Durante las primeras dos décadas del Siglo XXI el circuito cinematográfico independiente se transformó en una especie de clon minimalista y de bajo presupuesto del mainstream hollywoodense que todos conocemos, algo que por cierto no era así durante el par de décadas previas: Atascado (Stuck, 2007), precisamente, es una de las contadas anomalías del período que recuperan ese espíritu indie de los 80 y 90 que no sólo se diferenciaba en serio de la pomposidad mainstream y sus recursos dramáticos preferidos sino que hasta traía a colación algo de aquel glorioso nihilismo del Nuevo Hollywood de los 60 y 70. El último largometraje del extraordinario Stuart Gordon, un diletante porfiado de la autonomía creativa que se consagra a la virulencia y a esos recursos escasos llevados al extremo de la más prodigiosa imaginación, se corresponde a las postrimerías de una carrera brillante y a una fase específica que incluyó a sus otras dos películas “serias” de entonces, el neo film noir El Rey de las Hormigas (King of the Ants, 2003) y la comedia negrísima Edmond (2005), luego de un primer período de deliciosa algarabía gore, compuesto a su vez por Re-Animator (1985), Desde el más allá (From Beyond, 1986) y Muñecos Malditos (Dolls, 1987), y una etapa intermedia de lo más ecléctica que incluyó a Robot Jox (1989), La Hija de las Tinieblas (Daughter of Darkness, 1990), El Pozo y el Péndulo (The Pit and the Pendulum, 1991), La Fortaleza (Fortress, 1992), El Monstruo del Castillo (Castle Freak, 1995), Camioneros del Espacio (Space Truckers, 1996), El Fantástico Traje Blanco (The Wonderful Ice Cream Suit, 1998) y Dagon (2001). Inspirándose en una diminuta anécdota real, el realizador construye un retrato muy poderoso e inteligente de la abulia estatal, la marginación que padecen los pobres, el egoísmo burgués, el desempleo y la pauperización laboral, la cultura del canibalismo, la banalidad de buena parte del vulgo, la triste tendencia social hacia la irresponsabilidad, el desinterés en el destino concreto del prójimo y un sadismo que se vincula con la falsa noción de un progreso comunal que nunca es tal porque siempre interviene la inefable explotación, al punto de que se impulsa subconscientemente ese “sálvese quien pueda” permanente sin un ápice de solidaridad o empatía de por medio.
La historia está basada en el devenir de Chante Jawan Mallard, una texana afroamericana de 25 años que en 2001 y luego de una noche de consumir alcohol, marihuana y éxtasis atropella con su auto a Gregory Biggs, un pobre hombre de 37 años que termina incrustado en el parabrisas del vehículo de la mujer del lado del asiento del acompañante, a posteriori de lo cual Mallard decide conducir a su hogar, meter el coche en su garaje y cerrar la puerta detrás para que el susodicho se muera solo a lo largo de lo que quedaba de la noche. Si bien ella misma era una enfermera, la negra desoyó los ruegos de Biggs y lo dejó desangrarse sin asistencia médica hasta que falleció. El primo y un ex novio de Mallard arrojaron el cadáver en un parque público y se olvidaron del asunto hasta que cuatro meses después la señorita fue arrestada luego de que en una conversación casual se le escapase que había matado a un hombre blanco, detalle que derivó en una sentencia de 50 años de prisión para la fémina y de una década para sus cómplices. El guión de John Strysik, a partir del armado narrativo general del propio Gordon, respeta los acontecimientos verídicos y los empapa de sutiles chispazos de ese humor negro marca registrada de la casa: por un lado tenemos el derrotero de Brandi Boski (la eficaz Mena Suvari), una joven enfermera que trabaja en un geriátrico, tiene de amiga a una colega llamada Tanya (Rukiya Bernard), debe soportar a un paciente veterano que la reclama a los gritos para que lo limpie cada vez que defeca en sus pañales, el Señor Binckley (Wayne Robson), y recibe la noticia de que es considerada para un ascenso por su jefa, la Señora Petersen (Carolyn Purdy-Gordon); y por el otro lado está el periplo de Thomas Bardo (Stephen Rea), un hombre de mediana edad que se quedó sin el seguro de desempleo y por ello fue echado de la pensión en la que vivía por el manager del lugar (R.D. Reid), luego de lo cual asiste a una entrevista de trabajo en una agencia donde tanto la recepcionista (Suzanne Short) como un burócrata de ocasión, Joseph Lieber (Patrick McKenna), lo ningunean haciéndolo esperar tres horas y media y luego diciéndole que como no está cargado en el sistema no pueden atenderlo, cuando evidentemente el error es de ellos porque no saben cómo se escribe su apellido ni tienen interés en escribirlo bien.
Mientras ella sueña con el incremento de sueldo que le traería ser designada encargada de enfermeras en el geriátrico y sale de fiesta un viernes a la noche con Tanya para encontrarse en un boliche con su novio narco Rashid (Russell Hornsby), Bardo -que supo desempeñarse como gerente de proyectos y fue despedido de su trabajo por la típica política de “reducción de personal”- va a parar a una plaza donde un vagabundo afroamericano llamado Sam (Lionel Mark Smith) le regala un carrito de supermercado para que pueda trasladar sus cosas, sin embargo rápidamente es corrido del lugar por un policía (Wally MacKinnon) que lo hace atravesar la ciudad a pie para que pueda dormir en un albergue cristiano. Con mucho alcohol y el éxtasis que le dio Rashid encima, Brandi atropella a Thomas a la salida del boliche en cuestión y luego de amagar con dejarlo en un hospital, efectivamente decide seguir conduciendo hasta su hogar y guardar el auto en su garaje a la espera de la llegada de su pareja, quien incluso alardea sobre el supuesto generoso volumen de gente que asesinó sin saber que la víctima del accidente al que hace referencia Boski está a pocos metros de distancia. El dúo hace el amor y la mujer se despierta sola el sábado, descubriendo que el señor atascado en el parabrisas continúa con vida y suplicando por auxilio. Una vez más la muchacha especula con denunciar el asunto con una llamada al 911 pero opta por pedir un taxi para concurrir al trabajo, no obstante como Thomas comienza a tocar la bocina del coche le pega en la cabeza con una madera hasta desmayarlo. Gordon aquí juega con la fábula social cruda y sin eufemismos vía el planteo de la pequeña burguesa individualista y pusilánime ensañándose de modo brutal contra un indigente que necesita asistencia con suma urgencia, además subrayando que la chica tampoco vive en un vecindario lujoso ni mucho menos de la metrópoli donde transcurre la acción, Providence, perteneciente al Estado de Rhode Island, porque sus vecinos más próximos son una familia de inmigrantes latinos encabezada por Luis (Mauricio Hoyos), un hombre que decide no hacer nada por temor a ser deportado por más que su hijo y su esposa, Pedro (Martín Moreno) y Estela (Lorena Rincón), escuchan los bocinazos de Thomas y comprueban que sigue respirando.
El suspenso escalonado de toda la situación, basado en el ansia de sobrevivir de la víctima y en la disposición de la victimaria a tapar todo el asunto para que su vida soñada futura no se vea afectada, pasa a combinarse con un esquema de comedia implícita sobre la pesadilla antropófaga del capitalismo de nuestros días, una estructuración retórica que le debe tanto a la falta de concesiones del terror clase B de antaño como a la parodia kafkiana de asfixia institucional/ procesal/ económica/ cultural/ urbana, en esta oportunidad tomando la forma de esos tres representantes prosaicos y miserables de las elites con los que se topa Bardo en lo que podríamos definir como el prólogo a la tétrica incrustación en el parabrisas, léase el manager de la pensión, el burócrata de la agencia de empleo y el oficial de policía que lo expulsa de la plaza, todos personajes que enmascaran su violencia conceptual/ material a través del ardid discursivo de falsamente “darle a elegir” entre lo que ellos dictaminan o una opción contraria anulada a priori, poniendo de relieve cuánto existe de imposición en cada pequeña decisión de estas democracias farsescas contemporáneas, donde los que hegemonizan el destino social -la alta burguesía, los usureros y el capital más concentrado y voraz, junto a sus testaferros políticos- encuentran en una legión de lambiscones sin cerebro ni capacidad crítica a sus mejores socios en el saqueo nacional e internacional. La película está repleta de escenas y detalles maravillosos que pintan de pies a cabeza esta idiosincrasia de izquierda aguerrida que la enmarca y que va mucho más allá del -por supuesto- excelente catalizador de turno, con ese magistral Rea luchando por sacarse el limpiaparabrisas del abdomen mientras brota la sangre a borbotones y Brandi y Rashid, que encima se acuesta con otra mujer, Tiffany (Sharlene Royer), hacen planes para matarlo enfatizando la hipocresía de una clase media que en público muestra una faceta y en privado otra muy distinta: basta con pensar en el fecalofílico Señor Binckley y su obsesión con Boski, en Thomas huyendo a las corridas de la pensión con sus cosas bajo el brazo porque el manager pretendía confiscarle todo hasta que pagase, en el episodio de la agencia de empleo en su conjunto, en la esplendorosa y bien lúgubre secuencia en cámara lenta del choque de frente en sí, en el instante en que Sam pretende avisarles a dos policías imbéciles que lo pararon en la calle sobre el hecho de que acaba de ver a Thomas incrustado en un vehículo sin que le presten la más mínima atención, en la escena de cama entre la parejita cuando Rashid confunde con alaridos de placer a los gritos de espanto de una Brandi que está alucinando con su víctima, en el momento en que Boski asusta a Tanya y ésta le corta un dedo con un alicate a una veterana internada en el geriátrico, la Señora Pashkewitz (Marguerite McNeil), en el infructuoso intento por pedir ayuda de Bardo llamando con el celular de la muchacha a un operador del 911 (voz del querido Jeffrey Combs, colaborador habitual del cineasta desde los días de Re-Animator y Desde el más allá), en la paliza que padece Tiffany por parte de Brandi, en la llegada posterior de Rashid al garaje -haciendo evidente que en realidad nunca mató a nadie y sólo pretendía “lucirse” delante de la joven- y en el hilarante episodio con ese pomerania de un burguesito gay bastante ridículo (Liam McNamara) que responde al nombre de Princesa y pretende lamerle y hasta morder el hueso de la horrible fractura expuesta de pierna de Bardo. El gran final, el cual invierte los hechos reales para darle justicia simbólica a la víctima y hasta señalar que siempre la propia estupidez del ser humano es su principal verdugo, constituye la frutilla del postre y nos recuerda el inconformismo todo terreno de un Gordon con un talento sin igual, capaz de llevar el minimalismo mundano al terreno de la denuncia nihilista más precisa y sensata…
Atascado (Stuck, Estados Unidos/ Canadá/ Reino Unido/ Alemania, 2007)
Dirección: Stuart Gordon. Guión: John Strysik. Elenco: Mena Suvari, Stephen Rea, Russell Hornsby, Rukiya Bernard, Carolyn Purdy-Gordon, Lionel Mark Smith, Wayne Robson, R.D. Reid, Patrick McKenna, Sharlene Royer. Producción: Stuart Gordon, Robert Katz, Ken Gord y Jay Firestone. Duración: 85 minutos.