Más allá de lo que cada espectador pueda pensar u opinar sobre Mötley Crüe, si fueron/ son los campeones absolutos del hedonismo rockero y artífices de una obra tan sincera como entretenida o -por el contrario- una colección de chiflados que terminaron de hundir con todas sus barrabasadas el de por sí berretón glam de la década del 80, lo cierto es que The Dirt (2019) -distribuida a través de Netflix- es una de las biopics musicales más directas y desvergonzadas en mucho tiempo, un muestrario de una gran vitalidad de hasta dónde se puede estirar la fórmula centrada en las fiestas, las drogas, el estudio de grabación, las giras, las mujeres descartables, las peleas, las tragedias de todo tipo, las sobredosis, las desintoxicaciones y las reconciliaciones cíclicas entre los integrantes del grupo. El realizador Jeff Tremaine, creador además -junto a Spike Jonze y Johnny Knoxville- de la gloriosa serie de delirios televisivos y cinematográficos conocida como Jackass, no sólo calza perfecto dentro del planteo de la propuesta sino que consigue redondear una película tan “biografía oficial” como Bohemian Rhapsody (2018) aunque ubicada en las antípodas, reemplazando el tono bondadoso y lavado de esta última por una amalgama permanente de descontrol y reviente con instantes de “arrepentimiento” sutil que no lo son nunca del todo.
Como era de esperar tratándose de Mötley Crüe, el film combina la comedia irónica y el drama lacrimógeno en dosis variables según el momento considerado de la historia de los cuatro señores, léase la génesis de la banda, el bajista y principal compositor Nikki Sixx (Douglas Booth) y el baterista Tommy Lee (Colson Baker), y los muchachos que cayeron después, el guitarrista Mick Mars (Iwan Rheon) y el vocalista Vince Neil (Daniel Webber). Este “núcleo duro” de forajidos, que como muchísimas agrupaciones atravesó diversas modificaciones según los enfrentamientos y los egos inflados de turno, es el que escribió las memorias colectivas The Dirt: Confessions of the World’s Most Notorious Rock Band (2001), ayudados por Neil Strauss, un anecdotario muy gracioso y avasallante en el que los excesos, la improvisación y la estupidez más payasesca son las reglas fundamentales, por lo que no es de extrañar que la adaptación cinematográfica intente recuperar -y hoy salga inusitadamente airosa en el trajín- aquellos episodios protagonizados por estos comensales del “tenedor libre” del rock, uno que les permitió gozar de la euforia de su reinado durante los 80 para luego terminar quedando demodé con la avanzada grunge de la década siguiente y esa otra clase de honestidad, una que sustituía la grandilocuencia con la rabia naturalista.
El guión de Rich Wilkes y Amanda Adelson no descubre la pólvora en ningún pasaje sin embargo logra reconstruir un poco -lo que desde ya es decir mucho, porque la locura del estrellato de Mötley Crüe es de lo más inasible- de ese entramado de idas y vueltas de los músicos a lo largo de sus dos primeras décadas de trayectoria, en las que pasaron de tocar en clubes pequeños de Los Ángeles a girar por todo el mundo a partir del éxito progresivo de sus cinco primeros y mejores discos, Too Fast for Love (1981), Shout at the Devil (1983), Theatre of Pain (1985), Girls, Girls, Girls (1987) y el inefable Dr. Feelgood (1989). Aquí no faltan los comienzos en el underground y las primeras melenas abundantes de 1981, los múltiples problemas de faldas, las adicciones de Nikki Sixx y Tommy Lee a la cocaína y la heroína, la muerte de Nicholas “Razzle” Dingley de Hanoi Rocks en un accidente de 1984 arriba de un automóvil conducido por Vince Neil, la sobredosis y casi muerte de Sixx en 1987, la sobriedad en conjunto y la gran popularidad de Dr. Feelgood, la renuncia/ expulsión de Neil en 1992 y su reemplazo con John Corabi, el fallecimiento por cáncer de la hija de cuatro años de Neil en 1995, la vuelta del cantante original en 1997 y la recuperación de los masters de los álbumes cuando abandonan Elektra Records en 1998.
Al igual que otras biopics agradables del ámbito del rock como Love & Mercy (2014) sobre Brian Wilson de The Beach Boys, Straight Outta Compton (2015) sobre N.W.A. y la citada Bohemian Rhapsody sobre Queen, el encanto del opus de Tremaine se condensa en el cariño y la precisión con los que recrea capítulos varios del devenir de los señores, hoy con una franqueza que bordea el sincericidio y llama mucho la atención en el mainstream pueril contemporáneo (pensemos, por ejemplo, en la presencia de la mítica anécdota de un Ozzy Osbourne en tour con los muchachos y esnifando hormigas y lamiendo su propia orina y la de Nikki Sixx, o la escena en la que Tommy Lee golpea a una groupie chupasangre y desdeñable que quería “ascender” a la posición de esposa del baterista). Si pensamos que la película en sí dura menos de dos horas, no quedan dudas de que The Dirt lleva a cabo un muy buen trabajo en lo que a edificar un retrato insolente del grupo se refiere, apenas dejando afuera la relación de Lee con Pamela Anderson -de seguro debido a los problemas legales de siempre- y en especial no pidiendo disculpas por las grandes aficiones de la banda, léase las drogas, las putas, la demolición de hoteles y el glam cuadrado con letras centradas en strip clubs, motocicletas, peleas de puño, alcohol a borbotones y esos renacimientos románticos/ existenciales/ fisiológicos tan habituales; remarcando en el fondo que si se quiere sobrevivir simplemente hay que bajar un poco las revoluciones de esta máquina del caos bobo y altisonante, uno de los ejes de una época en la que el rock era menos careta que en la actualidad y mucho menos proclive a dar una imagen de corrección política castrada e inofensiva, logrando que la idiotez se transforme en una rebelión freak…
The Dirt (Estados Unidos, 2019)
Dirección: Jeff Tremaine. Guión: Rich Wilkes y Amanda Adelson. Elenco: Douglas Booth, Colson Baker, Iwan Rheon, Daniel Webber, Pete Davidson, David Costabile, Leven Rambin, Kathryn Morris, Rebekah Graf, Tony Cavalero. Producción: Allen Kovac, Erik Olsen y Julie Yorn. Duración: 108 minutos.