Los Fugitivos (Les Fugitifs)

El rehén que es ladrón y el ladrón que es rehén

Por Emiliano Fernández

A Francis Veber le tocó el privilegio de ser el último gran exponente de la farsa francesa de la segunda mitad del Siglo XX, carrera muy extensa que por cierto se extiende incluso hasta el nuevo milenio, sobre todo porque se adaptó muy bien a esa simplificación de la comedia, su género de base a pesar de haber visitado otras regiones retóricas, correspondiente a los años 80 y 90, de allí que se haya ganado una fama algo mucho “compleja” dentro de la fauna cinéfila y su figura resulte polémica porque, por un lado, quienes lo defienden alegan que ha sabido reinventarse como pocos directores y guionistas en el ecosistema galo y europeo en general, algo siempre vinculado a obsesiones temáticas como la manipulación moderna extendida, el sustrato azaroso de la vida, la estupidez del ser humano promedio, los problemillas familiares y románticos, la competencia subyacente a muchas actividades cotidianas, los conflictos socioeconómicos explícitos, la existencia criminal y esas idas y vueltas de la autoestima de los sujetos, y aquellos que gustan lanzarle munición pesada al amigo Francis, por el otro lado, se la pasan señalando lo obvio, efectivamente el doble hecho de que la superficialidad discursiva constituye el leitmotiv insistente de Veber, casi siempre propenso a quedarse en planteos demasiado simples que no llegan a profundizar las diferentes aristas que abre el relato, y de que gran parte de su trayectoria se basa en tres fórmulas principales a las que regresa sistemáticamente como si se tratase de recursos que adquirieron un rango autoral de tanta repetición a pesar de no ser precisamente originales, nos referimos por supuesto al latiguillo de la pareja dispareja, al esquema del “pez fuera del agua” y al cliché de la lucha entre inocencia y cinismo maquiavélico burgués o picardía popular digna del lumpenproletariado, todo a su vez trabajado desde una pugna ideológica ciclotímica que se resume en la eterna lucha entre una crueldad de sustrato egoísta y un humanismo evidentemente solidario que pretende emparchar cada uno de los muchísimos agujeros éticos que la primera va dejando en su camino de ceguera narcisista y plutocrática.

 

La primera fase profesional del señor, consagrada a trabajos para terceros dentro de una gama artística muy amplia, se vincula a comedias exitosas en sintonía con El Gran Rubio con un Zapato Negro (Le Grand Blond avec une Chaussure Noire, 1972), de Yves Robert, El Embrollón (L’Emmerdeur, 1973), de Édouard Molinaro, la secuela El Regreso del Gran Rubio (Le Retour du Grand Blond, 1974), también de Robert, Érase una vez un Trasero (On Aura Tout vu!, 1976), de Georges Lautner, La Jaula de las Locas (La Cage aux Folles, 1978), el mega clásico de Molinaro, Una Violación Complicada (Coup de Tête, 1979), de Jean-Jacques Annaud, y La Jaula de las Locas II (La Cage aux Folles II, 1980), de nuevo de Molinaro, además de faenas tontuelas de acción para Jean-Paul Belmondo, como El Magnífico (Le Magnifique, 1973), de Philippe de Broca, Persecución Implacable (Peur sur la Ville, 1975), de Henri Verneuil, y Un Golpe Genial (Hold-Up, 1985), de Alexandre Arcady, y el caso aparte de El Incorruptible (Adieu Poulet, 1975), opus de Pierre Granier-Deferre e inusual incursión en el polar o film noir francés protagonizada por Lino Ventura y Patrick Dewaere. El salto a la dirección se produce con la agridulce El Juguete (Le Jouet, 1976) y luego Veber se consolida como realizador vía una recordada trilogía de comedias criminales con Gérard Depardieu y Pierre Richard, aquella estupenda de Mala Pata (La Chèvre, 1981), Los Compadres (Les Compères, 1983) y Los Fugitivos (Les Fugitifs, 1986). El breve e infaltable período hollywoodense se resume en las mediocres Tres Fugitivos (Three Fugitives, 1989), relectura del opus de 1986, y En la Cuerda Floja (Out on a Limb, 1992), obra fallida con Matthew Broderick, amén de sus guiones para Las Chicas Crecen (My Father the Hero, 1994), floja remake yanqui de Steve Miner de Mi Papá es un Héroe (Mon Père, ce Héros, 1991), de Gérard Lauzier, y Socios (Partners, 1982), una desastrosa película de James Burrows que trasplanta el latiguillo homosexual de La Jaula de las Locas a Estados Unidos para mofarse de Cruising (1980), de William Friedkin y con Al Pacino.

 

Justo una década antes de su regreso a Francia con motivo de un triste coqueteo con la comedia de aventuras, El Jaguar (Le Jaguar, 1996), a su vez disparadora de un nuevo ciclo de propuestas erráticas que van desde las interesantes La Cena de los Idiotas (Le Dîner de Cons, 1998), El Placard (Le Placard, 2001) y Ruby & Quentin (Tais-toi!, 2003) hasta las defectuosas Mi otro yo (La Doublure, 2006) y Querido Asesino (L’Emmerdeur, 2008), esta última una reinterpretación tardía e innecesaria del convite de 1973 de Molinaro, Los Fugitivos terminó de consolidar en gran parte del planeta su estampa de “libretista estrella” mientras repetía una vez más la fórmula de la pareja dispareja y agigantaba el trasfondo delictivo de Mala Pata y Los Compadres. La trama en sí, como siempre, es microscópica y ahora juega con el encuentro de Jean Lucas (Depardieu, aquí en su última colaboración con Veber hasta El Placard y Ruby & Quentin), un ladrón de 14 bancos que pretende dejar en el pasado las correrías criminales y acaba de salir de prisión luego de una condena de cinco años, y François Pignon (Richard, que conocía al director desde los años de El Juguete y El Gran Rubio con un Zapato Negro), padre viudo de una nena pequeña, Jeanne (Anaïs Bret), que se transforma en atracador bancario porque lleva tres años desempleado después de la bancarrota de una fábrica textil, donde trabajaba como jefe de ventas. Lucas es elegido por Pignon como rehén para salir del banco de turno en medio de un cerco policial para colmo encabezado por el oficial que encarceló al primero y que no oculta para nada su obsesión con volver a meterlo preso, el Comisario Duroc (Maurice Barrier), por ello el prejuicio le juega muy en contra a un Jean que se ve obligado a regresar a la vida de fugitivo porque nadie le cree que no tenga nada que ver con el robo en cuestión, lo que implica convivir con el atolondrado François y esa Jeanne que no dice nada desde el fallecimiento de su madre y que recién comienza a hablar gracias a la influencia del gigantón hosco de Depardieu, quien además recibe un disparo en una pierna de modo accidental cortesía de su supuesto captor.

 

Veber, uno de los padres no reconocidos de esa buddy movie sensiblera de la década del 80 de dependencia/ complementariedad entre distintos, aquí echa mano de su catálogo habitual de recursos y por ello nos topamos primero con la ayuda desinteresada de un lunático, en esta oportunidad un veterinario que confunde a Lucas con un perro, Martin (el querido Jean Carmet), segundo con un villano efímero y de cadencia oportunista, ahora un falsificador de documentos de identidad que extorsiona a los fugados con denunciarlos a la policía, el mafioso Labib (Jean Benguigui), tercero con un aparato institucional que pretende hacer el bien pero derrapa en injusticias y en esencia representa a una sociedad enferma basada en odio y presunciones bobas, en pantalla no sólo Duroc sino también una ignota mujer policía (Yveline Ailhaud) que vigila a Jeanne en un tétrico orfanato a la espera de que se presente su progenitor para arrestarlo, y cuarto con un burgués ridículo que simboliza el carácter patético y hedonista de su clase social, ese borrachísimo Doctor Bourdarias (Michel Blanc) que asiste a la mocosa una vez que el dúo protagónico la secuestra del orfanato porque se negaba a comer a raíz de los traumas psicológicos que le generaron su padre y su colega/ socio/ amigo, a su vez relacionados con los traumas que la comunidad toda desencadenó en ellos. Veber no esconde que Los Fugitivos funciona como una mixtura de lo que sería una reinterpretación liviana de Dos contra la Ciudad (Deux Hommes dans la Ville, 1973), de José Giovanni, ahora aligerando el acoso policial sobre el ex reo con hambre de redención, y una relectura un poco más seria de 48 Hrs. (1982), de Walter Hill, hoy exacerbando el dramatismo mediante la nenita a cargo de nuestros ladrones desesperados, y hasta se podría decir que el film que nos ocupa es algo así como la versión de Francis de Los Miserables (Les Misérables, 1862), de Víctor Hugo, con Lucas ocupando el lugar de Jean Valjean y el Comisario Duroc haciendo las veces del implacable y fundamentalista Javert, el inspector de policía obsesionado con dar caza al prófugo sirviéndose de toda la brutalidad estatal…

 

Los Fugitivos (Les Fugitifs, Francia, 1986)

Dirección y Guión: Francis Veber. Elenco: Gérard Depardieu, Pierre Richard, Jean Carmet, Maurice Barrier, Jean Benguigui, Anaïs Bret, Yveline Ailhaud, Michel Blanc, Roland Blanche, Philippe Lelièvre. Producción: Jean-José Richer. Duración: 89 minutos.

Puntaje: 9