pero adictivo del pop masivo de la época y sobre todo de las grandes canciones que justificarían de por sí la existencia del disco, este último el gran pecado imperdonable de la placa. Artificial Intelligence (1985) puede ser leído como un ensayo esquemático de Cale en pos de alejarse de los sonidos más banales o insípidos de mediados de los 80 para recuperar los pasajes tranquilos de Vintage Violence y Paris 1919 y mucho del dejo hipnótico de los álbumes subsiguientes, en sí una faena no particularmente memorable pero exitosa y muy digna si la comparamos con la placa anterior, quizás la peor de la carrera del galés.

 

Words for the Dying (1989) es un experimento entre fallido y anodino basado en la idea de combinar el piano estándar de Cale, unos poemas de Dylan Thomas, coros fastuosos, una filarmónica rusa y composiciones redundantes símil música clásica tradicional y/ o soundtrack hollywoodense ultra inflado, engendro sin pies ni cabeza que para colmo supuestamente pretendía ser una reflexión algo trasnochada sobre la Guerra de Malvinas de 1982 y que en última instancia se parece a los bodrios de Paul McCartney del rubro, como Liverpool Oratorio (1991), Standing Stone (1997), Working Classical (1999) y Ecce Cor Meum (2006). Songs for Drella (1990), encarado junto a Lou Reed como homenaje a Andy Warhol, fallecido en 1987 a los 58 años de edad después de una operación de vesícula biliar, es otra de las obras maestras de John y una de las grandes joyas del art rock entre cabaretero, luminoso, irónico, autobiográfico, austero y cercano a la drone music, el dream pop, el country y ese noise de pianitos locos y guitarritas sucias o épicas que ayudan a repasar vida y obra del mítico artista plástico y las impresiones que de él tienen/ tuvieron Reed y Cale. Honestamente todavía llama la atención la euforia -nunca del todo exitosa o redonda en serio aunque muy contagiosa- detrás de Wrong Way Up (1990), álbum que el galés encaró con Brian Eno en una época en la que ambos anhelaban ponerse el traje de un pop artístico que reconcilie a la melodía con la percusión y el cuelgue dreampopero meditabundo desde un dance bastante elemental que juega a su vez con el post punk y la new wave a lo Talking Heads, Blondie o The B-52’s.

 

Aquel dejo country bizarro de Songs for Drella reaparece en Walking on Locusts (1996) y se mezcla con cierto mantra exacerbado de world music accesible/ pasteurizada/ inofensiva a lo Peter Gabriel o David Byrne que sinceramente no resiste muchas escuchas, amén de cierto tufillo de Madchester y nuevas intentonas esporádicas de refritar el soft rock de Vintage Violence y algo de la proto new wave de la trilogía de los 70 para Island Records. La primera incursión de Cale en el trip hop y el downtempo se da en ocasión de HoboSapiens (2003), un disco de todos modos en general heterogéneo ya que el señor se pasea por el rock clásico más elegante, la efusividad jazzera, las volteretas progresivas, el rock industrial noventoso y el dream pop cuasi baladístico, dando a entender su comodidad en lo que respecta a la facilidad de los métodos posmodernos de grabación y las múltiples opciones en materia de arreglos, filtros, collages y arrebatos disonantes marca registrada. BlackAcetate (2005) lamentablemente parece una versión deficiente y minimalista del disco previo como si el músico no supiese qué hacer a continuación y optase por jugar muchísimo más con la estructura, las herramientas del estudio y la fragmentación fetichista de las canciones por sobre cualquier encanto compositivo, mensaje o coherencia a nivel macro, abusando de los truquillos más lelos y por entonces ya demodé del hip hop y el rock alternativo de las décadas del 80 y 90.

 

Entre el indie pop, el house, la psicodelia sombría y el art rock, Shifty Adventures in Nookie Wood (2012) levanta la puntería si lo comparamos con el fallido BlackAcetate aunque tampoco llega a descollar como un álbum en verdad valioso, sonando demasiado homogéneo y demasiado repetitivo para su propia salud al extremo de parecerse a un pastiche de ideas inconexas que podrían haber sido atractivas en el planeamiento previo pero no quedaron bien materializadas en su conjunto, en el mejunje caótico y redundante que llega al oyente. M:FANS (2016) constituye una relectura correcta e innecesaria -pero en ocasiones interesante- de las canciones de Music for a New Society, ahora reemplazando la sobriedad ambient del pasado por arreglos que suelen recaer intermitentemente en el fatalismo reposado saturado de eco y en el pop o el post punk electrónico frenético, por cierto sin jamás lograr superar a los temas originales del lejano 1982. Mercy (2023), la flamante epopeya del señor y primer disco con canciones nuevas en una década, rankea en punta como su mejor álbum desde Songs for Drella con Reed, un trabajo que le debe mucho a la armonía sosegada de Music for a New Society y hasta parece corregir los errores de M:FANS, arrastrados sin duda desde la esquizofrenia de HoboSapiens y sus pobres corolarios, hoy sirviéndose de muchas atmósferas ambient/ góspel/ dream pop y de la pureza del primer trip hop de Massive Attack, Tricky, Portishead, Björk, Morcheeba y Lamb, entre muchos otros.

 

Mercy, con una participación de la artista electrónica estadounidense Laurel Anne Chartow alias Laurel Halo, abre el disco estableciendo la estructura general de las canciones mediante capas y capas de teclados y efectos etéreos varios sobre un beat minimalista e hiper triphopero y la voz siempre cavernosa de Cale, en esta ocasión no sólo pidiendo la “misericordia” del título sino también denunciando la cultura yanqui del acopio interminable de armas, la banalidad de las luces de la industria del espectáculo y el clima de agresión permanente que se vive en gran parte del globo, cuyo resultado visible es la muerte constante de personas en guerras, enfrentamientos callejeros o el hambre de siempre del capitalismo. Ahora acompañado por el inglés Darren J. Cunningham alias Actress, John en Marilyn Monroe’s Legs (Beauty Elsewhere) se acerca al ambient disperso y fascinante de Music for a New Society con pinceladas de ecos melancólicos y un beat que parece extraído de alguna aventura drum and bass que termina filtrada por el dream pop esquizofrénico del músico y su pretensión de unificarlo todo en una oda explícita a las piernas y la belleza general de la recordada Marilyn, hoy transformada en el símbolo por antonomasia de lo hermoso escurridizo que llega tarde a la fiesta, se nos escapa de las manos y flota hacia el espacio indiscernible. Noise of You funciona como lo más cercano dentro del álbum a una canción pop tradicional por un beat constante/ estable, un mantra de teclados no tan psicodélico y una estructura más clásica de estribillo amigable adelante de todo para una letra de despedida romántica y de una resonancia afectiva que en vez de transformarse con el transcurso del tiempo en dulzura, endiosamiento o nostalgia barata, como ocurre en casi cualquier composición masiva del rubro, aquí muta en simple ruido prosaico, bien cotidiano como pasos en la escalera, planteo complementado con un puente extraordinario que concentra un ímpetu de pop barroco y señala que hablamos de un pasado remoto ya cercano al olvido.

 

El infaltable piano de John regresa para la intro de Story of Blood, tema con Natalie Laura Mering alias Weyes Blood que pronto muta en un arrebato maravilloso de dream pop con base hiphopera futurista circa fines de los 90 y comienzos del Siglo XXI, en sí una excusa para entretejer una nueva mixtura de ecos, teclados hipnóticos y versos acerca del rejuvenecimiento a raíz del sol matutino, el poder del arte convertido en estilo de vida y el misterio de cómo éste puede llegar al corazón y el alma cuando se lo deja avanzar en paz, sin las interferencias estúpidas y mercantiles de la cotidianeidad. Time Stands Still, en esta oportunidad encarada junto al dúo electrónico norteamericano Sylvan Esso, compuesto por Amelia Meath y Nick Sanborn, es otra joyita asentada en un beat digno de Massive Attack o Portishead aunque con una ampulosidad dub que se permite una estrofa final estupenda a cappella que sigue la línea de la canción, por cierto apocalíptica hasta la médula -como los mejores temas de Cale del pasado- porque nos habla de una Europa mediocre y salvaje, las distintas iglesias “uniéndose al club” y una otrora juventud que se transformó en la alta burguesía y las clases dirigentes nauseabundas de hoy en día, panorama enmarcado en el rechazo de Cale tanto de la evasión idiotizante del pop mainstream como de la angustia fetichizada de ese indie adepto a la abulia o el inmovilismo narcisista eterno. Moonstruck (Nico’s Song) constituye el merecido homenaje del galés a su socia musical desde los tiempos de The Velvet Underground, aquella cantante alemana fallecida en 1988 a los 49 años cuando se cayó de su bicicleta en Ibiza, quien motiva un track que primero piensa a las postrimerías de la vida -y al óbito, por elevación- como un periplo a lo largo de millas y millas enigmáticas bajo la Luna y segundo quiebra musicalmente en parte la seguidilla dreampopera previa ya que el tema que nos ocupa está sostenido tanto en pasajes de cuerdas como en unos teclados que coquetean con los arreglos paradigmáticos del rock gótico y por supuesto del art pop más cerebral, géneros que la cantante solía trabajar y John recupera en plan de elegía en busca de reposo y fin del dolor.

 

Animal Collective, célebre grupo del ecosistema yanqui del indie pop, dice presente en Everlasting Days, un típico collage psicodélico y experimental de los responsables de Strawberry Jam (2007) y Merriweather Post Pavilion (2009) que como siempre retoma mucho de la ciclotimia alucinada de Pet Sounds (1966), de The Beach Boys, y Revolver (1966), de The Beatles, ahora con la idea de ventilar una agresividad contenida que “no está poniendo excusas” ni pretende “hacer las paces”, como bien dice un Cale ya octogenario que mira al pasado con rencor y sopesa el carácter en simultáneo purificador y destructor de los días de furia. Night Crawling, construida alrededor de otro beat triphopero estándar y más capas de teclados cósmicos y algún que otro efecto lúdico a lo Beck, funciona como una oda pop a la amistad que unió a John con David Bowie sobre todo a mediados de los años 70 cuando se encontraron en Nueva York mientras Bowie grababa Young Americans (1975), su primera incursión en ese plastic soul que luego se oscurecería en ocasión del sublime Station to Station (1976), vínculo que la letra retrata en términos de un compañerismo cual juego despreocupado y errante que recorre la Gran Manzana a la par que reflexiona sobre la vida y el estado anímico de cada uno. La percusión repetitiva y siempre sugestiva y los alegatos de índole ultra fatalista, dos de las características fundamentales del acervo compositivo de Cale, regresan en Not the End of the World, una canción saturada de eco en la que nuestro narrador pretende convencer sin mucha convicción a un amigo -o a sí mismo, nunca lo sabemos del todo- que este nuevo milenio no es homologable al fin del mundo, algo que queda de manifiesto en versos que nos pasean por el desierto, los ríos, el cielo y unos caminos nocturnos que parecen garantizar las catástrofes por venir del Armagedón.

 

Acompañado por Fat White Family, una banda británica del revival post punk de nuestros días, Cale en la magistral The Legal Status of Ice se pregunta, precisamente, sobre un “estatus legal del hielo” que puede ser leído como una doble metáfora, por un lado acerca del calentamiento global y el derretimiento de los polos y por el otro lado sobre el alcoholismo y esos cubitos de hielo que condimentan cualquier trago con licor y extracto de vainilla, aparente preferencia personal de John en el rubro de las bebidas blancas, todo con un acompañamiento musical que unifica al dub, el trip hop e incluso un trance sutilmente sosegado ya llegando el segmento final, ese que recurre al humor absurdo, la frialdad paradójicamente cálida y la iconografía helada -osos polares e icebergs de por medio- y que cita a El Mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), el clásico infantil freak de Victor Fleming para la Metro-Goldwyn-Mayer. I Know You’re Happy, con la participación de la argentina/ colombiana Valerie Teicher Barbosa alias Tei Shi, se abre camino como un tema de amor bastante sencillo que sería algo así como la versión lisérgica de Cale del downtempo con una batería tocada en vivo y una infinidad de teclados hipnóticos que adornan una letra que explora el costado sadomasoquista del cariño porque aquí la contraparte femenina sólo es feliz cuando el hombre está triste, amén de un veneno mujeril paradójico que lo “salvará” de este estado permanente de sumisión -o de dependencia emocional, de reglas impuestas por el exterior en la intimidad- al conducir al narrador a la muerte. El cierre del álbum llega de la mano de la gloriosa Out Your Window, sostenida en un pianito supremo y coros en verdad celestiales extraídos del synth-pop y el techno-pop de la década del 80, canción orientada a una súplica de último minuto con el objetivo de convencer a una persona de que no salte desde lo alto de una ventana hacia el vacío, suicidio que se pretende evitar con desesperación desde la materialidad de una escalera o lo hipotético doloroso de ofrecerse a amortiguar el golpe con el propio cuerpo o saltar también en solidaridad aunque siempre con la disuasión en el horizonte, serie de argumentos que hasta incluyen la posibilidad de un éxodo marítimo hacia tierras lejanas que nos ahorren la presencia de todos los “maníacos que gritan a la hora del almuerzo”.

 

Alejado completamente de todo marco rockero tradicional y asentado en épicas que duran entre cinco y siete minutos y pico, Cale en Mercy purga todos los problemas de HoboSapiens y obras sucedáneas porque por fin consigue redondear un disco de madurez ampuloso, coherente y adictivo que además sabe articular los aportes de cada invitado al proyecto en su conjunto a diferencia de lo que suele suceder en la industria musical del Siglo XXI, donde la profusión innecesaria de músicos externos una y otra vez genera opus de impronta frankensteniana sin interés ni armonía ni núcleo sólido a la vista. La obsesión insistente del señor para con el apocalipsis, el lirismo críptico, la rabia, la experimentación sonora y las ironías existenciales aquí encuentra una vía de canalización maravillosa que reemplaza la anarquía compositiva de trabajos anteriores, léase esa tendencia compulsiva de John a pretender abarcar más de lo conveniente, por un enfoque más centrado y pacífico que organiza el vendaval de ideas incluso dentro de ese querido caos que suele regular los álbumes del galés y cada track en concreto. Gran parte de Mercy ya estaba anunciado cinco décadas atrás en los pasajes más envolventes y seductores de Vintage Violence y Paris 1919, cuyo sustrato sombrío aunque esperanzado asimismo saltaría a joyas futuras como Music for a New Society y la placa de 1990 con Reed, Songs for Drella, una tetralogía de oro que ahora se extiende a pentalogía gracias al expresionismo atemporal e intrincado de un artista que lleva la friolera de siete décadas distintas atravesadas -desde los 60 hasta nuestro 2023- y una visión siempre inconformista marcada en la piel y el intelecto.

 

Mercy, de John Cale (2023)

Tracks:

  1. Mercy
  2. Marilyn Monroe’s Legs (Beauty Elsewhere)
  3. Noise of You
  4. Story of Blood
  5. Time Stands Still
  6. Moonstruck (Nico’s Song)
  7. Everlasting Days
  8. Night Crawling
  9. Not the End of the World
  10. The Legal Status of Ice
  11. I Know You’re Happy
  12. Out Your Window