FIST

El puño sindical en lucha

Por Emiliano Fernández

Muchas veces al hablar de James Riddle “Jimmy” Hoffa se lo reduce a una anécdota del folklore urbano moderno vinculada al misterio en torno a su desaparición de la faz de la tierra aquel 30 de julio de 1975, no obstante la figura del legendario sindicalista y eventual presidente entre 1957 y 1971 de la Hermandad Internacional de Camioneros (International Brotherhood of Teamsters o IBT) es mucho más compleja porque de hecho el señor fue una pieza clave en la transformación de la pequeña organización de turno en el sindicato más poderoso, influyente y numeroso de Estados Unidos y en uno de los más grandes de todo el planeta, faena que se logró por el carisma avasallante de Hoffa, su capacidad de liderazgo entre los trabajadores, sus enormes conquistas en materia de jornada laboral, pago de horas extras, coberturas médicas y fondos jubilatorios y en especial por su obligatoria asociación con el crimen organizado en lo que atañe a contar con la fuerza de choque necesaria para pelearle a la patronal, sus esbirros y esquiroles y por supuesto los efectivos de la policía, siempre del lado del capital oligopólico y concentrado como todo el aparato estatal. En la época en la que comenzó a trabajar y a militar en el gremio camionero, nada menos que la Gran Depresión de la década del 30, la IBT estaba sometida a los abusos y la represión de las grandes empresas del sector vía continuas tácticas mafiosas para evitar las huelgas y/ o cualquier planteo rebelde por parte de los trabajadores, como por ejemplo el despido, los aprietes, las palizas, los chantajes y muchas veces los asesinatos contra los agitadores de multitudes, panorama que llevó a Hoffa -y a muchos dirigentes de su tiempo- a recurrir al hampa en esta guerra declarada que terminó ganando por insistencia y mejor organización general, logrando unificar la lucha y los acuerdos salariales a nivel nacional. El inefable James desbancó en la presidencia a Dave Beck y a su vez fue desbancado por Frank Fitzsimmons debido tanto a la presión ejercida por el fiscal general de la nación durante la década del 60, Robert F. Kennedy, como por condenas judiciales varias a raíz de sobornos a jurados en procesos alrededor de su “cercanía” al crimen organizado y el fraude y uso indebido de pensiones para lavar dinero de la mafia mediante el mecanismo de préstamos a los casinos de Las Vegas. Luego de siete años de prisión fue liberado en 1971 por una conmutación de sentencia del presidente Richard Nixon a condición de que no vuelva a la actividad gremial hasta 1980, sin embargo su obsesión con retomar el poder lo llevó a cavar su propia tumba porque los amigos mafiosos de antaño lo consideraron muy peligroso ya que amenazaba con hablar si no le permitían recuperar de inmediato la presidencia de la IBT, cosa que efectivamente jamás ocurrió porque hasta su cuerpo hicieron desaparecer.

 

Mucho antes de los retratos encarados por Danny DeVito en Hoffa (1992), con guión de David Mamet y Jack Nicholson en el rol protagónico, y por Martin Scorsese en El Irlandés (The Irishman, 2019), en esta oportunidad a partir de una historia de Steven Zaillian y con Al Pacino como el mítico sindicalista, Norman Jewison rodó una biopic más preocupada por llegar al alma e idiosincrasia del personaje central que por reproducir al milímetro los hechos históricos expuestos, FIST (1978), película sin dudas fascinante porque unifica la simplicidad dramática del Hollywood Clásico, léase esa tendencia a reducir el entramado laberíntico del poder real a secundarios paradigmáticos que hacen explícitas relaciones comunales semi vedadas, y el sustrato de barricada del Nuevo Hollywood de los 70, nos referimos sobre todo a la intención tácita del film de ser una épica proletaria de casi dos horas y media consagrada a los orígenes humildes del adalid, su ansia de reivindicaciones laborales, la capacidad de lucha, sus primeras victorias contra los parásitos del capital, aquella llegada al poder, la corrupción ineludible, los ataques de los políticos oportunistas y la caída progresiva por las presiones de los otrora socios en el camino del ascenso, hoy metamorfoseados en caníbales. La película que nos ocupa fue la primera protagonizada por Sylvester Stallone luego del mega hit Rocky (1976), de John G. Avildsen, y junto a otros trabajos hoy también semi olvidados de su tiempo como La Taberna del Infierno (Paradise Alley, 1978), dirigida por el propio Sly, Halcones de la Noche (Nighthawks, 1981), de Bruce Malmuth, y Escape a la Victoria (Victory, 1981), del gran John Huston, simboliza a la perfección el rumbo que hubiese preferido darle a su carrera si el mainstream inflado no lo hubiese encasillado en roles de acción a partir de la maravillosa Rambo (First Blood, 1982), de Ted Kotcheff, jugada en la que él también fue gran responsable porque llegado determinado punto tiró la toalla en lo que respecta a la pretensión de ampliar su registro artístico y simplemente se dedicó a facturar millones con distintos vehículos comerciales ajustados a su persona bajo el modelo “héroe de las carnicerías con armas de fuego”. Este Hoffa, en pantalla rebautizado Johnny Kovak, sigue constituyendo una de sus mejores y más ricas interpretaciones dentro de una trayectoria en la que Stallone ha tratado una y otra vez de desembarazarse en parte del arquetipo de acción por un lado mediante realizaciones de géneros como la comedia, el musical y la animación infantil y por el otro lado echando mano de su otra faceta actoral, la del campeón de la clase obrera, los barrios marginales o la ciudadanía común y corriente, precisamente en sintonía con su Rocky Balboa o este mismo Kovak, el primero tendiendo a seguir a líderes varios y el segundo a ser un líder él mismo.

 

Todo empieza en la Cleveland de 1937 con Kovak descargando cajas con alimentos de camiones junto a su amigo Abe Belkin (David Huffman) y encabezando una revuelta por horas extras no pagadas -se trabajaban 14 y se abonaban sólo 8- y otras medidas abusivas como despidos por quejas o por ayudar a compañeros y descuentos en el sueldo frente a accidentes como cajas caídas, lo que genera primero un aparente acuerdo pacífico con la patronal y luego la expulsión de los sublevados y su reemplazo por otros trabajadores. Mike Monahan (Richard Herd) ofrece a ambos un par de puestos de reclutadores en la Federación de Camioneros Interestatales (Federation of Inter State Truckers o FIST), donde obtienen una comisión por cada nuevo socio al sindicato y deben lidiar con la desconfianza de los trabajadores y las maniobras violentas de las empresas para evitar toda afiliación gremial. Como producto de una huelga contra Consolidated Trucking, un emporio de la distribución de mercancías, muere asesinado de un balazo policial Monahan y el asunto lleva a Kovak, ya un dirigente poderoso que había llamado la atención del repugnante Max Graham (Peter Boyle), presidente de FIST y amigo de los capitalistas, a establecer una sociedad con un jefe mafioso local a cambio de parte del dinero de las cuotas que pagan los socios al sindicato, Vince Doyle (Kevin Conway), quien coordina ataques contra los camioneros que pretendían seguir trabajando durante la huelga en una arremetida que conduce al asalto de las instalaciones de Consolidated Trucking luego de sangrientas batallas con los esquiroles, sicarios y fuerzas policiales al servicio de la patronal. Con el transcurso de los años Kovak se casa con una bella inmigrante lituana, Anna Zarinkas (Melinda Dillon), y se vuelve una figura de renombre dentro del sindicato, no obstante pasa a recurrir a un jerarca del crimen organizado, Babe Milano (Tony Lo Bianco), cuando FIST sobrepasa los dos millones de socios para fines de la década del 50 con el objetivo de convencer a un pequeño empresario de que afilie a sus trabajadores, Frank Vasko (Brian Dennehy), sociedad que a su vez lo lleva a tener problemas con un senador que encabeza un comité contra los manejos espurios del sindicato, Andrew Madison (Rod Steiger), ya con Kovak reemplazando a Graham como presidente por los negocios personales de este último con plata de la asociación. El senador gana para su causa a un Belkin desilusionado por los vínculos forzosos de su otrora amigo con Milano, quien se la pasa lavando dinero pidiendo préstamos a FIST para sus casinos en una espiral de “favores” que no terminan nunca y conducen al asesinato de Abe, próximo a testificar contra el capomafia, y del propio Kovak, considerado una figura amenazante por su popularidad entre los trabajadores y por su cansancio para con el omnipresente Milano.

 

El siempre ecléctico Jewison, quien venía de realizar El Violinista en el Tejado (Fiddler on the Roof, 1971), Jesucristo Superstar (Jesus Christ Superstar, 1973) y Rollerball (1975), y el amigo Sly resumieron el voluminoso guión original del debutante Joe Eszterhas, todavía lejos de Flashdance (1983), de Adrian Lyne, Al Filo de la Sospecha (Jagged Edge, 1985), de Richard Marquand, Traicionados (Betrayed, 1988) y Mucho más que un Crimen (Music Box, 1989), ambas del genial Costa-Gavras, Bajos Instintos (Basic Instinct, 1992), de Paul Verhoeven, Sin Escape (Nowhere to Run, 1993), de Robert Harmon, Sliver (1993), de Phillip Noyce, Showgirls (1995), también de Verhoeven, Jade (1995), de William Friedkin, Mintiendo en América (Telling Lies in America, 1997), de Guy Ferland, e Hijos de la Gloria (Szabadság, Szerelem, 2006), de Krisztina Goda, un guionista casi siempre insólito, interesante y adepto a personajes enérgicos y paradójicos que aquí redondea un retrato muy inteligente de las contradicciones del entramado hegemónico sindical, económico y político de las sociedades modernas, ya que en simultáneo al hecho de que pinta el talante público carismático y las conquistas innegables que logró el protagonista para sus representados asimismo muestra las concesiones de turno vinculadas a trabajar para la mafia con vistas a poder derrotar a un consorcio todavía más espantoso e igual de desalmado, el de los barones del capitalismo y sus cofrades del gobierno y las instituciones. Madison es un político pancista en ascenso que ocupa el lugar de Kennedy y Graham hace las veces de un Beck mamarrachesco tendiente al desfalco más burdo, lo que a su vez nos deja con la metáfora de siempre del dirigente en campaña mostrándose de izquierda y luego llegando al poder y pasándose a la derecha con el objetivo de conservar su rol dentro de un statu quo que supo cobijarlo, ecuación simbolizada en pantalla mediante la presencia de Belkin y la idea de Kovak de obtener un ocho por ciento de aumento salarial siendo presidente, una conquista histórica en Estados Unidos aunque con la obligación adicional de respetar una cláusula de “paz social” que implicaba la prohibición de huelgas, algo que el colega Abe no quiere aceptar y por ello mantiene viva la conflictividad desoyendo todos los mandatos de la cúpula sindical. La alegoría del puño, “fist” en inglés como la sigla del gremio, pinta de pies a cabeza la necesidad de unión, organización y lucha por parte de los trabajadores contra la mierda maquiavélica patronal y estatal aun recurriendo a socios poco deseables y relacionados con el hampa, lo que también trae a colación el peligro de la burocratización y/ o cooptación de los sindicatos al punto de transformarse en secuaces del andamiaje explotador en vez de usinas de combate, lo que tantas veces ocurre desde la desregulación laboral planetaria de las décadas del 80 y 90, posterior a la desaparición de Hoffa y de aquella primera generación de dirigentes que aceptaron los retos que planteaba la coyuntura del momento sin replegarse para nada, cayendo por supuesto en múltiples inconvenientes doctrinarios, conceptuales y bien prácticos aunque otorgándole al proletariado un lugar protagónico en la mesa de negociaciones nacionales e internacionales como pocas veces tuvo a lo largo de su historia, detalle que por cierto supera por mucho el rol pasivo, vano o directamente cómplice de tantas organizaciones gremiales de hoy en día de todo el globo…

 

FIST (Estados Unidos, 1978)

Dirección: Norman Jewison. Guión: Joe Eszterhas, Sylvester Stallone y Norman Jewison. Elenco: Sylvester Stallone, Rod Steiger, Peter Boyle, Melinda Dillon, David Huffman, Kevin Conway, Tony Lo Bianco, Richard Herd, Brian Dennehy, Peter Donat. Producción: Norman Jewison. Duración: 145 minutos.

Puntaje: 9