En simultáneo y sobre todo luego de la Edad de Oro del Porno o Porno Chic (1969-1984), un período de destape expresivo e ideológico posterior al hippismo y la Revolución Sexual de la década del 60, el mainstream incorporó mucho del lenguaje exuberante en cuestión y lo formateó bajo sus intereses, dando por resultado diversos géneros que con el tiempo se amalgamaron en el thriller erótico, quizás el más perdurable. Los cineastas que patentaron el asunto fueron el Lawrence Kasdan de Cuerpos Ardientes (Body Heat, 1981), ese Brian De Palma de Vestida para Matar (Dressed to Kill, 1980) y Doble de Cuerpo (Body Double, 1984) y especialmente aquel Adrian Lyne de Atracción Fatal (Fatal Attraction, 1987), sin desmerecer la influencia de trabajos menores de este último y volcados al drama como 9 Semanas y Media (Nine 1/2 Weeks, 1986), Propuesta Indecente (Indecent Proposal, 1993) y Lolita (1997). Fue precisamente durante los 80 y 90 que el thriller erótico se expandió y alcanzó su mayor popularidad, pensemos para el caso en el lento despegue de la mano de Sin Salida (No Way Out, 1987), de Roger Donaldson, Bajos Instintos (Basic Instinct, 1992), de Paul Verhoeven, Perversa Luna de Hiel (Bitter Moon, 1992), de Roman Polanski, y La Última Seducción (The Last Seduction, 1994), de John Dahl, y en la consolidación gracias a Jade (1995), faena de William Friedkin, Sin Límites (Bound, 1996), de los hermanos Larry y Andy Wachowski, Criaturas Salvajes (Wild Things, 1998), opus de John McNaughton, Un Crimen Perfecto (A Perfect Murder, 1998), de Andrew Davis, Juegos Sexuales (Cruel Intentions, 1999), de Roger Kumble, y Ojos Bien Cerrados (Eyes Wide Shut, 1999), obra maestra de Stanley Kubrick con Tom Cruise y Nicole Kidman que fue muy menospreciada.
Ya nadie lo recuerda pero a principios del Siglo XXI hubo un mínimo intento de reflotar el formato de turno después de aquel período de saturación de fines de la década del 90, en este sentido se acumularon films de distinta tesitura que no lograron revivir el interés del público y de la crítica, ejemplos claros son Infidelidad (Unfaithful, 2002), de Lyne, Mujer Fatal (Femme Fatale, 2002), de De Palma, La Piscina (Swimming Pool, 2003), de François Ozon, y Chloe (2009), de Atom Egoyan, entre algunas otras obras del montón. Más entrado el nuevo milenio, una admirable propuesta del surcoreano Park Chan-wook, La Doncella (Ah-ga-ssi, 2016), efectivamente consiguió sacudir la modorra del thriller erótico y a lo largo de la distribución internacional subsiguiente comenzó a desencadenar una flamante tanda de películas del género, recordemos en especial Los Voyeristas (The Voyeurs, 2021), de Michael Mohan, Aguas Profundas (Deep Water, 2022), otra del veterano Lyne, Asesino Serial (Strange Darling, 2023), de J.T. Mollner, Babygirl (2024), de Halina Reijn, y Amor, Mentiras y Sangre (Love Lies Bleeding, 2024), de la británica Rose Glass. El más reciente agregado a la lista, hoy estrenándose con un año de demora debido a la concentración oligopólica de la distribución y exhibición en todo el planeta, es Bone Lake (2024), trabajo muy disfrutable de Mercedes Bryce Morgan, directora estadounidense que se encargó de videoclips, cortos y capítulos varios televisivos hasta que consiguió redondear un par de largometrajes, Fijación (Fixation, 2022), opus que no logró distribución mundial alguna, y Cucharada de Azúcar (Spoonful of Sugar, 2022), film errático aunque ameno para Shudder, el servicio de streaming por antonomasia del horror y la ciencia ficción del eje anglosajón.
El guión de Joshua Friedlander, su primer trabajo que accede a un público masivo porque los anteriores no los vio prácticamente nadie, hablamos de Rubia Suicida (Suicide Blonde, 1999), de Eduardo Carrillo, y Holly Durmió Allí (Holly Slept Over, 2020), dirigida por el propio Friedlander, comienza con la llegada de una parejita, la periodista Sage (Maddie Hasson, muy parecida a Florence Pugh) y el docente mexicano Diego (Marco Pigossi), a una enorme casa de campo a orillas del “Lago de los Huesos” del título, nombre que tiene que ver con las supuestas andanzas de un asesino en serie que en los 50 arrojó los cadáveres de sus víctimas en las aguas cristalinas. La pareja reservó el lugar por el fin de semana vía una aplicación símil Airbnb pero grande es su sorpresa cuando llega otra dupla romántica, Will (Alex Roe) y Cin (Andra Nechita), los cuales aseveran también haber reservado la vivienda generándose una situación que desemboca en los cuatro aceptando compartir la casa e incluso desarrollando una familiaridad que a su vez los lleva a abrir los candados de dos habitaciones, así en la primera encuentran juguetes sexuales y un columpio del rubro y en la otra una tabla güija, muchas velas y recortes de periódicos sobre desapariciones de parejas en las inmediaciones. Casi de inmediato el dúo de carilindos, Cin y Will, no sólo pretende seducir a Diego y Sage sino que los manipula para que se peleen, aprovechando cierta inestabilidad en la relación porque el primero dejó su trabajo para escribir una novela y ambos se mantienen con el nuevo puesto de editora de Sage. Para colmo Will le roba a Diego un anillo que perteneció a su abuela y con el que pretendía proponerle casamiento a Sage, utilizándolo en cambio para de golpe pedirle matrimonio a Cin frente a los otros dos.
Aquí se trabaja bastante bien la independencia sexual femenina en consonancia con una Sage que se masturba en soledad en la bañera, porque su pareja no la hace acabar/ llegar al orgasmo, y una Cin que tiene un consolador en su valija, ya que Will se mueve como un metrosexual idiota y narcisista. Entre referencias a aquellas premisas de base de Bárbaro (Barbarian, 2022), de Zach Cregger, y El Amor Perfecto no Existe (The One I Love, 2014), de Charlie McDowell, y el fetiche para con las cámaras y el voyeurismo modelo snuff de Sliver: Invasión a la Privacidad (Sliver, 1993), convite de Phillip Noyce, y Hotel sin Salida (Vacancy, 2007), de Nimród Antal, Bone Lake explora temáticas como la claustrofobia, el sabotaje, las mentiras, la paranoia, los delirios, la psicopatía, la insensibilidad, la envidia, el deseo y sobre todo el mito del amor sólido o invariante, aquí la obsesión para nada sutil de unos Will y Cin que en realidad son hermanos y los dueños del inmueble, entrelazados en una relación incestuosa que los condujo a matar a sus padres, aparentemente no muy felices con la circunstancia, y los llevó a hacer lo propio con otras tantas parejas, todas reventadas con una ballesta como descubrimos en el prólogo vía el óbito a lo cacería de Brett (Clayton Spencer) y Lisa (Eliane Reis), malogrados sin ropa alguna y en el medio del bosque. El film asimismo indaga en la tendencia infantiloide de la actualidad a desconfiar por completo de los extraños para de repente endiosarlos a pura ingenuidad/ estupidez y sólo por el fetiche de la novedad, llegando incluso a apreciar de manera desproporcionada su opinión en busca de algún tipo de validación o ayuda mágica en la carrera, justo como sucede en la mansión que nos compete a raíz de la pareja en crisis en relación a la dupla de lunáticos homicidas.
Desde el vamos se ubica en primer plano el estereotipo del horror de los juegos sádicos que implican compulsión y desconcierto, precisamente “pinchando” en las debilidades de los sujetos y sorprendiéndolos en función de estos mismos ataques contra la noción burguesa naif de la inviolabilidad del ámbito privado o la intimidad, no obstante el film de Morgan lo compensa con buenos personajes, el giro incestuoso/ parricida del último acto, las imágenes que los psicópatas guardan de sus víctimas y por supuesto una carga erótica que puede parecer leve si la comparamos con su equivalente del Siglo XX, a todas luces muchísimo más pesada, pero resulta importante dentro de la mojigatería del mainstream y el indie de hoy en día, dos enclaves que directamente suelen obviar el tópico como si la sexualidad no existiese o no fuese “marketinera” según los cánones reaccionarios, estériles e inofensivos de la industria cultural contemporánea. En esta ocasión sobresale el exquisito desempeño en fotografía de Nick Matthews, quien trabajó con la directora en Cucharada de Azúcar y viene de colaborar con Kevin Greutert en la estupenda Saw X: El Juego del Miedo (Saw X, 2023), siempre garantizando el dinamismo narrativo y el humor negro en una multitud de situaciones a escala tanto conceptual como visual bien prosaica. A pesar de que a fin de cuentas la originalidad brilla por su ausencia porque todo esto ya se ha hecho incontables veces en el pasado, y por cierto con mejores resultados, este nuevo thriller erótico exuda eficacia, incomodidad y actuaciones dignas y entrega un final maravilloso, en simultáneo gracioso, astuto y profundamente gore, sacándole partido a los cuchillos, los atizadores, las hachas, las motosierras e incluso un envase de vidrio que va a parar a la caripela de Cin…
Bone Lake (Estados Unidos, 2024)
Dirección: Mercedes Bryce Morgan. Guión: Joshua Friedlander. Elenco: Maddie Hasson, Marco Pigossi, Andra Nechita, Alex Roe, Clayton Spencer y Eliane Reis. Producción: Joshua Friedlander, Mickey Liddell, Jason Blumenfeld, Pete Shilaimon y Jacob Yakob. Duración: 94 minutos.