Rififí (Du Rififi chez les Hommes)

El factor humano

Por Emiliano Fernández

La carrera del realizador norteamericano Jules Dassin fue bastante larga y lamentablemente no escapó al trágico promedio de su época: comenzando como aprendiz bajo la tutela de Alfred Hitchcock, el señor con el tiempo se transformó en director encabezando una serie de comedias y dramas románticos durante la primera mitad de la década del 40 hasta que se hizo conocido con una legendaria tetralogía de obras enmarcadas en el primer film noir, léase Fuerza Bruta (Brute Force, 1947), La Ciudad Desnuda (The Naked City, 1948), Mercado de Ladrones (Thieves’ Highway, 1949) y la maravillosa Noche en la Ciudad (Night and the City, 1950); seguidilla que se cortaría de repente cuando su colega Edward Dmytryk lo etiquetaría como “comunista” en una de las infames audiencias ante el Comité de Actividades Antiestadounidenses en plena locura de la caza de brujas del mccarthismo, desembocando en su inclusión inmediata en la lista negra. Sin poder trabajar en su tierra natal por presiones entrecruzadas del gobierno yanqui y el sistema de estudios, Dassin se tuvo que exiliar en Europa y allí rodaría su siguiente y recordada película, Rififí (Du Rififi chez les Hommes, 1955), no sólo su primer opus en francés sino también la cúspide de toda su trayectoria y el punto final a su etapa centrada en el policial negro, en esencia debido a que a posteriori el señor se focalizaría en una serie de comedias y melodramas varios que lo regresarían a un tono narrativo más cercano al de comienzos de su carrera, sobre todo en función de su matrimonio con Melina Mercouri, su actriz fetiche desde Nunca en Domingo (Pote tin Kyriaki, 1960) y quien lo llevó a adoptar a Grecia, el país natal de la mujer, como su segunda y definitiva patria más allá de la impronta itinerante de su carrera de allí en más.

 

Si bien la película posee ecos clarísimos de la faceta film noir de John Huston, Fritz Lang, Billy Wilder y el mismo Hitchcock, Rififí cuenta con sus propias características porque lo que domina a nivel general es un pulso muy ascético y meticuloso que se condice con el bajo presupuesto de la realización en sí y la necesidad de aprovechar todos los recursos disponibles de la mejor manera posible, dos ítems que sin duda parecen haberse trasladado a la psiquis de los personajes en el guión de Dassin en colaboración con René Wheeler y Auguste Le Breton, a partir de la novela homónima de este último: precisamente, la trama se centra en el planeamiento y la ejecución hiper detallista de un robo a una joyería parisina por parte de cuatro criminales experimentados aunque sin grandes recursos de por medio, a sabiendas de que en estos casos la creatividad humana resulta mucho más importante que lo que años más tarde se convertiría en el fetiche tecnológico en el campo de los atracos. Tony el Stéphanois (Jean Servais) sale de prisión luego de cinco años y se encuentra en la ruina, jugando -y perdiendo- a las cartas y para colmo rechazando la oferta de un amigo/ colega, Jo el Suedois (Carl Möhner), que junto a un socio italiano, Mario Ferrati (Robert Manuel), le proponen llevarse un más que suculento botín rompiendo la vidriera en plena luz del día del emporio Mappin & Webb. Tony cambia de parecer cuando descubre que su ex, Mado (Marie Sabouret), no sólo trabaja en el cabaret y prostíbulo maquillado de Pierre Grutter (Marcel Lupovici) sino que es amante del dueño, por lo que se reúne con la mujer y le echa en cara que vendió el departamento que ambos tenían y que anduvo putaneando con varios machos, así es cómo decide pegarle con un cinturón en plan de castigo por la doble traición.

 

El protagonista convence sin problemas a sus cómplices de ir por la caja fuerte del local en vez de simplemente contentarse con lo que podrían sacar en un puñado de segundos destrozando la vidriera de la calle, una jugada que los lleva a planificar un saqueo símil “obra de arte” en sí que implica tomar prisioneros a los ocupantes del departamento que está justo arriba de la joyería, hacer un agujero en el piso utilizando un paraguas para evitar que los escombros activen la alarma, desactivar la susodicha mediante un extintor/ matafuegos que eliminaría el sonido chirriante de la campana, abrir la bóveda de turno vía un experto traído especialmente por Mario, César (el mismo Dassin bajo el hilarante seudónimo de Perlo Vita, aquí interpretando a un personaje que habla italiano pero ni una palabra de francés), y escapar en un auto robado para la ocasión. Todo sale relativamente bien en este golpe nocturno bien quirúrgico, con la única salvedad de dos policías que identifican el coche entre los que tienen pedido de captura, no obstante cuando Jo viaja a Londres para venderle las joyas a un reducidor el buenazo de César no tiene mejor idea que regalarle a una chica del cabaret de Pierre, la también cantante Viviane (Magali Noël), un anillo que sustrajo de la joyería a espaldas de sus socios, lo que provoca que el dueño del antro ate cabos sueltos y rápidamente deduzca -ayudado por la noticia del robo en Mappin & Webb, equivalente a 240 millones de francos- que Tony y los suyos son los responsables del asalto. Junto con su despiadado hermano, el psicópata heroinómano Remi (Robert Hossein), Pierre primero secuestra a César para que le confirme el asunto, luego irrumpe en el hogar de Mario y termina matando al hombre y a su esposa Ida (Claude Sylvain), y finalmente rapta al hijo pequeño de Jo, Tonio (Dominique Maurin), para intercambiarlo por el botín en su conjunto frente a la desesperación/ ataque de nervios de su padre y su madre, Louise (Janine Darcey). Tony descubre que César le contó todo a Pierre, lo fusila por haber roto el código de honor entre los artífices de la faena y comienza a rastrear el paradero de los secuestradores en el submundo criminal parisino, sobre todo de la mano de su ex Mado.

 

El título de la propuesta hace referencia a un término del argot criminal francés del período y apunta a designar una situación problemática, conflictos de variada índole, una sesión agitada de sexo o una demostración de violencia improvisada, como bien sintetiza la escena del número musical de Viviane en el cabaret de Grutter, alusión que calza perfecto con las vueltas del relato y el carácter amoral de los personajes, en gran medida cada uno siguiendo sus propios impulsos más que respondiendo a una pose retórica del film en su totalidad que se siente artificial, como suele ocurrir con las creaciones norteamericanas y su tendencia a concebir de modo demasiado unidimensional el papel de los peones en el juego más macro en cuestión (otra cita interesante, en este caso de cadencia cinéfila, pasa por el nombre del local de Pierre, “L’âge d’or”, nada menos que el título del primer largometraje del inmortal Luis Buñuel de 1930). A pesar de que por supuesto toda la película es francamente genial y exuda un sustrato prosaico, pícaro e inconformista como pocas epopeyas metropolitanas de antaño, indudablemente el segmento que se destaca es el que abarca el robo concreto a Mappin & Webb, una secuencia muda y sin música en la que los cuatro criminales llevan a cabo su plan con sumo cuidado y astucia, un ejemplo en verdad extraordinario en lo que a construcción de tensión se refiere que no sólo sería tomado a futuro como el inevitable “grado cero” de todas las caper/ heist movies posteriores, sino que hasta incorpora un detalle profundamente posmoderno que pone de relieve el carácter vanguardista del opus de Dassin: hablamos de esa tecnificación escalonada de la vigilancia por parte de la burguesía más concentrada que en esta oportunidad está representada en el mismo sistema de alarma de la joyería, uno muy moderno para su tiempo que se activa por corte del suministro eléctrico, por vibraciones fuertes y ante cualquier intento de acceder sin llave a la central de mando, serie de minucias del poder del dinero capitalista que encuentran su contrapeso en el ingenio espontáneo de un Tony que pasa de intentar anular la campana con un pañuelo y la cera de una vela a decidirse luego por ese extintor al que nos referíamos con anterioridad.

 

Esta idiosincrasia tan precisa y su férrea estructuración dramática, una que responde al antes, el durante y el después del robo, asimismo enfatiza -y coloca en primer plano- las razones por las que se desencadena la masacre, nada más y nada menos que el accionar sin pensar de un pollerudo tremendo (César, el personaje de Dassin) y de su amante banal y tontuela (Viviane, la otra corresponsable de la debacle que sobreviene al éxito): este inefable “factor humano” en una operación que se jactaba de estar craneada al milímetro viabiliza un desastre que después sería retomado por Stanley Kubrick bajo la forma de la premisa de base de Casta de Malditos (The Killing, 1956), otra de las obras centrales del policial negro y a su vez también partícipe de una tradición que se remonta a -por ejemplo- Mientras la Ciudad Duerme (The Asphalt Jungle, 1950) y llega hasta Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992) y muchos otros trabajos de las últimas décadas del neo noir (en este sentido llama poderosamente la atención la amplitud y enorme capacidad de adaptación del género en sí a diferentes coyunturas, nacionalidades e idearios, en especial si pensamos que surgió muy pegado al cinismo y los sueños rotos de bonanza económica infinita de la Gran Depresión para luego terminar de cristalizar en el inconsciente colectivo mundial vía la paranoia nihilista y extremadamente maquiavélica de la posguerra). De hecho, el director y guionista construye un retrato para nada romántico tanto del ecosistema del hampa como de las sociedades contemporáneas y su canibalismo todo terreno, permitiéndose una condena implícita al anticomunismo yanqui y a ese Dmytryk que lo delató a través de la escena del fusilamiento de César a manos de Tony por el soplo del primero, amén del quid morboso de ser el realizador el ajusticiado en una doble metáfora que también abarca el martirio/ exilio al que fue sometido Dassin por las autoridades gubernamentales estadounidenses y sus tristes cómplices mafiosos intra industria del espectáculo. El desenlace, con el personaje del sublime Jean Servais hallando a Tonio, matando a los hermanos Grutter y conduciendo ya agonizante por las calles de París con una valija llena del dinero de las joyas en el asiento trasero del automóvil y el niño disfrazado de vaquero, sonriente y disparando/ amenazando con su revólver de juguete, constituye uno de los momentos más gloriosos y trágicamente poéticos del séptimo arte, un final -coronado además por la majestuosa música incidental de Georges Auric- que sellaría el impacto indeleble de una película austera que aún hoy sigue inspirando films semejantes e incluso atracos en la vida real a lo largo de todo el globo…

 

Rififí (Du Rififi chez les Hommes, Francia, 1955)

Dirección: Jules Dassin. Guión: Jules Dassin, René Wheeler y Auguste Le Breton. Elenco: Jean Servais, Carl Möhner, Robert Manuel, Jules Dassin, Marcel Lupovici, Robert Hossein, Marie Sabouret, Magali Noël, Janine Darcey, Dominique Maurin. Producción: Henri Bérard, Pierre Cabaud y René Bezard. Duración: 118 minutos.

Puntaje: 10