El Embajador del Miedo (The Manchurian Candidate)

En un mundo lleno de asesinos

Por Emiliano Fernández

Realizada y estrenada entre dos de los acontecimientos cruciales de la Guerra Fría, de la historia contemporánea norteamericana y del devenir del mundo en general durante aquella agitada década del 60, nos referimos a la Crisis de los Misiles de Cuba de octubre de 1962, motivada por el descubrimiento de proyectiles soviéticos de alcance medio en la isla del Mar Caribe que en esencia duplicaban una amenaza estadounidense previa vía una serie de misiles yanquis apostados en Turquía y la República Federal de Alemania, y el asesinato de John F. Kennedy del 22 de noviembre de 1963, suceso ocurrido en Dallas, en el estado de Texas, y atribuido a pura controversia a un único francotirador, Lee Harvey Oswald, a su vez a posteriori asesinado por el mafioso de muy poca monta Jack Ruby, El Embajador del Miedo (The Manchurian Candidate, 1962) es verdaderamente una de las películas más fetichizadas de la historia del cine y con justa razón, no sólo por tocar aquella fibra sensible de su tiempo, un zeitgeist vinculado a la paranoia más violenta y apocalíptica de la mano del peligro que representaba para la humanidad -y todavía representa- la proliferación de armamento nuclear en manos de los desquiciados varios de las cúpulas gubernamentales del Oeste y el Este. En el análisis también hay que considerar que la mítica odisea de John Frankenheimer es una de las realizaciones por antonomasia de diversos rubros hermanados como por ejemplo las obras centradas en conspiraciones políticas y sociales, gremio en el que luego brillarían directores de la talla de Alan J. Pakula y Sidney Lumet, los convites acerca del lavado de cerebro vía hipnosis y/ o tortura en términos del viejo arte de crear “agentes durmientes” para activarlos cuando se desee, pensemos en este caso en aventuras como Archivo Confidencial (The Ipcress File, 1965), de Sidney J. Furie, y Telefon (1977), opus de Don Siegel, las siempre populares películas de magnicidios, esas que van desde la ultra seriedad de El Día del Chacal (The Day of the Jackal, 1973), de Fred Zinnemann, a la parodia estrambótica de la querida La Pistola Desnuda (The Naked Gun: From the Files of Police Squad!, 1988), de David Zucker, y finalmente las epopeyas en torno al reemplazo de la población por distintas clases de reproducciones, latiguillo discursivo que nace con La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956), asimismo de Siegel, se expande de la mano de Las Esposas de Stepford (The Stepford Wives, 1975), de Bryan Forbes, y llega hasta ¡Huye! (Get Out, 2017), el recordado film de Jordan Peele.

 

Ahora bien, el gran núcleo temático de El Embajador del Miedo es uno tan antiguo como el mismo séptimo arte que aquí simplemente es aggiornado a la época de las refriegas entre yanquilandia y los rusos en función del fantasma político, económico y bélico de los espías que ni siquiera saben de su condición de sicarios al servicio de intereses demenciales en una contienda interimperialista, hablamos de las técnicas de reeducación, adoctrinamiento, control escalonado y sometimiento de impronta conductista, esas que de una forma u otra aparecieron en El Gabinete del Dr. Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari, 1920), de Robert Wiene, La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange, 1971), de Stanley Kubrick, El Dormilón (Sleeper, 1973), de Woody Allen, Imagen Dividida (Split Image, 1982), de Ted Kotcheff, Cuerpos Invadidos (Videodrome, 1983), de David Cronenberg, 1984 (1984), de Michael Radford, Los Creyentes (The Believers, 1987), de John Schlesinger, Patty Hearst (1988), de Paul Schrader, El Vengador del Futuro (Total Recall, 1990), de Paul Verhoeven, Drácula (1992), de Francis Ford Coppola, The Matrix (1999), mega faena de Larry y Andy Wachowski, e Identidad Desconocida (The Bourne Identity, 2002), de Doug Liman, entre muchas otras. Basado en la novela homónima de 1959 de Richard Condon, éste famoso además por haber inspirado Traficantes de Poder (Winter Kills, 1979), de William Richert, y El Honor de los Prizzi (Prizzi’s Honor, 1985), joya de John Huston, el guión de George Axelrod gira alrededor de un pelotón de soldados norteamericanos capturados en 1952 por fuerzas chinas y soviéticas durante la Guerra de Corea, quienes hipnotizan a los militares y convierten en asesino impasible al Sargento Raymond Shaw (Laurence Harvey), un sujeto antipático y solitario que mata sin chistar a dos de los suyos ante órdenes de los líderes comunistas. De vuelta en Estados Unidos, Shaw es condecorado con la Medalla de Honor del Congreso por un acto de heroísmo inventado por los adversarios e incorporado en su mente, eso de haber salvado a sus colegas, capturado armas enemigas y hasta destruido una unidad de infantería de los norcoreanos, no obstante se vuelve objeto de una investigación de los servicios de inteligencia cuando un compañero de armas, el Mayor Bennett Marco (Frank Sinatra), los pone de sobre aviso por una pesadilla recurrente en la que se revela el alcance del complot y el lavado de cerebro, realizado en instalaciones ocultas de Manchuria mediante luces y drogas durante tres días por “especialistas” del Instituto Pavlov de Moscú.

 

Mientras Marco comienza un idilio romántico con Eugenie Rose Cheyney (Janet Leigh), una bella asistente de producción teatral que deja a su prometido por el mayor, y Shaw se reconecta con un amor de antes de la milicia, Jocelyn Jordan (Leslie Parrish), que terminó abandonando bajo influencia de su atroz madre, Eleanor Shaw Iselin (Angela Lansbury), la esposa del Senador John Yerkes Iselin (James Gregory), padrastro de Raymond, porque el padre de la chica, el Senador Thomas Jordan (John McGiver), es un rival político de Iselin y blanco de constantes ataques de una Eleanor símil Joseph McCarthy que utiliza a las acusaciones y la demagogia anticomunista más fraudulenta para trepar en la pirámide del statu quo, la trama en sí nos presenta la infiltración como mucamo del sargento de parte de Chunjin (Henry Silva), un norcoreano que ofició de guía y traductor del pelotón en cuestión y los traicionó entregándolos al enemigo, quien es reconocido como agente de la perfidia por Marco, y en paralelo la activación del arisco Raymond a manos del siempre cínico Dr. Yen Lo (Khigh Dhiegh), gran mandamás de los comunistas que dispuso como catalizador psíquico el naipe de la reina de diamantes, así hace que Shaw se cargue a su empleador, el periodista politólogo Holborn Gaines (Lloyd Corrigan), y luego se lo entrega a su operador estadounidense, nada menos que su madre, una fémina que lo induce a asesinar al Senador Jordan, su férreo contrincante, en un episodio en el que también fallece Jocelyn en calidad de testigo. Al salir del condicionamiento el sargento cae en la depresión por la muerte de la muchacha, con la que se había casado hace poco, y por ello cuando Bennett descubre las argucias de los adversarios y destruye la sujeción mental, el sicario deja de lado el plan de Eleanor, eso de matar al candidato presidencial de su propio partido, Benjamin K. Arthur (Robert Riordan), para que Iselin lo reemplace en una jugada publicitaria que lo posicione como héroe, y acribilla en cambio a su progenitora y a su padrastro para después suicidarse de un desolador disparo en la frente con su fusil. Perteneciente a la Trilogía de la Paranoia de Frankenheimer, la cual se completa con las sublimes Siete Días de Mayo (Seven Days in May, 1964) y El Otro Sr. Hamilton (Seconds, 1966), El Embajador del Miedo compara todo el tiempo la dialéctica del esclavo, ese sargento que desea recuperar la alegría de vivir mediante el cariño de Jocelyn, y su homóloga del iluminado que halla la verdad, el mayor, quien se sirve de Cheyney para también ensayar un escape del yugo ideológico implícito.

 

La historia en pantalla de Axelrod, célebre por La Comezón del Séptimo Año (The Seven Year Itch, 1955), de Billy Wilder, Nunca Fui Santa (Bus Stop, 1956), de Joshua Logan, Desayuno en Tiffany’s (Breakfast at Tiffany’s, 1961), de Blake Edwards, y las similares El Pacto Holcroft (The Holcroft Covenant, 1985), de Frankenheimer, y El Cuarto Protocolo (The Fourth Protocol, 1987), dirigida por John Mackenzie y protagonizada, al igual que la anterior, por Michael Caine, no muestra el lavado de cerebro y la jugada resulta mucho más eficaz en materia retórica que, por ejemplo, el largo episodio de la adicción compulsiva a la heroína del Detective Jimmy “Popeye” Doyle (Gene Hackman) de Contacto en Francia II (French Connection II, 1975), opus de todos modos muy interesante de Frankenheimer, y por supuesto todas las redundancias de la remake del 2004 de Jonathan Demme, con Liev Schreiber como Shaw, Denzel Washington en el rol de Marco y Meryl Streep, cuyo trabajo era lo único destacable o valioso en serio de la propuesta, como la maquiavélica Eleanor. Más allá de la valentía de tratar con una enorme franqueza el tópico reciente de esa lunática caza de brujas del Comité de Actividades Antiestadounidenses y del mismísimo McCarthy, éste metamorfoseado en un John que no es más que un títere de su esposa, el film explora temáticas muy avant-garde para aquellos años 60 como la debilidad intrínseca del pueblo, recordemos en este sentido que Raymond puede ser controlado por los comunistas sólo porque antes fue hegemonizado por una progenitora que forzó su separación de Jocelyn, la manipulación burda del electorado por parte de los políticos, basta con considerar que la espía más poderosa, Eleanor, se vende como máxima adalid antisoviética ante el público y el establishment, y finalmente la independencia de criterios incluso dentro de la militancia ortodoxa o la sumisión más prosaica, por ello la madre incestuosa de Shaw en el desenlace promete venganza contra los rojos en un hipotético Estado policial futuro por haber elegido, “en un mundo lleno de asesinos”, a su propio hijo como sicario sin conciencia pensando que así ella se acercaría aún más a ellos. Con un buen desempeño de Harvey y Sinatra, pero también de Leigh y Lansbury, y la muy irónica escena del Club de Jardinería de Damas, en realidad un mitin comunista, El Embajador del Miedo es una proeza del thriller psicológico y la futurología que revaloriza el pensamiento crítico y la lucha contra las instituciones de vigilancia y control, su crueldad y todo fundamentalismo psicopático o necio del montón…

 

El Embajador del Miedo (The Manchurian Candidate, Estados Unidos, 1962)

Dirección: John Frankenheimer. Guión: George Axelrod. Elenco: Frank Sinatra, Laurence Harvey, Janet Leigh, Angela Lansbury, Henry Silva, James Gregory, Leslie Parrish, John McGiver, Khigh Dhiegh, Lloyd Corrigan. Producción: John Frankenheimer y George Axelrod. Duración: 127 minutos.

Puntaje: 10