La británica Sophie Ellis-Bextor, una de las voces más fascinantes del Siglo XXI, acumula un derrotero musical largo y trabajoso en el que un éxito inicial parecía haberla condicionado hacia la mediocridad hasta no hace tanto, específicamente una década, momento en el que supo reinventarse e incluso comenzó a mirar a su pasado para reestructurarlo desde una sabiduría que llegó tarde pero segura. Ellis-Bextor empezó su carrera como la cantante de Theaudience, banda que tuvo una corta vida en la segunda mitad de la década del 90 y en su alineación incluyó además a los guitarristas Billy Reeves y Dean Mollett, el tecladista Nigel Butler, el bajista Kerin Smith y el baterista Patch Hannan. Luego la artista alcanzó una importante repercusión en el Reino Unido gracias a una colaboración englobada en el house con el DJ italiano Cristiano Spiller, Groovejet (If This Ain’t Love) (2000), single efectivamente muy exitoso que incluía samples varios de Love Is You (1976), a su vez un clásico menor de la música disco de Carol Williams más aquella Salsoul Orchestra, un ADN primigenio que resultaría fundamental ya que Sophie siempre estuvo muy pegada tanto a Kylie Minogue, Cher y Madonna como a Pet Shop Boys, The Human League y Blondie, amén del disco fundamentalista de ABBA, Giorgio Moroder, Chic, Bee Gees, Earth, Wind & Fire y divas infaltables modelo Donna Summer, Diana Ross, Gloria Gaynor e Iolanda Cristina Gigliotti alias Dalida. Su primera incursión discográfica fue Theaudience (1998), único y olvidable álbum del grupo homónimo que se pasea por el soft rock, el britpop, el indie, el pop barroco y ese típico rock alternativo que para entonces ya estaba en camino de desaparecer, fagocitado por el nü-metal, una propuesta en esencia fallida porque no se decide entre la legitimidad rockera de banda funcionando al unísono/ de manera integrada o por el contrario, un claro vehículo para el lucimiento de Ellis-Bextor como figura indispensable.
Read My Lips (2001) constituyó un debut solista apenas correcto que fusiona elementos del techno, el dance, las baladas, la música disco, el trip hop, el synth-pop y la new wave en una jugada que patenta en gran medida el estilo por venir pero sin ofrecer cohesión, novedad o tracks verdaderamente interesantes o memorables, con la excepción de la excelente Murder on the Dancefloor, hace poco refritada por la realizadora inglesa Emerald Fennell para el cierre de Saltburn (2023), lo que significó la revitalización inmediata de la carrera de Ellis-Bextor. A posteriori llegaron Shoot from the Hip (2003), segundo trabajo donde ya se empieza a corregir el sustrato prolijo aunque insípido de la odisea anterior, ahora por un lado incorporando pinceladas erráticas de rock industrial, sophisti-pop, psicodelia, rhythm and blues y new romantic y por el otro lado permitiéndose diversas excentricidades para una artista de neta idiosincrasia mainstream, desviaciones por cierto casi siempre pertenecientes al indie y el art pop, y Trip the Light Fantastic (2007), álbum ameno que continúa encauzando el asunto hacia algún tipo de personalidad sonora propia que asimismo aporte coherencia temática/ musical, no obstante la propuesta sigue resultando un tanto ciclotímica porque no se decide del todo -ni sabe aprovechar los extremos- entre el electropop y el dance, entre el bubblegum de plástico y el pop artístico/ elegante y entre la nostalgia humanista y la impronta posmoderna hiper cerebral o quizás en pose baladí. Make a Scene (2011) fue otra placa impoluta en términos de producción que suena redundante con respecto a lo hecho en el pasado por otros especialistas de las comarcas que Ellis-Bextor revisita incansablemente, en esta oportunidad sin duda enfocada a un región intermedia entre el nu-disco, el europop, el funk, el acid house y el electroclash, todo con la intención de gastar a más no poder las pistas de baile metiendo en la licuadora a su adorada Minogue más Daft Punk, Chic y Jamiroquai.
Las cosas cambian para bien en ocasión de Wanderlust (2014), disco en el que por fin la londinense se reinventa apuntando hacia un horizonte musical que le paga el esfuerzo con calidad y canciones sorprendentes o ambiciosas, ahora olvidándose por un rato de la electronic dance music/ EDM y lanzándose de cabeza hacia el pop barroco y orquestal más chispazos de folk, indie, soft rock, polka, tango y balada edulcorada pero no por ello menos eficaz o disfrutable, detalle que aplica a buena parte de la trayectoria de la cantante. Suerte de secuela de Wanderlust, Familia (2016) redondea arreglos incluso mejores para una arquitectura compositiva que privilegia la llegada emocional/ melodramática de los temas mientras combina de manera orgánica la instrumentación clasicista y los pilares electrónicos de los primeros opus de Ellis-Bextor, aquí -como su título lo anticipa- echando mano del ecosistema cultural latinoamericano sin derrapar en la caricatura o el homenaje burdo porque la idea de fondo es amalgamar el pop de cámara con la acepción ochentosa o ultra ornamental del susodicho. Hana (2023) se abre paso como un insólito vuelco hacia lo que en el pop mainstream sería una opción semi experimental porque aquí la vocalista juega con el dream pop, el shoegaze y el art pop aunque dentro del envase del dance, su antigua zona de confort, lo que desencadena una aventura que no deja pasar la chance de elevar la intensidad hacia las cúspides del soul o pulir su amor por el synth-pop de vieja escuela, ese que se pretendía apto para mover el cuerpo pero también para disfrutar en las típicas FMs de los años 80 y 90.
La flamante adición de estudio es Perimenopop (2025), octavo disco que en su título hace referencia irónicamente a su edad, cruza de pop y la transición hacia el cese de la menstruación, la perimenopausia, y que ha sido producido por una catarata de colaboradores que incluye a Baz Kaye, James Greenwood, Finn Keane, Jon Shave, Thomas Edward Percy Hull alias Kid Harpoon, Richard Stannard, Duck Blackwell, Chris Greatti, Luke Fitton y Sam Knowles alias Karma Kid, sin olvidarnos de su esposo desde 2005 y padre de sus cinco hijos, Richard Jones, el bajista de The Feeling, jugada que conlleva un repliegue hacia la estrategia de siempre de Ellis-Bextor porque la trilogía inmediatamente previa, aquella de Wanderlust, Familia y Hana, estuvo a cargo de un único productor y cocompositor, Ed Harcourt, músico que supo tocar para Patti Smith, Marianne Faithfull y The Libertines, entre otros. Sin duda estamos frente al trabajo más adictivo de Ellis-Bextor y tal vez el más parejo en términos de calidad y ecosistema sonoro, aquí recuperando el nu-disco, el electropop y el dance aunque por suerte sin las inconsistencias del pasado y logrando una naturalidad que definitivamente responde a su condición de subproducto tanto de la madurez y confianza compositiva de la artista como de sus colaboraciones con Harcourt, hoy ausente en concreto pero presente en espíritu gracias a las lecciones aprendidas y cierta sutileza/ distinción/ sagacidad que incluye desviaciones hacia el soft rock, la balada y el enclave industrial y no fuerza las citas con respecto a la música disco de los 70 o el pop de probeta de los 80, permitiendo asimismo el lucimiento vocal de Sophie.
La epopeya abre con Relentless Love, canción intoxicante con una intro de teclados ochentosos que dejan paso al nu-disco filtrado por el funk y el soul de gente adicta a las fiestas como Kool & the Gang y Sly and the Family Stone, referencias que precisamente le calzan como anillo al dedo a una letra tendiente a celebrar la euforia de las primeras etapas del amor y a homologar el asunto con la montaña rusa, la noria y el carrusel de un parque de diversiones en plena efervescencia nocturna, casi como si estuviésemos hablando de un milagro rubricado por la adrenalina de la experiencia agitada de lo social, la más implacable. Ubicado espiritualmente entre el electropop y el dance, Vertigo es otro tema que incita al movimiento en la pista de baile pero en esta ocasión jugando por un lado con todos los hilarantes recursos del acervo grasiento de los 80, como las líneas rimbombantes de teclados, los coros distorsionados y las toneladas de eco, y por el otro lado con el ardor sexual que subyace al enamoramiento más intenso, detalle que trae a colación la capacidad de Ellis-Bextor para invocar las fantasías masculinas narcisistas de control sobre la mujer, en los versos casi una esclava erótica de un varón idílicamente irresistible que la lleva hacia lo más alto del deseo. La estupenda Taste continúa la estela de los tracks previos y ahora es momento de un techno-pop con coritos noventosos que reemplaza las metáforas previas para hablar de la limerencia, léase las atracciones mecánicas y la sensación de vértigo, con nada menos que el sentido del gusto, desde ya enfatizando una especie de gula de parte de la fémina en relación al hombre de turno, amén de alusiones varias a recetas y la sal del amor y a una complejidad del paladar que puede ir desde lo dulce hasta unos cítricos que se deshacen en la boca y despiertan el frenesí del cuerpo.
Stay on Me, creada en colaboración con las estadounidenses Selena Gómez y Julia Michaels, utiliza el lenguaje del synth-pop para proponer una transición entre el macho endiosado de los temas anteriores y la hembra que pasa a dominar la escena porque parece que estamos en una fiesta o discoteca en la que el hombre domina las miradas de todos a su alrededor pero la narradora sabe la verdad, que no deja de observarla y por ello la fémina proclama su victoria por sobre toda la competencia del lugar sin ruborizarse ante su propia belleza y el signo de la atracción mutua, los ojos. Utilizando de marco hedonista la referencia del título a la obra maestra cinematográfica homónima de 1960 de Federico Fellini con Marcello Mastroianni, Dolce Vita recupera la música disco y sus dos extremos a veces intercambiables, el clasicismo de Moroder y el pastiche posmoderno modelo Daft Punk, para que Sophie reflexione sobre cómo viene esquivando la crisis de la mediana edad porque sus 46 años parecen haberle dado un nuevo impulso vital que en los versos se traduce en tranquilidad, alegría y una sorpresa ante este estado símil vacaciones veraniegas eternas, sobre todo en un nuevo milenio que emparda la libertad únicamente a la juventud o mocedad atolondrada. En el ecosistema compositivo de la británica Time equivale a una balada a medio tiempo con chispazos de soft rock a lo Fleetwood Mac y una letra en la que la entrega al hombre amado pasa por el hecho de compartir lo único realmente valioso que tienen los seres vivos, el tiempo, elemento finito por antonomasia de la existencia que en el caso del cariño recíproco tiene que estar dirigido hacia alguien que lo valga, por ello los versos constantemente dejan de lado la codicia capitalista, utilizando conceptos como precio, calidad, posesiones, lujo y moneda de curso legal, para subrayar que la compañía de tipo afectuosa debería ser un gasto improductivo, que se consume en sí mismo.
Glamorous sitúa en primer plano la idiosincrasia de Ellis-Bextor, aquí más que nunca una Minogue de cadencia gótica y consagrada al nu-disco y el electropop, porque el sustrato sutilmente amargo inglés va apareciendo de a poco en la maravillosa letra sobre un equivalente masculino de la femme fatale del film noir/ policial negro, un gigoló que en los versos resulta hiper seductor, de hecho glamoroso e incluso celestial, pero también deja entrever su carácter mortal, diabólico o venenoso, condenado a quemar a la ninfa en cuestión como toda llama. Se podría decir que Freedom of the Night, una nueva aventura disco aunque honestamente no tan inspirada como las previas, oficia de excusa para un insólito solo glam de guitarra de Greatti y para que Sophie se sienta por un instante una mixtura entre Donna Summer y Gloria Gaynor, todo en el contexto de un soliloquio de autoconfianza con vistas a una salida nocturna equiparada a una oportunidad de sentirse más libre dejando la mundanidad desabrida detrás y acercándose a una energía colectiva que parece sanadora, sin duda un latiguillo del enclave popero de las postrimerías del Siglo XX volcado al baile. Layers tampoco es una joya y cae en lo apenas simpático, aquí una cruza de dance y synth-pop cuyo segmento final le hace honor al título y ofrece un buen arreglo compuesto de capas y capas de teclados juguetones que sostienen otra letra de la vocalista orientada a ponderar la complejidad de las personas en materia de sus pros y sus contras, los significantes y los significados o lo que muestran y aquello que esconden, en este sentido en los versos la comunicación y la charla sincera se homologan a la armonía y el amor saludable porque los bípedos todavía no desarrollamos la telepatía.
Diamond in the Dark, cocompuesta por Nile Rodgers, líder histórico de Chic, y con unas exquisitas cuerdas cortesía de David Arnold, famoso director de orquesta del ámbito anglosajón, levanta una vez más la puntería de Perimenopop a puro soul y funk que contagian ebullición, destreza y pasión por la música masiva bien construida, con franqueza, ahora tracción a Sophie desparramando metáforas sensoriales, religiosas, naturales e históricas para celebrar que encontró un diamante en la oscuridad que le robó el corazón como ningún hombre había hecho antes, un espécimen según ella tan raro como brillante. Heart Sing constituye toda una anomalía dentro del álbum que nos reenvía a la primera década del Siglo XXI de Ellis-Bextor porque la canción está construida sobre un beat poderoso en primer plano, en consonancia con el rock industrial de Nine Inch Nails pero edulcorado, que en el tramo final deja paso a una amalgama de dream pop y delicioso barroquismo psicodélico, suerte de coda indie que sorprende y como el resto del tema está al servicio de otra de estas alegorías temáticas rigurosas alrededor del amor, en esta ocasión empardado a una melodía perdida porque la relación en cuestión finiquitó y sólo queda un eco lejano. Con un título que parece citar a What You Got, himno del funk rock y uno de los grandes clásicos del cuarto trabajo solista de John Lennon, Walls and Bridges (1974), Don’t Know What You’ve Got Until It’s Gone en realidad es otra balada a lo Fleetwood Mac en sintonía con la anterior Time, ahora ofreciendo un cierre reposado para la placa que tiene que ver con cierta nostalgia por arrepentimientos, fantasmas y recuerdos de tiempos pasados -buenos y malos- que aparecen de golpe y atacan sin piedad a la narradora, quien reconoce que la vida se trata de seguir avanzando contra viento y marea por más que uno tiende a flaquear cuando comprende que el presente es una combinación de las decisiones de antaño y la expectativa a futuro, sea verosímil o no.
Considerando la vulgaridad monumental del pop del nuevo milenio, saturado de propuestas raquíticas y redundantes que ni siquiera pueden transmitir la efusividad del espectro de la chatarra musical de otras épocas, Ellis-Bextor resulta una artista valiosa que no sólo ha sabido reinventarse una y otra vez, como quien prueba diversos ropajes para comprobar cuál calza mejor, sino que además se ha entregado a una curva ascendente de aprendizaje que ha dado resultados positivos sin tantos baches en el camino y siempre a la vista de todo el mundo, lo que agrega una pátina de honradez/ veracidad al asunto. En este sentido pensemos que los primeros cuatro discos de la británica, Read My Lips, Shoot from the Hip, Trip the Light Fantastic y Make a Scene, no fueron malos sino decepcionantes porque con su trabajo fugaz con Spiller, Groovejet (If This Ain’t Love), había demostrado que podía superar fácilmente lo hecho por una banda tan rutinaria como Theaudience, típico grupo que nace desfasado o casi muerto porque adopta un estilo durante sus postrimerías históricas, aquella conjunción entre britpop y rock alternativo, por ello la reformulación que trajo la trilogía con Harcourt, Wanderlust, Familia y Hana, significó un volantazo en el momento justo ya que lamentablemente después del cuarto álbum su trayectoria se acercaba al estancamiento o la falta de ideas en cuanto a qué demonios hacer a continuación. Si bien por supuesto la movida melancólica detrás de Perimenopop obedece en parte al revival que experimentó Sophie luego de la inclusión de Murder on the Dancefloor en Saltburn, tampoco se puede pasar por alto que el oportunismo no tacha la honestidad ni mucho menos el talento de la cantante, hoy más que nunca enmendando los tropiezos de antaño y poniendo en vergüenza a colegas de menor, igual o mayor edad en lo que atañe al objetivo de fondo de celebrar la experiencia acumulada con los años, un tabú dentro de un gremio rosa a veces demasiado hipócrita, y armonizar las pistas de baile con las epopeyas pop destinadas a ser disfrutadas bajo cualquier circunstancia, como debería ser el horizonte de toda pieza musical que pretenda sobrevivir al paso del tiempo o escapar del obsoletismo programado de la cultura actual, volcada al consumo y el olvido automático.
Perimenopop, de Sophie Ellis-Bextor (2025)
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