El genial cineasta australiano George Miller hizo de la saga Mad Max una de las obras más multifacéticas y ricas del ámbito cinematográfico a caballo de ir innovando en cuanto a la estructura narrativa, por un lado, lo que implica que cada nueva entrega cuenta con sus características y preocupaciones específicas, y de mantenerse firme en lo que atañe a las tres obsesiones paradigmáticas del señor a lo largo de su carrera y ya no sólo pensando en los confines de la franquicia que nos ocupa, por el otro lado, hablamos de primero la crisis de la unidad familiar por fuerzas invasivas externas, segundo el agotamiento de los recursos del planeta -y de la flora y la fauna, a la postre- por obra y gracia de la rapiña humana y tercero el comportamiento de los bípedos, precisamente, ante una hecatombe individual y/ o social a raíz de los dos ítems previos o su rauda superposición, un planteo que por supuesto va desde la solidaridad y la empatía con quien sufre hasta el clásico egoísmo capitalista y esa costumbre de fagocitarse al prójimo sin miramiento ético alguno. Así como Mad Max (1979) funcionó como una perfecta película de venganza correspondiente a la Clase B del ozploitation de la época, siempre orientada a poner en cuestión la autoridad estatal como la conocemos y “presentar” la aridez de Oceanía y el latiguillo del paraíso perdido en medio del yermo, y Mad Max 2: El Guerrero de la Carretera (Mad Max 2: The Road Warrior, 1981) fue una de las grandes gestas de acecho con aires de western de la historia del cine, por cierto introduciendo el motivo del combustible fetichizado porque la velocidad del motor es sinónimo de evadir a los enemigos y a la sed y el hambre del páramo, por su parte Mad Max: Más allá de la Cúpula del Trueno (Mad Max: Beyond Thunderdome, 1985) en gran medida puede leerse como una parodia de la sociedad plutocrática y sus apóstoles, de hecho jugando con los engranajes de mitologización de la colectividad, y Mad Max: Furia en el Camino (Mad Max: Fury Road, 2015), finalmente, adoptó la forma de una coda tardía pero apabullante que llevó al extremo la denuncia de la voracidad posmoderna, en suma burlándose de la dependencia de los energúmenos actuales y sus corporaciones ya no sólo para con la gasolina sino también para con el armamento y unos recursos básicos cada día más escasos por la codicia y por el cambio climático, léase los alimentos y el agua potable.
La nueva adición de Miller a su colección distópica de pesadilla, prácticamente la única interesante en este emporio anglosajón del nuevo milenio, Furiosa: De la Saga Mad Max (Furiosa: A Mad Max Saga, 2024), vuelve a resignificarlo todo porque con la excusa de construir al mismo tiempo una precuela (relato englobador previo) y un spin-off (producto derivado de un árbol artístico) de Mad Max: Furia en el Camino el director y guionista deja de lado la efervescencia steampunk y gloriosamente histérica de la citada con el objetivo de construir una epopeya iconoclasta que si bien no reniega en un cien por ciento de cierta espectacularidad hollywoodense, algo así como la marca registrada del film protagonizado por Tom Hardy, Charlize Theron y aquel Nicholas Hoult como el loquito belicoso de Nux, la verdad es que opta por retrotraernos al minimalismo y el desarrollo de personajes más pausado -el mejor, ese que se deduce de la trama sin los diálogos insoportables, ridículos y sobreexplicativos del mainstream de hoy en día- de la primera trilogía, la del opus original de 1979 y los dos secuelas de 1981 y 1985. Dicho de otro modo, la película que tenemos frente a nosotros pone énfasis en la transformación del personaje del título, ahora en la piel de Alyla Browne en su versión infantil y de Anya Taylor-Joy en su acepción adulta en plan de reemplazar a Theron, desde una mocosa viviendo en un edén que poco y nada sabe de las calamidades y amenazas de la vida en el desierto hasta desembocar en una guerrera a la fuerza que ve morir a su madre (Charlee Fraser) y debe sortear los caprichos de los distintos jefazos/ amos en una dinámica de lacerante supervivencia postapocalíptica, en este sentido ocurre algo muy curioso porque el buenazo de George, un cineasta independiente y tiránico de vieja cepa que sabe concebir tanques de esta envergadura y al mismo tiempo imprimir su inefable marca autoral, en esta oportunidad nos vende la película aseverando que nuestra protagonista excluyente es Furiosa pero resulta que el “roba cámaras” pasa a ser el villano, ese Dementus de un sorprendente Chris Hemsworth en el mejor trabajo de toda su carrera por lejos, algo similar con respecto a lo que sucedía en Mad Max: Furia en el Camino en relación a un Max Rockatansky (Hardy) opacado por aquella señorita manca interpretada por Theron, suerte de ángel de la guarda para un harén de bellezas desesperadas en fuga.
Nick Lathouris vuelve a colaborar con Miller en el guión, aquí dividido en cinco capítulos que llevan el metraje hasta unos 148 minutos que exudan inteligencia retórica/ discursiva y jamás aburren, y lo ayuda a crear una odisea que, como decíamos con anterioridad, sabe unificar el relato paródico antiinstitucional con esteroides del 2015 con las reflexiones de los años 70 y 80 acerca de la psique trastornada de los antihéroes y la capacidad concreta de tener una mínima esperanza o anhelo de mejoría cuando sólo nos rodea la penuria y una razón instrumental reacomodada a un baldío de base terrorífica: Furiosa, efectivamente, es secuestrada por unos emisarios de la exploración y el saqueo de Dementus, un señor de la guerra de talante sarcástico pero muy astuto que decide torturar cruelmente hasta la muerte a la progenitora de la entonces niña para que diga dónde se ubica ese “lugar de abundancia” en el que vive, donde el agua es copiosa y los manzanos pueden crecer gracias a una franja de tierra que sustituye a la casi omnipresente arena de la franquicia, así las cosas la chica acompaña al mandamás y su ejército en calidad de “hija adoptiva” a regañadientes en sus múltiples expediciones de pillaje hasta que llegan de manera fortuita a la Ciudadela del tremendo Immortan Joe (Lachy Hulme toma la posta de Hugh Keays-Byrne, aquel querido profesional fallecido en 2020), al que primero pretenden enfrentar para tomar posesión del enclave de turno, fuente de comida y agua potable, y luego reconocen como jerarca con peso específico propio cuando invaden Ciudad Gasolina, la segunda de las tres metrópolis organizadas -la restante es la Granja de Balas- que todavía se yerguen tiempo después de un cataclismo nuclear, por ello Immortan Joe en los negociaciones subsiguientes se queda con Furiosa, hembra sin sangre adulterada y de buena salud, y ésta a su vez debe escapar de uno de los hijos del susodicho, el pederasta Rictus Erectus (Nathan Jones), quien de manera indirecta la convierte en una refugiada en la Ciudadela que pasa de construir vehículos de guerra a acompañar al “conductor estrella” de Joe en los intercambios recurrentes con las otras fortificaciones, Praetorian Jack (Tom Burke), figura paterna que pretende ayudarla a huir para regresar a su paraíso perdido aunque también muere en manos de Dementus, el cual se apodera de la Granja de Balas y desea avanzar sobre los dominios de Immortan Joe.
Recuperando lo que decíamos más arriba, ahora la Furiosa de esta exquisita Taylor-Joy no pierde protagonismo pero termina un poco mucho devorada por la presencia, el carisma y la idiosincrasia ampulosa de su doppelgänger dentro del relato e incluso “hacedor” en materia identitaria, un Dementus que en un inicio la rapta y la incluye en su colección favorita de seres cosificados, adentro de una jaula con ruedas que incluye a sus sabuesos feroces y El Historiador (George Shevtsov), anciano que oficia de consejero y enciclopedia con patas, y a posteriori se la entrega a Joe como futura esposa potencial capaz de darle hijos que no sean mutantes o enfermos crónicos patéticos, panorama que eventualmente la acerca a un Praetorian Jack con destino de mártir -y de trauma, por supuesto- como aquella madre que intentó rescatarla en vano. Miller, hoy con la friolera de 79 años, va mucho más allá de lo esperable, en este caso retomar la familia destruida de Mad Max, los asedios porfiados de Mad Max 2: El Guerrero de la Carretera, la farsa del mercado y la proto civilización de Mad Max: Más allá de la Cúpula del Trueno y las muchas escenas de acción fascinantes y la iconografía caricaturesca de Mad Max: Furia en el Camino, ya que en Furiosa: De la Saga Mad Max sitúa todo el tiempo a la protagonista en el espejo bipartito que constituyen los otros dos personajes cruciales, ese Praetorian Jack del excelente Burke que simboliza su faceta positiva o confianza en un regreso al terruño utópico de la infancia y un Dementus que representa el costado más tenebroso de las “nuevas reglas” o lecciones para sobrevivir entre las dunas y los humanos carroñeros y/ o amigos del trueque, en consonancia con ello la victoria conceptual del segundo sobre el primero subraya el duro crecimiento de la ninfa a través de la cuasi desaparición de sus esperanzas (el optimismo nostálgico termina, vale recordarlo, con la extinción del “lugar de abundancia” en Mad Max: Furia en el Camino, en sí más adelante dentro del entramado narrativo de la saga). El director reincide en la regresión satírica de antaño, vía los caudillos de los restos de la humanidad jugando a la Revolución Industrial y acaparando recursos para controlar a la plebe como unos fascistas neoliberales del nuevo capitalismo, no obstante el relato de aventuras salta al primer plano y nos deja con uno de los blockbusters más deprimentes y cautivadores del Siglo XXI…
Furiosa: De la Saga Mad Max (Furiosa: A Mad Max Saga, Australia/ Estados Unidos, 2024)
Dirección: George Miller. Guión: George Miller y Nick Lathouris. Elenco: Anya Taylor-Joy, Chris Hemsworth, Tom Burke, Alyla Browne, George Shevtsov, Lachy Hulme, John Howard, Angus Sampson, Charlee Fraser, Nathan Jones. Producción: George Miller y Doug Mitchell. Duración: 148 minutos.