El reinado de Franz Joseph I en el Imperio Austro-Húngaro, que ostentó los títulos de Emperador de Austria y Rey de Hungría, Bohemia, Croacia, Eslavonia, Dalmacia, Galitzia, Lodomeria e Iliria, fue uno de los más largos de la historia y se caracterizó por la consolidación y hegemonía del régimen absolutista. Su reinado comenzó una nueva era, con las Revoluciones de 1848, donde el fantasma del comunismo comenzó a recorrer el viejo continente, y con la dimisión del canciller Klemens von Metternich, arquitecto de la Europa post napoleónica, y concluyó con su muerte durante la Primera Guerra Mundial, conflicto que tuvo como consecuencia la disolución del Imperio de los Habsburgo, que desde un modesto castillo en el cantón más septentrional de Suiza se transformó en una de las casas reales más importantes de Europa, en una expansión que duró casi mil años. A diferencia de los aristócratas que lo habían precedido y los hedonistas contemporáneos de su reinado, Franz Joseph era un estratega laborioso, que se reunía con sus ministros y trabajaba todo el día en su sencillo escritorio, en un estudio que desentonaba con la monumentalidad del palacio vienés de Schönbrunn, que sin exhibir la riqueza de palacios como el de Versalles o del Palacio Real de Madrid puede considerarse incluso hoy verdaderamente magnánimo.
Si para cualquier historiador Franz Joseph es un personaje clave de la historia del absolutismo y de las convulsiones revolucionarias del Siglo XIX y principios del Siglo XX, del poder que intenta mantener a raya el fervor revolucionario que cobra impulso con las internacionales socialistas, su esposa, Elizabeth de Baviera, apodada Sissi, fue un personaje rebelde de la aristocracia europea, que nunca se pudo adaptar a las convenciones de una nobleza en franca decadencia, con un carácter muy similar al de su padre, Maximilian, un hombre culto que despreciaba la pompa monárquica que lo rodeaba y le inculcó a sus hijos un amor incondicional por la naturaleza, los animales y la libertad de acción y elección como respuestas a las responsabilidades reales, una verdadera contracara de la figura de responsabilidad conservadora que representaba Franz Joseph. Las respuestas aristocráticas de las casas menores, alejadas del poder, fueron en el Siglo XIX la incursión en las aventuras independentistas o revolucionarias y un retraimiento a las pasiones hedonistas, la primera opción marcando el intento de mejorar la situación social y la segunda la de disfrutar de los privilegios sin ejercer las responsabilidades que vienen aparejadas con ello.
La realizadora austríaca Marie Kreutzer discute en Corsage: La Emperatriz Rebelde (Corsage, 2022) tanto con el mito de Sissi como con el personaje real. Para ello no descuida los acontecimientos históricos pero introduce muchos elementos ficcionales que le permiten desarrollar, por un lado, su propuesta de reivindicación de la rebeldía femenina ante las imposiciones aristocráticas de la época y, por el otro lado, una crítica feroz de estas exigencias en una película que en todo momento busca alejarse completamente tanto conceptual como estéticamente de María Antonieta (Marie Antoinette, 2006), el film de Sofía Coppola protagonizado por Kirsten Dunst sobre la reina francesa, que también se caracteriza por introducir música actual en un film de época, una decisión polémica que funciona muy bien aquí porque la música acompaña de fondo las escenas, destacándose la versión de la canción Italy de Anja Plaschg, mejor conocida por su proyecto experimental Soap & Skin según aparece en la escena final de créditos, en la que se pueden escuchar melodías de Caribou, Camille y Tayler James.
Corsage narra un año en la vida de la Emperatriz de Austria, el de 1878, comenzando con la celebración de los cuarenta años de Elizabeth (Vicky Krieps), un episodio bisagra que marca para la mujer no solo la confirmación oficial del fin de su juventud sino un acercamiento a la muerte, dado que esa edad estaba muy cerca del promedio de vida femenino de la época. Mientras su marido (Florian Teichtmeister) se ocupa de cuestiones oficiales y del equilibrio geopolítico intentando preservar las precarias posiciones absolutistas, amenazadas por las emergentes ideas liberales y socialistas, los flujos del capital, el ascenso de la burguesía, las conspiraciones palaciegas y los enfrentamientos entre casas reales, Elizabeth debe lidiar con el decaimiento de su belleza y una sensación de aislamiento producto de su desprecio de la vida palaciega. Obsesionada con su figura, la reina de Hungría se encorseta todas las mañanas en ceñidos corsés típicos de la época y de su estatus social e intenta pasar tiempo con sus hijos y divertirse con su primo, pero su hijo, Rudolf (Aaron Friesz), ya es mayor y debe seguir los pasos de su padre, su hija menor, Marie Valerie, tiene más de la personalidad responsable de su padre que del desparpajo imprudente materno, y su primo en sí es un hedonista patético que prefiere a los mozos. Casados desde hace más de veinte años, la relación entre Franz Joseph y Elizabeth dista de ser idílica. Durante todo el film ella intenta acercase o escaparse de su marido, buscando la felicidad en distintos lugares, ya sea con sus perros, sus caballos, en Inglaterra o en Baviera, tan solo encontrando solaz en sus doncellas, más tarde en la heroína prescripta por su medico de cabecera o en diversos actos de rebeldía.
Si bien algunas cuestiones narradas en el film se basan en acontecimientos reales, casi todas las secuencias -y especialmente las escenas más significativas, como el encuentro con el padre de la imagen en movimiento, el francés Louis Aimé Augustin Le Prince, los instantes íntimos con su familia o con su esposo e incluso el final- son ficcionales, y son estos sucesos ficticios los que marcan la acción y la ideología feminista de la obra, que propone entender más que aleccionar. Para comprender este abordaje es necesario saber que la emperatriz Sissi es un símbolo femenino de Austria, como lo es Molly Malone para Irlanda o Eva Perón en Argentina. Sissi simboliza la belleza, el poder, la rebeldía y la tragedia por igual, es un icono turístico de Austria con su propio museo, Johann Strauss compuso un vals en su honor, y la trilogía de películas protagonizadas por Romy Schneider y dirigidas por Ernst Marischka, Sissi (1955), Sissi Emperatriz (Sissi: Die Junge Kaiserin, 1956) y El Destino de Sissi (Sissi: Schicksalsjahre einer Kaiserin, 1957), la convirtieron en una leyenda popular idealizada hasta el hartazgo. Es en relación a este tipo de cine, y contra las nuevas idealizaciones de películas como la de Sofia Coppola sobre María Antonieta, que Marie Kreutzer intenta desromantizar y buscar en la ficción a la Sissi real, desmitificando al personaje con el que la femineidad y toda la sociedad austríaca se identifica.
Kreuzer juega durante toda la película con las acusaciones de adulterio que penden sobre Elizabeth pero siempre con insinuaciones, muy lejos del cine porno soft de la actualidad, aprovechando el eclecticismo y la frescura de la actriz protagónica nacida en Luxemburgo, Vicky Krieps, quien realiza una interpretación verdaderamente exquisita a la altura de la actuación impresionante que ofreció en El Hilo Fantasma (Phantom Thread, 2017), el film de Paul Thomas Anderson. La directora de fotografía alemana Judith Kaufmann capta muy bien la versatilidad de Krieps con primeros planos maravillosos en los que la actriz demuestra todo su talento. Tanto Katharina Lorenz como Jeanne Werner acompañan muy bien a la protagonista como sus doncellas, incluso la joven Rosa Hajjaj tiene una actuación excelente como su hija Valerie, mientras que en el elenco masculino Florian Teichtmeister como Franz Joseph y Aaron Friesz como Rudolf ofrecen actuaciones más deslucidas, fuera del foco central del film.
La directora y guionista austríaca logra aquí exponer la tensión entre mantener los privilegios de la aristocracia e intentar a la vez alejarse de los protocolos que hacen que esa clase social pueda disfrutarlos. La película en ningún momento abusa de los planos turísticos de este tipo de propuestas, por el contrario usa en cada escena lo justo y necesario de la toma de turno, prefiriendo los primeros planos a los planos generales, visibilizando la miseria más que la pompa, la decadencia de una clase social en pleno ocaso, sin lugar para el romanticismo, sin dejar al descubierto el dispositivo ideológico con el que todo ocurre.
Corsage es una obra sobre la soledad de las mujeres que acompañan el poder sin ejercerlo. De ahí el título de la película que remite al corsé que restringe a Elizabeth de su potencial, que no le permite ser feliz, que la lleva a ir a los nosocomios para descubrir el trato bestial que se les propinaba a las mujeres en las instituciones psiquiátricas tan solo por sentir angustia por la pérdida de un hijo, sentimiento que la emperatriz experimentaría en la vida real con la trágica muerte de su vástago. Kreutzer logra una alegoría sobre las contradicciones que anidan en los privilegios, la falta de libertad y la obligación de interpretar un rol en la obra de la injusticia social, esa que concentra la riqueza en unos pocos que no la merecen desde ningún punto de vista, con el solo afán de mantener en la pobreza a las mayorías.
Corsage: La Emperatriz Rebelde (Corsage, Austria/ Alemania/ Francia/ Luxemburgo, 2022)
Dirección y Guión: Marie Kreutzer. Elenco: Vicky Krieps, Florian Teichtmeister, Katharina Lorenz, Jeanne Werner, Alma Hasun, Manuel Rubey, Finnegan Oldfield, Aaron Friesz, Rosa Hajjaj, Lilly Marie Tschörtner. Producción: Alexander Glehr y Johanna Scherz. Duración: 114 minutos.