La Delgada Línea Azul (The Thin Blue Line)

El estatuto de la verdad

Por Emiliano Fernández

Randall Dale Adams (1948-2010) fue un pobre diablo que nació en Grove City, Ohio, y en octubre de 1976, teniendo 28 años, emprendió junto a su hermano un periplo aventurero de punta a punta del país con California como destino final tentativo, deteniéndose en Dallas, metrópoli de Texas, y consiguiendo un trabajo de casualidad y casi sin proponérselo en una obra en construcción. El sábado 27 de noviembre de 1976 se presentó para que le asignen tareas pero no había nadie en el lugar ya que algunos fines de semana se trabajaba y otros no, en el viaje de vuelta al hotel que compartía con su hermano su vehículo se queda sin gasolina y comienza a caminar por la ruta con un bidón, donde es visto y recogido por un tal David Ray Harris (1960-2004), adolescente de 16 años con el trauma de la muerte de su hermano bebé y el maltrato paterno subsiguiente y un largo historial delictivo que venía de robarle el coche a un vecino y un revólver y una escopeta a su propio progenitor. Ambos se llevan bastante bien y por ello beben alcohol, fuman marihuana y van a un autocine para disfrutar de una función doble, The Student Body (1976), de Gus Trikonis, y The Swinging Cheerleaders (1974), del querido Jack Hill. En la noche del domingo 28 Harris alcanza con su auto a Adams hasta el hotel, donde el susodicho halla dormido a su hermano y ve The Carol Burnett Show (1967-1978), y luego el conductor es detenido -debido a que sus luces estaban apagadas- por una patrulla de policía con los oficiales Teresa Turko, una de las primeras mujeres de la fuerza local, y Robert W. Wood, quien eventualmente muere cuando Harris lo fusila con el revólver y le mete dos disparos en pecho y un brazo. A pesar de que al día siguiente el joven se jacta ante todos sus amigos de haber matado a un uniformado, tenía historial de tendencias psicóticas y arrastraba unos hurtos, la policía le cree cuando lo detienen y él les comunica que el asesino es Adams, un adulto que podía ser sentenciado a muerte según las leyes de Texas y así el fiscal, Douglas D. Mulder, logra su condena con la intervención de James Grigson alias Doctor Muerte, un psiquiatra desalmado especializado en confirmar que cualquier detenido podía ser reincidente para garantizar la pena capital, y testigos adicionales como ese matrimonio de Emily y R.L. Miller, quienes fabricaron su testimonio por una recompensa de 21 mil dólares para cualquiera que haya visto en aquella noche al responsable del crimen de turno, por más que sea desde un coche en movimiento.

 

La Corte de Apelaciones de Texas tampoco cree en la inocencia de Adams y confirma la sentencia de muerte en 1979, no obstante la Corte Suprema de los Estados Unidos en 1980 declara inconstitucional aquel requisito de Dallas de que los miembros del jurado hagan un juramento muy particular antes del juicio, vinculado al hecho de que la imposición de una sentencia de muerte no debería interferir con su consideración acerca de la culpabilidad o la inocencia del acusado, en suma un tecnicismo que revocó la autopista al patíbulo de Adams y llevó a que la Corte de Apelaciones de Texas le otorgue un nuevo juicio, algo que a su vez fue saboteado por el gobernador del Estado, Bill Clements, el cual conmutó la sentencia por cadena perpetua en clara complicidad con el fiscal, el despiadado Mulder, para evitar la posibilidad de que el acusado saliese en libertad en ocasión de un hipotético pleito legal que pudiese ridiculizar a la fauna institucional aún más. Adams llevaba la friolera de once años preso por un crimen que visiblemente no cometió, chivo expiatorio foráneo que garantizaba a ojos de las autoridades la salvación del loquito vernáculo y una “segunda oportunidad” en función de su edad, cuando el documentalista Errol Morris se topa con el caso por accidente mientras preparaba una investigación en torno al execrable Grigson y su derrotero de 167 casos en los que testificó con vistas a sellar el raudo óbito de los acusados, señor por cierto expulsado recién en 1995 de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría por esta conducta “poco ética” en el estrado, así Morris diagrama de a poco un relato no lineal, subjetivista y en mosaico sobre la white trash pública y privada de la impunidad diaria y pronto descubre la catarata de irregularidades policiales y jurídicas en materia de la condena, pensemos en el prontuario de Harris, el sospechoso por antonomasia, la inoperancia de la oficial Turko, quien en vez de bajar de la patrulla para apoyar a su compañero cuando éste se acercaba al coche detenido se quedó dentro y sólo muy tarde, cuando el automóvil del atacante estaba en fuga, comenzó a disparar, la evidente preparación/ entrenamiento/ construcción de los testimonios del muchacho y el matrimonio Miller, entre otros, por parte del fiscal, el detalle de que la policía pasó semanas buscando un Chevrolet Vega azul por el testimonio de la compañera del finado cuando en realidad el vehículo robado era un Mercury Comet, y por supuesto las amenazas y tristes aprietes de la policía para sacarle una confesión a Adams.

 

La Delgada Línea Azul (The Thin Blue Line, 1988), el trabajo resultante de Morris, fue un documental verdaderamente revolucionario y/ o heterodoxo para su época porque no sólo engendró la vertiente posmoderna del formato vinculada al cine ficcional, la puesta en escena y el cuestionamiento del estatuto mismo de la calidoscópica verdad social, tanto la institucional como la pública tradicional o civil, sino que además llevó un paso más allá aquella edición irónica carente de narración en off de The Atomic Cafe (1982), de Jayne Loader y los hermanos Kevin y Pierce Rafferty, recurso formal que el realizador ya venía explorando en sus dos primeras y más jocosas propuestas, las inmediatamente anteriores Gates of Heaven (1978), sobre un cementerio de mascotas en California, y Vernon, Florida (1981), opus televisivo sobre los estrafalarios habitantes de la ciudad del título. Morris, un experto en el lenguaje publicitario y gran fanático del film noir de toda la vida que en aquel período de los años 80 para colmo trabajaba de detective privado, tira por la ventana las herramientas del cinéma vérité vinculadas a la observación no participante símil “mosca en la pared” o cámara en mano y abraza en cambio el esquema del docudrama semi existencial basado en el suspenso del whodunit y la argumentación discursiva explícita para ir llevando al espectador hacia donde desea, en este caso la exoneración de Adams y la culpabilización de Harris, por ello recurre a reconstrucciones ficcionales hiper estilizadas para ilustrar todos los testimonios, a la genial y pomposa música de Philip Glass con el objetivo de agregar dramatismo, a la ausencia de locutores y videographs en materia de aclarar las situaciones narradas para dejar que los entrevistados lo hagan con sus palabras y su disposición física, a la parodia mediante música alegre e imágenes de archivo de policiales en blanco y negro del Hollywood Clásico para atacar a determinados artífices del calvario de Adams, como la testigo estrella infantilizada Emily Miller y el maquiavélico juez Donald “Don” J. Metcalfe, dupla que se opone en términos retóricos a los muchos esfuerzos de los abogados de la defensa, Edith James y Dennis White, y finalmente a la entronización última del mensaje a lo Werner Herzog, su amigo, colaborador y mentor tácito, y esas paradigmáticas miradas a cámara por parte de los protagonistas a través del Interrotron, invento suyo inspirado en el uso cruzado de teleprompters para dar la sensación de un intercambio en primera persona.

 

Muchos serían los trabajos posteriores de Morris que quedarían grabados en la memoria de los admiradores del documental reflexivo de denuncia y del acervo audiovisual inteligente y ultra disruptivo en general, como su recordada trilogía sobre funcionarios y/ o consejeros estatales del gremio de la defensa y el marketing político, The Fog of War (2003), sobre Robert McNamara, The Unknown Known (2013), en torno a Donald Rumsfeld, y American Dharma (2018), acerca del asimismo espantoso Steve Bannon, sus retratos de personajes variopintos, A Brief History of Time (1991), sobre Stephen Hawking, Fast, Cheap & Out of Control (1997), acerca de Dave Hoover, domador de animales salvajes, George Mendonça, especialista en el arte de la topiaria, Ray Méndez, experto en ratas topo desnudas, y Rodney Brooks, científico del MIT que trabaja en robótica, Mr. Death: The Rise and Fall of Fred A. Leuchter, Jr. (1999), sobre el chiflado del título, un negador del Holocausto y fabricante de equipos de ejecución para el gobierno norteamericano, la graciosa y efervescente Tabloid (2010), alrededor de Joyce McKinney, quien en 1977 fue acusada de secuestrar y violar a Kirk Anderson, un misionero mormón, The B-Side: Elsa Dorfman’s Portrait Photography (2016), sobre la fotógrafa del título, y My Psychedelic Love Story (2020), retrato del mítico Timothy Leary a través de los ojos de su pareja Joanna Harcourt-Smith, o sus dos series televisivas más recordadas, First Person (2000-2001), centrada en entrevistas a personajes bien bizarros e iconoclastas, y Wormwood (2017), docudrama sobre el misterioso científico Frank Olson (Peter Sarsgaard), amén de rarezas como Standard Operating Procedure (2008), acerca de las torturas y abusos en la Prisión de Abu Ghraib después de la invasión a Irak del 2003, y The Dark Wind (1991), único trabajo cien por ciento ficcional de Morris y eje de peleas varias con el productor a cargo, nada menos que Robert Redford. Sin embargo su gran obra maestra es sin duda La Delgada Línea Azul, título sarcástico que apunta al rol protector de la policía para que la sociedad no mute en esa anarquía siempre demonizada por la derecha fascistoide en el poder, film que logró la eventual excarcelación de Adams en 1989 por las matufias de Mulder, Grigson y Miller y el arrepentimiento de Harris, quien en pantalla incluso ofrece una cuasi confesión del homicidio mucho antes de ser ejecutado por un asesinato de 1985, el de Mark Walker Mays, cuya novia el joven quiso secuestrar…

 

La Delgada Línea Azul (The Thin Blue Line, Estados Unidos, 1988)

Dirección y Guión: Errol Morris. Elenco: Randall Dale Adams, David Ray Harris, Donald J. Metcalfe, Edith James, Dennis White, Emily Miller, R. L. Miller, Gus Rose, Jackie Johnson, Marshall Touchton. Producción: Mark Lipson y Gary T. McDonald. Duración: 102 minutos.

Puntaje: 10