Asesinatos en la Calle Morgue (Murders in the Rue Morgue)

El orgullo de la ciencia

Por Emiliano Fernández

Muchos cineastas que trabajaron en el ámbito de la Clase B durante el Hollywood Clásico de los años 30, 40 y 50 en algún momento pudieron trepar hacia la mentada Clase A, lo que generalmente provocaba a posteriori una situación de semi repliegue hacia los presupuestos modestos por el nivel de exposición y exigencias por parte de los ejecutivos de los estudios, quienes con más dinero invertido limitaban las libertades creativas del realizador de turno. Definitivamente a Robert Florey, un francés que emigró a Estados Unidos a principios de la década del 20, jamás le interesó demasiado el mainstream más pomposo porque su prolífica trayectoria como director está concentrada casi exclusivamente en trabajos de presupuestos exiguos que se rodaban uno tras otro de manera furiosa, por ello el señor se paseó por todos los géneros de moda y hoy se lo recuerda por sus dos clásicos de terror, Asesinatos en la Calle Morgue (Murders in the Rue Morgue, 1932), muy entretenida adaptación a lo lejos de un famosísimo cuento de Edgar Allan Poe que en castellano suele recibir el título de Los Crímenes de la Calle Morgue (The Murders in the Rue Morgue, 1841), y aquella La Bestia con Cinco Dedos (The Beast with Five Fingers, 1946), interesante misterio de resonancias góticas y melodramáticas que coqueteaba con el suspenso, y por algunas de sus diversas incursiones en el campo del film noir, como por ejemplo Carne de Contrabando (Daughter of Shanghai, 1937), una insólita faena con actores chinos alrededor de una red de tráfico de inmigrantes, El Tirano de Alcatraz (King of Alcatraz, 1938), obra simpática pero menor de toma de rehenes, La Máscara de Fuego (The Face Behind the Mask, 1941), sin duda uno de los mejores vehículos de cadencia criminal que haya tenido Peter Lorre para desplegar su talento actoral, Señal del Peligro (Danger Signal, 1945), trabajo bastante disfrutable sobre un “viudo negro” tenebroso, y Arrostrando la Muerte (The Crooked Way, 1949), propuesta amena acerca de la amnesia y un pasado mortífero que viene a cobrarse cuentas pendientes.

 

Florey, por cierto en nuestro nuevo milenio cada día ganando más y más adeptos entre las tribus cinéfilas de corazoncito vintage que no se resignan a consumir siempre lo mismo, tuvo dos etapas profesionales como se suele repetir en los análisis historiográficos del caso, una de impronta expresionista y experimental que abarca sus primeros opus de fines de los 20 e inicios de los 30, en esencia simbolizada en la citada Asesinatos en la Calle Morgue, en castellano también conocida como El Doble Asesinato de la Calle Morgue, y en su corto mudo más renombrado, La Vida y Muerte de 9413, un Extra de Hollywood (The Life and Death of 9413, a Hollywood Extra, 1928), una parodia avant-garde y muy vehemente con elementos surrealistas acerca de los procesos de deshumanización y explotación dentro de la industria cultural, y un segundo período que cubre las décadas del 30 y 40 antes de saltar a la televisión en los 50 y permanecer en aquel medio, todavía pujante y prometedor porque recién nacía, hasta su retiro ya definitivo a mediados de los 60, falleciendo finalmente de cáncer en 1979 a los 78 años de edad. En Asesinatos en la Calle Morgue poco queda del relato original de Poe, para muchos la primera faena detectivesca de la historia y el primer enigma de cuarto cerrado, más allá de la presencia de un simio que ataca a dos mujeres, en el cuento un orangután y en pantalla un gorila que suele hablar con su amo a través de una jerigonza muy bizarra, y de la “presentación en sociedad” del primer detective amateur propiamente dicho, Chevalier Auguste Dupin o simplemente C. Auguste Dupin, la fuente de inspiración para todos los investigadores por venir y gran campeón de la deducción, la lógica y en especial la picardía, como lo demostrase no sólo en Los Crímenes de la Calle Morgue sino también en sus otras dos apariciones en la carrera literaria del querido Edgar Allan, hablamos de El Misterio de Marie Rogêt (The Mystery of Marie Rogêt, 1842-1843) y La Carta Robada (The Purloined Letter, 1844), joyas de la intriga criminal muy inteligente.

 

La película de Florey, tantas veces equiparada desde la hipérbole crítica a una suerte de versión estadounidense de El Gabinete del Doctor Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari, 1920), el clásico de Robert Wiene, por la utilización profusa y magistral del realizador de latiguillos del expresionismo alemán, sobre todo las penumbras, la niebla, los sets mustios, el sustrato alucinado/ onírico y el motivo del control psicológico, gira alrededor de dos personajes que en la París de 1845 se enfrentan por una bella señorita, Camille L’Espanaye (Sidney Fox), primero su novio y prometido, el susodicho Dupin (Leon Ames), aquí un estudiante de medicina que vive con un gordo payasesco y cuasi homosexual, Paul (Bert Roach), y gusta de investigar una serie de asesinatos de féminas cuyos cuerpos aparecen en el Río Sena, y segundo un científico loco y orgulloso, el Doctor Mirakle (Lucifer tenga en la gloria a Bela Lugosi), que cuenta con un lacayo multifunción, Janos (Noble Johnson), y tiene en una jaula a un gorila llamado Erik (Charles Gemora y Joe Bonomo), con el cual de hecho mantiene conversaciones porque es el núcleo de un experimento con el que pretende probar la estrecha relación de los primates con el ser humano, léase la teoría de la evolución biológica por selección natural de los británicos Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, una misión que por un lado lo lleva a ganarse la vida como atracción de feria, en plan de maestro de ceremonias que exhibe al pobre Erik, y por el otro lado lo conduce a secuestrar prostitutas en la calle para inyectarles la sangre del monito en pos de una compatibilidad con aparentes fines sexuales, para que el gorila no esté sin compañera. Después de verla en una de sus funciones, Mirakle se obsesiona con Camille y eventualmente envía al simio a raptarla, quien además asesina a su madre y la esconde en la chimenea del hogar, la Señora L’Espanaye (Betty Ross Clarke), por ello el Prefecto de Policía (Brandon Hurst) acusa a Pierre del homicidio hasta que el joven señala el pelo negruzco en una mano de la difunta.

 

De las cuatro traslaciones más conocidas del cuento de Poe, la que nos ocupa más aquella de 1954 de Roy Del Ruth, la de 1971 de Gordon Hessler y la televisiva de 1986 de Jeannot Szwarc, sin duda la mejor es la primera, la de Florey, un “proyecto consuelo” luego de que él y Lugosi fueran apartados de Frankenstein (1931), propuesta dirigida por James Whale y estelarizada por Boris Karloff, a instancias del productor Carl Laemmle Jr., el hijo de uno de los fundadores de Universal Pictures, Carl Laemmle, y responsable de los monstruos clásicos del estudio, como lo demuestran la citada Frankenstein, Drácula (1931), de Tod Browning, La Momia (The Mummy, 1932), de Karl Freund, y El Hombre Invisible (The Invisible Man, 1933) y La Novia de Frankenstein (The Bride of Frankenstein, 1935), ambas de Whale, amén de maravillas que le escaparon al horror en línea con Sin Novedad en el Frente (All Quiet on the Western Front, 1930), de Lewis Milestone, e Imitación de la Vida (Imitation of Life, 1934), de John M. Stahl. Con un desenlace que inspiró el de King Kong (1933), odisea de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, aquí con un cachondo Erik arrastrando por los techos de París a Camille y siendo “bajado” de un disparo por Dupin, y con una mixtura de géneros que era muy común en la época, ahora mezclando el terror, el suspenso, el romance e incluso el musical y la comedia, pensemos en la serenata colectiva dedicada a la muchacha y en la hilarante discusión ante el prefecto sobre la nacionalidad del asesino, si italiano, danés o germano, Asesinatos en la Calle Morgue opone la religión a la ciencia y la ética científica a la crueldad de los laboratorios y nos ofrece una gran labor de parte del húngaro Lugosi y algunas marcas registradas inconformistas de Florey, como la edición entrecortada, aquella cámara en la hamaca de la ninfa, alguna que otra toma sacra similar a La Pasión de Juana de Arco (La Passion de Jeanne d’Arc, 1928), de Carl Theodor Dreyer, y toda esa parafernalia expresionista centrada en las sombras y en los decorados…

 

Asesinatos en la Calle Morgue (Murders in the Rue Morgue, Estados Unidos, 1932)

Dirección: Robert Florey. Guión: Robert Florey, Tom Reed y Dale Van Every. Elenco: Bela Lugosi, Leon Ames, Sidney Fox, Bert Roach, Betty Ross Clarke, Brandon Hurst, D’Arcy Corrigan, Noble Johnson, Charles Gemora, Joe Bonomo. Producción: Carl Laemmle Jr. Duración: 61 minutos.

Puntaje: 8