La adaptación cinematográfica de la extraordinaria novela homónima de Frank Herbert de 1965, Duna (Dune, 1984), fue durante años objeto de polémicas antes y después de su estreno. Pero a pesar de las críticas desfavorables, del fracaso comercial en cines inicial y de la decepción de David Lynch ante el resultado, el film se convirtió en una película de culto. Las causas son varias y contradictorias, consecuencia de los cambios culturales, los avances científicos y el cambio de estatuto de la ciencia ficción en la literatura y en el séptimo arte. Si bien en el cine la ciencia ficción mejoró muchísimo sus efectos especiales a lo largo de los años, tanto en el campo del diseño artístico como posteriormente con la introducción de la tecnología digital, el marco de la literatura ha aportado algunas de las mejores ideas a un género que se basa en una explosión imaginativa que propone mundos y avances tecnológicos entre la tensión de lo creíble e increíble y lo posible e imposible, potenciales caminos divergentes de una humanidad marcada por las malas elecciones cometidas en nombre del libre albedrío. Si bien en cuanto a sus efectos especiales Duna ha quedado en un lugar un poco incómodo, más si se tienen en cuenta films como Blade Runner (1984) o Alien, el Octavo Pasajero (Alien, 1979) y principalmente 2001: Odisea en el Espacio (2001: A Space Odyssey, 1968), que marcó un hito de calidad en el género en el rubro al igual que la saga de Star Wars, Duna se impuso como un film outsider, una película signada por una yuxtaposición inextricable de aciertos y errores mayúsculos que hoy generan sensaciones encontradas.
Duna se centra en la conspiración del Emperador Padishah Shaddam IV junto al Barón Vladimir Harkonnen para matar y destruir al popular Duque Leto Atreides en medio de una disputa de poder entre tres casas feudales que manipulan y controlan el comercio interplanetario. En esta estructura feudal regida por la Casa Corrino, el Emperador propone a la Casa Atreides para hacerse cargo de la explotación de la especia, una droga extraída de un planeta desértico, Arrakis, que sirve a las dos organizaciones religiosas que controlan la especia, la Cofradía Espacial, que maneja los viajes interplanetarios a través de la precognición, y las Bene Gesserit, una hermandad de mujeres que desarrollan habilidades mentales con la voz y un control fisiológico cuya finalidad es la preservación y el progreso genético de la raza humana con sus habilidades.
Frank Herbert crea aquí un complejo entramado social diez mil años en el futuro que hace retroceder a la humanidad en su sistema político a una edad oscura signada por una profecía sobre un superhombre, el Kwisatz Haderach, que podrá unir las capacidades extrasensoriales de la Cofradía Espacial y el control fisiológico de las Bene Gesserit, donde la crueldad y las traiciones son el toque de queda de una sociedad con complicados protocolos que luchan por el control del Universo conocido. El descubrimiento y el refinamiento de la especia ha sido lo que ha permitido la expansión a través de la posibilidad de trazar viajes seguros a través del espacio interestelar, lo que a su vez ha creado un sistema feudal que conforma un consejo compuesto por las grandes casas que se benefician de este comercio, el Landsraad.
El complot del Emperador y el Barón Harkonnen logra derrotar a las fuerzas Atreides en Arrakis en un ataque sorpresa liderado por las huestes del Emperador, los temibles Sardaukar, gracias a la ayuda de un traidor entre las filas Atreides, el Doctor Yueh (Dean Stockwell), artífice de la caída en desgracia de la Casa Atreides pero también de la salvación del hijo del Duque Leto, Paul Atreides, interpretado por Kyle MacLachlan, y su madre y concubina del Duque, Lady Jessica (Francesa Annis), que huyen al desierto y se convierten en parte de la tribu Fremen, una comunidad que vive en las cuevas de Arrakis y se desplaza a través de los gigantes gusanos que recorren el arenoso planeta. Paul y Jessica se transforman en líderes de la comunidad Fremen, desarrollando habilidades que permiten que la hija de Jessica, Alia (Alicia Witt), producto de su relación con el Duque, tenga poderes extrasensoriales inusitados gracias a la ingesta del Agua de la Vida, un líquido extraído de los gusanos recién nacidos, veneno que mediante una transmutación química el cuerpo debe transformar en una sustancia inocua, a su vez un proceso que genera visiones sobre el pasado y el futuro. Cuando Paul, tras convertirse en líder de los Fremen al entrenarlos y unir a las distintas tribus esparcidas por el planeta que lo ven como el salvador que iniciará la profecía de un cambio radical en la faz de Arrakis y logrará la expulsión de los usurpadores Harkonnen, toma del Agua de la Vida, muta en el Kwisatz Haderach, el superhombre que las Bene Gesserit pretendían engendrar para controlar el destino del Universo a través de la unión de la hija que Jessica, una dama de la hermandad, debería haber engendrado junto al Duque Leto en lugar de Paul, bajo la orden de la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam (Siân Phillips), para unir a la Casa Atreides con la Casa Harkonnen a través de un matrimonio arreglado. Ya transformado y con la visión presciente de otro Arrakis, Paul lidera a los Fremen para hostigar a Raban (Paul Smith), uno de los sobrinos del Barón Harkonnen y el encargado de administrar los asuntos de Arrakis con suma crueldad, con el fin de congelar la producción de la especia para que la Cofradía Especial obligue al Emperador a acudir a Arrakis para poner orden ante la rebeldía Fremen y el descontrol generado por los sanguinarios Harkonnen.
El guión de David Lynch se termina apoyando a su pesar en la voz en off de Virginia Madsen que interpreta a la Princesa Irulan, hija del Emperador, interpretado por José Ferrer, que tiene una aparición breve e insignificante para la trama del film, no así en la novela, en el principio y en el final, víctima de los cortes de una edición salvaje por parte de la distribuidora Universal Pictures y los productores Dino De Laurentiis y su hija Raffaella De Laurentiis, en una película que había perdido el eje desde antes de comenzar por los problemas financieros y las dificultades para llevar la monumental obra de Herbert al cine. Si bien el principal problema para construir un film que respete la novela es la extensión y complejidad de una trama con un nuevo mundo que necesita ser desarrollado, Duna ya había tenido un mal comienzo con la renuncia al proyecto del director Ridley Scott, que había sido elegido tras el éxito de Alien, el Octavo Pasajero y había encontrado en Blade Runner un film más realizable que la apoteósica Duna, una película más cerca del ego místico del realizador chileno Alejandro Jorodowsky, proyecto que había comenzado en 1974 con la adquisición de los derechos por parte de un consorcio francés liderado por el productor Jean-Paul Gibon, film que nunca despegaría por la grandiosidad megalómana que Jorodowsky proponía como un sacrificio al arte ante inversores que sólo buscaban rentabilidad y que en lugar de un director visionario con un sueño fantástico veían a un sudamericano demente con afán de despilfarrar su dinero. Algunos pocos diseños de Jodorowsky serían retomados por el film de Lynch, pero aquellos del artista suizo Hans Ruedi Giger no serían utilizados, la música de Pink Floyd sería reemplazada por una banda sonora a cargo de Toto y Brian Eno y las actuaciones de Salvador Dalí, Orson Welles, Mick Jagger, Udo Kier, David Carradine, Brontis Jorodowsky y Gloria Swanson, con Dan O’Bannon en los efectos especiales, sólo verían la luz en la imaginación de Alejandro Jorodowsky y en su legendario storyboard, ingredientes que asimismo darían lugar al grandioso documental Jorodowsky’s Dune (2013).
Duna se basa en la decadencia de un Imperio Galáctico en pleno crepúsculo, cuestión ejemplificada hasta el hartazgo en la figura del Barón Harkonnen, un hombre sádico y brutal con un sentido del humor cruel y sanguinario y un Emperador que se complota para proteger su patético poder de un hombre menos ruin que él. Tanto la novela como el film narran también la decadencia de la Cofradía Espacial y de las Bene Gesserit, dos sectas con demasiada influencia sobre la política imperial y cuyos planes se escabullen de sus manos cuando Paul Atreides escapa a los distintos intentos de asesinato y se convierte en el líder de las tribus Fremen, una clara alusión a la Revuelta Árabe en Medio Oriente impulsada por el oficial del ejército británico y célebre escritor Thomas Edward Lawrence contra el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial, faena retratada en Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962), la obra maestra dirigida por David Lean. A su vez, hay una relación entre el petróleo y la especia, la melange, un producto extraído del desierto con perforadoras hidráulicas al igual que el codiciado petróleo, gran estrella de la Revolución Industrial.
Además del mesianismo y las reminiscencias a la historia de Medio Oriente, Duna también tiene un gran componente ecológico, especialmente de la ecología cultural, vertiente que se ocupa de la relación entre la vida y el hábitat, cuestión que sería capital en las ideas preliminares de Jorodowsky y que David Lynch trabaja muy bien dentro de la trama, aunque no tan explícitamente con la cuestión política y la económica. Lynch desarrolla con astucia la relación de los Fremen con el ecosistema, con el desierto y con el gigantesco gusano de arena que produce la especia, la melange que tanto codician las instancias del poder imperial galáctico. Tanto los trajes que aprovechan al máximo el agua como la aclimatación de los Fremen y de Paul a las inclemencias del traicionero desierto y la misma intención de transformar la faz del planeta a través del agua, la sustancia que da vida, conforman algunas de las principales cuestiones ecológicas de un film donde la mano del hombre industrial suele ser tan destructiva como en nuestro mundo, metáfora de la necesidad del respecto a la naturaleza pero también de la obligación de dejar de pensar en términos mesiánicos de elegidos, superhombres o superhéroes en un mundo que sólo necesita de hombres comunes que quieran proteger el medio ambiente y a sus seres queridos contra las corporaciones y los deseos imperialistas y colonialistas.
Escrita a principios de la década del sesenta, Duna explora en las posibilidades de las drogas como potenciadoras de las capacidades mentales y fisiológicas, cuestiones en boga en una época donde la experimentación constante era una forma de concebir una vida plena. La novela de Herbert propone así un salto cualitativo a partir del control de una droga, la especia, consumida con usos precognitivos varios.
Duna había sido pensaba como una versión más adulta de Star Wars, una saga que podría haber dado comienzo a una épica intergaláctica como la que concebía Alejandro Jorodowsky, pero tanto el sueño del director de La Montaña Sagrada (The Holy Mountain, 1973) como el anhelo de expandir el mundo de Duna tan sólo verían la luz del día en una fallida miniserie para televisión dirigida y escrita por John Harrison en el año 2000. No obstante el film de David Lynch verdaderamente tiene la particularidad de transportar al espectador a un universo lejano, a un Imperio galáctico feudal donde la crueldad y el mesianismo religioso se dan la mano en un lúgubre entramado de conspiraciones que buscan imponerse al deseo de libertad.
La novela de Frank Herbert tiene una enorme densidad narrativa, ya que ofrece constantemente información sobre esta distopía futurista que hace retroceder a la humanidad o la obliga a revivir los mismos conflictos una y otra vez, obsesión temática de todas las obras literarias de ciencia ficción. Lynch logra resumir estas cuestiones con relativo éxito, y aunque los cortes salvajes dejen demasiado afuera el film permite dar rienda suelta a la imaginación y logra introducir al espectador al mundo que Herbert creó para el lector que se maravilló o maravillará con la novela: este tal vez sea el mayor éxito del film y lo que ha generado que Duna tenga sus acérrimos fanáticos y detractores que la colocan cerca de los mejores films de ciencia ficción o la atacan como un producto fallido al borde de la Clase B.
Aunque nos topamos con algunos buenos efectos especiales y en general para la época no son tan malos, la mayoría de ellos no han envejecido bien, la edición y los cortes de escenas son abruptos y la trama sufre las mutilaciones como sangrados en medio de una obra demasiado compleja como para sacar escenas y reducir el metraje por la visión de distribuidores y productores miopes. Si David Lynch había sido elegido tras el éxito de El Hombre Elefante (The Elephant Man, 1980) debido a la deserción de Ridley Scott, su alejamiento de la versión final controlada por los productores y la Universal Pictures sólo sería el corolario del arrepentimiento de su participación en el proyecto, film del que ha rehusado hablar y del que los productores tuvieron que remover su nombre en las versiones extendidas para el lanzamiento del DVD y en la versión televisiva, aún más larga y tal vez más cercana a lo que el film debería haber sido.
Si el elenco de la película que Alejandro Jorodowsky había pretendido realizar era increíble, el film de Lynch se destaca por las actuaciones de algunos de sus actores fetiche que lo acompañarían más tarde como Everett McGill, Jack Nance, Dean Stockwell y por supuesto Kyle MacLachlan, pero también logró reunir a un genial elenco donde se destacan Jürgen Prochnow, Kenneth McMillan, Francesca Annis, Max Von Sidow, Sean Young, Patrick Stewart, Freddie Jones, Linda Hunt, José Ferrer, Virginia Madsen, Silvana Mangano, Paul Smith, Sting, Brad Dourif, Siân Phillips, Richard Jordan, Leonardo Cimino y Alicia Witt, todos grandes actores y actrices que aquí se desempeñan realmente muy bien.
Inesperadamente la música de Toto, una banda popular de la década del ochenta, es tal vez de lo mejor del film, otorgándole un sonido a la vez épico y futurista pero enraizado en las ideas de la ciencia ficción de esa década y en una sonoridad comercial de guitarras eléctricas de estilo pop. El tema de Brian Eno junto a Daniel Lanois y Roger Eno, Prophecy Theme, le otorga profundidad a una profecía que circula por el desierto como el gusano, libre, y es la única canción de una banda sonora paralela que Brian Eno habría compuesto anteriormente y fue desestimada para finalmente elegir al grupo de David Paich y los hermanos Porcaro.
Si bien absolutamente todo esta muchísimo mejor trabajado en la novela y el film es una sombra mal editada y cortada salvajemente de la misma, los temas del mesianismo, la eugenesia, los viajes a través del espacio y el tiempo, el misticismo y el devenir político feudal alrededor de una sola mercancía que existe en un solo planeta son desarrollados por la obra de David Lynch en un gran ejercicio de resumen cinematográfico de una historia difícil de abreviar, creando una película de claroscuros que por momentos parece una gran obra de arte con excelentes decorados y un diseño de vestuario muy logrado para luego pasar a escenas realmente desperdiciadas o que no tienen sentido debido a los cortes. Pero estas mismas fallas, la leyenda del film con varias versiones, la carrera posterior de David Lynch que despegaría con Terciopelo Azul (Blue Velvet, 1986), Corazón Salvaje (Wild at Heart, 1990) y la serie Twin Peaks (1990-1991), la entrada del film dentro del legado de esa ciencia ficción que promueve la imaginación, y la fuerza y densidad de la historia concebida y plasmada por Frank Herbert, constituyen factores que han conseguido lo que los productores y distribuidores nunca pudieron y David Lynch nunca quiso, que Duna sea una película de ningún modo perfecta pero sí inolvidable, un verdadero bálsamo para aquellos que disfrutan de mundos lejanos y de la imaginación llevada a los confines del Universo.
Duna (Dune, Estados Unidos/ México, 1984)
Dirección y Guión: David Lynch. Elenco: Kyle MacLachlan, Virginia Madsen, Francesca Annis, Kenneth McMillan, Brad Dourif, Jürgen Prochnow, José Ferrer, Linda Hunt, Freddie Jones, Patrick Stewart. Producción: Dino De Laurentiis y Raffaella De Laurentiis. Duración: 137 minutos.