Pocas bandas aún activas en el nuevo milenio generan la devoción y el respeto de los inconmensurables The Jesus and Mary Chain, agrupación encabezada -y en muchas ocasiones sólo formada- por los hermanos escoceses Jim y William Reid, ambos guitarristas y cantantes y dueños de un encanto cien por ciento rockero porque de la simplicidad y el desparpajo han construido una carrera adictiva como pocas en el ámbito de la música popular de las últimas décadas. Los ocho álbumes de los señores constituyen una prueba irrefutable de ello, Psychocandy (1985), obra maestra que en un mismo movimiento inventa el noise, el rock alternativo y el shoegaze unificando el feedback de The Velvet Underground circa White Light/ White Heat (1968) y de The Stooges circa Fun House (1970) con la furia minimalista avant-garde de Suicide y aquel proto bubblegum pop de The Shangri-Las y el querido Phil Spector y su Pared de Sonido (Wall of Sound), ahora reconvertida en ruido blanco ensordecedor, Darklands (1987), joya del rock gótico y el pop desnudo baladístico que elimina la distorsión previa para acercarnos hacia una dulzura melancólica y fatalista, Automatic (1989), una maravilla de baterías programadas furiosas que se amalgaman con el rock metalizado y repetitivo de la segunda mitad de los años 80, Honey’s Dead (1992), incursión despareja aunque fascinante por la electrónica y el rock industrial del período sin renunciar a la obsesión de siempre para con el pop cándido de los 60 y esa relectura deforme del rockabilly, Stoned & Dethroned (1994), suerte de MTV Unplugged conceptual abortado y metamorfoseado en disco de estudio un tanto mucho extenso y con joyas varias sueltas que los llevó a reconciliarse con la dinámica grupal tradicional del rock, Munki (1998), epopeya caótica que retoma elementos de todas las facetas previas de la banda mientras incorpora pinceladas de psicodelia demencial, trip hop y mucho rock alternativo noventoso que en parte se apropia del noise de los comienzos profesionales, Damage and Joy (2017), un regreso muy digno que en esencia mantiene la sensibilidad popera modelo punk y duplica la fórmula de Munki en materia de incorporar un poco de todo lo hecho anteriormente con vistas a dejar contentos a los admiradores/ melómanos de las distintas épocas, y el flamante Glasgow Eyes (2024), un trabajo muy atractivo que una vez más hace gala de su heterogeneidad e incluso enarbola temas mucho más experimentales, excéntricos y jocosos que aquellos de Damage and Joy y Munki.
El catálogo se completa con tres recordadas colección de singles, Lados B, temas inéditos, covers y rarezas de diversa índole, Barbed Wire Kisses (1988), The Sound of Speed (1992) y The Jesus and Mary Chain Hate Rock ‘n’ Roll (1995), álbumes a su vez a posteriori volcados en el box set cuádruple The Power of Negative Thinking: B-Sides & Rarities (2008), amén de un par de compilados de grandes éxitos que merecen ser tenidos en cuenta porque incluyen diversos singles fundamentales que no están en los discos clásicos, uno simple y de recorrido cronológico, el insuperable 21 Singles (2002), y el otro doble y un tanto caótico pero todavía prodigioso, Upside Down: The Best of The Jesus and Mary Chain (2010). Tampoco se puede pasar por alto el periplo por separado del dúo o por fuera del colectivo principal, un repertorio muy poco escuchado incluso por los admiradores más acérrimos y que sinceramente no llega al nivel de calidad de las placas más famosas, hablamos del alter ego solista de William, Lazycame, eje de los discos Finbegin (1999) y Saturday the Fourteenth (2000), y de aquellos Freeheat de Jim, banda con Nick Sanderson en batería y Ben Lurie en guitarra que editaría el LP Back on the Water (2006), sin olvidarnos de la entusiasta participación de los señores en la única placa de su hermana menor, Linda Reid alias Sister Vanilla, un trabajo simpático y minimalista bautizado Little Pop Rock (2005) que reenvía a la voz de ella en Moe Tucker, el curioso homenaje a la baterista de The Velvet Underground de Munki. En este sentido no existe mejor oportunidad que el lanzamiento del primer disco en siete años, Glasgow Eyes, una placa autoproducida por el grupo con un título que alude a la ciudad más populosa de Escocia y con material completamente nuevo sin el generoso volumen de canciones ya editadas de Damage and Joy, para rendirle pleitesía a unos artistas cruciales en el desarrollo del rock posmoderno y lamentablemente todavía no tan conocidos ni celebrados como correspondería por fuera del ecosistema de ese público específicamente anglosajón que los vio surgir de la nada en los inicios de los años 80, época hegemonizada por el horrendo pop de sintetizadores a mansalva y con un déficit alarmante de bandas basadas en el viejo y querido rock de guitarras y su pluralidad de vertientes y oportunidades creativas.
Cruza de la velocidad de las programaciones de Automatic y los floreos industriales característicos de Honey’s Dead, la maravillosa Venal Joy abre el Glasgow Eyes invitándonos a la lujuria mediante una colección de referencias viscerales al coito que van desde los pervertidos y la adicción al amor, pasando por el arte de fornicar arriba de la mesa y orinar llamas, hasta llegar a los rituales animalísticos ignotos, la lejía reemplazando al semen y la costumbre de arrastrarse sobre vidrios rotos hasta dar con la contraparte sexual, enorme masoquismo de por medio de un “corazón venal que se llena de dolor”. La primera canción sarcástica es American Born, algo así como una reinterpretación de I’m Afraid of Americans, neoclásico de marco techno y drum and bass de David Bowie correspondiente a Earthling (1997), aunque utilizando una base de electrónica minimalista más guitarras furiosas y rebajando la carga satírica en la letra para retratar la utopía de los inmigrantes mexicanos y centroamericanos que cruzan el Río Bravo y para apuntar al imperialismo cultural de yanquilandia incluso en el Reino Unido, ahora con el narrador afirmando que parece/ se siente estadounidense porque entrenó, vive y habla con norteamericanos. Mediterranean X Film es una composición misteriosa, a medio tiempo según la dialéctica de The Jesus and Mary Chain, que lleva a lo apacible nostálgico aquellos pasajes más bizarros de Munki y Damage and Joy, aquí optando por citar a Winston Churchill, Charles de Gaulle y el Muro de Berlín y cayendo en un trance bastante peculiar mientras se mira televisión, por ello surgen sentencias sueltas vinculadas al amor irrestricto al mundo, una oscuridad que está muerta y la necesidad de “perturbarse” a uno mismo para salir del marasmo. La estupenda Jamcod continúa en la misma línea del rock industrial de Honey’s Dead pero mucho mejor calibrado hacia un indie popero no tan literal y más cercano a ese contrapunto entre la paz y la energía típico del noise y la escena alternativa de los años 90, planteo que se homologa a una letra que reflexiona de manera sincera sobre las adicciones al alcohol y la cocaína de los hermanos durante las postrimerías del Siglo XX, de allí las alusiones al eterno déjà vu de la época en lo que atañe a las parrandas nocturnas, los desmayos, la confusión, las alucinaciones, los shows en piloto automático, la ralentización de la percepción, la dependencia mutua del dúo, las sobredosis cercanas a la muerte o la parálisis, una condición cognitiva digna de un vegetal/ mineral/ animal y el hambre del público de canciones lacrimógenas o de impronta darky y cómo a veces ello se traduce en las propias lágrimas autodestructivas de los músicos.
Discotheque sintetiza muy bien el estilo hipnótico y freak de muchas de las canciones de Glasgow Eyes gracias a una programación kitsch, una guitarrita repetitiva sutil y la voz lúgubre de William hablándonos sobre la curiosa democracia de los tragos y las pastillas de las discotecas alrededor del mundo, ya sea las pomposas archiconocidas de lo público o las privadas improvisadas en el hogar, lugares cuyas puertas se abren para “toda clase de niño y niña” que guste del calor corporal, el ritmo, el sexo, los bailes felices e idiotas, las luces, los amplificadores, el frenesí nocturno, los tocadiscos, la ropa de satén, seda o corderoy y sobre todo el trance irrefrenable de la música. Pocos saben que los Mary Chain alguna vez hicieron un cover de Little Red Rooster (1961), estándar del blues de Willie Dixon que supieron popularizar tanto Howlin’ Wolf como Sam Cooke y The Rolling Stones, canción que puede escucharse en el citado The Power of Negative Thinking: B-Sides & Rarities, por cierto un trabajo que asimismo reúne otras relecturas varias de cosillas firmadas por Syd Barrett de Pink Floyd, Bo Diddley, Brian Wilson de The Beach Boys, Leonard Cohen, Smokey Robinson de The Miracles, Prince y Shane MacGowan de The Pogues, por ello la aparición de Pure Poor, literalmente un blues según la óptica noise light de estos hermanos Reid ya sexagenarios, no resulta forzada y hasta les permite profundizar en la clásica nostalgia del veterano luego del llanto, la egolatría y el hedonismo que trajo la fama, en este sentido la poesía siempre grandilocuente y automitologizada de la banda la lleva a recordar una época -¿infantil, adolescente?- en la que eran “puros y pobres” y podían comprar algo en la tienda de la esquina sin ser acosados por los fanáticos o la prensa.
The Jesus and Mary Chain siempre fue un grupo muy honesto y cariñoso para con sus influencias, ya sea a través de los covers o mediante las citas en las letras o la música de sus composiciones, y por ello The Eagles and the Beatles rankea en punta como el homenaje juvenil más irónico, gracioso y acertado que hayan entregado en toda su trayectoria, un tema extraordinario que duplica la estructura paradigmática del hard rock y el glam de los 70 con vistas a bombardearnos con el adorable latiguillo de “he estado rodando con los Stones/ Mick y Keith y Brian Jones/ Bill y Charlie se han ido a casa/ he estado rodando con los Stones”, apenas la punta de un iceberg melómano que incluye también al manager y productor histórico de los muchachos surgidos en Londres en 1962, Andrew Loog Oldham, y a un popurrí de luminarias de la talla de Bob Dylan, The Beatles, Sex Pistols, The Beach Boys, Small Faces y aquellas The Crystals de Spector, todas hermosas “desgracias del rock and roll” que nos alegraron la vida a muchos. La sublime y semi new wave Silver Strings por un lado combina a Suicide, Depeche Mode, Love and Rockets y el Bowie de la Trilogía Berlinesa, la exquisita de Low (1977), Heroes (1977) y Lodger (1979), y por el otro lado se dedica a denunciar lo que parece ser una señorita de la alta burguesía que tiene un mundo repleto de “cosas brillantes” como por ejemplo revistas sucias, galletas, candelabros dorados y submarinos nucleares, en suma un retrato surrealista de la falsedad o vacuidad emocional promedio de la posmodernidad y de la distancia entre la felicidad verdadera y la colección de fetiches/ caprichos de cada uno de los mortales. Como si se tratase de una acepción apaciguada de la furia de Psychocandy, Chemical Animal recupera las baterías spectorizadas de antaño y las matiza con mantras tenebrosos de teclados y una letra que nuevamente indaga en el fantasma de las adicciones y en el hecho de que hubo una época en la que se llenaron de “químicos” para “ocultar la mierda oscura” que atesoraban en su interior, de allí la ciclotimia nihilista del narrador de invitar a un tercero -quizás un amigo o Dios- a iluminarlo y segundos después aclararle que en realidad no desea conocerlo y es muy probable que el otro tampoco quiera o necesite conocerlo a él.
Second of June nos devuelve a aquel optimismo un tanto truculento marca registra del Jim de Stoned & Dethroned, precisamente en ocasión de un bello tema acústico de base repetitiva y detalles psicodélicos acerca de una “Luna de sangre en ascenso”, símbolo de un tiempo presente de purga a su vez empardado a un hipotético momento de fallecer y/ o el reencuentro en algún plano etéreo con la madre, el hermano extraviado, amigos de larga data e incluso una pareja muy querida, ya dejando atrás definitivamente un mundo odioso que se define por la violencia, el asesinato, las mentiras más hipócritas y una fuga de nunca acabar desde o hacia uno mismo. Lo más cerca en Glasgow Eyes a una canción tradicional de amor es Girl 71, exponente pop muy sencillo y de lo más simpático que a decir verdad utiliza el motivo romántico paradójico, el de la sensación de posesión recíproca que no lo es ya que cada miembro de la pareja es libre y siempre lo será, para jugar mordazmente con la dependencia del amor real y con lo efímero en general de la vida y todas sus minucias, como el vino, este mismo afecto inflado o esa orina que no llega siquiera a tocar el suelo, problemilla que no tiene solución y que conduce a la resignación socarrona al protagonista de los versos de turno. Con una letra muy divertida por momentos casi inaudible y aires de zapada/ jam session, Hey Lou Reid cierra el disco de la mano de una primera parte que homenajea musicalmente al debut de Lou Reed, John Cale y compañía, el legendario The Velvet Underground & Nico (1967), y una segunda mitad que hace lo propio con Johnny Cash aunque en este caso sólo a nivel de la letra, así las cosas el sonido rockero sucio neoyorquino del comienzo del tema deriva en un cuelgue sónico tranquilo -hermanado en simultáneo al dream pop y el indie lisérgico- mientras William susurra/ balbucea/ improvisa estrofas y estribillos sobre la visita a un mercado, los problemas económicos de una pareja y la quietud de un pueblo costero desconocido que invita al turismo, a firmar autógrafos varios y a usar unos anteojos de sol que vinculan al narrador con el look del inefable Cash.
Casi siempre adoptando un enfoque minimalista en cuanto a la instrumentación electrónica y a veces simplemente refritando lo hecho en ocasión del rock industrial de Honey’s Dead, los Mary Chain en Glasgow Eyes le sacan lustre a su leyenda porque en primera instancia exhiben una vitalidad asombrosa, más teniendo en cuenta lo espaciado de las colaboraciones entre los hermanos Reid y sus hoy míticas batallas campales en sintonía con los también iracundos Ray y Dave Davies de The Kinks, y en segundo lugar logran incluir elementos de sus distintos álbumes previos de una manera siempre sensata y armoniosa, siendo la excepción Darklands porque aquella segunda placa ofrecía un post punk bastante diáfano en términos musicales que efectivamente ya no los debe representar como artistas luego del derrotero agitado del caso. Desde la adrenalina de Venal Joy y Jamcod, la causticidad de American Born y Discotheque y el cuasi alborozo de Second of June y Girl 71, hasta los ejercicios abstractos de Mediterranean X Film y Silver Strings, la melomanía de The Eagles and the Beatles y Hey Lou Reid y la autoindulgencia de Pure Poor y Chemical Animal, el álbum nos pasea por la esquizofrenia prototípica de los escoceses y su perspectiva ideológica antiplutocrática/ antifariseísmo/ antifascista, única a la hora de encarar prácticamente cualquier tópico que en manos de otros compositores por demás cerebrales o con menos talento derivaría en automatismos del mercado y esa chatarra intercambiable que pulula por todas partes en el mainstream y el indie del nuevo milenio. La simpleza de nuestra dupla favorita resulta siempre al mismo tiempo visceral, léase propia del querido punk de los 70, y honesta a un nivel identitario más bien cándido de la existencia, precisamente por ello todavía pueden recuperar el acervo creativo del pop sesentoso de un modo honesto y sobre todo sin las poses vanas que inundan los discos de músicos ya largamente establecidos en la aristocracia del ecosistema cultural anglosajón, quizás el mayor mal de nuestra época a raíz del carácter prefabricado, hogareño o “de collage” de buena parte de los álbumes editados en las últimas décadas. Glasgow Eyes, en consonancia, unifica al pasado, el presente y el futuro mediante la efervescencia y el humor de la juventud y la sabiduría de músicos ultra curtidos que han sabido no sólo mantener la dignidad sino ampliar sus horizontes con cada paso dado, signo claro de la rebeldía del rock y ese “poder del pensamiento negativo” al que hacía referencia el disco cuádruple del 2008.
Glasgow Eyes, de The Jesus and Mary Chain (2024)
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