La carrera de Tobe Hooper, un señor al que la cinefilia de cartón pintado contemporánea y los turistas en general del séptimo arte suelen reducir a La Masacre de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1974) y Poltergeist (1982), incluyó un período en verdad fascinante en el que por el éxito de esta última obra fue fichado por Menahem Golan y Yoram Globus con el objetivo de que realice tres películas para la legendaria productora Cannon Films, un enclave de propuestas mayoritariamente clase B -y muy divertidas- que intentó con brío e insistencia terminar de pegar el salto hacia el mainstream norteamericano “oficial” hasta finalmente desaparecer del todo a mediados de la década del 90. De los tres opus en cuestión, Lifeforce (1985), Invasores de Marte (Invaders from Mars, 1986) y La Masacre de Texas 2 (The Texas Chainsaw Massacre 2, 1986), el primero es el más interesante por lejos porque a pesar de que la trilogía está empapada de una fuerte nostalgia para con fases previas de la historia del terror en pantalla grande, Lifeforce es la que mejor disimula este planteo desde una sublime originalidad ya que se dedica a combinar la efusividad trash de antaño con la algarabía erótica y desvergonzada de los 80, mientras que por un lado Invasores de Marte apuesta por una melancolía fantástica explícita con alienígenas bizarros dignos de la paranoia en torno a la improbable infiltración comunista de los 50 y 60, y por otro lado La Masacre de Texas 2 se sumerge en una relectura muy personal por parte del propio Hooper en pos de tomarse en solfa el que fuera su megahit indie de taquilla de 1974.
El relato comienza a bordo del Churchill, un transbordador espacial con una tripulación compuesta por británicos y norteamericanos con la misión de interceptar y estudiar el Cometa Halley: es precisamente en la cola del cometa que encuentran una gigantesca nave alienígena que en su interior atesora cientos de cadáveres de unas criaturas parecidas a los murciélagos y tres humanoides -una hembra y dos machos- en un estado de animación suspendida dentro de unos receptáculos cristalinos. Uno de los jerarcas de la expedición, el Coronel Tom Carlsen (Steve Railsback), decide llevar al Churchill a uno de los monstruos junto a los tres humanoides. Como no puede comunicarse con la nave, el control terrestre envía a otro transbordador, el Columbia, para rescatar a la tripulación del Churchill, no obstante el nuevo equipo descubre que todos murieron, que la nave está incinerada y que falta una cápsula de escape. Al ver intactos a los humanoides, los trasladan al Centro Europeo de Investigación Espacial, en Londres, donde la bella hembra (Mathilda May) despierta de repente, le succiona con un beso la “fuerza vital” a un guardia y huye luego de casi asesinar a una de las autoridades del lugar, el Doctor Bukovsky (Michael Gothard). Mientras otro investigador trata de dilucidar qué está ocurriendo, el Doctor Hans Fallada (Frank Finlay), llega el Coronel Colin Caine (Peter Firth), del Servicio Aéreo Especial, para hacerse cargo del problemilla, ese que pronto deriva en un intento de fuga de los machos y la vuelta a la vida del guardia atacado dos horas exactas a posteriori de su supuesta muerte.
Pronto queda en evidencia que a lo que se enfrentan los humanos es a una raza de vampiros espaciales que se alimentan de las entidades que se cruzan en su camino, generando a su vez en sus víctimas la imperiosa necesidad de seguir la espiral chupasavia 120 minutos después de haber sido fagocitados y transformados en una especie de zombies esqueléticos interestelares de efecto retardado. Cuando eventualmente aterrice en Texas la cápsula del Churchill y de su interior surja Carlsen, el susodicho les relatará a Bukovsky, Fallada y Caine lo que aconteció después de cargar a los humanoides al transbordador, en esencia una masacre paulatina en la que todos los astronautas fueron muriendo uno a uno debido al encanto morboso/ sensual/ psíquico que genera la hembra y su fetiche con esto de succionar la vida de todos los bípedos a su alrededor, en función de lo cual Tom prendió fuego el interior del Churchill y se salvó eyectándose segundos antes de un cataclismo de llamas que sin embargo no afectaron al trío alienígena. Entre sueños húmedos con la señorita y el trauma del único sobreviviente, Carlsen es hipnotizado por Fallada y así nos enteramos que mantiene un vínculo telepático con la chica y que ésta cambia habitualmente de cuerpo para no ser descubierta, dejando algún que otro cadáver a su paso. Muy pronto resurgen los dos machos, los cuales de muertos no tenían nada a pesar de haber sido destruidos con granadas por los militares ingleses, y Caine y Carlsen intentan dar con el paradero y someter a la última encarnación de la hembra, el Doctor Armstrong (Patrick Stewart), el director de un neuropsiquiátrico, antes de que se cumpla el gran plan de fondo, nada menos que convertir a Londres en un bastión de zombies vampiros con vistas a recolectar la energía de los humanos y enviarla a la nave extraterrestre, que pasa a posicionarse en una órbita sobre la metrópoli para recibir la enorme descarga de fuerza vital y terminar de despertar del todo.
El guión de Don Jakoby y el querido Dan O’Bannon, inspirado en la novela The Space Vampires de Colin Wilson de 1976, combina ingredientes polirubro como la literatura de horrores primordiales y los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft, las fantasías yanquis de suplantación de identidad símil La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956), una estructura narrativa que respeta el esquema macro de Drácula (1897) de Bram Stoker, un sustrato de amenaza interestelar cercano a Llegaron de Otro Mundo (It Came from Outer Space, 1953), El Planeta de los Vampiros (Terrore nello Spazio, 1965) y Alien (1979), un tramo final en sintonía con las epopeyas de George A. Romero sobre los muertos vivientes, y finalmente diversos elementos de la trilogía cinematográfica original de la Hammer Film Productions en torno al muy sesudo Profesor Bernard Quatermass, hablamos de los clásicos de la ciencia ficción inteligente The Quatermass Xperiment (1955), Quatermass 2 (1957) y Quatermass and the Pit (1967). Asimismo Lifeforce no disimula para nada el hecho de que forma parte de una tradición de películas que utilizan a la violencia sexual o a la cacería lisa y llana -sirviéndose del cuerpo como cebo- como un factor más que atendible dentro de su estructura retórica, pensemos para el caso en obras tan diferentes y de períodos tan distintos como La Mujer Vampiro (La Comtesse Noire, 1973), Humanoides del Abismo (Humanoids from the Deep, 1980), Galaxia del Terror (Galaxy of Terror, 1981), Posesión (Possession, 1981), Inseminoid (1981), El Ente (The Entity, 1982), Xtro (1982), Galaxia Prohibida (Forbidden World, 1982), Con la Bestia Dentro (The Beast Within, 1982), Especies (Species, 1995), Under the Skin (2013) y La Región Salvaje (2016), por nombrar sólo las odiseas amatorias y freaks más conocidas en un rubro que puede o no incluir referencias a seres de universos lejanos.
La misma condición de rareza absoluta de la aventura de Hooper, además de pasar por la posibilidad de toparnos con semejante linaje en una única obra industrial anglosajona y que todo el asunto resulte tan eficaz como en este caso, también se condice con la metamorfosis de la película a nivel intrínseco y con el transcurrir del metraje, empezando con una primera parte hermanada a la ciencia ficción de descubrimiento alienígena y tragedia espacial, continuando con un segundo capítulo -el nudo, para ser más precisos- que apuesta a un horror de posesiones metafísicas eróticas, y terminando con un desenlace que nos regala una suerte de apocalipsis zombie de gigantescas proporciones, al punto de consumir todas las almas de Londres y mandarlas por “expreso de luz” a una nave nodriza con forma de sombrilla/ paraguas, algo que parece hasta irónico considerando el horrible clima británico. Este trasfondo ciclotímico, inclasificable y bastante esquizoide de Lifeforce responde en buena medida a la presencia de O’Bannon, un artesano posmoderno de género como ya prácticamente no existen, aquel señor que nos entregó joyas como Estrella Oscura (Dark Star, 1974), la nombrada Alien, Muertos & Enterrados (Dead & Buried, 1981), Relámpago Azul (Blue Thunder, 1983), El Regreso de los Muertos Vivos (The Return of the Living Dead, 1985), la también aludida Invasores de Marte, El Vengador del Futuro (Total Recall, 1990), El Resucitado (The Resurrected, 1991) y Screamers (1995). El film está cargado de una voluptuosidad muy poco habitual en un proyecto mediano/ grande de esta tesitura, gracias a los chupones entre miembros del elenco y los constantes y celestiales desnudos de Mathilda May, e incluye animatronics y secuencias memorables como las explosiones/ reconversiones a cenizas en el Centro Europeo de Investigación Espacial, todo el episodio histérico en el neuropsiquiátrico con el pentotal y la morfina, aquel otro en el helicóptero centrado en el “escape” de la hembra a partir del cuerpo de Armstrong -formando con la sangre una entidad femenina que se deshace en un santiamén- y el final en su conjunto, desde el pandemónium callejero hasta la inmolación de Carlsen vía una vuelta de tuerca nihilista que deja a Londres reducida a escombros y a la nave de las criaturas revigorizada para seguir destruyendo mundos cual armada sutil imperialista que utiliza a sus anfitriones como arma contra ellos mismos. La idea del parasitismo como adicción bajo criterios de contagio masivo casi nunca más llegaría a este nivel de sexualidad, ambición, deslumbrante demencia, misterio e inconformismo para con los engranajes tradicionales de la fantasía, aquí homenajeados y al mismo tiempo parodiados de manera implícita tracción a un rejunte majestuoso de influencias superpuestas aunque nunca caóticas del todo, sin jamás llegar a lo que podría haber sido un desvarío más de la Cannon y tantas productoras de aquella etapa del cine de género, aún con exponentes como el presente en estrecha vinculación con las relecturas setentosas -y hacia la comarca adulta- del enclave clasicista hollywoodense…
Lifeforce (Reino Unido/ Estados Unidos, 1985)
Dirección: Tobe Hooper. Guión: Dan O’Bannon y Don Jakoby. Elenco: Steve Railsback, Peter Firth, Frank Finlay, Mathilda May, Patrick Stewart, Michael Gothard, Nicholas Ball, Aubrey Morris, Nancy Paul, John Hallam. Producción: Menahem Golan y Yoram Globus. Duración: 116 minutos.