Siempre que se sobreutiliza un género, estilo, formato o corsé retórico el asunto deriva en saturación y una eventual decadencia pero a veces conviene ser impulsivo en el cariño a determinada estructura y latiguillos narrativos, sobre todo cuando calzan tan pero tan bien con determinada época, por ello no cuesta nada aseverar que la comedia negra es quizás el género/ subgénero que mejor se adapta al Siglo XXI -junto con el terror, aunque en este caso el andamiaje es nihilista atemporal- ya que funciona como el campo por antonomasia de la ridiculez, lo enrevesado gratuito, el absurdo, las truculencias, el azar mortífero, la manipulación gruesa y los secretos/ arcanos/ cadáveres en el placard que todos los mortales acumulan a lo largo de sus vidas, precisamente ítems que pintan un retrato perfecto de un tiempo como el nuestro de características muy oscurantistas y necias en donde predomina la hipocresía, la banalidad, la ignorancia y una estupidez gigantesca que se reproduce por generación espontánea tanto en la realidad como en el ecosistema virtual. La paradoja de fondo del capitalismo del nuevo milenio, por un lado la razón instrumental salvaje para una especulación que reemplaza al trabajo y por el otro lado un regreso al pensamiento mágico en términos populares, a la espera de que todo se resuelva por la “gloriosa” intervención de lo sacro o un charlatán disfrazado de mesías, constituye un terreno muy fecundo para esa burla o sátira social/ política/ económica/ cultural que anida siempre en la comedia negra, armazón artístico que sabe mucho de lobos payasescos con piel de cordero, manotazos de ahogado existencial y expectativas traicionadas de pobres infelices que se niegan a aceptar la realidad o viven en una mentira hasta que toda la burbuja estalla de un momento a otro.
En los últimos años la comedia negra ha ido alejándose de la influencia de paparulos muy inflados como Quentin Tarantino y Guy Ritchie, ya desprestigiados por su narcisismo insoportable y obras inconducentes que se mueven entre la mediocridad, la indulgencia, los clichés de siempre y el envase vacío típico del mainstream más comercial y bobo, y se ha acercado a versiones posmodernas mucho más astutas como aquel Martin McDonagh de Tres Anuncios por un Crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, 2017) y Los Espíritus de la Isla (The Banshees of Inisherin, 2022) o los hermanos Joel y Ethan Coen modelo Simplemente Sangre (Blood Simple, 1984), Educando a Arizona (Raising Arizona, 1987), Barton Fink (1991), Fargo (1996), El Gran Lebowski (The Big Lebowski, 1998), El Hombre que Nunca Estuvo (The Man Who Wasn’t There, 2001), esa Quémese Después de Leerse (Burn After Reading, 2008) y Un Hombre Serio (A Serious Man, 2009), por cierto todo un logro que recientemente ha generado propuestas muy atendibles de la talla de La Última Parada en el Condado de Yuma (The Last Stop in Yuma County, 2023), de Francis Galluppi, Gente Codiciosa (Greedy People, 2024), de Potsy Ponciroli, y la flamante LaRoy, Texas (2023), maravilloso debut en el largometraje de Shane Atkinson y especie de versión corregida de otra película de los últimos meses centrada en el latiguillo del “falso asesino” atrapado en su propia patraña, hablamos de Cómplices del Engaño (Hit Man, 2023), film de Richard Linklater protagonizado por los eficaces Glen Powell y Adria Arjona que resultaba disfrutable aunque caía en los problemas narrativos históricos del director y guionista, léase una tendencia insistente a girar sobre su propio eje sin que avance demasiado la trama en sí.
La faena comienza con un trabajito del montón del sicario misterioso Harry (Dylan Baker), quien asesina a un hombre varado con su automóvil (A.J. Buckley) porque fue contratado por la esposa de la víctima para ahorrarse el abogado en una batalla por la custodia de los críos, así el señor pronto recibe una llamada telefónica en relación al siguiente encargo en un pueblito perdido de Texas, ese LaRoy del título donde vive el verdadero protagonista, Ray (el genial y también productor John Magaro), el cual a su vez se entera por el quehacer no requerido de un detective privado muy amateur, Skip (Steve Zahn), que su linda esposa, Stacy-Lynn (Megan Stevenson), lo está engañando con otro macho que para colmo -luego descubrimos- resulta ser su hermano, Junior (Matthew Del Negro), un idiota presumido con una hija y una esposa que sabe del affaire, Kayla (Emily Pendergast). Los dos hermanos encabezan una ferretería familiar pero Ray sólo toma conciencia de que Junior está robando dinero de la empresa cuando Stacy-Lynn, una reina de belleza en el 2008, se obsesiona con abrir un salón del rubro y no consigue préstamo bancario alguno, lo que lo lleva a comparar su casa y las posesiones de su hermano, mansión y mega lancha de lujo de por medio. Justo cuando contemplaba el suicidio es confundido con Harry por un tal Tiller (Brannon Cross) que le pide matar por una bolsa con billetes a James Barlow (Vic Browder), un chupasangre legal que estaba mediando en un supuesto chantaje de 250 mil dólares por parte de Tiller y su novia, la camarera y stripper Angie (Galadriel Stineman), contra el dueño veterano de una concesionaria de venta de coches, Adam Ledoux (Brad Leland), ludópata supervisado desde la distancia por su esposa, esa tolerante y ricachona Midge LeDoux (Darcy Shean).
Atkinson, cuya única experiencia cinematográfica previa de peso fue el guión para Mejor que Nunca (Poms, 2019), olvidable farsa de la tercera edad de Zara Hayes, hoy combina la comedia negra más interesante, la criminal símil bola de nieve, con efectivamente el neo noir, el grotesco y la tragedia a toda pompa porque la depresión de Ray está muy presente en el relato y su sociedad con Skip, una suerte de bufón en proceso de legitimación para ser aceptado como un detective valedero, contrapesa desde la sinceridad todo el fariseísmo del dúo conformado por Junior y Stacy-Lynn, evidentes agentes de una perfidia en simultáneo emocional y económica. Si bien la película no brilla por su originalidad y en términos prácticos abusa un poco del sustrato convulsionado del chantaje, un motivo que en pantalla habilita sucesivos giros argumentales hasta el delirio, lo cierto es que es muy divertida, cuenta con un par de secuencias magníficas -el hilarante interrogatorio sobre un colega de Barlow, Ben Finney (Bob Clendenin), y todo el desenlace en el hotelucho en su conjunto- y sin duda aprovecha con perspicacia esto del sicariato improvisado, siempre el mejor del gremio del homicidio a sueldo, y las posibilidades dramáticas que disparan los personajes, desde el quid mefistofélico de un Harry que desea apoderarse del dinero hasta el espejo patético de sí mismo que Ray ve en Midge, una mujer que sostiene un matrimonio basado en mentiras y compulsiones autodestructivas. El tono bien agridulce que mantiene en todo momento el realizador y guionista constituye el mayor tesoro de LaRoy, Texas, un film que de hecho sabe balancear la imbecilidad estándar de nuestros días y todas las frustraciones que se ocultan detrás y dan sentido a cada autoengaño diario que deriva en otro desastre…
LaRoy, Texas (Estados Unidos/ Francia, 2023)
Dirección y Guión: Shane Atkinson. Elenco: John Magaro, Steve Zahn, Megan Stevenson, Dylan Baker, Matthew Del Negro, Galadriel Stineman, Bob Clendenin, Brad Leland, Darcy Shean, Vic Browder. Producción: John Magaro, Caddy Vanasirikul, Jeremie Guiraud, Sébastien Aubert y Elly Senger-Weiss. Duración: 109 minutos.