El Hollywood Clásico estuvo lleno de cineastas bien mediocres o de poco vuelo que hacían exactamente lo que se les decía y que cuando gozaban de una mínima autonomía, por cierto un poder que llegaba de la mano del éxito comercial o la sumisión eficientista, seguían en el mismo medio pelo estándar del mainstream desde un risible piloto automático incapaz de salirse del redil de unos “operarios” de la cadena de montaje más pedestre. Este lastimoso esquema, el cual se ha maximizado en la industria cultural de nuestro horrendo y repetitivo Siglo XXI, etapa saturada de asalariados sin alma o siquiera amor propio, tuvo en la figura de Mark Robson un ejemplo de pies a cabeza ya que el director canadiense/ estadounidense casi nunca pudo escapar de un insistente sustrato anodino que recorrió toda su trayectoria, desde sus intentos de “cine serio” con hambre de Oscars, pensemos en aquellas epopeyas románticas/ históricas/ bélicas Nuevo Amanecer (Bright Victory, 1951), No Quiero Decirte Adiós (I Want You, 1951), Los Puentes de Toko-Ri (The Bridges at Toko-Ri, 1954), La Posada de la Sexta Felicidad (The Inn of the Sixth Happiness, 1958) y Amores que Esperan (Limbo, 1972), los melodramas La Caldera del Diablo (Peyton Place, 1957) y Desde la Terraza (From the Terrace, 1960) y el rip-off hitchcockiano El Premio (The Prize, 1963), hasta su colección de propuestas sin muchas pretensiones discursivas o artísticas, bolsa en la que entran los thrillers El Barco Fantasma (The Ghost Ship, 1943) y Cita con el Miedo (Daddy’s Gone A-Hunting, 1969), el melodrama primigenio Mi Loco Corazón (My Foolish Heart, 1949), los policiales negros El Destino me Condena (Edge of Doom, 1950) y Atraco en las Nubes (A Prize of Gold, 1955), las gestas aventureras El Regreso al Paraíso (Return to Paradise, 1953) e Infierno Bajo Cero (Hell Below Zero, 1954), las comedias Y Fueron Felices (Phffft, 1954) y La Cabaña (The Little Hut, 1957), las obras de acción El Expreso de Von Ryan (Von Ryan’s Express, 1965), Talla de Valientes (Lost Command, 1966) y El Expreso de los Espías (Avalanche Express, 1979) y el típico exponente de cine catástrofe Terremoto (Earthquake, 1974), otro de los tantos opus descartables o muy torpes del señor.
Paradoja de por medio, la pertinaz mediocridad de Robson y la ausencia de rasgos autorales significativos por fuera de problemas de larga data que nunca desaparecían del todo -casi siempre vinculados al marco de producción hollywoodense y sus vicios reduccionistas, de promediar el umbral de calidad hacia abajo- generaron en sí una carrera extensa y azarosa tendiente a ofrecer muy de vez en cuando alguna anomalía que quebraba el patrón, en este sentido nos topamos con dos clásicos del cine de boxeo homologado al film noir de codicia y podredumbre comunal, El Triunfador (Champion, 1949) y La Caída de un Ídolo (The Harder They Fall, 1956), con actuaciones brillantes de Kirk Douglas y Humphrey Bogart, respectivamente, y tres rarezas desconcertantes, primero La Séptima Víctima (The Seventh Victim, 1943), odisea de proto terror satanista y la mejor de sus propuestas para el célebre productor Val Lewton, breve período que incluye El Barco Fantasma y dos obras amables con Boris Karloff, La Isla de los Muertos (Isle of the Dead, 1945) y Manicomio (Bedlam, 1946), segundo La Furia de los Justos (Trial, 1955), un courtroom drama hiper delirante protagonizado por Glenn Ford con pinceladas de paranoia anticomunista, y tercero El Valle de las Muñecas (Valley of the Dolls, 1967), engendro trash involuntario anti show business y excusa para la continuación paródica de alto impacto Más allá del Valle de las Muñecas (Beyond the Valley of the Dolls, 1970), dirigida por el genial Russ Meyer y escrita por el susodicho más Roger Ebert. Sin duda alguna La Caída de un Ídolo es la mejor película de Robson porque junto con El Triunfador y la también magnífica El Luchador (The Set-Up, 1949), de Robert Wise, logró rescatar al box de aquel rol secundario en El Campeón (The Champ, 1931), de King Vidor, Ciudad de Conquista (City for Conquest, 1940), de Anatole Litvak, y El Caballero Audaz (Gentleman Jim, 1942), de Raoul Walsh, para reposicionarlo en un primer plano dentro del circo metropolitano del policial negro y su idea de retratar el declive caníbal del capitalismo después de las dos Guerras Mundiales y la Gran Depresión, ya para esta época asimismo orientado a diseccionar el lado oscuro del Estado de Bienestar.
El guión del también productor Philip Yordan, un cleptómano de las letras y/ o especialista en hacer de testaferro de guionistas incluidos en las infames “listas negras” del macartismo, está basado en la novela homónima de 1947 de Budd Schulberg, un profesional que sería conocido por sus historias para dos joyas de Elia Kazan, Nido de Ratas (On the Waterfront, 1954) y Un Rostro en la Multitud (A Face in the Crowd, 1957), y que aquí definitivamente se inspiró en el derrotero de dos boxeadores reales, nos referimos en primer lugar a Primo Carnera (1906-1967), púgil gigantón italiano que se mudó a Estados Unidos en ocasión de unas 30 refriegas arregladas por la mafia norteamericana y que derrotaría en 1933 a un tal Ernie Schaaf, el cual fallecería cuatro días después por las heridas de una pelea previa con Max Baer, y en segunda instancia a Luis Ángel Firpo (1894-1960), un boxeador argentino apodado El Toro de las Pampas que enfrentó al norteamericano Jack Dempsey, el campeón mundial de los pesos pesados, el 14 de septiembre de 1923 en la denominada Pelea del Siglo, un combate vergonzoso en el que debería haber ganado porque de un golpe arrojó a su contrincante fuera del ring en el primer asalto, no obstante el árbitro, los espectadores, los periodistas vernáculos y las autoridades chauvinistas se encargaron de que Dempsey retuviera el título o no lo pierda por knockout frente al sudamericano. Hoy Eddie Willis (Bogart), cronista deportivo sin trabajo desde que cerrase el periódico para el que escribía, acepta convertirse en publicista de Toro Moreno (Mike Lane), un púgil enorme que fuera traído desde Argentina junto con su manager, Luis Agrandi (Carlos Montalbán), por un empresario inescrupuloso del deporte más bello de todos, Nick Benko (Rod Steiger), quien ante la falta de talento de Moreno arregla a sus espaladas sus contiendas para especular con la victoria y acumular muchos dólares. La muerte de un rival, Gus Dundee (Pat Comiskey), llena de culpa al boxeador y lo lleva a desear el regreso a la Argentina, por ello Willis le informa sobre las peleas amañadas y le achaca el fallecimiento a un contrincante anterior, Buddy Brannen (Baer, ni más ni menos), el sádico campeón del mundo y su próximo rival.
Si bien en parte se dan cita en La Caída de un Ídolo las “marcas registradas” del Robson de pocas luces, por ejemplo su apego al melodrama más previsible, su trasfondo muy limitado a escala narrativa y esos desniveles en las actuaciones, en función de ello el pirotécnico Steiger se da la mano con los pocos recursos dramáticos de Lane y la maravillosa y sentida interpretación del legendario Bogart alias Bogie, en pantalla regalándonos su último trabajo ya que fallecería al año siguiente por cáncer de esófago con 57 años de edad, la verdad es que la película por un lado incorpora astutamente diversos personajes secundarios, como la esposa moralista de Eddie, Beth (Jan Sterling), su amigo y exitoso periodista televisivo, Art Leavitt (Harold J. Stone), e incluso un boxeador negro veterano que le enseña los trucos a Moreno, George (Jersey Joe Walcott), y por el otro lado analiza de manera sincera -o más bien brutal, sin pelos en la lengua- una serie de tópicos que siguen vigentes y sobrepasan al ámbito deportivo, especialmente la insensibilidad e idiotez popular, la mentira transformada en negocio, la cosificación del ser humano, la reputación intachable en tanto bien escaso en todo el entramado social, el choque entre ingenuidad y parasitismo, el culto a la imagen/ el sentimentalismo/ el porte en detrimento de la verdad y la sensatez, la corrupción enmarcada en los planteos mafiosos más burdos, el espectáculo leído como estafa o eterna simulación, la lucha diaria en pos de conservar la dignidad en nuestro ecosistema laboral y finalmente la crisis de la conciencia, la ética y el orgullo en lo que atañe a frenar la reproducción de las farsas y los muchos autoengaños payasescos del capitalismo. Más cerca de la sátira tácita de los gremios de la publicidad, la prensa y las relaciones públicas de El Dulce Aroma del Éxito (Sweet Smell of Success, 1957), de Alexander Mackendrick, que del existencialismo cruel de El Luchador, El Estigma del Arroyo (Somebody Up There Likes Me, 1956), otra de Wise, o Réquiem para un Peso Pesado (Requiem for a Heavyweight, 1962), obra maestra de Ralph Nelson, esta estupenda y semi olvidada propuesta del estrafalario Mark denuncia desde una insólita pasión la influencia del crimen organizado en los anales del pugilismo…
La Caída de un Ídolo (The Harder They Fall, Estados Unidos, 1956)
Dirección: Mark Robson. Guión: Philip Yordan. Elenco: Humphrey Bogart, Rod Steiger, Jan Sterling, Mike Lane, Jersey Joe Walcott, Max Baer, Harold J. Stone, Carlos Montalbán, Pat Comiskey, Nehemiah Persoff. Producción: Philip Yordan. Duración: 109 minutos.