La carrera de los hermanos Joel y Ethan Coen está dividida en períodos muy concretos: la primera etapa los posicionó como los mejores directores del cine independiente de Estados Unidos de los 80 y 90, aquella compuesta por Simplemente Sangre (Blood Simple, 1984), Educando a Arizona (Raising Arizona, 1987), De Paseo por la Muerte (Miller’s Crossing, 1990), Barton Fink (1991), El Gran Salto (The Hudsucker Proxy, 1994), Fargo (1996), El Gran Lebowski (The Big Lebowski, 1998), ¿Dónde Estás, Hermano? (O Brother, Where Art Thou?, 2000) y El Hombre que Nunca Estuvo (The Man Who Wasn’t There, 2001), una segunda y breve fase de decadencia mainstream, esa de El Amor Cuesta Caro (Intolerable Cruelty, 2003) y El Quinteto de la Muerte (The Ladykillers, 2004), un raudo renacimiento creativo a toda pompa en consonancia con Sin Lugar para los Débiles (No Country for Old Men, 2007), Quémese Después de Leerse (Burn After Reading, 2008) y Un Hombre Serio (A Serious Man, 2009), y finalmente una seguidilla de películas menores pero disfrutables, la de Temple de Acero (True Grit, 2010), Inside Llewyn Davis (2013), ¡Salve, César! (Hail, Caesar!, 2016) y La Balada de Buster Scruggs (The Ballad of Buster Scruggs, 2018). Hoy el ciclo finalmente se cerró, en buenos términos pero se cerró, debido a que Ethan decidió dejar de dirigir tanto porque está sumamente cansado del ambiente cinematográfico como porque desea volcarse al teatro, así Joel optó por un debut en solitario que a priori podría parecer algo impersonal ya que adaptar Macbeth (1606), una de las obras capitales de William Shakespeare, acarrea siempre el problema de tener que sumarse a una larguísima estela de artistas previos que hicieron lo propio con la tragedia más escueta y misteriosa del escritor inglés, cuya versión moderna incluye diversos pasajes agregados a lo largo de los siglos desde su estreno e incluso hoy se cree que lo que tenemos frente a nosotros es un resumen de lo que podría haber sido la obra original de Shakespeare, aparentemente algo más extensa que la editada en el First Folio o Comedias, Historias y Tragedias del Sr. William Shakespeare (Mr. William Shakespeare’s Comedies, Histories and Tragedies, 1623), primera y canónica antología publicada de su producción artística, recopilada por John Heminges y Henry Condell siete años después del fallecimiento del mítico Bardo.
Macbeth (Denzel Washington) y Banquo (Bertie Carvel), que vienen de pelear en nombre del Rey Duncan (Brendan Gleeson), se topan con una bruja que se multiplica por tres (Kathryn Hunter) y afirma que el primero será rey y el segundo será padre de una dinastía de soberanos en Escocia. El protagonista le escribe una carta a su esposa, Lady Macbeth (Frances McDormand), comentándole la profecía y ésta comienza a planear un regicidio que se materializa cuando el monarca y su comitiva deciden pasar la noche en el castillo de Macbeth en Dunsinane, donde la mujer droga a los sirvientes y donde su esposo, momentos después, se introduce en la habitación en la que duerme el rey para abrirle la garganta con un cuchillo sirviéndose tanto de la confianza del entramado aristocrático como del detalle de estar en su propia morada y moverse a gusto. A la mañana siguiente Macduff (Corey Hawkins), otro barón/ thane como el propio Macbeth, descubre el cadáver y el dueño de casa, ni lento ni perezoso, mata a los vasallos para inculparlos del magnicidio, estratagema que de hecho lo convierte en soberano porque el hijo de Duncan, Malcolm (Harry Melling), huye a Inglaterra por temor a también ser asesinado. Intranquilo por el augurio acerca de Banquo, Macbeth lo manda matar por dos sicarios estrafalarios (Scott Subiono y el genial Brian Thompson) que son acompañados por Ross (Alex Hassell), quien certifica la muerte del hombre pero le perdona la vida a su hijo pequeño, Fleance (Lucas Barker). El flamante rey comienza a delirar y en medio de un banquete cree ver el fantasma de Banquo, por ello Lady Macbeth lo droga para que no se ponga en evidencia y en medio del trance su marido recibe una nueva visita de las tres hechiceras, quienes le comunican que tenga cuidado de Macduff, que ningún hombre nacido de mujer le hará daño y que será monarca hasta que el gran bosque de Birnam suba la colina de Dunsinane. Mientras su esposa cae en la locura por la culpa y finalmente fallece, Macbeth se convierte en un tirano y asesina a toda la parentela de Macduff aunque sin lograr matar al patriarca porque estaba en Inglaterra con Malcolm, desde donde organiza una embestida, apoyado por los ingleses, contra la Escocia de Macbeth, quien ve cómo el ejército invasor utiliza ramas del bosque de Birnam como camuflaje y encima debe batirse a duelo con Macduff, noble fruto de una cesárea al nacer.
Las decisiones de Joel Coen, hoy escribiendo también el guión en la más absoluta soledad, son temerarias por su impronta arriesgada y radical aunque por suerte generan una película maravillosa y prácticamente la única en lo que va del Siglo XXI que ha sabido reinterpretar de manera exitosa el muy vasto linaje artístico shakesperiano, a saber: primero y antes que nada, La Tragedia de Macbeth (The Tragedy of Macbeth, 2021) es una propuesta mucho más visual que verbal, lo que de por sí implica un distanciamiento consciente para con buena parte de las traslaciones previas, más enfocadas en los floreos del texto original que en las posibilidades o riqueza de la puesta en escena, en segundo lugar, la fotografía del francés Bruno Delbonnel, señor ya presente en Inside Llewyn Davis y La Balada de Buster Scruggs, está volcada a un blanco y negro que a su vez se ubica a mitad de camino entre el expresionismo alemán y los planteos estéticos mustios bergmanianos, en tercera instancia, la realización evita por completo el fetiche insoportable del cine contemporáneo con el realismo burgués/ hollywoodense y opta en cambio por la artificialidad barroca del estudio sin locaciones de ninguna clase, planteo que sitúa muy en primer plano el esplendoroso desempeño de Stefan Dechant en el diseño de producción, Jason T. Clark en la dirección de arte y Mary Zophres en el diseño de vestuario, el cuarto punto nos lleva al hecho de que Coen voló más de la mitad del diálogo original de Shakespeare para construir una epopeya minimalista de ambición monárquica, política y militar pero sin caer en el latiguillo de siempre de tantas otras adaptaciones del Bardo, léase eso de dejarse engatusar por la belleza del texto primigenio en detrimento de la historia y su moraleja condenatoria para con la avidez de poder institucional, en quinto lugar, el film evita la costumbre de elegir a actores jóvenes para los roles principales, Lord y Lady Macbeth, y se decide por veteranos como Denzel Washington y Frances McDormand, quienes entregan un trabajo estupendo al punto de que el primero se redime de su lamentable retahíla de faenas del nuevo milenio como cineasta, y finalmente, Coen aquí se apropia de manera bien desvergonzada y magistral de personajes ajenos, en sintonía con la dupla de sicarios o la bruja multiplicada, como si se tratasen de exponentes de la fauna tragicómica y bizarra de las películas previas con Ethan.
En este sentido, Joel no sólo incorpora con una naturalidad envidiable el marco discursivo e identitario tan particular de la tragedia de base sino que redondea una película que supera por mucho a la reciente Macbeth (2015), del australiano Justin Kurzel, y se posiciona sin inconvenientes entre las mejores traslaciones de la historia del séptimo arte de la obra en cuestión de Shakespeare, a la altura de Macbeth (1948), de Orson Welles, Trono de Sangre (Kumonosu-jô, 1957), de Akira Kurosawa, y la gloriosa Macbeth (The Tragedy of Macbeth, 1971), del querido Roman Polanski, amén de que se aleja con claridad en términos de calidad de otras realizaciones, ya definitivamente menores, inspiradas en mayor o menor medida en el texto del Siglo XVII, como por ejemplo las variopintas Hombres de Respeto (Men of Respect, 1990), de William Reilly, Crimen en Escocia (Scotland, PA, 2001), de Billy Morrissette, Maqbool (2003), de Vishal Bhardwaj, y Macbeth (2006), de Geoffrey Wright. Jugando a la par con un tópico ancestral de la masculinidad, la influencia nociva de las mujeres en materia de meter presión y de desencadenar frustraciones en la psicología unidimensional del varón, y con el sustrato engañoso de toda predicción y en especial de las figuras de poder que nos superan en influencia en la pirámide social, hoy representadas en la hechicera mefistofélica de la sublime Hunter, una actriz con un voluminoso derrotero teatral a cuestas, La Tragedia de Macbeth vuelve a explorar las muchas ironías del destino, la codicia irrefrenable de las cúpulas administrativas, la sangre fría de los psicópatas que las representan y desde ya la paradoja que subyace en el hecho de escuchar de nuestro entorno aquello que queremos o anhelamos con ahínco, lo que en vez de tranquilizarnos a veces despierta más ansiedad y la pretensión de obtener lo deseado vía la ceguera del que avanza sin importar las consecuencias, precisamente por ello Macbeth es una de las epopeyas del Bardo que mejor ha envejecido gracias a que la fábula de la metamorfosis del protagonista, de Thane de Glamis a Thane de Cawdor y finalmente Rey de Escocia, la insania y terminar sin su mollera, continúa repercutiendo muy fuerte en un presente en el que tantos y tantos oligarcas y mafiosos del capitalismo siguen matando a diario a déspotas y opresores previos con vistas a suplantarlos en un trono que creen eterno e inmóvil pero siempre es pasajero…
La Tragedia de Macbeth (The Tragedy of Macbeth, Estados Unidos, 2021)
Dirección y Guión: Joel Coen. Elenco: Denzel Washington, Frances McDormand, Alex Hassell, Bertie Carvel, Brendan Gleeson, Corey Hawkins, Harry Melling, Kathryn Hunter, Scott Subiono, Brian Thompson. Producción: Joel Coen, Frances McDormand y Robert Graf. Duración: 105 minutos.