Índice:
1. Prólogo: El hombre de ningún lugar:
El 21 de marzo de 1967, el mismo día en que, mientras grababan el disco Sgt. Pepper, John Lennon tomaba por error una dosis de LSD en el Estudio Dos de Abbey Road y entraba en un mal viaje que obligaba al resto a suspender la sesión, las rejas del instituto correccional de la isla Terminal, en el condado de Los Angeles, California, dejaron salir en libertad bajo palabra al presidiario Charles Manson, de 32 años. Había presentado un pedido formal a las autoridades para que lo dejaran quedarse a vivir en la cárcel, pero este le había sido denegado.
Hijo bastardo nacido de una adolescente de vida licenciosa que nunca pudo recordar la fecha exacta del alumbramiento, Charles fue registrado en su certificado de nacimiento como “Sin Nombre Maddox”. Semanas más tarde fue legalmente inscripto con los nombres Charles Milles y el apellido del reciente esposo de su madre, otro alcohólico con quien ella vivía de juerga.
Sentada en un bar con el bebé, Kathleen Maddox (tal el nombre de esta progenitora), sonrió cuando la moza le dijo que le gustaba tanto el niño que le dejaría gratis la jarra de cerveza que acababa de apoyar sobre su mesa si se lo regalaba. Había tomado en serio la broma de la moza, y aparentemente la otra no bromeaba, porque Kathleen cambió a su hijo por una jarra de cerveza. Su hermano, al enterarse días después, recorrió todo Ashland (el pueblo de Kentucky donde vivían) hasta que dio con la apropiadora, recuperó al bebé y obligó a la madre alcohólica a hacerse cargo.
Kathleen intentó un par de años después, en 1937, adjudicarle a Charlie un padre legal. Más allá de las sospechas nunca confirmadas de un cocinero de raza negra, el elegido por Kathleen como demandado del juicio por filiación fue un tal Colonel Walker Scott, un estafador de poca monta que con la excusa de haber sido convocado de nuevo a sus tareas en el ejército la había abandonado nada más saber del embarazo. Parte del acuerdo por cuota alimentaria al que llegaron incluiría para la madre de Charlie enterarse que Scott no era coronel del ejército, sino que Colonel (“coronel” en inglés) era su primer nombre de pila y que al serle adjudicado el embarazo de su amante había vuelto con su esposa. Colonel Scott nunca cumpliría con el acuerdo ni vería crecer al hijo que le adjudicaban, y moriría de cirrosis en 1954.
En 1939 Kathleen fue sentenciada a cinco años de cárcel por un robo de novata, y Charles, con cuatro años de edad, fue a vivir con su abuela y más tarde con unos tíos a un pueblo del oeste de Virginia. El tío Bill llevaba la homofobia obligatoria hasta extremos rayanos con la paranoia y el sadismo marcial, y le preocupaban especialmente los modos demasiado amables y apocados del niño. Lloraba demasiado, y los hombres no lloran. Amenaza va, amenaza viene, el tío decidió cumplir con una de ellas el mismo día en que Charlie empezaba la escuela. Le compró un vestido y lo obligó a asistir ataviado como una nena. Parece que ese día el niño abandonado por sus padres tuvo su primer ataque de violencia, contra los compañeros que, previsiblemente, se burlaron.
Todavía vivía con estos tíos cuando su progenitora salió de la cárcel. Pasado el primer impacto del reencuentro el niño logró recordar que esa mujer en particular, con esa cara y ese cuerpo, a quien de tanto en tanto visitaba en una cárcel, había sido su madre casi un lustro atrás. Y aunque durante el resto de su vida recordaría esos meses que vivió desde entonces con su madre como los más felices de su vida previa a la adultez, lo cierto es que compartía una cama con ella, donde a menudo la veía tener sexo a su lado con los tipos que pescaba en los bares.
Por entonces, habiendo dejado el colegio, el muchachito empezó a dedicar parte de su tiempo libre a los robos pequeños, y su madre no tardó en intentar sacárselo de encima una vez más. Charlie era demasiado feo como para que alguien quisiera adoptarlo, así que en 1947 Kathleen lo ubicó en un hogar católico para chicos descarriados. Ahí conoció la disciplina de los azotes con látigo de cuero y tablas de madera, fue testigo de actos homosexuales coreografiados por los propios curas y, como corolario, se intensificó su incontinencia nocturna. No tardó en escaparse e intentar volver en brazos de su madre, quien después de repudiarlo lo destinó a otro hogar similar, desde donde huyó otra vez. Así empezó su vida como chico de la calle, y no tardó en llegar su primer robo a mano armada, que después de varios arrestos lo hizo dar con sus huesos en la Indiana Boys School, un reformatorio donde, además de los castigos disciplinarios que ya había conocido, sufrió su primera violación a menos de una semana de su ingreso, a cargo de otros cuatro reclusos. De no ser por la intervención de un guardia, habría quedado aun más maltrecho.
Pero al guardia (de apellido Fields) se le ocurrió la idea de cobrarse el favor, y se tomó la costumbre de obligarlo a bajarse los pantalones delante del resto, juntar un puñado de pastura del suelo del tambo en el que cumplían tareas, agregarle el jugo del tabaco que siempre estaba masticando e introducirle en el recto la mezcla. Después lo entregaba al resto para que pudieran aprovecharse de la supuesta lubricación. Los cinco meses que pasó trabajando y siendo sexualmente torturado en ese tambo derivaron en una infección anal que lo destinó al hospital de la institución. Para entonces ya había desarrollado una técnica para mantener alejados a la mayoría de los violadores adolescentes. Lo llamaba “el juego de la locura”, y eran básicamente alaridos, contorsiones y muecas con que lograba provocar la repulsión de los depravados sodomitas. Después de dejar casi muerto a uno de sus abusadores en una golpiza sorpresa a modo de venganza, escapó de la institución en 1951.
Su vida de robos continuó, y las entradas, salidas o escapes de los reformatorios también. Después de cumplir una condena por violar a un muchacho a punta de cuchillo y habiendo cumplido sus veinte años de edad, Manson finalmente besó por primera vez a una chica, y con ella se casó. Era una empleada hospitalaria (una moza, concretamente) llamada Rosalie. Ella quedó embarazada y él no tardó en volver a ser encarcelado, esta vez por conducir de un estado a otro en un auto robado por él mismo. El bebé nació y Rosalie lo visitaba durante su primer año de vida. Cuando la esposa dejó de visitar al presidiario, tuvo al menos la deferencia de enviar a su madre a darle la mala noticia: estaba viviendo con otro hombre, un camionero con el que no tardaría en escaparse. Charlie nunca volvería a ver a Rosalie ni a su hijo. Ella conseguiría el divorcio algunos años después y Charles Jr. se suicidaría de un tiro en la cabeza en 1993, a los 36 años de edad.
A fines de 1958 Manson estaba en libertad y se había convertido en un proxeneta de poca monta que terminó casándose con una de sus prostitutas. Para 1960, había vuelto a su recorrido por las penitenciarías. En el Centro Correccional de la isla McNeil, en el estado de Washington, conoció a un presidiario apodado Creepy que le enseñó a tocar la guitarra. Creepy no era otro más que Albin Francis Karpavičius, miembro fundador del clan gansteril comandado por la matriarca Ma Barker y desbaratado a tiros por el FBI en la década del treinta (la misma pandilla mafiosa que inspiraría películas como Bloody Mama de Roger Corman o novelas como El Secuestro de Miss Blandish o La Sangre de la Orquídea de J.H. Chase). El “Pequeño Charlie” (apodo que se ganó durante este período de reclusión, no por su juventud sino por su menos de metro y medio de estatura) había demostrado un interés por la guitarra que se había intensificado cuando en la primera semana de febrero de 1964 vio en el noticiero del salón de recreación de la prisión a una banda de cuatro muchachos ingleses no mucho menores que él arribar al aeropuerto John F. Kennedy, en lo que estaba siendo la primera visita de The Beatles a Norteamérica y el comienzo de la beatlemanía a nivel mundial. Como muchos otros, el Pequeño Charlie se convirtió en un fanático obsesivo de la banda.
Semanas después de que en junio de 1966 Charlie Manson hubiera sido trasladado a la prisión de la isla Terminal como paso previo a su liberación, el país estallaba con la polémica generada por las palabras de uno de los seres vivos más influyentes del planeta, el beatle John Lennon. La revista DateBook había incluido en su edición de septiembre una entrevista ya publicada por el diario inglés Evening Standard en marzo, en la que Lennon declaraba: “(Los Beatles) Somos más populares que Jesús ahora – No sé cuál se irá primero, si el rock and roll o el cristianismo”. El mes de agosto estuvo plagado de fogatas quemando discos de la banda, manifestaciones del Ku Klux Klan y amenazas de muerte durante la gira que The Beatles tenían programada para esos días por los Estados Unidos, y que para ellos sería la última.
Fue en la isla Terminal donde Charlie conoció a Phil Kaufman, preso por vender marihuana. Se hicieron amigos y Phil pasó horas escuchándolo tocar la guitarra. Charlie era bastante malo como guitarrista, había que reconocerlo, pero tenía una capacidad compositiva evidente, un talento como trovador innegable. En algún lugar de todas esas canciones que había escrito se escondía la posibilidad de hacer una carrera musical. “Tengo un viejo amigo que puede ayudarte cuando salgas”, le dijo Kaufman. “Buscalo en los estudios Universal del norte de Hollywood. Se llama Gary Stromberg. Trabaja ahí. Es relacionista público, o productor, o algo por el estilo. Como sea, está metido en la industria musical y podría conseguirte un estudio para que grabes un demo y consigas un contrato”. Aunque, casi arrepintiéndose, le aconsejó: “No vayas a verlo ni bien salgas de acá. Esperá algunos meses”. “Eso te va a dar tiempo para pulir un poco más el material que le muestres”, agregó para ocultar su inquietud. Más de diez años después, trabajando como manager de gira de Frank Zappa, con una pregunta suya dio origen a la canción Why Does It Hurt When I Pee? (¿Por qué me duele cuando meo?). (La respuesta a la pregunta resultaría ser: gonorrea.)
Denegado su pedido para quedarse a vivir en la prisión (que, al fin y al cabo, se había convertido en su casa), para cuando Charlie Manson salió en libertad en marzo de 1967 había pasado 22 de sus 32 años detrás de las rejas. Pero ahora tenía su guitarra, y tenía un contacto hacia la fama, y estaba dispuesto a ser no solo más grande que Jesucristo, sino también más grande que los propios Beatles.
2. La gira mágica y misteriosa:
El oficial de libertad condicional de Charles tenía demasiado trabajo como para fundamentar una denegatoria al pedido del recién liberado que quería reubicarse en San Francisco. Y ahí llegó el treintañero con su guitarra. Decían que la prédica de amor de The Beatles había florecido particularmente en uno de sus barrios, uno llamado Haight Ashbury, donde el que se conocería como Verano del Amor ya estaba en pleno apogeo.
Manteniéndose alejado de los delitos, dejándose el pelo largo y la barba y tocando por monedas en las calles repletas de hippies coloridos, sedujo a una bibliotecaria llamada Mary Brunner, que paseaba su perrito y que jamás en su vida se hubiera imaginado que iba a terminar llevando a su casa a un vagabundo.
Peor aún, Mary terminó enamorándose de él. Aunque podía decirse que estaba justificada: había sido la primera en probar las dotes amatorias del nuevo Charlie. El cantante había pasado casi toda su vida privado de mujeres, buena comida y esparcimiento. Había vivido mirando por sobre su hombro, durmiendo con un ojo abierto, siempre a la espera del filo sangriento que acabaría con su vida en prisión. Por eso ahora todo lo hacía con doble y renovada pasión. Comer, divertirse, dormir y, más que todo, tener sexo. Con Mary pondría en práctica todo lo que con hombres había aprendido en la cárcel, todo lo que con hombres no había podido hacer pero que sí había poblado sus fantasías masturbatorias. Con Mary se perfeccionaría, se volvería insaciable. Tanto que, para disgusto de su novia, terminaría convirtiendo el departamento en un harén. Primero una, después otra, y Mary terminaría compartiendo a su hombre con al menos cuatro muchachas hippies dispuestas al amor libre.
Para entonces Charles (de hecho, apenas llegado a la ciudad) ya había descubierto algo que terminaría de convertirlo en un hombre nuevo. En un recital de una nueva banda llamada The Grateful Dead, en el Avalon Ballroom, había probado la psilocibina. Que, de hecho, resultaba ser el primer psicotrópico que probaba en su vida. Junto con las luces estroboscópicas que lo estaban bautizando, el alucinógeno lo dejó acurrucado en un rincón en posición fetal, experimentando las catorce estaciones del vía crucis e incluso resucitando. Ahora estaba convencido de que formaba parte de todo, y que podía ver con los ojos de cualquier ser vivo que pisara la Tierra.
Para cuando los signos de la futura decadencia del Verano del Amor empezaron a insinuarse con los primeros cuerpos retorciéndose por sobredosis en plena calle, Charlie ya se había hecho poseedor de un enorme colectivo escolar pintado de negro al que había reacondicionado sacándole casi todos los asientos y poblándolo de almohadones y alfombras coloridos. Era hora de irse. En el colectivo Manson partió junto a Mary y otras tres muchachas de su séquito.
El ómnibus recorrió todo California hasta llegar a México, siempre aumentando la cantidad de pasajeros, subiendo autoestopistas que abandonaban su ruta personal para seguir a Charlie. La primera parada de importancia en el camino al sur tuvo lugar en junio, cuando llegaron a Los Angeles. Manson no había olvidado el contacto que su compañero de celda Phil Kaufman le había brindado meses atrás.
3. Una vez conocí a un hombre:
No le costó a Charles Manson en junio de 1967 dar con Gary Stromberg, el amigo de Phil. La amistad entre ambos debía haber sido bastante fuerte, porque Gary no dudó en conseguirle al recomendado una audición con un tal Russ Regan, por entonces ejecutivo de Uni Records, un sello discográfico subsidirario de MCA. Russ ya había pasado a la historia por haber cambiado sin previo aviso el nombre de la banda The Pendletones en la portada de su disco debut. Esto había sido en 1961, cuando trabajaba para Candix Records, y la banda había pasado a llamarse The Beach Boys.
Eran tiempos en los que detrás de todo músico hippie estaba la esperanza de alcanzar un disco de oro, así que Regan estuvo dispuesto a pagar algunas horas en los por entonces legendarios estudios Gold Star de Hollywood, donde gente como Bob Dylan y Chet Baker había grabado, no sin que antes Phil Spector usara las instalaciones para diseñar su famosa Pared de Sonido. Asignó al propio Gary como productor de las sesiones del exconvicto.
Charlie llegó al estudio descalzo y acompañado por cuatro de sus chicas. Dedicó las siguientes tres horas a drogarse con ellas mientras cantaba una canción tras otra acompañándose con su guitarra.
Pese a que se lograron grabar más de veinte canciones, la sesión fue un desastre. Para empezar, Charlie no paraba de reír nerviosamente. Entre otras cosas, los micrófonos que lo apuntaban lo ponían incómodo. Decía sentirse intimidado por todos esos “símbolos fálicos gigantes” que amenazaban con despertar sus “tendencias latentes”. El ingeniero de sonido se cansó de pedirle calma y de intentar que el músico comprendiera sus indicaciones técnicas. Tampoco la marihuana que había fumado lo ayudaba a enfocarse en la ejecución de sus canciones.
“No estoy acostumbrado a estar con demasiada gente”, le dijo como excusa a Gary Stromberg. “Y demasiada gente no está acostumbrada a estar con vos”, le contestó el productor, quien a duras penas pudo conseguirle más horas de estudio. Horas que no usó, porque al día siguiente el colectivo de Charles ya había vuelto a partir, abandonando Los Angeles.
En las cintas que el músico se había llevado estaban algunas de sus canciones más accesibles, como Garbage Dump (Tarro de basura), una oda al método que tenían él y sus seguidores para conseguir alimentos sin trabajar; Ego, con su lema “El viejo ego es algo demasiado”, que sentaba las bases para la desprogramación que predicaba respecto de los miedos y obligaciones que la familia y la sociedad imponían; o Home Is Where You’re Happy (El hogar es donde estás feliz), donde revelaba la clave de su versatilidad para la vida carcelaria; además de productos con potencial como Sick City (Ciudad enferma), Mechanical Man, Cease to Exist (Dejar de existir, el germen de su pensamiento restándole importancia a la vida humana) y la bella (aunque todavía inacabada) Look at Your Game, Girl (Mirá tu juego, muchacha).
Mientras el colectivo negro rodaba de ciudad en ciudad, Charlie conoció a un multinstrumentista menor que él, llamado Bobby Beausoleil, quien con los arpegios y punteos de su guitarra lograría embellecer las canciones del exconvicto (aunque en el primer encuentro entre los músicos lo acompañó con una melódica). Bobby tenía su propio séquito de muchachas hippies, y a los 17 años había sido miembro de Grass Roots, la banda que más tarde cambiaría su nombre a Love. También tenía un pasado delictivo que lo había llevado a conocer un reformatorio a los doce, y había estado a punto de ser el protagonista del corto Lucifer Rising del director Kenneth Anger, además de aparecer por algunos segundos y personificando al dios Cupido en el documental Mondo Hollywood. Por entonces Charles había logrado armar una banda llamada The Milky Way (La Vía Láctea), y Bobby se les sumó en el único recital que lograron dar.
En septiembre de ese 1967 de alguna manera Bobby le consiguió a Charlie algunas horas de grabación en una sala de ensayo del Valle de San Fernando, en Van Nuys. Intentaron arreglar algunas de las canciones de las cintas producidas por Stromber, sobregrabándoles instrumentos, de manera que sirvieran como demos para poder conseguir un contrato de grabación y edición.
Bobby agregó algunas guitarras eléctricas, congas y sitar. Mary, la más antigua seguidora de Manson, colaboró tocando la flauta. Clem, otro fiel seguidor, tocó el bajo. Clem, representado por un actor, es el habitante del rancho Spahn al que el personaje de Brad Pitt muele a golpes por destrozar una rueda de su auto en la película Once Upon a Time in Hollywood de Quentin Tarantino. Presumiblemente retardado, por esos tiempos Clem pasaría un mes y medio en un manicomio por mostrarle el pene a un grupo de colegialas en la vía pública.
En estas sesiones también se regrabaron canciones, y algunas de las chicas de Charlie tuvieron la oportunidad de unir sus voces al semidiós que tenían por esposo comunal. De hecho, incluso se darían el gusto de grabar a cappella esa enigmática especie de himno de 30 segundos llamado I’ll Never Say Never to Always (Nunca le diré nunca a siempre). Cualquier ingeniero de grabación podía considerarse afortunado por haber logrado que esas muchachas dejaran de reír como idiotas y cantaran. Por un lado estaba Lyn (más tarde rebautizada como Squeaky, el personaje de Dakota Fanning en la mencionada película de Tarantino). Lyn había sido la novia adolescente y autolesiva del futuro manager de giras de The Doors, la responsable de convertir en trío la pareja de Manson y Mary y sería quien intentara asesinar de un tiro en la vía pública al presidente Gerald Ford en 1975. Por el otro, Sadie Mae Glutz (rara vez usaban los seguidores de Manson sus verdaderos nombres), una muchachita totalmente desquiciada, hija de padres alcohólicos, víctima de los abusos sexuales de un familiar en la infancia, presa alguna vez por darle LSD a un niño en Mendocino, había conocido a Charlie siendo bailarina a gogó desnudista en San Francisco, donde había prestado sus atributos como vampiresa para los espectáculos esotéricos que el fundador de la Iglesia de Satán, Anton LaVey, llevaba a cabo en clubes nocturnos. Y también estaban Brenda McCann, quien había llegado a Charlie por intermedio de Deirdre, una drogadicta hija de la actriz Angela Lansbury (la estrella de la serie Reportera del Crimen), y Gypsy, una joven francesa, hija huérfana de padres suicidas (y con una madre adoptiva también muerta por suicidio), que había conocido a Bobby Beausoleil en un set de filmación (el rancho Spahn) mientras ambos actuaban para la película de sexploitation The Ramrodder. Gypsy también prestó ese día sus servicios como violinista (entrenada en academia y además virtuosa) en alguna que otra canción. Un tal Paul Watkins, que se había sumado a la troupe contando con 16 años de vida, se limitó a grabar los soplidos sincopados de un cuerno francés para Ego.
Lo más cercano a una materialización que por esos días tuvo el trabajo de estudio de Charlie fue un simple de 45 rpm que hizo prensar de su bolsillo. En el lado A estaba la nueva versión de Look at Your Game, Girl, un potencial éxito radial, y en el lado B Eyes of a Dreamer (Los ojos de un soñador). Por motivos poco claros, en la etiqueta del disco la interpretación era atribuida a “Silverhawk”.
A fines de noviembre de 1967 llegaba a las bateas norteamericanas el nuevo disco de The Beatles, Magical Mystery Tour, conteniendo la banda sonora de la película homónima y las cuatro canciones de dos muy populares simples de la época psicodélica de la banda. No tardaría el peregrinaje sin rumbo fijo de Manson y su séquito en ser por él autodenominado “la gira mágica y misteriosa”. Él los guiaba, como un Flautista de Hamelin a sus ratones, y ellos eran iguales a los primeros cristianos, que todo lo compartían, y por supuesto la sociedad que los rodeaba era la versión moderna de los romanos de la Roma Pagana.
Hubo una canción del nuevo disco que impresionó particularmente a Manson. Se llamaba Blue Jay Way, como la calle angelina de la zona de las colinas de Hollywood. Compuesto por George Harrison, era uno de los temas musicalmente más inquietantes que hubieran grabado The Beatles. “Hay una niebla sobre L.A.”, decía la letra. “Y mis amigos se han perdido en el camino”. Charlie no pudo menos que tomar como algo personal la invocación del monótono estribillo: “Por favor, no se demoren / Por favor, no se demoren demasiado / O quizás vaya a estar dormido”. ¿Se trataba de una señal? ¿Era en Los Angeles donde terminaba la gira mágica y misteriosa del colectivo negro?
Si de una señal se trataba, el propio Harrison no lo sabía. Había compuesto la canción durante una visita que le habían hecho con su esposa a la hermana de esta en la primera semana de agosto de 1967. Estaban parando en una casa alquilada de la calle Blue Jay Way, y en la misma noche de su arribo a la ciudad George esperaba a un grupo de amigos (entre los que se encontraba el liverpuliano Derek Taylor, por entonces publicista, entre otras bandas, de los Beach Boys). Se estaba quedando dormido cuando, para poder seguir despierto esperando (los invitados llegaron con dos horas de demora), decidió usar un órgano Hammond que había en un rincón de la habitación. El resultado había sido Blue Jay Way y, unos ocho meses después, la instalación definitiva del clan Manson en sucesivas casas tomadas del condado. En una de ellas, Mary dio a luz al segundo hijo de Charles, “el Oso Pooh”. Él mismo se encargó de hacer la episiotomía con una navaja, y ató el cordón umbilical con una cuerda de guitarra para poder cortarlo.
A comienzos de abril de 1968, cuando se conoció la noticia de que el pastor bautista negro Martin Luther King, Jr. había sido asesinado de un tiro por un convicto serial en Memphis, Tennessee, Charlie percibió como comprobados ciertos temores que había estado experimentando. La escalada de resquemores en la sociedad norteamericana frente a algún tipo de conflicto racial generalizado era real, tangible. Como si hicieran falta, estaban estallando nuevas revueltas de parte de la comunidad afroamericana. Algo le decía que la Guerra de Secesión iba a ser un juego de niños comparado con lo que se avecinaba. De eso Manson no tenía dudas.
5. ¿Qué se siente ser uno de la gente bonita?:
El primer contacto importante que tuvo el clan de Charlie Manson con el lado famoso de la contracultura angelina selló a fuego un dejo de culpa que acompañaría hasta su muerte a Dennis Wilson, el baterista de los Beach Boys. En junio de 1968 Dennis había levantado con su auto dos veces a Katie y a Yellerstone, cuando estas muchachas hacían autoestop en Malibu. La primera vez las dejó en la casa de turno que estaban ocupando ilegalmente, pero la segunda las invitó a la mansión que alquilaba en el número 14400 del Sunset Boulevard. Tuvo sexo con ellas, se fue al estudio (los Beach Boys estaban trabajando en el excelente 20/20) dejándolas adentro y cuando volvió lo tenía a Charlie Manson recibiéndolo arrodillado con besos en los zapatos y a todo el clan instalado en las más de veinte habitaciones que tenía la propiedad. Eran más de una treintena, y eso incluía a un gordo que además de ser el padre de una de las chicas Manson era un pastor metodista que había abrazado los conceptos espirituales de Charlie.
Dennis y el gurú exconvicto (o “el brujo”, como lo llamaría el Beach Boy) se hicieron íntimos amigos. A tal punto que solo pasaron algunas semanas antes de que Charles tuviera vía libre para usar el estudio que el famoso Brian Wilson, hermano de Dennis, había montado en la sala de estar de su mansión en el barrio de Bel Air. La idea era grabar el disco que se suponía terminaría saliendo por Brother Records, el sello que unos cuantos meses antes había fundado el mánager de los Beach Boys. Y no solo eso: Dennis puso a su hermano Carl como productor de estas sesiones (Brian estaba por esos días internado en un hospital psiquiátrico).
Por esos días Dennis, el miembro menos creativo de la familia musical, estaba decidido a hacer despegar sus dotes compositivas, y tuvo largas conversaciones al respecto con su nuevo amigo Charlie, todo un trovador consumado. Surgió así la idea de un intercambio que, de momento, dejaría más que conforme al último. Dennis tenía una moto de manufactura inglesa que Charlie quería. Charlie podía regalarle a cambio una de las canciones que a Dennis más le gustaban, Cease to Exist. Lo único que Charlie le pidió fue que no le cambiara la letra. Dennis, generoso, agregó al trato unos cuantos dólares en efectivo. Sería un secreto.
Era todavía agosto y, fiel a su costumbre, Manson llegó al estudio acompañado por todo su séquito y los instrumentos que siempre arrastraban. Con todos reunidos a sus pies, Charlie pretendía captar la esencia de las sobremesas comunitarias, haciendo caso omiso a los consejos de los ingenieros de sonido o del propio Bobby Beausoleil. Incluso se negaba a hacer más de una toma de la voz para cada canción (una manía que esgrimiría también Kurt Cobain décadas después). Particularmente hosco se lo veía con una de sus chicas, una que tocaba la flauta y era apodada Snake, de solo 14 años, a la que golpeaba, pellizcaba o tiraba del pelo cada vez que esta cometía alguna imprudencia. Meses más tarde terminaría sodomizándola a la fuerza en un remolque. “Así es como lo hacemos en la cárcel”, le diría como remate de la violación correctiva.
Con solo unas diez canciones grabadas, el permiso del cantautor en el estudio se terminó de un día para el otro. Por un lado estaban los contadores de los Beach Boys presionando con la enorme cantidad de gastos innecesarios de la banda: a las toneladas de drogas se sumaban los 100.000 dólares que Dennis llevaba gastados en los caprichos del clan Manson, que incluía tratamientos masivos para la epidemia de gonorrea que había irrumpido en la mansión. Por el otro, el olor a mugre con que estos hippies inundaban el estudio ayudaron a que el ingeniero de sonido Stephen Desper ejecutara la orden de no volver a dejar entrar al exconvicto. La propia esposa de Brian Wilson se había estado tomando el trabajo de hacer fumigar los baños del estudio después de cada una de las sesiones de esos roñosos.
Dennis, con una agenda algo apretada por las presentaciones de la banda, decidió sacarse de encima a Manson y a sus seguidores simplemente no volviendo a la mansión. El alquiler se vencía ese mismo verano, y no tardó el dueño de la propiedad en hacer echar a todos los hippies que en esta quedaban. No sin que antes fueran saqueados todos los objetos de valor que había dejado el beach boy surfer.
Con Manson lejos del estudio de la casa de Brian Wilson y Brian todavía internado, los restantes Beach Boys se abocaron a terminar de grabar lo que sería el decimoquinto álbum de estudio de la banda, 20/20, partiendo de un par de retazos de Smile, el disco inacabado que había sacudido los cimientos de la banda poco tiempo atrás. Dennis encontró entonces la oportunidad de ofrecer varios de sus nuevos temas, entre los que se contaba Never Learn Not to Love, su versión de Cease to Exist, la canción de Charlie. Además de ponerle un nombre totalmente distinto, le había agregado un puente y, en un acto por demás temerario, había hecho algunos cambios en la letra. El resto no puso en duda que el baterista hubiera sido el autor, y a mediados de septiembre de 1968 grabaron la canción.
Para octubre todo el clan Manson ya estaba instalado en el rancho Spahn, en un páramo de colinas resecas y arroyos estancados al noroeste del valle de San Fernando. El rancho había sido usado hasta algunos meses atrás como set de filmación para westerns y comerciales de cigarrillos Marlboro, pero ahora estaba en un incipiente estado de abandono. Bares, hoteles, barberías, una cárcel y prostíbulos de pueblos del lejano oeste, barracas polvorientas y remolques enclenques, bosta de caballo por todos lados… El lugar era propiedad de George Spahn, un cowboy retirado, octogenario y ciego, que vivía ahí en compañía de peones y dobles de riesgo que iban y venían, manteniendo el único rédito económico que seguía en pie: el alquiler de caballos para turistas, con visitas guiadas por las colinas Simi. Charlie le ofreció al viejo George servicio doméstico femenino a cambio de poder reubicar a su gente en el rancho. Como eso incluía sexo con muchachas sesenta años menores que él, Spahn no dudó en aceptar.
Pronto el lugar se convertiría en una pocilga llena de moscas y basura, con muchachas entrando y saliendo de los arbustos desnudas como ninfas esquizofrénicas, más niños gateando en estado de semisalvajismo, además de algún que otro vagabundo o vagabunda convertido virtualmente en un animal de granja. Charlie no permitía los relojes ni los calendarios, tampoco el ingreso de diarios, revistas o libros. El tiempo de la sociedad de Occidente ya no existía, y sus valores tampoco contaban dentro del perímetro del rancho.
Por las noches las cenas eran comunales, al igual que el consumo de marihuana y ácido. Después de comer todos se sentaban alrededor de una gran fogata al aire libre, para escuchar las canciones y los sermones de Charlie. A veces bailaban, a veces el líder organizaba orgías coreografiadas, y alguna vez simularon su crucifixión. Porque para entonces todos daban por hecho que Charles Milles Manson no era otro más que “el viejo J.C.” (como él llamaba a Jesucristo), en su segunda venida a la Tierra.
Su relación con los animales de la zona era ya suficiente prueba del carácter divino del gurú barbudo que los había guiado al rancho. Lo habían visto caminar por un barranco lleno de serpientes de cascabel, deslizándose entre ellas y acariciándolas con la punta de los dedos, sin que ni una sola lo mordiera. Lo habían visto resucitar a un gorrión con un soplo, tal como Cristo, según uno de los evangelios apócrifos (el armenio, más precisamente), le había dado vida a un gorrión moldeado en barro.
La casa de Dennis Wilson en Pacific Palisades había sido de alguna manera el cuartel general desde donde Charlie había tenido acceso a todos aquellos que ahora formaban parte del jet-set de la música rock angelina. Había conocido a Frank Zappa, había estado sentado tocando en la sala de estar de Neil Young, había asistido a alguna que otra fiesta en lo de Cass Elliot de The Mamas and the Papas…
Por eso no era de asombrar que una noche de ese otoño de 1968 los habitantes del rancho fueran honrados con la visita del compositor Gregg Jakobson (que por esos años trabajaba codo a codo con Dennis) y Terry Melcher, productor de The Byrds, de Pete Seeger y de Paul Revere & the Raiders, entre otros.
Cenaron y fumaron todos juntos junto al fuego, y Charlie cantó sus canciones. Jakobson, impresionado por las condiciones en que esa gente vivía en ese lugar alejado de la mano de Dios, le dejó a Manson cincuenta dólares para que comprara comida para los niños. El otro quiso creer que se trataba de algún tipo de adelanto por el contrato discográfico que se venía en camino.
Melcher, por su parte, apenas interesado pero no dispuesto a dejar pasar una potencial oportunidad, regresó días más tarde con una unidad de grabación portátil y con el propietario de la misma, su colega Michael Deasy. Pero hicieron cualquier cosa menos grabar. Afectado por la golpiza que a Charles se le ocurrió darle a un doble de riesgo ahí residente, Terry decidió que ya había tenido suficiente de ese exconvicto cuando Michael entró en un mal viaje después de que alguna de las chicas le convidara LSD. Se fue convencido de que no quería volver a ver a ninguno de esos desquiciados hippies.
Cuando Cathy, una nueva integrante del grupo, mencionó recién empezado noviembre de ese año que su abuela era propietaria de otro rancho derruido, en el condado de Inyo, a casi 200 kilómetros al norte de Los Angeles, dentro del Valle de la Muerte, Charlie no dudo en organizar una expedición. Algo lo mantenía muy inquieto últimamente, y sentía la necesidad de tener siempre una carta bajo la manga en caso de que la ley quisiera hacerlo pagar por todos los coches que estaban robando él y sus amigos. Un refugio que sirviera como vía de escape.
Internarse en la sierra Panamint, en el desierto de Mohave, no era ni es algo sencillo sin jeeps o “dune buggies”. Dejaron el colectivo y, caminando, llegaron a Goler Wash, un verdadero infierno de barrancos y cascadas secas. Piedra, piedra y más piedra por todos lados. Y el rancho Myers no era precisamente el oasis esperado. Abandonado por completo, vandalizado.
Continuaron explorando, hasta llegar al rancho Barker, el otro rastro de vida humana en toda la zona, que no resultaba demasiado acogedor tampoco, pero al menos la vivienda estaba hecha de piedra sólida y tenía un sistema de irrigación, una pileta de natación y unos cuantos árboles frutales vivos. Cathy le dijo a Charlie que la propietaria, una anciana llamada Arlene Barker, vivía dentro del mismo valle interno (el de Panamint). El cantautor golpeó la puerta de la casa de la mujer y se presentó como el mánager de The Beach Boys. Necesitaba un lugar para que acamparan algunos de sus amigos, y como reconocimiento por haberlo recibido en su casa, sacó de su mochila el disco de oro que la banda había ganado por vender un millón de copias del disco Today y se lo regaló. Encantada, Arlene los dejó ocupar el rancho a cambio de un poco de mantenimiento.
Con las nuevas dos bases territoriales ya ocupadas por algunas decenas de miembros del cada vez más numeroso clan, para comienzos de diciembre Manson ya estaba de regreso en el rancho Spahn, justo a tiempo para ver editarse Bluebirds Over the Mountain, el nuevo simple de The Beach Boys. El disco contenía dos temas que adelantaban lo que sería el disco que saldría en febrero (20/20, precisamente). Y el problema estaba en el lado B. Empezando por el nombre. Never Learn Not to Love (Nunca aprendo a no amar). Como la línea que se repetía al final de su canción Cease to Exist. La misma que le había regalado a Dennis Wilson antes de que el baterista de The Beach Boys se alejara de él sin dar una sola explicación.
Peor aún, el nombre del autor de la canción, que aparecía entre paréntesis debajo del título en la etiqueta de ese lado, era “Dennis Wilson”. No podía ser, pero era. Ahora faltaba escucharla para darse cuenta que no solo su amigo famoso se había apropiado de la autoría, sino que le había cambiado parte de la letra. E incluso había estado jodiendo un poco con la estructura de la canción.
Furioso, Charlie tendría por esos días la oportunidad de confrontar a Dennis, e incluso de amenazarlo regalándole una bala, pero el daño estaba hecho. Fue una buena decisión que Dennis le ocultara un dato algo peligroso para el orgullo de un artista que todavía no había obtenido el reconocimiento ni la fama que creía merecer: había borrado el contenido de todas las horas de grabación contenidas en las cintas que se habían usado para las canciones de Manson en el estudio de su hermano Brian. Dennis era consciente de todas las malas vibraciones que había ahí metidas. No eran de origen humano ni animal, eso era seguro. Había retazos del averno en los sonidos registrados.
Todos esos cerdos de la clase acomodada de Los Angeles se habían estado cagando en Charles Milles Manson. En él y en su talento. No podía menos que sentirse un idiota. Un bufón temporario.
6. El disco doble de The Beatles:
A mediados de diciembre de 1968 Paul Watkins, el ejecutor del cuerno francés en la canción Ego, había ido junto con dos chicas del rancho Spahn al centro de Los Angeles a ver Yellow Submarine, la película animada de The Beatles que se había estrenado el mes anterior. Eran días con novedades algo más agradables que el nuevo simple de The Beach Boys para Charlie Manson, porque también había sido puesto a la venta el primer disco doble que The Beatles habían editado. Decían que la funda doble era blanca por completo, con el nombre de la banda, también blanco, en relieve en la portada, de manera tal que solo lo veías si lograbas darle con la luz ambiente desde un ángulo oblicuo. Contenía treinta canciones pero no tenía nombre. Era un álbum blanco, y así ya habían empezado todos a llamarlo.
El último sábado de diciembre, tomando al mediodía la carretera Pacific Coast desde el rancho Barker, Charlie fue, acompañado por Tex Watson -una promesa texana del deporte que dejó su vida de universitario para vender drogas y más tarde unirse al clan Manson- a visitar a un amigo que vivía en la zona del cañón Topanga.
Era una cabaña rodeada de encinos, con una cama que colgaba del techo con cadenas. El anfitrión había comprado el nuevo disco de The Beatles, y le preguntó a Charlie si quería escucharlo.
Ese día Manson escuchó el disco varias veces, a todo volumen.
Era un disco excelente, The Beatles era su banda favorita, pero algo más estaba ocurriendo. Y eso que estaba ocurriendo era la confirmación de la asociación que a nivel subconsciente había desde hacía más de un año entre él y sus ídolos.
Sadie Mae Glutz era como él había bautizado a una de sus chicas, cuyo nombre real era Susan Atkins. Sadie, la bailarina desnudista, una depredadora sexual por completo desinhibida que todo lo había hecho y todo lo había probado, y que también era madre de un bebé de dos meses hijo de otro miembro de la comuna. Y ahora, en el primer lado del segundo disco del doble de The Beatles, ellos le dedicaban una canción. Desde el otro lado del océano sus músicos favoritos estaban buscando hacer contacto con él. Estaban usando esa canción para llamar su atención y así poder revelarle lo que sea que tuvieran para decirle.
Sexy Sadie era la muy apropiada forma con que el cuarteto de Liverpool había denominado a Susan en el título de la canción. “Sexy Sadie”, decía la letra, “rompiste las reglas / Dejaste todo a la vista de todos”. Exactamente igual a Sadie, la depravada del rancho Spahn, que, como también decía la canción “llegó para excitar a todos”. La misma que había tenido sexo ritual con un suicida que se había pegado un tiro en la cabeza mientras ella tenía su propio orgasmo, chupando la sangre que había explotado en la boca del moribundo que, aseguraba ella, estaba experimentando a su vez el clímax sexual que sufren los ejecutados.
Sexy Sadie era la última canción que John Lennon había compuesto durante el viaje a la India que la banda había hecho a comienzos de ese 1968 para aprender del Maharishi Mahesh Yogi a usar la meditación trascendental. De hecho, la había escrito mientras esperaba el taxi que los iba a sacar a él y a otros varios invitados (el viaje había incluido no solo a los Beatles y a sus mujeres sino también a celebridades como Mike Love de The Beach Boys, Donovan o Prudence, la hermana esquizofrénica de Mia Farrow) del áshram donde, según Alex el Mágico, un siniestro amigo griego de la banda también miembro de la comitiva, el popular gurú indio acostumbraba a propasarse con ciertas jóvenes estudiantes como ellos. Según Alex también, el taxi no venía porque el Maharishi les había echado un mal de ojo.
La canción expresa el desengaño que en ese mismo momento sentía Lennon respecto del mismo guía espiritual que les había prometido mostrarles la luz, y su título original era, precisamente, Maharishi. En vez de decir “However big you think you are” (Cuán grande como creas que sos), decía “Who the fuck do you think you are?” (¿Quién mierda te creés que sos), además de llamarlo conchudo (“cunt”) y conchita (“you little twat”). Cuando en mayo de 1968 The Beatles se juntaron en la casa de George Harrison para grabar demos de todo el material que habían compuesto en la India (y que en su mayoría terminaría ese mismo año en el Álbum Blanco), para evitar posibles problemas legales (y porque él sí seguía creyendo en el Maharishi) George le pidió a John que cambiara un poco la letra, empezando por título. Y las sílabas que para respetar la métrica original sustituyeron al nombre que se repetía en la canción (Maharishi) fueron, entonces, Sexy Sadie.
Pero nada de eso tenía por qué saberlo Charlie, que ya entrada la noche volvió a poner los cuatro lados del nuevo disco de The Beatles. Una vez. Y otra. Y otra.
Cuando Tex y Charlie dejaron la casa que habían visitado, casi todo el panorama brindado por la profecía que The Beatles le habían rebelado ya se estaba esquematizando en la cabeza de este último. Casi que no podía aguantarse para revelarle a su gente los detalles de los días por venir. Del final de todos los finales.
La noche del Año Nuevo de 1969 podía ser un buen momento. Despedirían el ‘68 en el rancho Myers. Junto al fuego, pasada la medianoche, bien colocados, todos entenderían lo que él tenía para revelarles. Ya todos habrían escuchado el Álbum Blanco para entonces.
Era una noche por demás estrellada. Hacía mucho frío, el frío nocturno del cielo negro del invierno en el Valle de la Muerte. Esa noche Charlie no cantó. Tampoco bailó desnudo alrededor del fuego. Simplemente empezó a hablar y nadie lo interrumpió más que para repetir los ocasionales “amén” con que los demás solían puntuar las palabras de Manson. El hijo del Hombre.
Primero Charlie les habló de la canción Blackbird (Mirlo). Los Beatles ya no hablaban de amar al prójimo en sus letras, por si ninguno de los presentes se había percatado. Con la palabra blackbird los Beatles se estaban refiriendo a una chica negra. Los ingleses llaman birds (pajaritas) a las muchachas jóvenes. Y una pajarita negra (black) era una chica negra. Una chica negra “cantando en lo muerto de la noche”. Esperando durante toda su vida por “este momento” para levantarse, para ser libre. Eso decía explícitamente la canción.
No era ninguna novedad de que los negritos (blackies), como los llamaba Charlie, habían estado demasiado tiempo destinados a servir a los blanquitos (whiteys). Habían sido los primeros en tener el poder sobre la Tierra, porque los egipcios eran negros, negros que demostraron su superioridad construyendo pirámides que representaban el pene, el verdadero poder. Pero el blanco no tardó en relegarlos al fondo del pozo, y desde entonces habían sido por siempre subyugados. Pero los Beatles parecían saber que la hora de tomar el poder por parte de la raza negra había llegado. Era todo una mera cuestión de karma, claro estaba, pero ¿cuál era ese momento indicado para levantarse y ser libre?
El momento estaba muy cerca. Justo cuando la escalada de violencia racial estaba alcanzando picos nunca vistos desde que la guerra civil había terminado en 1865. Las protestas eran masivas, y ya no solo incluían negros reclamando por los derechos de los negros. Ahora los blanquitos se sumaban al reclamo. Hogueras. Bombas Molotov. Quemaban edificios enteros en las revueltas. Atacaban con piedras y palos a la autoridad. Y la policía respondía disparando. Arrestando gente. Matando a todo lo que se moviera durante las movilizaciones. Fuera un negro o fuera un blanco apoyando a un negro. Desde 1966 los afroamericanos de California tenían su propio partido político, los Panteras Negras, un verdadero brazo armado que no dudaba en abrir fuego. El asesinato de Martin Luther King había desperdigado las protestas sangrientas por más de cien ciudades de todo el país. ¡Los negros incluso habían llegado a tener en el propio territorio americano dos repúblicas pseudo-separatistas! En el medio-oeste habían fundado la República de Nueva Libia, pero en el mismísimo sur también habían tenido el atrevimiento de instaurar la República de la Nueva África. Y todo durante el año que minutos antes había terminado.
Charlie no se equivocaba. En efecto, Paul McCartney, el único beatle que había participado en la grabación de Blackbird, había compuesto la canción en Escocia, en el otoño boreal, después de leer en los diarios diversas noticias sobre la escalada de violencia racial que estaba teniendo lugar en los Estados Unidos.
Y Charlie sabía que el resto de la canción estaba destinado a incitar el levantamiento en armas de la población afroamericana de los Estados Unidos. “Tomá esas alas rotas y aprendé a volar”, decía Paul. “Tomá esos ojos hundidos y aprendé a ver”. “Volá, chica negra / en la luz de la oscura noche negra”.
Terminado el efecto sonoro del canto del mirlo al final de la canción, en el orden del lado 2 del primer disco del Álbum Blanco venía Piggies (Cerditos), una canción compuesta por George Harrison con un poco de ayuda de su madre y de Lennon.
Charlie recitó ciertas partes escogidas de la letra a su familia de hippies arropados alrededor de la fogata. “¿Han visto a los cerditos / arrastrándose en el polvo? / Y para todos estos cerditos / la vida se está poniendo peor”. “No les importa lo que pasa a su alrededor. / En sus ojos algo está faltando / Lo que necesitan es una condenada buena paliza”. “Por todos lados hay montones de cerditos / viviendo sus vidas de cerditos. / Podés verlos salir a cenar / con sus esposas cerditas / Aferrando tenedores y cuchillos para comer la panceta”.
No necesitaba explicarles a ellos quiénes eran los cerditos. Ya todos habían escuchado a los Panteras Negras usar esa palabra. Los poderes establecidos. La burguesía blanca. Los políticos. Los jueces. Los ricos. Eso eran los cerditos. Y estaban por todos lados. Viviendo sus vidas de cerditos. Sirviéndose de la comunidad afroamericana. De los negritos. Soportando con encono que los negros hippies se cogieran a las blancas hippies y contaminaran la raza. Indiferentes a la miseria que los rodeaba.
Pero pronto esto se iba a terminar. Porque los negritos estaban cansados de todo esto. Porque los negritos se estaban poniendo de pie. Y para todos esos cerditos la vida se iba a poner fea. Porque necesitaban una buena paliza. Una respuesta violenta de los negros, después de tanto tiempo de vivir sentados en el último escalón de la sociedad.
Harrison había empezado a escribir Piggies en los días de la grabación del disco Revolver, por 1966, en el ático de la casa de sus padres en Liverpool, durante una visita que les había hecho desde Londres. Dos años después, en otra visita, redescubrió el manuscrito de la letra, una crítica a los empresarios del capitalismo, los codiciosos, los materialistas. Y volvió a trabajar en la canción.
Sentado con la guitarra, su madre lo veía tararear la letra sin poder dar con uno de los versos, trabado buscando una rima para la línea siguiente a “En sus ojos algo está faltando” (In their eyes there’s something lacking). Louise, una curtida señora que siempre había apoyado la pasión del menor de sus hijos, espió por encima de su hombro y sugirió “Lo que necesitan es una condenada buena paliza” (What they need’s a damn good whacking).
No sería esta la única línea de la canción con la que George tendría problemas, porque meses después sería el propio John Lennon quien le brindara las palabras “Aferrando tenedores y cuchillos para comer la panceta”. ¿Cuál panceta? ¿La propia grasa de los cerditos?
Cuando llegó la hora de establecer el orden de las canciones en el disco doble, de manera jocosa Lennon y McCartney decidieron armar una especie de trilogía animal, y colocaron a “Cerditos” después de “Mirlo” y antes de “Rocky Mapache”.
Todo indicaba, explicó Charlie, que con Rocky Raccoon The Beatles también estaban enviando el mensaje subliminal que todo lo iba a cambiar. Proto-rap devenido en balada country, la canción narra la historia de las desventuras de un cowboy (el del título) que decide alojarse en la misma taberna donde están pasando una noche su esposa con otro tipo. Rocky entra en el cuarto de los amantes y antes de que saque su pistola es abatido. Un médico es traído, y al ser devuelto a su habitación en la taberna Rocky se encuentra con la Biblia de Gedeón en el cajón de la mesa de luz. (Una Biblia de Gedeón no es otra cosa que una Biblia común y corriente repartida en forma gratuita por los Gedeones Internacionales, originalmente una organización cristiano-evangelista norteamericana de viajantes de comercio que se tomaban el trabajo de dejar una Biblia de propia manufactura en cada hotel al que el trabajo los llevara, siempre con la leyenda “Este libro no será vendido”.) Rocky, en su embrutecimiento de cowboy, cree que se trata de una Biblia común y corriente propiedad de alguien llamado Gedeón, que se la dejó olvidada. “Gedeón dejó la habitación, y sin duda se la olvidó (a la Biblia) / para ayudar en el renacimiento del buen Rocky”, dice el final de la letra.
Pero Charlie podía leer entre líneas, y no se le escapaba que racoon es la forma más larga de denominar al animal en castellano llamado mapache. Animal al que también se lo puede llamar coon. Que asimismo es una palabra con un contenido emocional peyorativo, ya que se usaba por entonces para referirse despectivamente a una persona de raza negra, un equivalente al “negro de mierda” en el habla hispana. Y la Biblia estaba ahí, decía la canción “para ayudar en el renacimiento del buen Rocky”. Rocky Ra-Coon. Para ayudar en el renacimiento del buen negro norteamericano. Que volvería a tener el poder. Volviendo a la vida, resurgiendo de las cenizas.
Charlie dibujaba diagramas en la arena con un palo, mostrando paso a paso lo que todas estas canciones del Álbum Blanco de The Beatles revelaban.
¿Todos los presentes habían escuchado la canción Helter Skelter? Claro que sí. ¿Cómo olvidarla? Era, de hecho, la que Charlie con más frecuencia ponía desde que había llegado con el disco bajo el brazo. Imposible no notarla, imposible no electrizarse al escucharla. Era algo inexistente, un nuevo sonido que muy pronto tendría ocupados a muchos músicos y fanáticos de la música durante las siguientes décadas: el metal pesado. Charlie la ponía a todo volumen, pero eso no cambiaba mucho la euforia que producía escucharla. No lo sabían por entonces, pero la canción había sido en sus orígenes una pieza cuasi-atmosférica, con Lennon en el bajo acompañando una monótona batería de Ringo mientras Paul y George entrelazaban fraseos de guitarra, y la letra casi completa, aunque a veces Paul reemplazaba el estribillo que solo decía “Helter Skelter” por las palabras “hell for leather” (infierno para cuero).
Un helter skelter es una atracción de parque de diversiones inglés, una torre gorda y alta a cuya cima se accede por una escalera interna y desde donde el usuario se arroja por un tobogán que rodea en espiral la estructura central. También el nombre del juego suele usarse en Inglaterra en forma coloquial para definir situaciones de desorden o agitación, confusión. En los Estados Unidos es este último el sentido que se le da a la expresión, algo así como un “sálvese quien pueda”, y si bien la canción parecía hacer alusión a la torre con el tobogán, había una alegoría reconocida por el propio McCartney, su autor. El ascenso y la caída en un sentido histórico, social, político. Como en “la caída del Imperio Romano”. Una alusión a la destrucción y la muerte generalizadas. La muerte de una sociedad establecida.
Pero entonces McCartney había leído en la revista Melody Maker una entrevista a Pete Townshend, de The Who. El guitarrista aseguraba que la banda había grabado el tema más violento y pesado del rock. La canción en cuestión era I Can See for Miles, y cuando Paul finalmente la escuchó sintió no solo que la afirmación era una exageración, sino que él, el autor de baladas, podía superar el objetivo de I Can See for Miles.
Dos meses después, la canción elegida para subir al tope los amplificadores y perder el control en el estudio fue Helter Skelter, a la que los Beatles deformaron hasta alcanzar una violencia musical inédita. Con tanta furia y locura tocaron los cuatro que sobre el final de la versión final editada en su versión estéreo (la única que se consiguió por esos días en los Estados Unidos, en una época en que muchos discos tenían dos versiones, mono y estéreo, que solían diferir en detalles como este) puede escucharse a Ringo gritar “¡Tengo ampollas en los dedos!”. Y era verdad, se había lastimado con los palillos tocando con una intensidad que nunca antes había usado.
El final de la canción era más caótico aún que el resto, con la música atronadora que se iba y volvía en fade-outs y fade-ins, no sin que antes Charlie hubiera escuchado cuando Paul pregunta “¿Podés escucharme hablando?” Claro que podía escucharlo. Y lo había estado escuchando todo desde la primera vez. “Cuando llego al fondo vuelvo a la cima del tobogán” empezaba cantando Paul por encima de una guitarra chirriante. “Hasta que llego al fondo y te veo otra vez”. Porque ellos, los elegidos, él, y los Beatles, y ellas, las chicas, y los muchachos del rancho, todos iban a tener que irse al fondo cuando la confusión y el caos se desataran, cuando el “Helter Skelter” llegara. Y después saldrían a la superficie cuando todo hubiera pasado. “Decime, decime, decime, vamos, decime la respuesta”, le pedían los Beatles a Manson. Y no era para menos. Porque el “helter skelter” era inminente. Ni más ni menos que inminente. Por eso gritaba Paul en la canción “¡Cuidado! Porque acá viene ella”. Ella. La revolución. La confusión. La matanza.
Estaban en los últimos meses, o semanas o días, antes de que se terminara la sociedad tal como la conocían, seguía explicándoles Charlie. Faltaba poco. “Está bajando bien rápido”. El Helter Skelter. El Día del Juicio Final.
Y, por si a esta altura de la exposición no era evidente, lo que la banda inglesa estaba revelando y haciendo entender a millones de oyentes del disco en el mundo era la inminencia de la revolución de la raza negra, una revolución que se daría en las calles, con cualquier tipo de arma que la gente tuviera a mano. Los negritos contra los blanquitos. Negros matando a todos los cerditos burgueses.
Por eso The Beatles tenían no una, sino tres canciones llamadas Revolución. Dos estaban en el Álbum Blanco. Otra en el lado B del simple Hey Jude, editado tres meses antes del doble. Habían grabado una primera versión que duraba más de diez minutos, seis de los cuales eran ocupados por una coda (o un jam, si se prefiere) que, mientras la base musical seguía, incluía desde un Lennon algo intoxicado balbuceando y gritando cosas como “Right!” (¡Correcto!) hasta loops de sonidos manipulados y apropiaciones como un fragmento de la canción Awal Hamsa (Primer susurro) del cantante sirio Farid al-Atrash, pasando por un fragmento aleatorio del diario oral que por entonces Yoko Ono grababa en cintas magnetofónicas. La porción experimental fue retirada más tarde a instancias de John Lennon, quedando una canción de cuatro minutos a la que llamaron Revolution 1. Semanas después, y ante la insistencia de Lennon para que fuera usada como el próximo simple de la banda, McCartney y Harrison se opusieron. Optaron por Hey Jude, una nueva composición de Paul, y aceptaron como lado B una versión más rockera, rápida, corta y distorsionada de la canción (tan distorsionada que varios compradores del simple devolvieron sus copias a las disquerías, quejándose de que había algún problema con el sonido). Se tituló solo Revolution y vio la luz en agosto de 1968.
Cuando a fines de noviembre de ese mismo año se editaba el Álbum Blanco, tanto Charlie como el resto de los fanáticos se encontraron con la “nueva” versión de Revolution (Revolution 1) y con un extraño collage de cintas avant-garde de ocho minutos llamado Revolution 9, cuya relación directa con las anteriores no resultaba demasiado clara para quienes nunca hubieran escuchado la versión completa de Revolution 1. Revolution 1 abría el lado 4 del álbum (es decir, el 2 del segundo disco), y Revolution 9 aparecía como anteúltima canción del mismo lado, último del L.P. doble.
En Revolution 1 Manson no pudo evitar notar un detalle que, frente a la profusión de mensajes contenidos en la versión experimental (Revolution 9), en apariencia era menor. La letra de la versión del simple editado previamente (Revolution) decía, al hablar de los actuales movimientos sociales de protesta, “Pero cuando hablás de destrucción / No sabés que me podés dejar afuera” (Don’t you know that you can count me out). Pero, y aquí el detalle que no se veía incorporado en la hoja que el disco doble traía con las letras transcriptas, en Revolution 1, a la venta tres meses después que Revolution, Lennon cantaba una letra idéntica con excepción de una diferencia. Decía “No sabés que me podés dejar afuera – adentro” (Don’t you know that you can count me out – in). El mensaje era claro: The Beatles habían tenido sus dudas al respecto, pero ahora estaban dándole su bendición a la violenta guerra racial que se venía. Al Helter Skelter.
Y no le habría hablado Charlie a su clan de todo esto de no ser por lo que venía luego en la misma canción. “Decís que tenés una verdadera solución / Bueno, ya sabés / A todos nos encantaría ver el plan”. Ajeno al cinismo y al escepticismo que Lennon había volcado en la letra, Manson no dejaba de tener en claro que el verdadero deseo de The Beatles era que él decodificara el mensaje subliminal del disco y pudiera transmitirlo a aquellos caucásicos elegidos para sobrevivir al Helter Skelter.
Todas las anteriores canciones eran solo un preludio para el plato fuerte del disco. Donde el panorama se volvía explícito y claro. Donde podía ser oída la banda sonora de la guerra apocalíptica que se iba a desatar entre negros y blancos, la revolución negra, el último de los conflictos raciales, la suma de todas las guerras que hubiera habido en la historia de la humanidad.
Primero los cerdos blancos asesinando a millares de negritos. Dando rienda suelta a todo su racismo y a su supuesta superioridad. Pero lo único que iban a lograr era matar a los negros sumisos, a los “tíos Tom”, porque los musulmanes y los Panteras Negras iban a resistir y, privados del privilegio de acostarse con mujeres blancas como lo venían haciendo desde el Verano del Amor, responderían con una represalia pocas veces vista. La verdadera guerra que terminaría para siempre con la burguesía, con los blancos, con los cerditos. El Helter Skelter.
Lennon y Yoko, con ayuda de George, habían quitado la base musical de la coda desechada de Revolution 1 y se habían explayado incorporando más sampleos (música clásica pasada al revés, coros líricos, un par de porciones diminutas de tomas instrumentales de otros temas de The Beatles, el acorde final de la Sinfonía Nº 7 de Sibelius…), efectos de sonido (bocinazos, explosión, disparos, risas histéricas femeninas, vidrio rompiéndose, balbuceos de un bebé, fuego crepitando) y parlamentos recitados (John y George improvisando prosa sin demasiado sentido) hasta dar con una excelente pieza de musique concrète.
El principal residuo de la coda de la versión original de Revolution 1 presente en Revolution 9 era la voz de Lennon gritando “Right!” (¡Correcto!). Pero al igual que Bob Dylan creía que los Beatles fumaban marihuana porque había entendido que decían “I get high” (Me coloco) en vez de “I can’t hide” (no puedo esconder) en I Want to Hold Your Hand, Charlie entendió “Rise!” (¡Levántense!) en lugar de “Right!”. John, como Paul en Blackbird, estaba dando la orden para que los negritos se levantaran en armas contra el hombre blanco, el cerdo. Para que empezara el Helter Skelter.
Con el nombre Vicars Poems (Poemas vicarios) estaba rotulada la cinta de prosa sin sentido que habían grabado Lennon y Harrison para la ocasión (muy afín a los resultados del cut-up de W.S. Burroughs o la escritura automática de Austin Osman Spare). De la mezcla de Revolution 9 Charlie había escuchado emerger las voces de los dos Beatles. No todo era inteligible. Pero había mensajes indiscutibles. Algunos evidentes para cualquier oído, otros de tipo subliminal dirigidos a él desde el otro lado del Atlántico. Entre los primeros estaban cosas como “¿Quién tiene que saberlo?” o algo que podía ser George diciendo “…upon the telegram” (sobre el telegrama) o bien “the plan, the telegram”, o “the phone, the telegram”, pero que Manson decodificó como “Charlie, Charlie, mándanos un telegrama”. Y también “…only to find the night-watchman unaware of his presence in the building” (solo para encontrarse con el guardián nocturno ignorando su presencia en el edificio) y “…thrusting it between his shoulder blades” (clavándolo entre sus omóplatos). Pero también Charlie podía escuchar cómo, promediando los dos minutos, John decía “lots of stab wounds” (cantidades de heridas de cuchillos).
También había logrado detectar la conexión entre las canciones de las que les había estado hablando (Mirlo, Cerditos, Rocky Mapache, Sálvese quien pueda y Revolución 1) y esta. Podía percibir, diseminadas, las notas o los ruidos con que terminaban esas cinco canciones. Por ejemplo, los guarridos al final de “Cerditos”. Charlie los escuchaba inmediatamente junto a los disparos de una ametralladora (que sí son perfectamente audibles). Casualmente, el mismo Lennon había sido quien no solo se había encargado de buscar en la biblioteca de efectos de sonidos de la EMI los gruñidos de cerdo para “Cerditos”, sino quien había agregado algunos de su propia boca.
Revolution 9 termina con una multitud de fanáticos del fútbol americano gritando repetidamente “Hold that line!” (algo así como ‘¡que no pasen!’), y después, unas cuantas veces más, “Block that kick!” (¡bloqueá ese saque!). Los cánticos de hinchada provenían de una serie de discos con efectos de sonido que por entonces había editado la discográfica Elektra. Y Charlie, así como había entendido “right” (rait) por “rise” (rais), en este caso creyó escuchar “dick” (pija) en lugar de “kick” (patada, tiro, saque, pelotazo). La multitud quería bloquear esa pija. ¿Qué pija? El falo gigante de los negros. Los hombres blancos habían hecho todo lo posible por mantener durante siglos a todas esas vergas negras alejadas de sus mujeres blancas, para evitar la mezcla de razas (y Charlie los creía en lo cierto, porque a nada bueno podía llevar eso, sino Dios nos habría hecho de color gris, explicaba). Y ahora venían todos esos negritos a acostarse con las hippies blancas. El hombre blanco no iba a permitirlo. Y eso le iba a costar caro.
Pero el leitmotiv y origen del título de Revolution 9 estaba constituido con las dos palabras que se oían al principio: “Number nine”. Cuando George había estado revisando en la biblioteca de los estudios de la calle Abbey, buscando material para esta “canción” de John, había agarrado un carrete de cinta contenido en una caja con el número 9. Era solo una de las cintas que producía la Academia Real de Música para probar las máquinas grabadoras. Y que empezaba con la voz de un técnico de sonido anónimo anunciando “Este es el número nueve de las series de prueba de EMI”. No era más que parte del material que Lennon cortó en pedazos para armar loops (porciones de cinta unidas por sus extremos que repiten una y otra vez determinados sonidos, ruidos o una melodía). Y cuando apareció ese fragmento repitiéndose una y otra vez (“número nueve… número nueve…”), fue automáticamente apropiado por Lennon, quien había nacido un nueve de octubre, había vivido sus primeros meses de vida en el número 9 de la calle Newcastle de Liverpool y tenía al dígito por número de la suerte. La voz del técnico entra y sale en oleadas, una y otra vez, durante toda esta pieza de musique concrète que inmortalizaría el Álbum Blanco.
Y he aquí la clave que los Beatles habían dejado para que Charlie decodificara. Ellos querían que llevara sus ojos hacia la Biblia. Como Rocky Racoon con la Biblia de los Gedeones. ¿Y a qué parte de la Biblia? Era fácil. Al Apocalipsis. El Libro de la Revelación, como se lo denomina en la Biblia de la traducción del Rey James que Charles Milles Manson leía en la cárcel. Revolución. Revelación. Todo cuadraba. En especial si leían el capítulo 9 de ese libro de la Biblia. Revolution 9. Revelation 9. El capítulo que revelaba los detalles del Helter Skelter, el Armagedón que se aproximaba.
En las paredes de una cueva en la isla griega de Patmos, Juan el Revelador, un profeta judeo-cristiano desterrado por el Imperio Romano después de sobrevivir a una condena a muerte (el martirio por inmersión en aceite hirviente), había descrito en el siglo I de nuestra era las alucinaciones que más tarde serían plasmadas en el Apocalipsis. Y eso incluía a los eventos que contendría el capítulo 9 del texto canónico.
En medio de su mal viaje, Juan había visto caer una estrella a la tierra. La caída del astro obedecía al toque de trompeta del quinto de los siete ángeles encargados de provocar las catástrofes que desata la apertura del séptimo sello de un rollo de papiro que un cordero con siete ojos y siete cuernos, inmolado, manipula desde las inmediaciones del trono celestial de la visión de este profeta desterrado. Este quinto ángel, les explicó Charlie esa noche en el rancho Myers, no era otro que él mismo. Porque los cuatro ángeles anteriores era los mismos Beatles, que desatarían las anteriores catástrofes. A él, a Charles Milles Manson, el quinto ángel, le sería dada la llave del pozo del Abismo. Estaba todo en la Biblia. Desde el primer versículo del capítulo 9 del Apocalipsis. El Abismo era el Pozo sin Fondo que buscarían pronto, muy pronto. Y donde encontrarían refugio los elegidos durante el Helter Skelter. Charlie los guiaría.
Porque el Helter Skelter tendría su punto de partida, su epicentro, en la ciudad de Los Angeles. Del gueto afroamericano de Watts, en el sur, saldrían bandas furtivas que se meterían en las lujosas casas que los cerdos tenían en Beverly Hills, Los Feliz, Hollywood, Chatsworth o Bel Air. Serían incidentes aislados, pero cada uno dejaría una fuerte conmoción en la sociedad más acomodada. Cerdos y cerdas cosidos a puñaladas, mutilados, con su sangre usada para escribir consignas elocuentes en las paredes de las mansiones.
Y ese sería el punto de partida para la primera de las masacres que presagiaba Revolution 9, la de los blancos perdiendo la cabeza y entregándose al exterminio de los negros de la ciudad. Serían miles las bajas en la raza, pero no podrían con la verdadera raza negra, la de los musulmanes y los Panteras Negras. Estos negritos estarían ocultos esperando su turno, recalcitrantes, alimentándose de todo el odio y el rencor que este nuevo ejemplo de injusticia les estaría provocando.
Para entonces, la sociedad blanca ya estaría dividida entre los que apoyaban la masacre de los negritos y los que no. Hippies y liberales de todos los estados del país empezarían una guerra civil que haría palidecer de inferioridad y vergüenza a la Guerra de Secesión. Los hijos de los conservadores se volverían contra sus padres racistas, y los padres responderían con más violencia. La policía no tendría ningún tipo de excusa para contener sus impulsos asesinos. Los Angeles para entonces estaría envuelta en llamas apenas aplacadas por los ríos de sangre que correrían por calles y veredas. Como lo decía la Biblia, serían “días en que buscarán los hombres la muerte, y no la hallarán; y desearán morir, pero la muerte huirá de ellos”. Y cuando los negritos entraran en escena aprovechándose del espectáculo orgiástico que los blanquitos estarían dando… Helter Skelter. El karma se daría vuelta como una moneda. El Apocalipsis de todos los Apocalipsis, donde “una tercera parte de los hombres” sería exterminada. Este particular número de decesos que brindaba el capítulo 9 tenía lógica: un tercio del mundo estaba constituido por la raza amarilla, otro por la raza negra, y el último por los blanquitos, que serían borrados para siempre cuando los negritos matasen a los sobrevivientes del choque entre liberales y conservadores.
Con la excepción, claro está, de ellos. Los elegidos. Los que se ocultarían en el Pozo Sin Fondo del Valle de la Muerte. Los que estaban esa misma noche ahí sentados, mirando el fuego y escuchando las palabras de Charlie. Correrían por el desierto en dune buggies, los areneros que mediante el robo de autopartes fabricarían. Vehículos livianos y todo terreno. Habría uno para cada hombre, y los equiparían con monturas para las ametralladoras que las chicas manipularían paradas detrás de los asientos. Un ejército entero, similar al de los tanques nazis de las Afrika Korps en el desierto de Libia durante la Segunda Guerra Mundial. Que no era otra cosa más que las langostas que parecían caballos aparejados para la guerra en el capítulo 9 de la visión de Juan.
Como en la canción del Álbum Blanco, la felicidad sería un revolver caliente, y esquivando los bang-bangs y los shoot-shoots ellos saltarían por los aires en los areneros, entrando y saliendo del Valle de la Muerte para rescatar a los bebés blancos que fueran quedando huérfanos. Habría también un ejército de doscientos millones de jinetes preparados para ayudar en la batalla. Para eso, las chicas tendrían que ayudar atrayendo con sus cuerpos a la mayor cantidad de bandas de motoqueros que tuviera Los Angeles.
El capítulo 9 del Apocalipsis también hablaba de langostas que recibían el poder que tenían los escorpiones. Porque la Biblia decía “langostas”, y los Beatles eran escarabajos (beetle en inglés), y entre las langostas y los escarabajos, afirmaba Charlie, y nadie se atrevió a objetarlo, no había la más mínima diferencia. El poder que recibirían era el suyo, ya que él había nacido bajo el signo de Escorpio. Que además se detallara en el texto bíblico que el cabello de las langostas “era como el de las mujeres” dejaba confirmado que se estaba aludiendo a los Beatles. Los cuatro ángeles mencionados en el versículo 15 del capítulo.
Dentro del Pozo Sin Fondo, del Abismo, Charlie y su gente vivirían ocultos hasta que la guerra de todas las guerras terminara. Para entonces, se habrían multiplicado hasta alcanzar la cifra total de 144.000 personas. Y emergerían del escondite cuando los negritos, tomando conciencia de que eran incapaces de gobernar el mundo, recurrieran a Charles Manson, que no era más que Jesucristo, el viejo J.C., en su regreso después del fin del mundo. No había duda de que, habiendo sido (en palabras de Charlie y sin mayor lógica o explicación) la última raza en evolucionar, los negros habían nacido para servir al blanco. Y eso se perfeccionaría cuando “el viejo J.C.” tomara el mando y se reinstaurara la dominación blanca. Gustosos los negritos serían desde presidentes de naciones hasta meros empleados como ahora lo eran, pero siempre en calidad de servidores de los nuevos blancos.
Alguien quiso esa misma noche saber dónde estaba el Abismo que los cobijaría del Apocalipsis.
Entonces Charlie les explicó que había un lugar, y que ese lugar necesariamente tenía que estar en el Valle de la Muerte, porque la Biblia bien decía que “Aunque camine por el valle de la sombra de la muerte, no le temeré al mal”. Y eso tenía lógica, porque los negritos evitaban el sol infernal del desierto, que es el mismo sol bajo el cual se volvieron negros, y ahora preferían estar en la sombra de las ciudades. Jamás durante el Helter Skelter los negritos iban a internarse en el desierto de Mohave a buscarlos. Les aseguró además que era en el Valle de la Muerte donde se ubicaba el punto más profundo al que se podía llegar dentro del planeta, el centro de la Tierra.
Corría una falla por el Valle, y todo indicaba que si alguno de los terremotos pasados había abierto la tierra, ellos podrían llegar a la entrada del Pozo Sin Fondo. Y si no era por esa grieta, sería alguna de las minas abandonadas de la cadena de montañas Panamint. La misma canción Helter Skelter tenía cifrado un mapa que, hasta donde Charlie sabía, contenía una ruta secreta que iba por el Cañón del Diablo, que empezaba en la autopista que pasaba por el rancho Spahn y llevaba hasta la puerta secreta del Abismo.
Otra opción la daba la canción Glass Onion (Cebolla de vidrio), también del Álbum Blanco. El final de la canción decía: “Bueno, acá hay otro lugar en el que pueden estar / Escúchenme a mí / Arreglando un agujero en el océano / Tratando de hacer un porro con cola de paloma / Mirando a través de una cebolla de vidrio”. El agujero en el océano era un lago subterráneo del Valle de la Muerte en el que varios buzos tácticos del gobierno habían desaparecido durante sucesivas exploraciones. Sería sencillo detectar el lugar, porque el gobierno había hecho poner una cerca de alambre de púa a su alrededor para evitar más desapariciones. La cebolla de vidrio por la que mirarían era la puerta que se abriría en el lago para dejarlos pasar.
Y entonces bajarían usando una larga soga. Una como la que Charlie había comprado en Santa Mónica días atrás en un local de venta de equipos para escalar montañas. ¿Y qué encontrarían al final de la soga?
Debajo del desierto, en ese exacto punto, estaba la ciudad de El Dorado. Esa que tanto habían buscado los conquistadores españoles, una ciudad conteniendo enormes cantidades de oro. De hecho, estaba hecha íntegramente de oro. ¿Y que cómo lo sabía a eso Charlie? ¡Estaba en la música! ¡Los Beatles lo decían! ¡Cualquier podía escucharlo! En Revolution 9 podía escucharse a los seis minutos y medio a John Lennon diciendo “El watusi, el twist”, y a George Harrison agregando inmediatamente “El Dorado”.
La tierra de la leche y la miel en la que pensaban los inmigrantes no podía siquiera compararse con la ciudad de oro del Pozo Sin Fondo. Ahí no había sol ni luna, y no hacía falta tampoco, porque todo lo que necesitaban lo tendrían, desde fuentes de chocolate derretido hasta árboles que daban un fruto diferente en cada mes del año. No hacía frío ni calor, y tendrían luz suficiente y toda el agua cristalina que necesitaran para tomar y bañarse.
Días de inquietud en aumento siguieron a la noche del Año Nuevo de 1969. Charlie se fue a Los Angeles, y el 10 de enero llegó la orden de mudarse casi todos a una casa que habían encontrado en el distrito de Canoga Park, en el número 21019 de la calle Gresham, a menos de 20 minutos del rancho Spahn. La propiedad tenía dos pisos y un ático, cuatro habitaciones, dos baños, cocina, una enorme sala de estar, un garaje amplio y un patio trasero con varios establos. Era el lugar ideal para instalar un taller mecánico y preparar todos los areneros y las motocicletas que necesitarían para desplazarse durante la guerra. La casa estaba pintada por fuera de amarillo y acababa de ser bautizada por Manson como “El submarino amarillo”, como la canción del disco Revolver de The Beatles, que ahora era una película de dibujos animados con un disco recién editado como banda sonora.
Se suponía que era el lugar ideal para que el clan iniciara los preparativos para el advenimiento del Helter Skelter que, como bien decía la canción, se venía en picada, y rápido. Había toda una serie de códigos para entrar y salir del Submarino Amarillo, y una continua vigilancia desde las ventanas.
Tenían que hacerse de autopartes, armas de fuego y de dinero, mucho dinero. El clan robaba desde efectivo, tarjetas de crédito y cheques de viajero hasta cosas varias que pudieran ser revendidas, pasando por todo tipo de vehículos motorizados para desmantelar. En su afán, terminarían robando material tan inverosímil como un camión de la NBC-TV lleno de equipos de filmación que fascinaron a Manson.
Con los primeros ingresos monetarios importantes vino la principal de las inversiones logísticas: la compra de una cantidad de mapas topográficos de diversos tamaños, por un valor de 300 dólares. Charlie se puso manos a la obra, descifrando las claves que la canción Helter Skelter contenía. Sin la ruta de escape al Pozo sin Fondo no habría manera de cumplir con los designios de los Beatles.
Habían cubierto el piso del ático con colchones para usarlo de cuarto comunal. Y también de nido de amor para todos los motociclistas que acudían a la casa buscando sexo con las chicas de Charlie. Usando sus dotes de proxeneta, a Charlie le gustaba, cuando tenía la casa llena de motoqueros, sacar una vara mágica y señalar al azar a una de las muchachas, que sin mediar palabra empezaba un strip-tease. Cuando ya estaba por completo desnuda, Manson señalaba con la vara a uno de los invitados y muy presta la elegida lo complacía con sexo oral. Todo indicaba que el brazo armado de Charles para el Helter Skelter iba a terminar conformado por los motoqueros que se hacían llamar Straight Satans, pero de alguna manera no lograba que estos se quedaran con ellos más de un par de días.
Por esos días Bobby Beausoleil, el guitarrista oficial del clan, había conseguido un trabajo como chofer de la Gerard Theatrical Agency, una agencia de “talentos” del Sunset Boulevard que proveía actrices y actores para fotos y películas pornográficas y bailarinas desnudistas para clubes nocturnos. Con Sadie a la cabeza como bailarina a gogó veterana, Charlie llenó una camioneta de chicas y las envió a Jack Gerard para su contratación. Gerard criticó el aspecto de las muchachas y no quedó muy convencido. Así que Manson se encargó él mismo de la promoción de las jóvenes, porque el Helter Skelter seguía acercándose y era perentorio seguir generando ingresos para la organización del escape al desierto.
Fue por entonces que algunas de las muchachas Manson terminaron envueltas en la filmación de una película pornográfica que intentó producir y dirigir el actor Marvin Miller, la voz en off del film mondo italiano Macabro (1966), quien por entonces se había asociado con el productor Matt Cimber, tercer esposo de la bomba sexual recientemente fallecida Jane Mansfield. Ambos estaban incursionando en el porno, e incluso el primero terminaría a comienzos de la década siguiente sentando un precedente ante la Corte Suprema de los Estados Unidos en un caso sobre obscenidad que lo tuvo como acusado de distribuir material pornográfico por correo.
La película en cuestión se filmó en una propiedad alquilada de Malibu, en el número 2600 de la calle Nicholas Beach. La mayoría de las escenas tenían lugar al aire libre, junto a una pileta de natación, y las quejas de los vecinos hicieron que la propietaria (una tal Señora Gibson) desalojara al equipo de filmación y sin que pudiera ser terminada la película. Parece que Charlie estaba supervisando de muy cerca el trabajo de sus chicas, y entre los escándalos que habían rodeado al rodaje estaba un altercado en el que el proxeneta estaba sospechado de cortarle el brazo a alguien con el machete ensangrentado que más tarde fue encontrado en la locación.
19. Lo Haré y Pastel de Miel: la visión se completa:
El invierno avanzaba, y febrero de 1969 fue el mes en que se vio completada la profecía que los Beatles querían que Charles Milles Manson decodificara y revelara, para que nuevos blancos jóvenes se unieran al grupo original de elegidos y asumieran su posición en el Helter Skelter.
Siguiendo el pedido que los Beatles habían lanzado desde Revolution 9 (“Charlie, Charlie, mándanos un telegrama”), Manson había detectado otro detalle en el Álbum Blanco: en la canción Honey Pie Paul decía “sail across the Atlantic” (navegá cruzando el Atlántico). Tenían que comunicarse de alguna manera con los Beatles para arreglar todos los detalles para el arribo de la banda a California, para que pudieran reunirse con ellos en el Valle de la Muerte y bajar al Pozo Sin Fondo.
Con ayuda de las chicas, Manson envió una carta tras otra y un telegrama tras otro a toda dirección postal que pudieran averiguar que guardaba algún tipo de relación con la banda inglesa. Al menos en tres oportunidades lograron ponerse en conferencia telefónica con Apple Corps, la compañía discográfica de The Beatles, pero estos intentos fueron descartados por los empleados de Apple, acostumbrados al acoso de fanáticos y/o dementes varios.
Pero entonces Charlie reparó en otro detalle de Honey Pie, que lo llevaría a volver el oído a otras dos canciones. En Honey Pie también decía Paul “Come and show me the magic / of your Hollywood song” (Vení y mostrame la magia de tu canción hollywoodense). Y eso concordaba con lo que también decía John en Revolution: “You say you got a real solution / Well, you know / We’d all love to see the plan” (Decís que tenés una solución real. Bueno, ya sabés. A todos nos encantaría ver el plan). Y ¿cuál era el plan? I Will daba la respuesta. “And when at last I find you / Your song will fill the air / Sing it loud so I can hear you” (Y cuando al fin te encuentre, tu canción llenará el aire, cantala fuerte así puedo escucharte), decía Paul.
Era claro. El Álbum Blanco plantaba la semilla, allanaba el camino, dejaba las cosas a punto para la revolución, cargaba el arma. Pero era la tarea de Charlie y su gente la de apretar el gatillo, como lo pedía Lennon en Happiness Is a Warm Gun. Tenían que grabar un disco. Un disco lleno de canciones plagadas de mensajes subliminares dirigidos a cada grupo humano que tuviera que cumplir un rol en el Helter Skelter. Que pusiera en guardia a la juventud blanca para que se uniera a los futuros amos del planeta. Que diera las instrucciones necesarias a los negritos. Sería el álbum que descorchara la botella. ¿Y quién sería el indicado para producir este disco que a todos debía llegar, alcanzando el éxito en las listas de venta y catapultando a Charles al éxito musical antes de que todo se fuera al carajo? La respuesta siempre había sido Terry Melcher. ¿Quién otro? Era un productor de moda, estaba lleno de plata, era hijo de una famosa (Doris Day), ya conocía el talento del exconvicto y tenía todos los contactos en el ambiente artístico, casi tantos como los mismísimos Beach Boys. Nadie mejor que él.
Mientras los areneros recién fabricados con autopartes de vehículos desguazados se acumulaban en el patio del Submarino Amarillo antes de ser transportados a alguno de los tres ranchos, Charlie pasaba los días sentado en la sala de estar componiendo las nuevas canciones que los Beatles pedían. Había que admitir que las canciones se parecían demasiado a algunas del Álbum Blanco, y por momentos distaban de ser sutiles en su mensaje, con versos como “Va a ser mejor que tengas listo tu arenero”.
Los esfuerzos por recaudar fondos para los preparativos para sobrevivir al Helter Skelter incluyeron la inauguración de un club nocturno en el mismísimo rancho Spahn.
A comienzos de marzo de 1969, las cuatro caras del Álbum Blanco sonaban una tras otra a todo volumen dentro de uno de los sets de filmación abandonados que daban a la ruta Santa Susana, un saloon cuyas paredes internas habían sido pintadas de negro (con excepción de un mural que describía el escenario del Apocalipsis próximo) y cubiertas de carteles con letras del disco doble de The Beatles. El techo había sido bajado usando un paracaídas desplegado y todo era iluminado con luces negras. Era el Helter Skelter Club, y todos eran bienvenidos a colaborar dejando sus donaciones en un jarrón que habían puesto en un rincón.
Podías tomar algo, fumar algo, e incluso comprar algo de ácido. Y bailar, claro. También Sadie hacía algunas de sus danzas a gogó y a veces, cuando venía, Charlie tocaba algunas de sus nuevas canciones.
Pero a mediados de marzo llegó la policía, descubrió que no tenían licencia para tener abierto el club y el viejo y ciego George Spahn los obligó a cerrarlo. Manson ordenó entonces el regreso de todos al Submarino Amarillo, y al mismo tiempo adquiría dos certezas: que el disco que desataría el Helter Skelter ya estaba en condiciones de ser grabado, y que no les quedaba mucho más tiempo. Ese mismo verano empezarían las masacres aisladas en casas particulares, las que desatarían la locura del Helter Skelter.
Se invitó a Terry Melcher al Submarino Amarillo, se limpió la sala de estar y se organizó una cena bien opípara, que las chicas prepararon con esmero. Después de comer, fumarían marihuana, tomarían ácido y le mostrarían al productor estrella todo el material que Charlie había estado componiendo, convenciéndolo para que les consiguiera el tan ansiado contrato de grabación. Lo esperaron armando porros hasta muy tarde, pero el productor, como buen cerdo que era, nunca apareció.
21. Hay una mala luna en el firmamento:
Antes de que terminara marzo, Charlie había encontrado una mansión desocupada en las colinas de Mulholland, por sobre el cañón de Malibu, una que había estado alquilando la banda Iron Butterfly, con vista al mar. No dudó en romper una cerradura y usurparla con parte de su gente. En el rancho Spahn solo había quedado Squeaky, en calidad de concubina del viejo, pero ya era hora, le gustara a él o no, de que el clan poco a poco volviera a tener un control total de ese cuartel general: al fin y al cabo, la principal ruta para escapar hacia el desierto pasaba por ahí. En los otros dos ranchos, Barker y Myers también había gente de Manson, y un par de chicas seguirían viviendo por ahora en el Submarino Amarillo. Eran cuatro bases nada desdeñables, si se lo miraba desde la óptica del propio Charlie: les daba acceso tanto al desierto como al mar, porque ahora no había que olvidar la remota posibilidad de que el Pozo Sin Fondo surgiera del “agujero en el océano” que mencionaba Glass Onion, y de que ese agujero estuviera literalmente en el océano Pacífico.
Por entonces Charlie ya había empezado a celebrar rituales en los que todos. drogados con ácido, se reunían alrededor de una silla e imaginaban a un cerdo burgués maniatado, secuestrado, e instigados por el exconvicto fantaseaban por turno con las cosas sangrientas que le harían.
Ya había llegado el verano y todavía no había señales del Helter Skelter. Charlie estaba bastante inquieto. Grabar el disco que los Beatles pedían ya no era una opción. Y los negritos eran tan estúpidos que parecía que iban a tener que mostrarles cómo se hacía para hacer enojar a la sociedad blanca. Definitivamente el negro no era más que un mono vestido con la ropa de un blanco. Solo sabía hacer lo que le había enseñado el blanco.
Una vez, Charlie le había preguntado a un compañero de celda: “¿Cómo es la nieve?”. Y el otro se había pasado meses intentando explicarle con palabras cómo era la nieve. Pero por más que le dijera que era como agua hecha crema helada, Charlie jamás iba a poder entenderlo. No al menos hasta que la viera y la tocara. Porque, como le explicaba a su gente en esas noches de junio de 1969: “No podés comunicar ciertas cosas con palabras. Solo con acciones”. Había sido por eso que el viejo J.C. había hecho tantos milagros. Y era por eso que, si no pasaba nada, ellos mismos iban a tener que salir y enseñarles a los negritos cómo masacrar cerdos.
Siempre en la carrera por recaudar fondos, Tex Watson había decidido usar sus dotes de dealer de poca monta y había estafado a un colega negro apodado Lotsapoppa. A cambio de 2500 dólares le había vendido 25 kilos de marihuana que no tenía. Lotsapoppa montó en cólera y echó a correr la voz de que iba a matar a todos en el rancho Spahn si no le devolvían la plata.
El primero de julio de 1969 Charlie fue a visitarlo a su departamento para arreglar las cosas y se fue después de pegarle un tiro en el pecho. La noticia al día siguiente del cadáver de un Pantera Negra hallado por la policía en la ciudad le confirmó tanto la muerte como la pertenencia de Lotsapoppa a la organización radical de la comunidad negra local. Eso no hizo más que aumentar la paranoia en las bases de los elegidos por The Beatles, y en los ranchos eran continuos los turnos y los recorridos de las guardias armadas a la espera de un ataque preliminar que nunca llegaría a ocurrir: Lotsapoppa había sobrevivido, y ni siquiera había pertenecido jamás a los Panteras Negras.
Antes de fin de mes Manson decidió que era hora de que encontraran de una vez el Pozo Sin Fondo en el Valle de la Muerte. También fue antes de fin de mes cuando Bobby Beausoleil mató a cuchillazos a otro músico, Gary Hinman. Gary, además de ganarse la vida dando clases de música, cocinaba metanfetamina en su casa de Topanga Canyon. Pero lo que esta vez le había comprado Bobby era mezcalina, que después había revendido a los Straight Satans, la banda de motoqueros. Estos querían deshacer el trato después de comprobar que la droga había sido cortada nada menos que con estricnina. Había sido un negocio de más de mil dólares, así que Bobby, con ayuda de dos chicas y otro miembro del clan, torturaron durante dos días a Gary en su propia casa para que los indemnizara. Charlie había hecho una aparición, cortándole una oreja, y cuando más tarde el pobre músico fue rematado, su sangre fue usada por su asesino para dibujar en una de las paredes una huella de felino (el logo de los Panteras Negras) y escribir al lado POLITICAL PIGGY (cerdito político).
Bobby sería arrestado por los “blue meanies” (los esbirros azules, como por esos días el clan llamaba a la policía, en alusión a los villanos de la película Yellow Submarine) en la primera semana de agosto. Cargaría con una condena a muerte que se conmutaría a cadena perpetua. (En 1984, personal de la Colonia Penitenciaria para Hombres de California detectaría en el correo de Bobby un sobre con correspondencia para una empresa llamada B & B Enterprises, conformada por él y la mujer con quien se había casado en prisión, Barbara Baston. Entre los papeles había pedidos detallados de pornografía infantil en revistas y películas. Todo indicaba que B & B Enterprises mediaba entre productores y consumidores de una red de pedofilia.)
Al enterarse del arresto de Bobby, Charlie desapareció por unos días. Regresó al rancho Spahn con la certeza de que había llegado la hora de mostrarle a los negritos cómo tenían que dar comienzo al Helter Skelter. Porque había llegado la hora.
22. Todos los cerdos deben morir:
En la madrugada del 9 de agosto de 1969 Tex Watson, Sadie Mae Glutz, Katie y Linda Kasabian irrumpieron en el número 10050 del callejón sin salida llamado Cielo Drive, en el barrio angelino de Benedict Canyon. Era una mansión en la que había vivido Terry Melcher hasta enero de ese año. Ahora vivía Sharon Tate, la actriz casada con el director de cine Roman Polanski y embarazada de siete meses.
Sharon fue apuñalada dieciséis veces. Y un destino similar corrieron los amigos que esa noche en la casa estaban. Jay Sebring, peluquero de renombre, recibió un tiro de revolver, patadas que le rompieron la nariz y le reventaron un ojo y fue apuñalado siete veces. Abigail Folger, hija de un comerciante millonario, murió después de 28 puñaladas. Su novio, el polaco, amigo de Polanski, Wociech Frykowski, recibió 51 heridas similares, y dos tiros.
Aunque el primero en morir, acribillado, había sido un adolescente llamado Steve Parent, que estaba dejando el lugar en su auto después de visitar al cuidador de la propiedad, que no llegó a enterarse de nada hasta el día siguiente.
Sadie, antes de irse, tomó una toalla y escribió con la sangre de Sharon Tate la palabra PIG (cerdo) en la puerta de entrada de la casa.
En la madrugada siguiente, Manson entró en una casa del barrio Los Feliz, mientras en el auto lo esperaban algunos miembros del clan. Vivía en la finca el matrimonio de Leno y Rosemary La Bianca, dos comerciantes. Charlie los dejó atados antes de entregarlos a Tex Watson, Leslie Van Houten y Katie e irse con el auto y el resto de los acompañantes.
La señora LaBianca recibió 41 puñaladas, algunas post mortem. Su esposo fue herido 12 veces con una bayoneta y después Katie lo atacó con un tenedor para tronchar carne. Escribió la palabra WAR (guerra) en el prominente vientre de la víctima y dejó clavado el tenedor sobre la letra W. Agregó el detalle de un cuchillo también clavado, esta vez en el cuello.
Después, usando la sangre del infortunado, escribió RISE (levántense) y DEATH TO PIGS (muerte a cerdos, SIC) en diferentes paredes internas, y HEALTER SKELTER (Helter Skelter mal escrito) sobre la puerta del congelador de la heladera.
23. Epílogo: ¿Todos los niños buenos van al cielo?:
El 16 de agosto de 1969 varios miembros del clan, incluido Charles Milles Manson, fueron detenidos durante un allanamiento que la policía hizo en el rancho Spahn buscando vehículos robados. Todos fueron liberados días después, y la búsqueda del Pozo Sin Fondo en el Valle de la Muerte se reanudó cuando a fines de septiembre se produjo una retirada masiva al rancho Barker.
El primero de octubre alguien llegó al rancho Barker con una copia para la prensa del nuevo disco de The Beatles, Abbey Road, que apenas estaba llegando a las disquerías ese mismo día. Todos lo escucharon ansiosos en un tocadiscos a pilas, buscando las noticias y directrices que la banda les estaría mandando desde Inglaterra.
Mientras tanto, en el rancho Spahn habían quedado ese otoño, rezagados, tres muchachos y tres chicas del séquito de Charlie. Las chicas eran Country Sue, Cappy y Collie.
Una tarde, aburridas, Country Sue y Collie se pusieron a decorar con pinturas de colores la puerta de un armario en el remolque donde solía vivir Juan. Juan, de apellido Flynn, era un cowboy panameño que oficiaba como peón de George Spahn. Escribieron:
HELTER SCELTER IS COMING DOWN FAST (El Helter Scelter -SIC- se viene en picada pronto)
HI COLLIE I LOVE YOU (Hola, Collie, te amo)
LOVE (amor)
PEACE (paz)
ELVES (duendes)
NOTHINGNESS (nada)
1, 2, 3, 4, 5, 6, 7 — ALL GOOD CHILDREN (Go to Heaven?) (1, 2, 3, 4, 5, 6, 7 — TODOS LOS NIÑOS BUENOS (¿van al cielo?))
Esta última inscripción, parte de una rima infantil inglesa cuyo origen se remonta a fines del siglo XIX, había sido tomada casi textual de la coda de una de las canciones de Abbey Road compuesta por Paul McCartney, You Never Give Me Your Money (Nunca me das tu dinero). La rima original, una versión temprana de la más conocida rima de sorteo “eenie meanie miney moe”, decía:
Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete
Todos los niños buenos van al cielo
Algunos vuelan al este
Algunos vuelan al oeste
Alguno vuela sobre el nido del cuco.