Siete Días de Mayo (Seven Days in May)

El miedo a la paz

Por Martín Chiavarino

Siete Días de Mayo (Seven Days in May, 1964) es el segundo de los films de la Trilogía de la Paranoia del aclamado director estadounidense John Frankenheimer, antecedida por The Manchurian Candidate (1962), un par de años antes, y continuada por Seconds (1966), un par de años después. Escrita por Rod Serling, el creador de la maravillosa serie televisiva La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone, 1959-1964), la película narra siete días cruciales en 1970 en medio de las ficticias negociaciones para la ratificación en el Congreso de un tratado de desarme nuclear firmado por el presidente de Estados Unidos de América y el secretario general del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La película es la adaptación de la novela homónima, escrita por Fletcher Knebel y Charles W. Bailey II a principios de la década del sesenta, que se inspira en los acontecimientos reales ocurridos poco después del ascenso a la presidencia del demócrata John F. Kennedy, gran esperanza de un cambio de rumbo para una buena porción del electorado norteamericano.

 

Una marcha a favor y en contra del desarme nuclear de las grandes potencias, que se desmadra y termina en una batalla campal tras una provocación, da el puntapié inicial a este extraordinario film sobre la paranoia generada en Estados Unidos por la amenaza nuclear y la posibilidad del exterminio total. Con el tratado de desarme a punto de ser ratificado, el jefe del Estado Mayor Conjunto, el general James Mattoon Scott (Burt Lancaster), un militar condecorado de la Fuerza Aérea de su país que vocifera públicamente en diversos ámbitos su oposición al desarme, invita al presidente Jordan Lyman (Fredric March) a presenciar un simulacro de alerta que las fuerzas conjuntas del ejercito planifica para mitad de mayo de 1970, en un contexto de caída de la aprobación del mandato presidencial. Ante las extrañas pero ineludibles señales que se producen a su alrededor, el director del Estado Mayor Conjunto, el coronel Martin “Jiggs” Casey (Kirk Douglas), que trabaja para Scott como encargado del simulacro, comienza a sospechar que una conspiración para derrocar al presidente se teje ante sus narices. Las sospechas se acrecientan y el sentido del deber de Casey lo conduce a presentar sus teorías ante el presidente, quien, tras descartar inicialmente el asunto ante la falta de pruebas contundentes, accede a investigar, por lo que manda a su asesor principal, Paul Girard (Martin Balsam), al mediterráneo a conseguir una confesión firmada por el vicealmirante Barnswell (John Houseman), el único oficial invitado al golpe que declina su participación ante la propuesta de Scott. El senador Raymond Clark (Edmond O’Brien), otro amigo del presidente Lyman, es enviado tras las huellas de una base secreta en la que se entrenan más de tres mil soldados para derrocar al gobierno en El Paso, Texas, mientras que Casey es enviado a vigilar al general Scott, que ante las negativas de Jiggs a definirse políticamente como un golpista, es enviado por Scott a su casa para descansar hasta el día del simulacro. El tiempo corre y la única información que recibe Lyman son las cartas entre el general Scott y su amante, Eleanor Holbrook (Ava Gardner), que podrían destruir la imagen del general como un ciudadano íntegro, pero no probar su ignominioso complot.

 

La militancia antibélica de Rod Serling lo convirtió en la decisión acertada para la adaptación de la obra de Fletcher Knebel y Charles W. Bailey II, así como su constante denuncia de la obsesión norteamericana con la guerra nuclear, una crítica feroz a la carrera armamentista que funciona aquí como norte de toda la historia. Tanto el libro como la película son una respuesta contundente a la escalada que casi produce una guerra entre Estados Unidos y la Unión Soviética, conflicto conocido como Crisis de los Misiles en Cuba, ocurrido en octubre de 1962, un episodio que llevó la paranoia nuclear a niveles intolerables.

 

Lo que más sorprende del cine de Frankenheimer es el equilibrio perfecto entre la vertiginosidad de los acontecimientos que precipitan a ambos bandos a reformular sus planes y el desarrollo de los argumentos y los diálogos por parte de los personajes en escenas más pausadas pero de gran dinamismo y, por supuesto, brillantemente interpretadas por un elenco de lujo que incluye al carismático Burt Lancaster, que participó en cinco films del director, el enérgico Kirk Douglas, que a su vez compartió pantalla con Lancaster en siete oportunidades, la deslumbrante Ava Gardner y un complemento glorioso por parte de Fredric March, Edmond O’Brien, Martin Balsam, John Houseman y Andrew Duggan.

 

La discusión entre Scott y Lyman sobre la democracia y el patriotismo mal entendido son el pináculo del dilema político en que se encuentran los personajes. En el caso de Scott, un desarme pondrá en peligro las vidas de los ciudadanos norteamericanos, mientras que según la lógica de Lyman, solo el desarme puede traer paz y libertad en un contexto de escalada armamentista sin límites. El personaje de Jiggs es el péndulo sobre el que giran ambos personajes, y el que define finalmente la situación tomando partido siempre siguiendo su sentido del deber.

 

El film de Frankenheimer es esencialmente ético, poniendo siempre al presidente, el general Scott, el coronel Carter y a los demás personajes ante disyuntivas en las que tendrán que tomar alguna decisión en la que se juega un componente moral que puede marcar un antes y un después. Cada una de estas decisiones implica poner en juego algo de sí mismo que será irrecuperable e irreversible. Si hay algo que se destaca de la historia es la responsabilidad individual. A diferencia de la displicencia de la actualidad, cada uno de los personajes siente en la película que sus acciones importan, que deben velar por la seguridad de los ciudadanos, y que si algo amenaza esa seguridad deben intervenir.

 

Siete Días de Mayo es considerada una película de guerrilla, ya que muchas de sus escenas fueron filmadas sin la autorización gubernamental, situación que le trajo más de un dolor de cabeza al director y al responsable de la fotografía, Ellsworth Fredericks, pero que también los obligó a salir de lo convencional para crear escenas vertiginosas, cargadas de simbolismo y significación sobre el valor de la patria y la democracia, conceptos que se ponen en juego en la trama para situar al espectador ante un dilema, ofreciéndole los argumentos de ambos lados de la grieta norteamericana y exponiendo los problemas de ambas posturas, pero analizando siempre a la paz y la libertad como preceptos sobre los cuales no se puede transigir ante aquellos que los amenazan con sus ideas fascistas. La música incidental de Jerry Goldsmith de piano y percusión lleva la tensión de las disyuntivas del film a un lugar insoportable en escenas que paren relámpagos, conspirando para llevar a los personajes hasta los límites de sus voluntades en un partido de ajedrez entre Scott y Lyman donde lo que se juega es la suerte de la democracia norteamericana y su futuro.

 

Si la discusión entre Scott y Lyman sienta las bases de la lucha conceptual alrededor de la democracia, la Constitución, la representatividad y la voz popular, el discurso final de Lyman sobre la paz es el faro hacia el futuro, una era en la que se pueda vivir sin miedo a un holocausto nuclear, delirio siempre a punto de desatarse por cualquier nimio incidente internacional que ponga en funcionamiento los engranajes bélicos.

 

La unión entre Rod Serling y John Frankenheimer produce así un thriller político único que fascina por su actualidad, por poner en primer plano el temor a la guerra nuclear, a la carrera armamentista y la mentalidad y la cultura que promueven esta situación, que solo termina con la derrota humana. Siete Días de Mayo es una obra que se adentra peligrosamente en el contexto de la turbulenta política norteamericana de los años sesenta, que venía de un acceso de fascismo explícito que se enfrentaría con las fuerzas progresistas que cobraban vuelo en el contexto de la Guerra Fría y de una sociedad de consumo construida alrededor de ese Estado de Bienestar aliado al progreso técnico que desaparecería una década después sin eliminar el peligro atómico del imaginario popular.

 

Siete Días de Mayo (Seven Days in May, Estados Unidos, 1964)

Dirección: John Frankenheimer. Guión: Rod Serling. Elenco: Burt Lancaster, Kirk Douglas, Fredric March, Ava Gardner, Edmond O’Brien, Martin Balsam, Andrew Duggan, Hugh Marlowe, Whit Bissell, Richard Anderson. Producción: Edward Lewis. Duración: 118 minutos.

Puntaje: 10