El Imperio de la Pasión (Ai no Bôrei)

El fantasma del pozo

Por Martín Chiavarino

Después de romper con todas las reglas de lo que el cine consideraba decoroso exhibir en la pantalla grande con El Imperio de los Sentidos (Ai no Korîda, 1976), una película en la que las relaciones y los órganos sexuales eran puestos a la vista y convertidos en objetos capaces de obtener la atención de la cámara, era muy difícil regresar a un cine convencional pero repetir la misma provocación tampoco funciona dos veces. Ir un paso más allá equivalía a entrar en el ámbito de la pornografía, lo que le interesaba más al productor francés Anatole Dauman, encantado con el escándalo del opus anterior, que al director. Nagisa Ôshima, en cambio, encontró en un episodio de la Era Meiji (1868-1912) narrado en una novela de Itoko Nakamura la inspiración que necesitaba para retomar el espíritu de El Imperio de los Sentidos, pero sin la carga erótica explícita, en una nueva propuesta que combinaba el erotismo con el crimen y el kaidan, el género narrativo japonés de lo sobrenatural que involucra la presencia de fantasmas. A partir de la adaptación de un episodio de la biografía de Nakamura del escritor japonés Takashi Nagatsuka, Takashi Nagatsuka: Three Generations to Fertilize the Soil (1976), de la que no existe traducción al castellano y que se podría traducir como Tres Generaciones para Fertilizar la Tierra, basada a su vez en las historias del mencionado Nagatsuka publicadas en The Soil: A Portrait of Rural Life in Meiji Japan (Tsuchi, 1910), Ôshima construyó un film espeluznante por su tratamiento de la miseria campesina, el desparpajo, la traición marital, el asesinato y la venganza póstuma fantasmal.

 

La tradición de la literatura erótica tiene por supuesto una larga data en Japón a pesar de la represión conservadora de la Era Meiji, aquel período de la historia del Japón en el que colapsa el Shogunato Tokugawa y se le entrega el poder real al Emperador Mutsuhito, con consecuencias que pueden ser muy bien apreciadas en la obra de Kôno Taeko, cuyos cuentos más importantes fueron recientemente traducidos del inglés por Hugo Salas y publicados por la editorial independiente argentina La Bestia Equilátera bajo el título de Cacería de Niños (2021).

 

Bajo la misma premisa de El Imperio de los Sentidos, aquello de mostrar una realidad subyacente reprimida, se gesta El Imperio de la Pasión (Ai no Bôrei, 1978), cuya mejor traducción sería El Fantasma del Amor, un drama provocativo escrito por el propio Ôshima. A fines del Siglo XIX, en una villa rural japonesa, un joven soldado dado de baja del ejército y sin trabajo, Toyoji (Tatsuya Fuji), corteja constantemente a una bella mujer casada unos años mayor que él con dos hijos, Seki (Kazuko Yoshiyuki), cuyo marido, Gisaburo (Takahiro Tamura), trabaja a sol y sombra de carrero. El galanteo del joven deviene en ataque sexual, tras lo cual ambos se convierten en asiduos amantes. Los celos llevan a Toyoji a convencer a Seki de planificar el asesinato de Gisaburo, al que estrangulan juntos después de emborracharlo con sake para luego tirar el cadáver a un pozo. Intentando encubrir el crimen, Seki argumenta a sus vecinos y amigos que Gisaburo ha partido para trabajar en Tokio, mentira que se sostiene durante tres años a pesar de la aguda sensación de la hija mayor de Seki de que su padre ha muerto, idea que su madre refuta constantemente. Durante esos tres años la pasión entre Seki y Toyoji no tiene límites pero la aparición del fantasma de Gisaburo, que comienza a atormentar a Seki, los cotilleros del pueblo sobre la proximidad de los adúlteros y la llegada de un desconfiado oficial de policía que investiga la desaparición del carrero, hacen que Toyoji se distancie de Seki, lo que agrega presión a la mujer, que siente cómo la culpa por el atroz crimen cometido la carcome.

 

Con el asesinato y la mentira consumados, la pareja se sumerge en una relación clandestina de la que ya no pueden escapar gracias a un crimen que ya no pueden deshacer, del que más tarde Seki se arrepiente pero ninguno de los personajes puede obrar distinto: Toyiji no puede dejar de intentar seducir a Seki y la mujer recibe a su amante con los brazos abiertos y accede a matar a su esposo. Al igual que en El Imperio de los Sentidos, El Imperio de la Pasión recupera la concupiscencia y el erotismo como motores disruptivos de la cotidianeidad del trabajo alienante y degradante, una ruptura con el conservadurismo que conduce finalmente al crimen. Ôshima juega nuevamente con la voluptuosidad del cuerpo humano, ofreciendo escenas sexuales pero no tan explícitas y lujuriosas como las de su opus anterior, llevando más la acción hacia el terror fantasmagórico y el policial en la segunda parte del film para conducir a la contumaz pareja hacia la perdición.

 

A través de las brillantes actuaciones de Tatsuya Fuji, Kazuko Yoshiyuki y Takahiro Tamura, la película ofrece un gran retrato de las miserias de los campesinos japoneses rurales de la Era Meiji, de sus penurias, de la sociedad clasista y estratificada japonesa, ideas contrarias a las de la épica samurái que prefiguran el ideario de Ôshima, un intelectual disidente, un crítico feroz de la hegemonía de los valores y las tradiciones japonesas más conservadoras y reaccionarias.

 

Lo que más impacta del cine de Ôshima es la diferencia entre su concepción del sexo y el erotismo y la de sus contemporáneos, especialmente del cine erótico que lo continuó, tan solo encontrando tal vez en Bajos Instintos (Basic Instinct, 1992), de Paul Verhoeven, a un digno seguidor que intensificaba lo que ya había anunciado en Delicias Turcas (Turks Fruit, 1973), perturbando a partir de la década del 80 al timorato cine masivo de Hollywood. La temática principal de El Imperio de la Pasión es la opresión, más particularmente cómo la opresión moral y los tabúes sobre el sexo engendran traumas y obsesiones que conducen al crimen, que a su vez acarrean un sentimiento de culpa que termina destruyendo a aquellos que rompen los códigos sociales.

 

A diferencia de la mayoría de los directores de la época, Nagisa Ôshima siempre buscó indagar en la historia para construir una estructura narrativa acorde, una estética visual y un tono, en lugar de un estilo autoral que lo defina y lo categorice. Adentrarse en la vida rural de los campesinos japoneses de fines del Siglo XIX no era tarea fácil dado que la literatura de la época rehuía de la temática. Pero más que el sexo, el paso de la pasión al crimen, de la ruptura de la pareja con las leyes de la comunidad, el asesinato brutal y su encubrimiento, la relación sexual clandestina a espaldas del pueblo y a pesar de las habladurías, son los motores de esta historia, que cambia completamente cuando el fantasma del esposo asesinado regresa.

 

El resultado de la película fue la inmediata ruptura del realizador nipón con el productor francés Anatole Dauman, que en un principio había accedido a producir otra película más del director, pero decepcionado con la falta de sexo explícito en El Imperio de la Pasión y con la falta de compromiso de Nagisa Ôshima con esta mezcla de arte y pornografía que había caracterizado a El Imperio de los Sentidos, decidió cancelar la relación comercial. De hecho, más que sobre el sexo, el erotismo y la pornografía, Ôshima estaba interesando en socavar los cimientos de la rígida sociedad japonesa de posguerra, conservadora en lo social y formal, liberal en lo económico, que escondía una represión que venía desde antaño, trauma que se expresaba en la relación de amor/odio de Japón con la cultura occidental.

 

A nivel cinematográfico El Imperio de la Pasión tiene una fotografía exquisita plena en claroscuros, con escenas fantasmagóricas increíbles, como la del final de la pareja buscando el cadáver en el pozo, o la del incendio en la casa de Seki. La música del magnífico compositor japonés Tôru Takemitsu, que ya había trabajado con Ôshima en La Ceremonia (Gishiki, 1971), con Akira Kurosawa en Dodes’ka-den (Dodesukaden, 1970) y con Masahiro Shinoda en Silencio (Chinmoku, 1971), es realmente lúgubre y atrapante, configurando una de las mejores películas de Nagisa Ôshima, un realizador que siempre buscó sacudir las entrañas de los falsos consensos y de las tradiciones impuestas para apaciguar los vientos de cambio.

 

El Imperio de la Pasión (Ai no Bôrei, Japón/ Francia, 1978)

Dirección y Guión: Nagisa Ôshima. Elenco: Tatsuya Fuji, Kazuko Yoshiyuki, Takahiro Tamura, Takuzô Kawatani, Akiko Koyama, Taiji Tonoyama, Sumie Sasaki, Eizô Kitamura, Masami Hasegawa, Kenzô Kawarasaki. Producción: Anatole Dauman. Duración: 105 minutos.

Puntaje: 10