Deliverance

El sur podrido, parte 1

Por Ernesto Gerez

Nosotros somos los tarados esos; la mayoría de los que vemos Deliverance, hoy o hace más de 40 años, somos el grupito de amigos que se mete en el Deep South en busca de la espiritualidad robada por el sistema. ¿Qué sistema? El que nos permite morfar sin tener que matar a un venado con nuestras propias manos (o con su extensión artificial), tal como no puede hacerlo Ed (Jon Voight), y como, seguramente, no podríamos hacerlo nosotros, porque matar una cara cuesta. Yo estoy bien con el sistema, o algo así, dice Ed cuando discute con el macho alfa de Lewis (Burt Reynolds). Lewis, por el contrario, con su chalequito sadomaso, se hace el Tarzán (apodado así por el gordo Bobby, interpretado por Ned Beatty). Pero todos sabemos que al lado de la junta de vecinos del Río Cahulawassee, es un taradito más, como nosotros. Porque los vecinos del sur profundo no son tarzanes y chitas, son, además de feos, tipos duros de verdad. Se los puede boludear un rato, como lo hacen los protagonistas cuando llegan al pueblucho de mala muerte, pero uno sabe que sólo están despertando a la bestia que posee las almas de los subnormales desdentados y pronto hará tronar el escarmiento. Se los podría acusar a Boorman o a Dickey (autor de la novela) de reaccionarios o prejuiciosos, de asociar la fealdad con la pobreza con la maldad con el peligro; civilización o barbarie, ¿pero qué somos? ¿La inquisición? No somos nada, diría, con doble negación, Evaristo. Y a la intemperie, sin el marco legal, somos menos aún. Cuando los muchachos de la ciudad llegan al pueblo, el viejo que los recibe los confunde con los trabajadores de la compañía eléctrica que va a acabar con el pueblo; ante los ojos de los locales son igual de culpables, y ahí está la clave del odio que a priori asoma arbitrario. Los muchachos se van de aventura porque el progreso va a terminar con el río y quieren recorrerlo por vez última. El progreso, además, traerá las leyes. Mientras, en la ficticia Aintry, a los costados del verdadero Río Chattooga, la ley es hillbilly, rebelde, con acento, o no hay tal. Boorman y Dickey se refieren más al confort legislativo que a una crítica al capitalismo o al sistema político dominante cuando ponen la palabra “sistema” en la boca de sus criaturas. Cuando Lewis, como un cupido de la muerte le atraviesa el corazón a uno de los montañeses con una flecha, el problema de la falta de marco legal se verbaliza. Antes, ya había sido explicitado por los dos sureños deseosos de carne citadina que, sin tapujos, poseen el culo carnoso de Bobby y buscan la aparentemente cálida boquita de Ed. Con el sexo anal se explicita también la homosexualidad que hasta ese momento estaba latente en la aventura. Deliverance es un mundo de machos (de los sureños desaliñados o de los prolijitos como Lewis) y de afeminados que aspiran a serlo (Ed o Bobby). Una dimensión donde las máquinas fallaron (o ya van a fallar, como dice Lewis) y lo único que queda es la supervivencia del más macho. Ed, con su pose de buenazo y su carita inocente en la que se ve el gran parecido del actor con su hija Angelina, será el protagonista del rito de iniciación de este universo hostil en el que deberá dejar de ser una marica. Ante un accidente de Lewis, dejará la pasividad y se volverá activo. Para lograrlo deberá atravesar literalmente a uno de los montañeses. Venganza simétrica con una flecha sin carne que le agrega al espíritu de sureño gótico elementos de un Rape and Revenge íntegramente masculino. El resentimiento y el crimen sexual contra el forastero citadino se habían visto un año antes en la fenomenal Straw Dogs (1971) de Peckinpah, y era en él en quien había pensado inicialmente Dickey. El autor de la novela, que además de ser guionista encarna al sheriff de Aintry, es un ex milico que también supo jugar fútbol americano -¿qué entornos hay más machos y más homosexuales que el ejército y el fútbol? Sobre todo el fútbol americano y su calzitas ajustadas conteniendo rectos desobedientes- y que seguramente vivió como el arquetipo de macho al que representan o al que aspiran sus personajes. Conoce ese mundo y se nota, y se lo hizo saber a Boorman cuando, según cuenta la leyenda, le bajó un par de dientes de una trompada (era eso o coger) por supuestas diferencias artísticas y tuvo que abandonar el rodaje. John Boorman, quien supo ser niño mimado de Pauline Kael, además de la brutalidad de toda entretenida aventura, por propia habilidad o gracias al DF húngaro Vilmos Zsigmond (que también hizo de las suyas con De Palma, entre muchísimos capos más), armó una colección de fotos hermosa (u horrible, que es lo mismo). Apuesto que cualquier fotograma de Deliverance elegido al azar, es una gran fotografía. Y claro que esto va más allá de la belleza obvia de determinados paisajes que Boorman quiso afear adrede. El goce de los planos por los planos mismos, como la huella cultural del Dueling Banjos, hacen también de Deliverance la obra maestra que nos recordará siempre esa verdad material que el Hollywood del siglo XXI decidió tirar al cagadero.

 

Deliverance (Estados Unidos, 1972)

Dirección: John Boorman. Guión: James Dickey. Elenco: Jon Voight, Burt Reynolds, Ned Beatty, Ronny Cox, Ed Ramey, Billy Redden, Seamon Glass, Randall Deal, Bill McKinney, Herbert Coward. Producción: John Boorman. Duración: 109 minutos.

Puntaje: 10