Casi nunca el pop masivo nos ha regalado la algarabía, densidad y eficacia propia de los Pet Shop Boys, el dúo compuesto por el cantante Neil Tennant y el tecladista Chris Lowe, devotos de Kraftwerk y ellos mismos profetas cruciales tanto de la Segunda Invasión Británica, aquella ochentosa tracción a MTV, sintetizadores y el look más andrógino posible, como del combo musical -destinado en simultáneo a las discotecas y las FMs- de synth-pop, dance y retro música disco, amalgama a veces homologada a la pata electrónica de ese New Romantic ultra melodramático que ayudaron a popularizar en todo el planeta junto con colegas tan diversos como Eurythmics, Depeche Mode, Soft Cell, Erasure, The Human League, Duran Duran, New Order, Japan, Yazoo, Dead or Alive, Devo, Propaganda, ABC, Gary Numan, Ultravox, Alphaville, The Communards, Spandau Ballet, Visage, Orchestral Manoeuvres in the Dark e incluso Tears for Fears, Talk Talk y Simple Minds. La influencia de la dupla ha sido muy vasta y como prueba de ello se puede explorar el rango de artistas que han disfrutado de su magia en el estudio, un abanico que abarca desde la producción del Lado B de Reputation (1990), de Dusty Springfield, y de gran parte de Results (1989), de Liza Minnelli, pasando por estupendas colaboraciones aisladas como In Denial (1999), con Kylie Minogue, Getting Away with It (1989), con Electronic, el supergrupo conformado por Bernard Sumner, de Joy Division y New Order, y Johnny Marr, de The Smiths, y What Have I Done to Deserve This? (1987) y Nothing Has Been Proved (1989), ambas canciones con la diva por antonomasia del Reino Unido del blue-eyed soul/ white soul, la mítica Springfield, hasta llegar al glorioso remix de 1996 de Hallo Spaceboy de Outside (1995), del querido David Bowie, o aquel excelente tema de Wildest Dreams (1996), de Tina Turner, que supieron componer y producir, Confidential, o el remix para los mercados europeo y australiano de Girls & Boys, de Blur, neoclásico correspondiente a Parklife (1994).
La fórmula ganadora ya era completamente funcional en Please (1986), el primer disco de los señores, eternamente basada en las líneas envolventes de teclados de Lowe y las ironías romanticonas y muchas veces sociales/ económicas/ culturales/ comerciales/ políticas de Tennant, esquema que alcanzaría su pico creativo y comercial en el período que va desde este debut hasta principios de la década del 90, en sí abarcando además los adictivos y muy bombásticos Actually (1987), excusa para incorporar vocalizaciones cuasi hiphoperas y pulir la producción elegante marca registrada de los ingleses, Introspective (1988), aquella epopeya craneada para las pistas y en general volcada al house y los ritmos latinos, Behaviour (1990), placa paradigmática de madurez vía una producción inmaculada y un trasfondo bastante más darky y por momentos hasta minimalista y muy tranquilo, y Very (1993), opuesto exacto del anterior y verdadera explosión de techno y dance noventoso a toda pompa y sin inhibiciones de ninguna clase, una andanada a la que se puede sumar Discography: The Complete Singles Collection (1991), indudablemente su mejor compilado y uno de los más representativos del pop bailable de los 80. Bilingual (1996) abre un período errático -o de relativa decadencia con instantes de brillantez- caracterizado por álbumes un tanto mucho desparejos o frustrantes, aquí coqueteando con géneros latinos varios, sobre todo la samba, el candombe y la salsa, y con una sobreproducción mal entendida e inspirada muy a lo lejos en Very, trabajo que sería sucedido por Nightlife (1999), su salto nada sutil hacia el terreno del trance, el art pop y los beats hiphoperos aunque por suerte haciendo pie en el synth-pop de siempre, Release (2002), un inesperado y fugaz paseo por el soft rock y el brit pop guitarrero que no va mucho más allá del estatus de una curiosidad simpática y apenas digna, Fundamental (2006), disco bastante interesante que invoca diferentes comarcas como el dream pop, la dark wave, el ambient, el pop barroco y orquestal y aquel techno paradigmático de Very, y finalmente Yes (2009), trabajo agradable propenso a bases de eurodisco de corazoncito muy retro que le deben mucho al Giorgio Moroder circa Nº 1 in Heaven (1979), de Sparks en modalidad new wave.
Los trabajos más recientes, en esencia englobados en esta misma fase de madurez interesante pero en ocasiones demasiado heterogénea y no siempre satisfactoria, son Elysium (2012), aventura melodiosa -en la tradición de la serenidad de Behaviour– que opta por coquetear con el trip hop y la decisión autoconsciente de esquivar en general los himnos bailables automáticos, Electric (2013), un nuevo y atractivo regreso al dance furioso de Very aunque sin llegar ni remotamente a ese nivel de calidad y por momentos acercándose a una relectura etérea del big beat de The Chemical Brothers, Fatboy Slim y The Crystal Method, Super (2016), secuela nada disimulada del álbum previo que respeta al dedillo el camino trazado más allá de alguna excentricidad house y/ o popera esporádica, y Hotspot (2020), tercera y última colaboración al hilo con el productor británico Stuart Price que sin abjurar del dance por lo menos varía bastante el asunto de la mano del electropop, la música disco y el dream pop. Nonetheless (2024), flamante disco producido por James Ford, señor de moda que no ha parado de trabajar con Blur, Gorillaz, Klaxons, Depeche Mode, Arctic Monkeys, Florence and the Machine, The Last Shadow Puppets, Peaches y Beth Gibbons de Portishead, entre muchos otros artistas, constituye un regreso esplendoroso a aquella etapa inicial de los años 80 y principios de los 90 aunque filtrada por la melancolía de los ya veteranos Tennant y Lowe, hoy muy cómodos asentados en esa Hi-NRG marca registrada que suelen “rebajar” con baladas dreampoperas, música disco, trip hop y un electropop funkeado intoxicante.
La sensación que casi siempre logran transmitir los Pet Shop Boys, hablamos de esas naturalidad y abundancia a la hora de desparramar synth-pop desprejuiciado y del mejor, ya la encontramos en la apertura de la placa, Loneliness, precisamente una canción hipnótica sobre la soledad y sus causas a ojos de Tennant, léase el orgullo herido, una negatividad omnipresente y la incapacidad de enamorarse o pedir ayuda, amén de una insólita referencia a un clásico del spaghetti western, A Pistol for Ringo (Una Pistola per Ringo, 1965), de Duccio Tessari. Feel funciona como una reinterpretación de parte de los ingleses, encarada por supuesto desde el techno clasicista, de las subidas y bajadas prototípicas del trance, ahora orientadas a citar al poeta y pintor inglés Dante Gabriel Rossetti y a jugar con la devoción y la ansiedad previas a un reencuentro que implica escapar del trabajo, un largo viaje posterior, algunas fantasías hilarantemente cursis y efectivamente mucho nerviosismo ante la inmediatez de la confluencia romántica. Como tantas veces ocurre dentro del ideario tan particular del dúo, en Why Am I Dancing? nos topamos con una yuxtaposición de dos ingredientes que a priori parecen disonantes pero que en la praxis se mueven en armonía, primero un mantra de música disco de fuerte marco orquestal y segundo una letra del amigo Neil que habla de la necesidad de emigrar por parte del narrador, aparentemente un muchacho joven que trata de apaciguar el desarraigo, la confusión y el evidente desamparo con el lenguaje corporal del baile sin lograrlo a pesar de la alegría que implícitamente conlleva la música, sin duda una síntesis perfecta de cómo opera buena parte de la producción artística de la dupla y sus paradojas. Sobre una base de electropop con capas y capas de teclados de aires dream pop cortesía del gran Lowe, New London Boy es un tema muy nostálgico que nos pasea por la juventud del cantante durante la década del 70 para abarcar desde su faceta de estudiante y adolescente curioso (alusiones a Platón y Karl Marx) hasta su naciente vocación musical en medio de la efervescencia del glam británico (homenaje a los ineludibles Bowie y Roxy Music), un esquema que incluye versos rapeados, la celebración de la Londres refulgente de aquel entonces, una graciosa venganza contra unos skinheads que discriminan -ladrillo de por medio- y esa sensación general que nos remite sobre todo a la etapa iniciática de Please y Actually.
Dancing Star sigue la línea de Why Am I Dancing? y nos propone un trasfondo de música disco, en esta oportunidad con muchos efectos ochentosos de teclado/ sintetizador, para retratar el escape en 1961 de Rudolf Nuréyev desde la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas hacia Occidente, una de las deserciones más famosas de la Guerra Fría por el talento del susodicho y los escándalos que levantaba por su bisexualidad y temperamento volátil antiautoritario, aquí reconvertido en un modelo a seguir no sólo para los bailarines clásicos sino para todo artista bajo regímenes castradores y opresivos, ya sea de tipo comunista o capitalista hediondo. Especie de power ballad con un dejo melancólico a lo Elton John y Bernie Taupin, a la vez orquestal y softrockera clásica, A New Bohemia está sustentada en baterías sutiles aportadas por Ford y una inteligente colección de versos de Tennant que giran alrededor de una depresión enraizada en partes iguales en cierto masoquismo por parte del narrador, algo que tiene que ver con su rebeldía intrínseca, y en la ausencia en el Siglo XXI de una vanguardia artística radical como aquellos Les Petites Bon-Bons, de hecho un colectivo artístico, contracultural y gay de los Estados Unidos de los años 70 que es citado en el estribillo porque influyó mucho a nivel conceptual en el glam rock, el movimiento civil por los derechos de los homosexuales e incluso el arte postal de resonancias internacionales. The Schlager Hit Parade, mixtura extraña de rock alternativo reposado y el synth-pop marca registrada del dúo, apela a un sarcasmo digno de Ray Davies de The Kinks o Paul Weller de The Jam para -como tantas otras veces en el pasado- mirarse en el espejo de la música pop más pegadiza y en un único movimiento salir espantados, ya que la categoría suele incluir a “artistas productos” sinceramente impresentables en lo que al mainstream y el indie se refiere, y autoabrazarse en función de la necesidad del ser humano de bailar y pasarla bien o ser feliz dentro de lo posible, detalle que desde ya conlleva el hecho de que los Pet Shop Boys siempre aportan una generosa sabiduría o autoreflexión a la fórmula del hedonismo amnésico eterno de las pistas, en sí una utopía paradisíaca e impostada similar a la Shangri-La de James Hilton que ahora homologa al pop masivo con el Schlager, un tipo de canción popular alemana de larga data tendiente a la ligereza/ simplicidad del sentimentalismo más trivial.
En The Secret of Happiness se amalgaman el trip hop, el jazz y la balada dreampopera atiborrada de cuerdas bien barrocas y altisonantes, un combo en esta ocasión puesto al servicio de una oda a la persona amada en tanto portadora del arcano de una dicha o prosperidad que es más fácil anhelarla por su ausencia que definirla en términos concretos, de allí surge esta satisfacción frente a la síntesis de bienestar personificada en la contraparte romántica y especialmente en su rostro y sus ojos. Como no podía ser de otra forma, el reglamentario dance regresa al acercarnos al final del disco y en este sentido Bullet for Narcissus constituye otro ejemplo maravilloso en lo que atañe al arte de conjurar los movimientos corporales desde la sátira ponzoñosa y astuta, ahora pegándole al individualismo suicida capitalista del nuevo milenio que defendiendo su propio interés lo único que logra es atomizar los lazos sociales y precisamente eliminar la posibilidad de sobrevivir porque cada uno tirando para su lado equivale a una idiotez colectiva y al canibalismo general más absurdo, irresponsable, banal, hipócrita y necio. Apelando a una base triphopera que reproduce a rasgos generales la premisa musical de The Secret of Happiness, Love Is the Law cierra la placa con una hilarante terminología propia de la economía, el universo laboral, lo jurídico y hasta la industria cultural para retratar al amor como una contingencia que a largo plazo ofrece más dolores de cabeza que alegrías pero aun así nadie puede evitar en el trajín cotidiano, en esencia una suerte de “ley desregulada” que enarbola una destreza superpuesta para las argucias del corazón, los genitales y el intelecto propiamente dicho.
Los Pet Shop Boys en Nonetheless no sólo superan a la digna trilogía de álbumes con Price, esa de Electric, Super y Hotspot, sino que recuperan lo mejor de la heterogeneidad rimbombante de aquellos discos para unificarla con la creatividad a pleno de la pentalogía inaugural de Please, Actually, Introspective, Behaviour y Very, una jugada que retrospectivamente pone en aprietos a todo el período intermedio ya que a decir verdad sólo se salvan del olvido algunos pasajes muy meritorios de Yes y Fundamental, amén de joyitas aisladas que pululan en el resto del catálogo. La última aventura discográfica no ofrece nada particularmente nuevo pero sabe aprender/ incorporar las lecciones que Ford parece haber impartido a Tennant y Lowe en función de sus otros trabajos recientes con bandas y solistas con un voluminoso recorrido detrás, por ejemplo esa Beth Gibbons de Lives Outgrown (2024), los Blur de The Ballad of Darren (2023) y aquellos Depeche Mode de Memento Mori (2023), hablamos de la estrategia de depurar el quid de la música en cuestión y no caer en la sobreproducción de moda ni tampoco en el minimalismo famélico de moda, dos extremos que suelen hacerle muy mal a artistas noveles y mucho más a veteranos con todos sus truquillos hiper conocidos a cuestas. El dúo mantiene aceitados los resortes de su propuesta musical/ estética/ conceptual, hoy más que nunca mirando al pasado pero sin desconocer el presente y a sabiendas de que el futuro no será muy distinto, y en simultáneo ratifica su lugar de supremacía absoluta dentro del ecosistema del synth-pop global, un gremio en el que vienen desempeñándose con soltura desde hace más de cuatro décadas y del que sin duda son uno de los pocos -y mejores y más vitales- sobrevivientes por obra y gracia de su inestimable inconformismo, gran remedio para no dormirse en los laureles ni construir una imagen petrificada o museística de ellos mismos a la que recurrir en caso de desesperación compositiva, oportunismo comercial posmoderno o tours interminables por el mundo.
Nonetheless, de Pet Shop Boys (2024)
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