Prisioneros de la Tierra

En el monte, los mensús

Por Emiliano Fernández

Durante finales del Siglo XIX y el comienzo del siguiente en Latinoamérica se dieron relativamente en paralelo dos procesos de explotación laboral vinculados a los recursos naturales de la región, primero la infame Fiebre del Caucho que arrasó la Amazonia de Brasil, Colombia, Perú, Venezuela, Ecuador y Bolivia y provocó un genocidio indígena a raíz de desplazamientos forzados, esclavitud y un sinfín de atrocidades que la oligarquía extraccionista llevó adelante con la complicidad activa o pasiva de las autoridades del interior de cada país, y segundo el Régimen de los Mensús, un modelo igualmente abusivo supeditado a la mano de obra intensiva para las plantaciones de yerba mate en las zonas selváticas de Paraguay y de las provincias argentinas de Corrientes y Misiones, ahora reclutando a una enorme cantidad de trabajadores empobrecidos en los puertos para ser trasladados a barracas de pesadilla en las que las mujeres eran violadas o prostituidas y los hombres caían como hormigas por distintas enfermedades tropicales. Mientras que la Fiebre del Caucho tuvo ribetes francamente medievales como muchas torturas, pedofilia y la costumbre de mutilar a los nativos esclavizados, el padecimiento de los mensús -guaraní por “mensual”, por el sueldo inexistente- se encuadra en lo que sería una versión salvaje de la explotación capitalista promedio porque al horror de los trabajadores ante los castigos por rebelarse, específicamente los latigazos o disparos, se suma la claustrofobia económica ya que los barones de la yerba mate, por cierto una especie arbórea que fue consumida por los guaycurúes, káingang y guaraníes y explotada en monopolio por los jesuitas hasta su expulsión en 1767, no pagaban salarios sino que entregaban vales por cantidades fijas de dinero para ser utilizadas en pulperías/ despensas/ almacenes controlados por esta misma oligarquía, así las cosas los peones analfabetos y semi esclavizados estaban obligados a saldar su deuda bajo la violencia de los capataces/ capangas y de un régimen que abarcaba todo el año porque a la cosecha de yerba en sí le seguía el desmonte sistemático de jungla.

 

La película por excelencia sobre la temática, precursora de otros clásicos semejantes del cine argentino como Las Aguas Bajan Turbias (1952), de Hugo del Carril, y El Trueno entre las Hojas (1958), de Armando Bó, es Prisioneros de la Tierra (1939), faena dirigida por Mario Soffici y escrita por Ulyses Petit de Murat y Darío Quiroga a partir de tres cuentos del padre de este último, el querido Horacio Quiroga, hablamos de Una Bofetada, Los Destiladores de Naranja y Un Peón, amén de un tono general macabro que remite a la maravillosa antología Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte (1917). El film de Soffici, un italiano que emigró siendo un niño a la Argentina, se suele considerar la primera obra latinoamericana de denuncia en una época en la que el neorrealismo italiano ni siquiera existía, lejos estábamos del quid iconoclasta autóctono de la Generación del Sesenta y en esencia dominaban el melodrama y la comedia correspondientes a la Época de Oro del Cine Argentino (1931-1955), un panorama que siempre hay que tener en cuenta al considerar el carácter vanguardista y envalentonado de la historia: en 1915 Köhner (Francisco Petrone) es un cruel barón de la yerba mate y la industria forestal que recluta con vales en Posadas, capital de Misiones, a trabajadores analfabetos que después traslada hacia la plantación, La Bajada, donde controla la proveeduría y un sistema de castigos brutales mediante capangas y donde conviven dos viejos amigos, Esteban Podeley (Ángel Magaña) y Olivera (Homero Cárpena), y un médico alcohólico y su bella hija, léase el Doctor Else (el bonaerense Raúl De Lange, criado en Austria) y Andrea Else alias Chinita (la debutante Elisa Galvé), esta última una señorita que rechaza el acoso romántico de Köhner e inicia una relación con Podeley que pretende continuar de manera idílica cuando ambos abandonen este campo de concentración implícito, no obstante el barón le inventa al peón una deuda de 500 pesos y lo somete al régimen cuasi carcelario del desmonte, provocando una sublevación general en la que Esteban se transforma en fugitivo por dedicarle una retahíla de latigazos al oligarca.

 

Soffici, todo un especialista en el melodrama que coqueteó con el musical y la comedia, a lo largo de su carrera se permitió rarezas como el semi western Viento Norte (1937), el policial negro La Secta del Trébol (1948), la fábula ultra faustiana La Barca sin Pescador (1950), el curioso thriller El Hombre que Debía una Muerte (1955) y desde ya las celebres Rosaura a las Diez (1958), joya inspirada en la novela homónima de misterio de Marco Denevi de 1955, y El Extraño Caso del Hombre y la Bestia (1951), correcta adaptación de El Extraño Caso del Doctor Jekyll y el Señor Hyde (Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, 1886), de Robert Louis Stevenson. Sin embargo su evidente interés pasaba por el comentario social/ político/ económico/ cultural de diversa intensidad centrado, de hecho, en la denuncia de las injusticias derivadas de la República Conservadora (1880-1916), un período que sigue a la construcción centralizada del Estado Argentino y que fue controlado por una mafia agroexportadora que se sostuvo en fraudes electorales mediante el Partido Autonomista Nacional, algo que puede verse en films tan variopintos como Puerto Nuevo (1936), Kilómetro 111 (1938), El Viejo Doctor (1939), Tres Hombres del Río (1943), El Camino de las Llamas (1942), La Cabalgata del Circo (1945), La Pródiga (1945), Pasó en mi Barrio (1951), La Indeseable (1951), Ellos nos Hicieron así (1953), Barrio Gris (1954), El Curandero (1955) y Oro Bajo (1956). Prisioneros de la Tierra, en este sentido, es la cumbre del comentario social modelo Soffici porque aquí logra unificar su obsesión de siempre, el triángulo amoroso o los dilemas del corazón, con una parábola que dice hablar del pasado pero se explaya sobre el presente, típica estrategia del cine clásico para evitar problemas con las elites en el poder, por entonces las mismas de este 1915 del relato, nos referimos a la restauración conservadora de la Década Infame (1930-1943), una vuelta a la corrupción y el fraude luego del proto populismo de Hipólito Yrigoyen (1916-1922 y 1928-1930), interrumpido por la presidencia del moderado Marcelo T. de Alvear (1922-1928).

 

Prisioneros de la Tierra, editada en blu-ray en el año 2022 por The Criterion Collection y restaurada en 2019 por The Film Foundation de Martin Scorsese y la Cineteca di Bologna con financiamiento de George Lucas, aglutina todos los rasgos habidos y por haber de la Época de Oro del séptimo arte vernáculo, emparentado fuertemente a los otros titanes del rubro de Latinoamérica, México y Brasil, pensemos por ejemplo en la presencia de ese devenir trágico de amor de fondo, un villano exacerbado aunque amante de los perros y las sonatas para piano, una escena musical en guaraní a bordo del barco que lleva a los peones a la plantación, ese federalismo de lo exótico bucólico que tanto gustaba al público de las grandes urbes, el médico como un “sabio loco” que no puede sustraerse de su fatalismo de impronta lírica, el puritanismo de las secuencias de amor, la mitologización de la naturaleza y de lo comunal marginal, esa estupenda música incidental permanente de Lucio Demare, el hermano mayor del famoso realizador Lucas Demare, el infaltable personaje cómico que alivia la tensión, en esta oportunidad un manco interpretado por Roberto Fugazot que está obsesionado con destilar alcohol de las naranjas, y una catarata de debacles más grandes que la vida misma porque engullen a todos los personajes, desde la avaricia y la soledad egoísta de Köhner que se le vienen encima gracias a Podeley, pasando por el asesinato de Andrea de un bastonazo en la cabeza a raíz del alcoholismo de su progenitor, hasta llegar al suicidio tácito de Esteban cuando en el desenlace opta por seguir al cortejo fúnebre de su amada a sabiendas de que será ejecutado por los capangas -mutados en sicarios- de nuestro barón yerbatero. En el film Soffici obtiene grandes actuaciones de parte de Magaña, Galvé, Petrone, De Lange y Fugazot y se engolosina sin medias tintas con la justicia social durante aquella recordada escena de los latigazos de Podeley contra Köhner, a quien hace subir a una jangadilla/ balsa para que se lo lleve el Río Paraná, una jugada cercana al nacionalismo y al ataque promedio contra el neocolonialismo que tanto impulsaban los yrigoyenistas…

 

Prisioneros de la Tierra (Argentina, 1939)

Dirección: Mario Soffici. Guión: Ulises Petit de Murat y Darío Quiroga. Elenco: Ángel Magaña, Homero Cárpena, Francisco Petrone, Elisa Galvé, Roberto Fugazot, Raúl De Lange, Agustín Barbosa, Ulderico Camorino, Pepito Petray, Félix Tortorelli. Producción: Olegario Ferrando. Duración: 87 minutos.

Puntaje: 10