Escape de Nueva York (Escape from New York)

El nombre es Plissken

Por Emiliano Fernández

Si dejamos de lado desviaciones con respecto al canon como la comedia de ciencia ficción Estrella Oscura (Dark Star, 1974) y la biopic televisiva sobre el Rey del Rock and Roll Elvis (1979), John Carpenter para comienzos de los 80 parecía ya irremediablemente destinado a filmar sólo películas de terror debido no sólo al enorme e inesperado éxito de Noche de Brujas (Halloween, 1978) sino además a la igualmente taquillera La Niebla (The Fog, 1980) y la también realizada para la TV Alguien me Vigila (Someone’s Watching Me!, 1978), cruza meticulosa entre La Ventana Indiscreta (Rear Window, 1954), de Alfred Hitchcock, Rojo Profundo (Profondo Rosso, 1975), de Dario Argento, y Perdón, Número Equivocado (Sorry, Wrong Number, 1948), de Anatole Litvak. Todo cambia cuando el director y guionista, quien había firmado un contrato de dos películas con Avco Embassy Pictures luego del éxito de Noche de Brujas y ya había entregado la primera, La Niebla, opta por dejar de lado el proyecto que eventualmente se transformaría en El Experimento Filadelfia (The Philadelphia Experiment, 1984), de Stewart Raffill, y desempolva un guión que había escrito en 1976 influido tanto por aquel frenesí homicida de una Nueva York convertida en una jungla de El Vengador Anónimo (Death Wish, 1974), de Michael Winner, como por el mismísimo Escándalo Watergate de 1974, léase la costumbre del presidente republicano Richard Nixon de acosar a opositores políticos y grabar las conversaciones del Comité Nacional del Partido Demócrata, cuya sede principal era el Edificio Watergate de Washington D.C., sirviéndose de organismos de impronta policial como el Buró Federal de Investigaciones o FBI, de raudo espionaje como la Agencia Central de Inteligencia o CIA y hasta de control fiscal como el Servicio de Impuestos Internos o IRS, lo que provocaría la dimisión de Nixon en agosto de 1974 y que casi nadie se tome en serio de allí en más los dichos de los jerarcas políticos del ecosistema público occidental. Escape de Nueva York (Escape from New York, 1981), un regreso al cine de acción puro y duro de la querida y no demasiado conocida Asalto al Precinto 13 (Assault on Precinct 13, 1976), le permitió al cineasta reunirse con varios colaboradores de antaño como el coguionista Nick Castle, quien había participado como actor en Estrella Oscura y compuesto a Michael Myers en Noche de Brujas, Donald Pleasence, el cual venía de interpretar al Doctor Sam Loomis en el clásico del slasher y que se reuniría tiempo después con Carpenter en Príncipe de las Tinieblas (Prince of Darkness, 1987), y la bella pechugona Adrienne Barbeau, esposa por entonces del amigo John, con quien ya había trabajado en Alguien me Vigila y La Niebla, amén de aportar la voz de aquella computadora ajedrecista de La Cosa (The Thing, 1982).

 

Ahora bien, la obra maestra que nos ocupa constituye la primera colaboración valiosa de Carpenter con dos socios fundamentales futuros, el primero Alan Howarth, treintañero que se había hecho conocido aportando efectos sonoros para Viaje a las Estrellas: La Película (Star Trek: The Motion Picture, 1979), de Robert Wise, La Cuenta Regresiva (The Final Countdown, 1980), de Don Taylor, y Batalla más allá de las Estrellas (Battle Beyond the Stars, 1980), de Jimmy T. Murakami, y que ayudaría al director a componer los gloriosos soundtracks de la citada Príncipe de las Tinieblas, Christine (1983), Rescate en el Barrio Chino (Big Trouble in Little China, 1986), Ellos Viven (They Live, 1988) y las dos primeras secuelas de Noche de Brujas, la de 1981 de Rick Rosenthal y la de 1982 de Tommy Lee Wallace, las únicas en las que intervino directamente Carpenter, y el segundo Kurt Russell, el cual estaba desesperado por sacarse de encima el mote intra industria del espectáculo de actor televisivo y/ o infantil especializado en comedias bobaliconas para la factoría de Walt Disney, el cual -vale recordar- ya había trabajado con el cineasta en Elvis, un opus interesante aunque bastante extraño en materia del derrotero general de ambas carreras, y con quien volvería a reunirse en ocasión de La Cosa, Rescate en el Barrio Chino y Escape de Los Ángeles (Escape from L.A., 1996), secuela francamente floja de la presente que en muchos sentidos también puede leerse como una remake encubierta aunque más tirada hacia lo farsesco rimbombante noventoso. Amalgama en verdad celestial entre la angustia metropolitana y caníbal de El Vengador Anónimo, ahora en versión apocalíptica a lo Mad Max (1979), de George Miller, y los arrebatos nihilistas extasiados de aquella legendaria trilogía de ciencia ficción de Charlton Heston de fines de la década del 60 y principios de los 70, hablamos de El Planeta de los Simios (Planet of the Apes, 1968), de Franklin J. Schaffner, El Hombre Omega (The Omega Man, 1971), de Boris Sagal, y Cuando el Destino nos Alcance (Soylent Green, 1973), de Richard Fleischer, Escape de Nueva York nos presenta un mundo por entonces futuro y hoy paralelo/ ucrónico en el que en 1988 el crimen aumenta un 400% y por ello las autoridades norteamericanas deciden convertir a la Isla de Manhattan en una prisión de máxima seguridad fortificada por completo, la única del país, rodeada de un muro de 15 metros de altura y con puentes y vías acuáticas minadas que les impiden abandonar el lugar a los cautivos, esos que simplemente son dejados ahí sin guardia alguno para que desarrollen su propia administración con vistas a que cumplan cadenas perpetuas sin evidente posibilidad de salir jamás en libertad, planteo semejante a lo que sería una prisión del Viejo Oeste o a una típica penitenciaria de un país tercermundista.

 

Ya para 1997 el asunto se les da vuelta a todos los fascistas de mierda en el poder porque en medio de la Tercera Guerra Mundial entre yanquilandia y el bloque comunista, con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la República Popular China a la cabeza, el avión presidencial es secuestrado de improviso por una azafata terrorista de izquierda del Frente de Liberación de Norteamérica (Nancy Stephens) y es estrellado en Manhattan para denunciar a un Estado racista y policial mediante la ironía revolucionaria de arrastrar al presidente John Harker (Pleasence) hacia su propia prisión imperialista. El mandatario se dirigía a una conferencia internacional de paz en Hartford, Connecticut, con el objetivo de presentar un discurso grabado en un cassette sobre nuevos descubrimientos en torno a la fusión nuclear y la energía correspondiente en plan de ofrenda conciliadora que finiquite los enfrentamientos bélicos, no obstante la arremetida contra el Air Force One lo obliga a meterse en la cápsula oficial de escape con un dispositivo de rastreo en una muñeca y unas esposas que lo encadenan a un maletín con el cassette en cuestión dentro. El alcaide del presidio y jefe del Control de Seguridad de la Isla de la Libertad, donde se encuentra la Estatua de la Libertad, el comisionado de policía Bob Hauk (Lee Van Cleef), se entera del problemilla por su segundo al mando, el capitán Rehme (Tom Atkins), y organiza una misión de rescate que termina frustrándose cuando después de aterrizar en la cárcel a cielo abierto y descubrir que la cápsula sobrevivió pero el presidente está desaparecido, un tal Romero (Frank Doubleday), punk homosexual y lugarteniente principal de El Duque (Isaac Hayes), mandamás en la praxis de la Isla de Manhattan, le informa que los presos tienen cautivo al jerarca institucional y hasta le muestra un dedo cercenado para que él y sus tropas salgan inmediatamente del lugar. Consciente de que todavía resulta necesaria la aparición del presidente con vida porque restan 24 horas de conferencia de paz en Hartford, Hauk decide ofrecerle un indulto urgente a un recluso que está por ingresar a la isla para que rescate al personaje de Pleasence, S.D. Bob “Snake” Plissken (Russell), ex teniente de las Fuerzas Especiales Black Light galardonado con dos corazones púrpuras por las batallas de Leningrado y Siberia y hoy condenado a cadena perpetua por un robo a un depósito de la reserva federal estadounidense, señor de impronta anárquica, adepto al laconismo y con un parche en su ojo izquierdo que muta en mercenario circunstancial a pesar de despreciar al gobierno, para lo cual le entregan un rastreador, un arma y un cronómetro en retroceso y hasta le inyectan microexplosivos que le destruirán sus arterias carótidas a menos que halle y rescate al presidente a tiempo, lo que implicaría que anularán las cargas mediante rayos x.

 

Luego de aterrizar vía un planeador en aquel World Trade Center que sería destruido por los simpáticos muchachos de Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001, Plissken se topa con una Nueva York derruida, espectáculos grotescos de vodevil, un taxista siempre sonriente que conduce un auto blindado, Cabbie (Ernest Borgnine), alguna que otra violación en grupo, una pandilla que desea robarle las botas y finalmente un anciano delirante que está siendo molido a golpes y que tiene la muñequera de rastreo del mandatario, lo que le gana más de esa tragicómica “compasión” de las autoridades porque al avisarle al alcaide éste lo amenaza con matarlo si vuelve a subir al planeador o pretende trepar los muros de la cárcel sin el presidente sano y salvo a su lado. Luego de encontrarse con una señorita en un restaurant abandonado (Season Hubley), la cual es devorada por Los Locos, una banda de menesterosos que vive en el metro y anda con hambre porque llegó fin de mes y ya no tienen la escasa comida que envía el gobierno, Snake escapa de los susodichos con la ayuda de Cabbie y sus bombas mólotov y es conducido hasta un individuo que de seguro sabrá dónde está retenido el presidente, Harold “Cerebro” Hellman (Harry Dean Stanton), un ingeniero y ex socio del protagonista que vive junto a su novia, Maggie (Barbeau), en una enorme biblioteca pública y que provee de combustible a El Duque mediante un mínimo pozo de petróleo y una refinería, mandamás que a su vez tantea la posibilidad de una amnistía general a cambio del personaje de Pleasence y después apuesta por encabezar una caravana semi suicida con el jerarca gubernamental al frente a través de un puente del que supuestamente tienen un plano con las minas de turno para así esquivarlas y huir de la isla. Cabbie pronto se acobarda y escapa y Plissken roba un automóvil para llegar al cuartel de El Duque, sin embargo después de esquivar a una turba salvajona con palos y piedras es apresado cuando intentaba llevarse al presidente y obligado a luchar en un cuadrilátero en un “vale todo”, por más que recibió un flechazo en su pierna derecha, contra el gigantesco Slag (Ox Baker), derrotándolo en el segundo asalto con un escudo y un bate de béisbol con clavos muy afilados. Cerebro mata a Romero y se lleva al mandatario para escapar con el planeador desde el World Trade Center aunque los reos liberan el avión hacia el vacío y obligan al ingeniero y Maggie, junto al fugado Plissken, a subirse al taxi del reaparecido Cabbie, quien intercambió su gorra por el mentado cassette de la conferencia de paz. El taxista y Cerebro mueren por minas atravesando el puente de aquel mapa, el de la tremenda Calle 69, y Maggie es atropellada de frente por El Duque con su Cadillac tuneado, a su vez falleciendo cuando el presidente le dispara desde lo alto de la pared con una ametralladora.

 

Claramente Escape de Nueva York es la mejor película de izquierda de acción de contexto distópico de la historia del cine porque aquí Carpenter no se contiene para nada en materia de la sátira corrosiva de la figura presidencial, históricamente asociada en Estados Unidos a las administraciones de derecha fanática de los republicanos y de derecha apenas moderada de los asimismo repugnantes demócratas, no sólo porque se lo muestra como un pusilánime bien pragmático y oportunista que jamás osa defenderse de sus agresores y únicamente se envalentona con la asistencia crucial de Plissken o en situaciones de evidente ventaja, como en el final cuando fusila a El Duque amparado en aquella lejanía y el factor sorpresa, sino también debido al hecho de que el film juega largo y tendido con la fantasía de gran parte de la población de desquitarse con el hijo de puta que nos gobierna aunque sin caer en el lugar común facilista de un tiro en la frente y/ o de empujarlo debajo de un piano en caída libre, prefiriendo en cambio estrategias que nos permitan disfrutar de su dolor como las de la pantalla, basta con recordar que al jerarca del genial Pleasence se lo golpea, se le corta un dedo, se lo utiliza como tiro al blanco y hasta se lo viste de mujer dentro de una coyuntura de deliciosas humillaciones en cadena que además incluyen el tener que reconocer que El Duque de Nueva York “es el número uno”. La película va un paso más allá de la clásica crítica al sistema carcelario vía el argumento de que no redime ni “cura” a nadie sino que profesionaliza y lleva hacia la brutalidad a los prisioneros, ahora parodiando lo que ya para principios de la década del 80 era una realidad en lo que atañe a la separación comunal hiper tajante -mediante muros similares al modelo de los barrios cerrados- por zonas que se corresponden a diferentes estratos sociales, con los ricos por supuesto condenando a la marginación, al aislamiento y al olvido a las cada día más voluminosas masas de pobres que genera el nuevo capitalismo de la especulación en detrimento del trabajo; a lo que se suma la idea de base de invertir el entramado plutocrático y hegemónico de la realidad haciendo que Manhattan, una de las regiones más opulentas y poderosas de la metrópoli y del país en su conjunto, se transforme en sede habitacional de la considerada “escoria de la nación”, hablamos de aquellos que se salen del molde de esa previsibilidad homologada a la sumisión frente a la cual se rebela nuestro antihéroe, el inefable Plissken, por un lado un arquetipo identitario cercano al adalid de inclinaciones ácratas del spaghetti western a lo Sergio Leone, Damiano Damiani o Sergio Corbucci y por el otro lado el opuesto exacto de Hauk, suerte de doppelgänger de Snake pero en versión perro faldero de los oligarcas que conociendo sus injusticias y sus abusos aun así opta por defenderlos para autolegitimarse.

 

Russell está perfecto y así como él le copió muchos tics actorales a Clint Eastwood para Snake -como esa propensión a susurrar los diálogos y la estampa de sujeto recio bordeando la autoparodia- a posteriori muchos más colegas se inspirarían en su labor en Escape de Nueva York para una infinidad de aventuras apocalípticas y/ o de evolucionismo de tipo darwinista hermanado a la supervivencia, lo que por cierto no desmerece el desempeño de un seleccionado de monstruos sagrados irrepetibles del séptimo arte como Lee Van Cleef, Ernest Borgnine, Harry Dean Stanton, Isaac Hayes, Adrienne Barbeau, Tom Atkins y el mismo Donald Pleasence, cada uno de ellos completamente acoplado a su rol y logrando por momentos un auténtico relato coral por el peso específico de los secundarios dentro de la estructura narrativa y desde ya por la memoria emotiva del cinéfilo prosaico en función de tamaños actores. La música incidental de Carpenter y Howarth rankea en punta entre los mejores soundtracks del director gracias a su generosa y siempre estupenda variedad, desde los paradigmáticos “latidos” minimalistas de las bases electrónicas incesantes, pasando por sublimes mantras ambient para los instantes de tensión, peligrosidad o expectativa, hasta llegar a un leitmotiv supremo de cadencia tan rockera como melodiosa, amén del hilarante recurso de echar mano de Bandstand Boogie, originalmente una cortina musical compuesta por Charles Albertine e interpretada por Les Elgart y su orquesta en 1954 para el programa televisivo de baile American Bandstand, con la clara meta de continuar ridiculizando hasta en el desenlace a la figura presidencial del acervo político occidental; recordemos que en las postrimerías del relato para neutralizar las cargas explosivas en su cuello Hauk le pide a Plissken que entregue el cassette y éste le ofrece una cinta de Cabbie con Bandstand Boogie mientras conserva la original para sí mismo y se consagra a destruirla al comprobar la soberbia, el narcisismo y la falta total de respeto a la vida ajena del mandatario cuando le pregunta sobre todas las personas que murieron para sacarlo de Manhattan, recibiendo como respuesta desinterés y ganándose que todos en Hartford lo vean como un payaso con la alegre composición símil big band siendo transmitida vía satélite a los representantes diplomáticos ante la cara de sorpresa del dirigente. La película incluso juega con el ideario y la distancia ética entre los personajes de Van Cleef y Russell, el primero un cómplice del sistema de represión capitalista y el segundo un inconformista que hace que sus allegados lo llamen Snake y sus enemigos Plissken, por ello en un inicio invita a Hauk a que utilice el sobrenombre y en el final lo insta a que regrese al apellido, emblema del mercenario con un pie en cada facción pero siempre tendiente a unirse a los marginados que aún dan batalla…

 

Escape de Nueva York (Escape from New York, Estados Unidos, 1981)

Dirección: John Carpenter. Guión: John Carpenter y Nick Castle. Elenco: Kurt Russell, Lee Van Cleef, Ernest Borgnine, Donald Pleasence, Isaac Hayes, Season Hubley, Harry Dean Stanton, Adrienne Barbeau, Tom Atkins, Frank Doubleday. Producción: Larry Franco y Debra Hill. Duración: 99 minutos.

Puntaje: 10