Breaking Glass

En el cenit del post punk

Por Emiliano Fernández

El post punk no sólo fue una etapa de transición entre el punk y la new wave, como se suele repetir entre la prensa rockera más vaga tendiente al estereotipo analítico, sino un período muy concreto en la historia y desarrollo de la música del Siglo XX, entre finales de los años 70 y mediados de los 80, en el que un movimiento de naturaleza retro como el punk, a su vez una reacción furiosa contra el rock sinfónico del lustro previo, mutó en una estructura formal mucho más vanguardista, lúdica o aventurera que por un lado negaba la simplicidad naturalista clásica del rock, esa que se venía arrastrando desde los albores del género en los años 50 con el rockabilly, y por el otro lado conservaba rasgos del choque cultural del punk como por ejemplo el discurso político antiestablishment, la enorme cercanía con respecto a los admiradores, la energía desbordante de las actuaciones en vivo, una propuesta estética destinada a espantar al público más conservador y por supuesto una causticidad en las letras que muchas veces se mezclaba con ese masoquismo de los músicos y la escena rockera en su conjunto de la época. De un modo similar a lo que aconteció en los 60 con el rock de guitarras sobre todo de origen inglés, uno que se fue haciendo cada vez más florido tracción al pop barroco, la psicodelia, los álbumes conceptuales y la variante sinfónica y progresiva a la que aludíamos con anterioridad, el post punk fue algo así como una reinterpretación arty del punk que retuvo la ideología contracultural hasta que el comercialismo lustroso pero muy banal de la década del 80 tomó la posta y el asunto se transformó en la new wave posterior, ya vinculada abiertamente a las necesidades del mercado como si se tratase de una destilación o lavado de cara con la idea fundamental de ejercitar el músculo del pop de resonancias masivas y hacer que domine en las composiciones y en la producción de una manera avasallante, abandonando en gran medida la experimentación para privilegiar una llegada inmediata al oyente símil la música disco o el soft rock o las baladas radio friendly.

 

Breaking Glass (1980), el debut en el campo del largometraje cinematográfico del director y guionista británico Brian Gibson, es una película muy interesante que retoma el formato prototípico de las biopics musicales, aquello del ascenso hacia la fama y el declive hacia la decadencia entre drogas y peleas de índole económica y/ o narcisista, para adaptarlo a una crónica ficcional que se propone retratar el ambiente y el cenit del post punk del período de una manera mucho más sincera y directa que la lateralidad de obras de todos modos loables como las queridas Fuera de Control (Out of the Blue, 1980), convite de Dennis Hopper, y Christiane F. (Christiane F.: Wir Kinder vom Bahnhof Zoo, 1981), de Uli Edel, un mérito que se magnifica si uno recuerda que el cine industrial de entonces estaba bastante más preocupado por cierta nostalgia que obviaba las escenas interconectadas del punk y el post punk y ya se consagraba a endiosar los años primigenios del género o los inmediatamente previos del rock bombástico y ambicioso de los 70, pensemos para el caso en el trayecto que va desde Tommy (1975), de Ken Russell, The Rocky Horror Picture Show (1975), de Jim Sharman, y Hair (1979), de Milos Forman, hasta Quadrophenia (1979), de Franc Roddam, Shock Treatment (1981), también de Sharman, y Pink Floyd: The Wall (1982), de Alan Parker. Dicho de otro modo, la idea de base de todas esas películas de retener algunos de los valores contraculturales de antaño y canalizarlos en canciones inofensivas o algo anacrónicas desaparece en Breaking Glass porque, de hecho, el film de Gibson le habla al presente con la música del presente como hacía el post punk en auge, incluso se podría afirmar que la propuesta se anticipa bastante a su época porque para comienzos de los 80 la new wave era incipiente pero aquí por suerte está incorporada a la narración y a su objetivo de registrar tanto la metamorfosis de la confrontación inaugural en el sustrato pop posterior como la reconversión del marco underground en un mainstream lelo sin nada de revulsivo.

 

La protagonista es Kate Crowley (Hazel O’Connor), paradigmática compositora y cantante de la escena post punk británica, con un look retro glam/ proto dark y una filosofía hiper anarquista en oposición al comercialismo promedio, que termina aceptando como manager a Danny (Phil Daniels), quien desea transformarse en representante de artistas para dejar de hacer el “trabajo sucio” de las discográficas, especialmente eso de comprar muchas copias de singles específicos para forzar que determinados músicos asciendan en los charts. Danny despide a la banda de Kate y ensambla con ella otro grupo que pasa a llamarse Breaking Glass y está conformado por Ken (un joven Jonathan Pryce), saxofonista heroinómano y semi sordo, Mick (Peter-Hugo Daly), baterista loquito, y los amigos Tony (Mark Wingett) y Dave (Gary Tibbs), guitarrista y bajista respectivamente. Mientras ella y el manager inician una relación romántica, la banda sufre el acoso policial, graba un demo que no tiene aceptación entre las compañías discográficas, firma un mínimo contrato de distribución y comienza a tocar en lugares marginales como un pub al que suelen asistir bobos neonazis, un panorama que cambia cuando Danny chantajea a su antiguo jefe para que concurra con ejecutivos discográficos a un recital, donde se corta la electricidad y el grupo improvisa un set acústico. La major musical de turno comienza a censurar las letras de Crowley y le impone un nuevo y famoso productor que además va desplazando a Danny como manager, Bob Woods (Jon Finch), al punto de que se transforma en el nuevo amante de la mujer en un período de vulnerabilidad y crisis identitaria luego del apuñalamiento de un fan durante un show en el que el público punk choca con la policía y las huestes del Frente Nacional, un partido político fascista del Reino Unido. Pronto Danny abandona la banda y después el baterista y el saxofonista lo siguen, dejando en control a una Kate paranoica acompañada por sus laderos y entregada a las pastillas y el pop hueco que tanto detestaba en sus inicios.

 

Más allá de la referencia del título a la primera canción vocal del álbum Low (1977), joya suprema de David Bowie, y del hecho de que Crowley es una cruza evidente entre Siouxsie Sioux de Siouxsie and the Banshees, John Lydon de Public Image Ltd., Debbie Harry de Blondie y un bisoño Robert Smith de The Cure, las canciones del film fueron compuestas por la misma O’Connor y le deben mucho también a Joy Division, Magazine y Sex Pistols, destacándose su gran intensidad y la estupenda producción de Tony Visconti, colaborador histórico de Bowie y Marc Bolan de T. Rex. Breaking Glass exprime la química entre la adalid del micrófono, aquí en su único rol valioso en el séptimo arte, y Daniels, quien venía de Quadrophenia más Bugsy Malone (1976), de Parker, Amanecer Sangriento (Zulu Dawn, 1979), de Douglas Hickox, y Escoria (Scum, 1979), faena inolvidable de Alan Clarke, y en suma explora con perspicacia todos los latiguillos del ecosistema rockero, en sintonía con aquella promoción precaria vía carteles y contactos, la dictadura de las radios comerciales, el leitmotiv anticapitalista de la fauna indie, unas discográficas todopoderosas y voraces, la necesidad de negociar en el estudio con productores e ingenieros, la lucha eterna contra la chatarra lavacerebros símil música disco, el hostigamiento policial fascistoide, los contratos leoninos iniciales, la ristra interminable de shows, la dependencia para con el alcohol y las drogas, la llegada del éxito repentino, la industria de la imagen publicitaria sostenida en los videoclips y las payasadas hedonistas, y la reglamentaria separación debido a batallas por egos, dinero, envidia o celos. Entre citas adicionales a gente tan variada como The B-52s, Wings, Buzzcocks, Pink Floyd, The Slits, John Lennon y The Police, el opus se ubica al mismo nivel de Tina (What’s Love Got to Do with It, 1993), biopic sobre Tina Turner, y supera a los otros proyectos musicales de Gibson, léase sus videos para Styx y Todavía Locos (Still Crazy, 1998), comedia encarada desde el britpop acerca del rock de los 70…

 

Breaking Glass (Reino Unido, 1980)

Dirección y Guión: Brian Gibson. Elenco: Hazel O’Connor, Phil Daniels, Jonathan Pryce, Peter-Hugo Daly, Jon Finch, Mark Wingett, Gary Tibbs, Charles Wegner, Mark Wing-Davey, Hugh Thomas. Producción: Clive Parsons y Davina Belling. Duración: 94 minutos.

Puntaje: 9