Hay algo profundamente espantoso que esconden los fotogramas de Come and See (Idi i Smotri, 1985) y que va mucho más allá del retrato de fondo del rol excepcional de la resistencia bielorrusa durante la avanzada nazi sobre territorio de la otrora URSS en la Segunda Guerra Mundial: este clásico absoluto del cine bélico está sustentado en un ritmo narrativo entre frenético y alucinado que no ofrece ningún tipo de catarsis al espectador, apenas la seguridad de que -para bien y para mal- el protagonista continuará sobreviviendo a lo largo del metraje a una pesadilla inconmensurable, de esas que sobrepasan cualquier estimación previa. De hecho, el film va más allá de los tópicos de la “destrucción de la infancia” y hasta de las tragedias nacionales vistas a través de los ojos de un solo individuo, en esencia porque su objetivo excluyente es poner en imágenes todo el horror caótico, demencial y genocida del que son capaces los seres humanos cuando se proponen seguir a una cúpula de impronta autoritaria/ fascista con delirios de ingeniería social generalizada.
La historia comienza con dos chicos excavando pozos en un campo de arena en busca de un rifle, ya que todos saben que sólo aquellos que traen sus propias armas pueden unirse a la resistencia. La inocencia del protagonista, Florya Gaishun (Aleksey Kravchenko), uno de los dos pequeños, lo lleva a alistarse apenas desentierra un rifle semiautomático SVT-40, frente a lo cual su madre responde dándole un hacha y pidiéndole que la mate a ella y a sus dos hijas, las hermanas de Florya, de inmediato y para no perder más tiempo. A pesar del incidente, el muchacho es rápidamente “confiscado” por los partisanos -junto a todos los animales de la granja familiar y las de los vecinos- y así se convierte en un centinela militar que termina degradado primero a ayudante de cocina y luego a simplemente quedarse con los enfermos en un campamento bucólico, cuando las tropas comienzan a marchar hacia el frente de batalla. Decepcionado y sollozante, Florya se adentra en el bosque y allí encuentra a Glasha (Olga Mironova), una joven que fue rescatada de los alemanes por la resistencia.
A partir de este punto el relato se divide en dos partes muy específicas: el primer capítulo describe el derrotero en solitario de Florya y Glasha por las mesetas y los pantanos de la región, empezando con un ataque aéreo nazi con paracaidistas y bombas -que dejan parcialmente sordo al muchacho- y finalizando con un regreso a la aldea de Florya para hallar su casa desierta y llena de moscas, lo que motiva una corrida hacia una isla en la que el protagonista cree que están escondidas su madre y hermanas; el segundo capítulo se abre cuando Glasha, que vio una pila de cadáveres en el poblado, le confirma a los gritos que todos los suyos están muertos y ambos se topan con Roubej (Vladas Bagdonas), un partisano que los lleva a un gran grupo de campesinos que huyeron de los alemanes. Por supuesto que lo peor está aún por venir y comienza con la partida de una cuadrilla de exploración -conformada por Florya, Roubej y dos hombres más- en busca de alimentos en las zonas cercanas, lo que eventualmente nos enfrentará a las barbaridades de los invasores.
De un modo similar a Apocalypse Now (1979), aunque con un tono mucho más impiadoso y visceral, la película coquetea todo el tiempo con una dialéctica formal que combina el trasfondo casi exploitation de la violencia y las masacres con el lirismo visual más tétrico, logrando una pócima irresistible que sorprende continuamente a fuerza de un nerviosismo dantesco, apesadumbrado, barroco, incapaz de detenerse en su desfile de atrocidades que dejan huella en el intelecto del espectador por su patética trivialidad, esa que responde a huestes que -como asalariados conformistas y domesticados- celebran la limpieza étnica que llevan a cabo. Para que quede en claro, esta obra de Elem Klimov pone el acento en el padecimiento de una de las 628 aldeas que fueron quemadas por completo, junto con todos sus habitantes, por los alemanes en Bielorrusia: aquí el director y guionista por un lado deja testimonio de la “técnica estándar” utilizada (se encerraba a los campesinos en edificios amplios como iglesias, establos y semejantes, y luego se los prendía fuego con granadas y lanzallamas) y por el otro construye un poema muy complejo en torno al tema en general (al registro semidocumental se suman constantes miradas a cámara, travellings furiosos que acompañan a los personajes, tomas subjetivas, material de archivo de la época, planos estáticos que juegan con lo que ocurre en el fondo y finalmente detalles surrealistas que aparecen de golpe en forma de animales, de aviones espectrales que traen la muerte y hasta de la misma metamorfosis física que sufre Florya de a poco, con el triste fluir de la trama).
De hecho, la cara de pánico y angustia petrificada de Kravchenko resulta tan admirable como la gloriosa obsesión del realizador con las primeras steadycams en un trabajo homologable al de Stanley Kubrick en El Resplandor (The Shining, 1980) y al de Gerald Kargl en Angst (1983), con un seguimiento pavoroso y claustrofóbico de los pormenores de la acción. Klimov no sólo se luce enrareciendo el clima narrativo vía diálogos crípticos y a la vez coloquiales, propios de una cultura que desconocemos, sino que asimismo aprovecha al máximo el maquillaje para exacerbar las laceraciones que este infierno deja en el cuerpo del protagonista y los secundarios (pensemos en las miradas finales a cámara de Florya y de la joven -muy parecida a Glasha- que es violada por los uniformados del ejército nazi) y también logra una fuerte sensación de incomodidad durante la “hoguera humana” del desenlace a manos de unas tropas alemanas alcoholizadas que se burlan del dolor ajeno (la revancha bielorrusa posterior se mueve en una sintonía igual de caótica y sin ningún atisbo de limitación del pesar nacional). El mesianismo fatalista y esplendoroso de Come and See nos habla de crímenes que dejan marcas en la piel que no pueden perdonarse ni cicatrizar ni olvidarse bajo ningún punto de vista, en una doble estrategia retórica que restablece la memoria histórica del período y esquiva los giros simplistas de opus influenciados por el presente, como La Lista de Schindler (Schindler’s List, 1993), la nauseabunda Rescatando al Soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998) y hasta El Hijo de Saúl (Saul Fia, 2015).
Come and See (Idi i Smotri, URSS, 1985)
Dirección: Elem Klimov. Guión: Elem Klimov y Ales Adamovich. Elenco: Aleksey Kravchenko, Olga Mironova, Vladas Bagdonas, Liubomiras Laucevičius, Jüri Lumiste, Viktor Lorents, Kazimir Rabetsky, Evgeniy Tilicheev, Aleksandr Berda, Igor Gnevashev. Producción: S. Tereshchenko. Duración: 142 minutos.