Las mejores realizaciones de la madurez profesional de Monte Hellman, léase Carretera Asfaltada en dos Direcciones (Two-Lane Blacktop, 1971) y Gallo de Pelea (Cockfighter, 1974), e incluso las de segunda línea aunque muy interesantes de por sí, como China 9, Liberty 37 (Amore, Piombo e Furore, 1978), Iguana (1988), Road to Nowhere (2010) y el segmento Stanley’s Girlfriend (2006) perteneciente a la película colectiva Trapped Ashes (2006), de la que también participaron Ken Russell, John Gaeta, Sean S. Cunningham y Joe Dante, lo posicionan como uno de los padres fundamentales del cine independiente yanqui no sólo a escala histórica, por su carácter de pionero recalcitrante y alejado de las modas, sino también en términos cualitativos porque el señor se las arregló para redondear opus sublimes con poco y nada de recursos y en tiempo récord de rodaje. El norteamericano siempre fue un artesano todo terreno del séptimo arte y además de la faceta de director de trabajos propios se encargó de finiquitar faenas ajenas como por ejemplo El más Grande (The Greatest, 1977), biopic de y con Cassius Clay alias Muhammad Ali al mando de Tom Gries, y El Expreso de los Espías (Avalanche Express, 1979), típica epopeya de la Guerra Fría con Lee Marvin, Robert Shaw, Maximilian Schell y Linda Evans que supo dirigir Mark Robson, en ambos casos haciéndose cargo del tambaleante proyecto por la muerte en postproducción de los respectivos realizadores, amén de diversas escenas agregadas para otro trabajo en conjunto, El Terror (The Terror, 1963), y la infaltable batalla con algún que otro ejecutivo o productor, en este caso Michael Carreras, aquel presidente de Hammer Films que lo despidió del rodaje de Me Llaman el Destructor (Shatter, 1974) al punto de hacerse cargo él mismo de terminar el hoy olvidado film, coproducción entre la Hammer y Shaw Brothers protagonizada por Stuart Whitman y Peter Cushing. Hellman asimismo fue el responsable de editar Aristócratas del Crimen (The Killer Elite, 1975), del gran Sam Peckinpah, Cabeza (Head, 1968), de Bob Rafelson, y Los Ángeles Salvajes (The Wild Angels, 1966), de Roger Corman, se encargó de la segunda unidad de RoboCop (1987), a cargo de Paul Verhoeven, y Más allá de la Gloria (The Big Red One, 1980), con Samuel Fuller como jefazo, trabajó como “director de diálogos” en La Masacre de San Valentín (The St. Valentine’s Day Massacre, 1967), también de Corman, y por cierto su participación resultó decisiva en la realización de Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992), de Quentin Tarantino, recibiendo el crédito de productor ejecutivo junto a Richard N. Gladstein y Ronna B. Wallace. Sin embargo todo empezó, como tantas otras veces durante las décadas del 60, 70 y 80, con el artista desempeñándose en el emporio Clase B del amigo Roger, para quien filmó las dos primeras verdaderas joyas de su carrera, El Tiroteo (The Shooting, 1966) y A Través del Huracán (Ride in the Whirlwind, 1966), pequeñas obras maestras cuasi kafkianas del acid western y hasta en cierto sentido de su género hermano, el weird west, películas rodadas una inmediatamente después de la otra en la ciudad de Kanab, en el Estado de Utah, con la idea de cuidar el reducido presupuesto disponible, alrededor de 150 mil dólares para ambas propuestas, y eliminar todo rasgo artificial, bobo o redundante de impronta mainstream en pos de recuperar una verdad visceral, vinculada al despojo y las frustraciones, muchas veces negada por los convencionalismos, clichés y latiguillos de todo tipo del western clásico. Sin ningún distribuidor estadounidense interesado en las películas, ambas terminaron siendo vendidas a nivel doméstico a la Walter Reade Organization, una cadena de teatros que a veces distribuía films, la cual a su vez decidió saltearse el estreno en salas y rematar los derechos televisivos de manera directa, en suma consiguiendo un único verdadero estreno en la París de 1968 después de dos años de papeleo jurídico por la venta de los derechos de explotación internacionales a un productor galo que eventualmente se fue a la bancarrota. Con vistas a rescatar dos trabajos exquisitos y cruciales en el proceso de desrromantización del Viejo Oeste y su mitología asociada, a continuación analizaremos El Tiroteo y A Través del Huracán en tanto centros neurálgicos de lo que a futuro sería el western crepuscular y sus múltiples variantes ya lejos de los maniqueísmos, las cursilerías, el racismo, la estupidez y el sustrato sentimental y mentiroso de las primeras versiones del western, específicamente las correspondientes a casi toda la primera mitad del Siglo XX.
El Tiroteo (The Shooting, 1966):
El Tiroteo (The Shooting, 1966) no sólo sintetiza a la perfección las características por antonomasia del acid western, como por ejemplo la sensación de peligro permanente, el aura de misterio, el laconismo volcado a lo freak, esa brutalidad deudora del spaghetti western, los periplos fatalistas irremediables y cierto misticismo casi surrealista que puede estar o no en primer plano, sino que además nos permite pensar lo que pudiese haber sido un desarrollo histórico paralelo del western en su conjunto que escape del nicho del acid western, nos referimos a una vertiente hipotética y realmente iconoclasta y masiva que ponga patas para arriba los motivos principales del género como el viaje desde lo salvaje hacia la civilización, mega cliché del western clásico, pero también la odisea exaltada de supervivencia en medio de la jungla “occidental y cristiana”, latiguillo formal/ temático del querido spaghetti, proponiendo en cambio un derrotero de impronta masoquista en el que el existencialismo del páramo semi desértico nos fuese acercando cada vez más a la muerte, al enfrentamiento que se siente perdido desde el vamos y/ o a una revelación inusitada que tiene que ver con la misma identidad del protagonista y su capacidad de mutar o por el contrario replegarse sobre sí mismo para no dejar espacio a la salida a la luz de un arcano considerado negativo o doloroso. El director Monte Hellman ya había colaborado con el hoy productor en las sombras Roger Corman en la olvidable La Bestia de la Cueva Maldita (Beast from Haunted Cave, 1959) y la película colectiva e experimental El Terror (The Terror, 1963), junto a Jack Hill, Francis Ford Coppola, Jack Hale, Dennis Jakob, Jack Nicholson y el propio Corman, y también había cooperado en otras dos epopeyas de bajo presupuesto filmadas en Filipinas con el ahora actor y productor Nicholson, la bélica Escape al Infierno (Back Door to Hell, 1964) y la faena de aventuras Viaje a la Ira (Flight to Fury, 1964), siendo esta última objeto de un doblaje en filipino dirigido por un Eddie Romero que insertó diversas escenas nuevas, Cordillera (1964), en esencia dos propuestas rodadas una inmediatamente después de la otra que anticipaban el modelo de producción de El Tiroteo y A Través del Huracán (Ride in the Whirlwind, 1966). El guión de Carole Eastman bajo el seudónimo de Adrien Joyce, responsable a futuro de Model Shop (1969), de Jacques Demy, Mi Vida es mi Vida (Five Easy Pieces, 1970), de Bob Rafelson, Entre la Fama y la Locura (Puzzle of a Downfall Child, 1970), de Jerry Schatzberg, Dos Pillos y la Heredera (The Fortune, 1975), de Mike Nichols, y Ella Nunca se Niega (Man Trouble, 1992), también de Rafelson, la mayoría protagonizada por su amigo de siempre Nicholson, comienza cuando un ex cazarrecompensas y hoy buscador de oro, Willett Gashade (Warren Oates), regresa a su campamento minero y allí su torpe amigo y colega de menor edad, Coley (Will Hutchins), le señala la huida de su hermano Coigne, luego de aparentemente haber matado a un hombre y un niño, y el asesinato de otro socio del grupo, Leland Drum (B.J. Merholz), por parte de un sigiloso tirador nocturno que no se dio a conocer, hecho que de seguro tiene que ver con la rauda fuga porque ambos hombres estuvieron juntos en ocasión del ignoto episodio del fallecimiento del padre y el hijo. Al día siguiente se aparece una bella mujer que se niega a decirles su nombre (Millie Perkins), la cual por cierto fuerza el encuentro disparándole a su caballo sano para después decir que necesita uno nuevo y que la escolten hasta Kingsley, para lo que pagará mil dólares a ambos hombres en una proposición que despierta mucha desconfianza pero termina siendo aceptada porque la mina que están trabajando está prácticamente muerta. La fémina insulta y maltrata a sus guías/ guardianes aunque al mismo tiempo coquetea con un Coley embelesado que se pone de su parte incluso cuando cambia los planes y opta por ir primero a Crosstree, donde habla con un lugareño, ambos hombres se topan con el caballo de Coigne con una pata rota y Gashade interroga a un indígena (Guy El Tsosie) acerca de lo que está ocurriendo, quien le comenta que la mujer parece haber contratado también a un hombre barbudo en otra o la misma misión. El viaje continúa pero ya resulta evidente que el trío no sólo no se dirige a Kingsley sino que ni siquiera es un trío ya que funciona como una expedición de cacería humana a la que pronto se acopla un sicario, Billy Spear (Nicholson), con quien comienzan a seguir huellas de caballo a través del desierto. La obsesión de la mujer definitivamente está empardada con la venganza y por ello agota hasta la muerte a su animal y le pide a Coley el suyo, el cual pasa a montar con Willett hasta que nuevamente el caballo no puede más y necesitan que otro lleve al muchacho, no obstante tanto la fémina como el pistolero se niegan y el joven es abandonado a punta de arma, con Gashade prometiendo que volverá por él. El sujeto de barba (Charles Eastman) aparece de golpe con una pierna rota y le señala a la mujer la dirección hacia donde se dirige el fugitivo al que persigue, quien parece querer llegar a Kingsley después de muchos rodeos, y Coley por su parte encuentra el caballo del hombre y habla con el herido sin embargo cuando alcanza presuroso a la comitiva para contarle a Willett lo que descubrió termina siendo baleado por Spear, a quien le saca un revólver de puro audaz. Gashade entierra a su compañero con sus propias manos y sigue con el grupo esperando el momento en el que el sicario esté tan debilitado por el sol ardiente, la escasez de agua y el cansancio como para poder atacarlo, algo que hace pero sin matarlo ya que opta por romperle la mano derecha con una piedra para que ya no pueda disparar. Con todos los caballos muertos, el ex cazarrecompensas sigue a la mujer mientras ésta finalmente encuentra a su presa, nada menos que un Coigne que descubrimos que es el gemelo de Willett, no obstante el hombre no puede evitar que se disparen sin más y se maten recíprocamente en una formación rocosa del espanto y con Spear recuperando la conciencia y volviendo a caminar aunque sin poder hacer nada al respecto. El suspenso que genera El Tiroteo, alusión tanto a la muerte de Drum y la balacera del desenlace como -y más importante- al fusilamiento tácito de aquel hombre y aquel niño que desencadena el devenir de los hechos, quienes pudieron morir atropellados por una carreta o unos caballos o tal vez a los tiros por una borrachera descontrolada, resulta en verdad prodigioso por la estructuración dramática en general y en simultáneo porque es un componente muy poco frecuente en los westerns, género que suele hacer foco en la dinámica de las aventuras y las alegorías sobre la construcción nacional, la naturaleza del ser humano y la hipocresía de las sociedades modernas en materia de mostrarse superadoras de lo salvaje y pasarse la vida ponderando la canibalización incesante entre sus miembros, todos ingredientes que desde ya están incluidos en el opus de Hellman pero que pasan a un sutil segundo plano frente a una coyuntura narrativa de viaje hacia la perdición en donde la soledad y relativa paz del principio de los dos protagonistas principales, Willett y Coley, se va viniendo abajo de manera cada vez más estrepitosa a medida que se suman personajes que representan a una sociedad con agendas ocultas y siempre amenazantes, tanto si hablamos de la misteriosa fémina, evidente esposa y madre de los asesinados por Coigne, como del homicida rentado Billy Spear o de su colega en apariencia más afable, el hombre barbudo. El dúo creativo conformado por Hellman y Eastman descuella en la dosificación de la información debido a que jamás se aclara si la decisión de la hembra de contratar a Gashade para rastrear y dar muerte a su propio hermano forma parte de la frenética venganza del personaje de Perkins o si obedece al azar o el tragicómico destino, movida retórica que deja abierto el esquema a la interpretación de un espectador que puede aceptar esta aleatoriedad del paisaje desértico, en el que nunca sobran los individuos dispuestos a sobrellevarlo y a vivir bajo sus arduas condiciones, o efectivamente considerar al asunto parte del desquite y otra prueba más de cierta endogamia existencial en la que cada acto repercute bien cerca sobre aquellos que tenemos alrededor sin que intervengan criterios acolchonados como la piedad, el respeto o la moral, mucho menos la presencia de un Estado siempre consagrado al olvido de los marginados o a la complicidad hecha y derecha para con los poderosos y los explotadores del capitalismo. Es de hecho este sustrato cruel de El Tiroteo otra de sus apasionantes dimensiones ideológicas, poniendo en interrelación la dialéctica de la desconfianza entre los personajes y la falta total de escrúpulos o clemencia a la hora de conseguir lo que se pretende o cumplimentar la misión autotrazada o impuesta desde el exterior con la ayuda de los billetitos, provocando de paso una desorientación subjetiva -en la que nadie sabe del todo lo que pretende el otro o cómo puede reaccionar- que se asemeja a la ausencia de un marco social previsible de aquella época cortesía de la crisis que trajo aparejado el ascenso de la contracultura de los años 60, amén de los movimientos por los derechos civiles, el hippismo, las organizaciones guerrilleras, el pacifismo y una enorme voluntad de cambio generalizado entre la juventud de entonces. Tanta intranquilidad comunal se traduce en pantalla en tensión, sutilezas para nada sobreexplicativas, diversas insinuaciones eróticas y la destrucción del optimismo bobo marca registrada hollywoodense y sus “finales felices”, en esta oportunidad sustituido por un realismo ultra amargo que incluso juega con las herramientas formales más desnudas y minimalistas al momento de la resolución implícita del enigma, el desenlace, cuando nos topamos con cámaras lentas, bastante fuera de foco e imágenes congeladas que parecen anticipar aquel celuloide que se prende fuego del asimismo glorioso final de Carretera Asfaltada en dos Direcciones (Two-Lane Blacktop, 1971), otra exploración acerca de las superficies más vastas de yanquilandia y cuántos secretos y sorpresas pueden ofrecer a quien osa aventurarse hacia semejantes comarcas. Oates, como siempre, está perfecto y lo acompañan con soltura y talento Hutchins, Perkins y un Nicholson jovencísimo y supremo que mete miedo con su sicario burlón y de pocas palabras, ya habiéndose lucido en sus tres colaboraciones previas con Corman, La Tiendita del Horror (The Little Shop of Horrors, 1960), El Cuervo (The Raven, 1963) y la citada El Terror, filmada en los sets de la anterior a lo largo de dos días que derivarían en más escenas posteriores y una prolongada postproducción. La figura del doppelgänger malvado del protagonista o quizás asesino accidental, ese Coigne que cae bajo el fuego de la mujer al tiempo en que la mata junto a su cruzada ciega y su disposición a cargarse desde caballos hasta pájaros, simboliza esta dualidad de fondo entre la inocencia esperanzada de Coley y el costado destructor de la existencia en todo su esplendor de la fémina y Spear, con Willett funcionando como una solución intermedia que mezcla ética y pragmatismo con el objetivo de evitar el fusilamiento de su hermano, a su vez metáfora de todas las barrabasadas que suele cometer el ser humano cuando se siente impune, inmortal o tal vez demasiado “feliz”.
El Tiroteo (The Shooting, Estados Unidos, 1966)
Dirección: Monte Hellman. Guión: Carole Eastman. Elenco: Warren Oates, Will Hutchins, Jack Nicholson, Millie Perkins, Charles Eastman, B.J. Merholz, Guy El Tsosie, Brandon Carroll, Wally K. Berns, William Mackleprang. Producción: Monte Hellman y Jack Nicholson. Duración: 81 minutos.
A Través del Huracán (Ride in the Whirlwind, 1966):
Aquel tono narrativo hiper sincero de El Tiroteo (The Shooting, 1966), ese que se tornaba más y más fúnebre a medida que avanzaba la historia, regresa con todo en ocasión de A Través del Huracán (Ride in the Whirlwind, 1966), una nueva epopeya de supervivencia en torno a una cacería humana aunque en esta oportunidad reemplazando el misterio de base del film previo por un caso de lo más prosaico -y por ello, realista y hasta desconcertante- de confusión de identidad, no precisamente en la tradición de los “falsos culpables” del cine de suspenso, esos que casi siempre terminan siendo reivindicados por un detalle o por otro, ni tampoco obedeciendo a los martirios rutinarios que suelen atravesar los protagonistas de las comedias negras, adalides que nunca son del todo inocentes y por ello entran en juego los planteos irónicos y la relatividad de los criterios comunales antojadizos de verdad. Aquí en cambio tenemos un retrato auténtico y muy alejado de la fanfarria hollywoodense de la vida en el Viejo Oeste sin que intervengan las típicas convenciones del aparato comercial estadounidense y utilizando sólo los engranajes desnudos del western para replegarse a un núcleo esencial en el que desaparecen aquellos “buenos” y aquellos “malos” tanto como los reduccionismos de la vertiente clasicista del formato y el cinismo socarrón y circense de los spaghetti westerns posteriores, planteo retórico que nos conduce hacia una especie de antiwestern que recupera los rasgos fundamentales del acid western para inyectarles un corazón nihilista tendiente a evitar romantizar las situaciones bajo la conciencia de que el naturalismo más lacónico, parco y minimalista debe pasar al primer plano así como el rompecabezas existencial dominaba en El Tiroteo. El querido Monte Hellman vuelve a asociarse con un Jack Nicholson no sólo protagonista y productor como en el opus anterior sino también guionista, una faceta poco conocida de su carrera que supo explorar sobre todo durante aquellos primeros años de derrotero profesional mediante obras en sintonía con Viaje a la Ira (Flight to Fury, 1964), también dirigida por Hellman y estelarizada por Jack, El Viaje (The Trip, 1967), clásico primigenio sobre los efectos del LSD de Roger Corman con Peter Fonda, Susan Strasberg, Bruce Dern y Dennis Hopper, Cabeza (Head, 1968), demencial y muy disfrutable película surrealista de su amigote Bob Rafelson con The Monkees, y Aquellos Años (Drive, He Said, 1971), además ópera prima del señor como realizador en lo que sería otra dimensión poco trabajada de su carrera, a la que regresaría sólo en dos oportunidades más, hablamos de la amena Con la Soga al Cuello (Goin’ South, 1978), clásico bien bizarro del western llevado al terreno de la comedia con un elenco maravilloso que incluye a Nicholson, Mary Steenburgen, Christopher Lloyd, John Belushi, Veronica Cartwright y Danny DeVito, y Barrio Chino 2 (The Two Jakes, 1990), secuela digna y no mucho más de la obra maestra de 1974 de Roman Polanski. Todo comienza con el asalto a una diligencia por parte de una pandilla comandada por Blind Dick (el siempre genial Harry Dean Stanton), un hombre con un parche en su ojo izquierdo, y conformada también por Edgar (B.J. Merholz), Joe (Rupert Crosse), Boise (Gary Kent) y Adam (Walter Phelps), quien termina malherido en la balacera resultante luego de colocar un tronco en el medio del camino para que el coche se detenga y de asaltar velozmente a sus ocupantes, con uno de los dos conductores terminando muerto. Al mismo tiempo en que se forma una comitiva de justicieros/ vigilantes adeptos a linchar a los ladrones, lideraba por el sheriff Quint Mapes (Brandon Carroll), tres vaqueros nómadas que están de paso por la región, Vern (Cameron Mitchell), Wes (Nicholson) y Otis (Tom Filer), primero se topan con un ahorcado circunstancial colgando de un árbol y luego con el grupo de asaltantes, quienes están en una cabaña precaria a la espera de poder huir una vez que Adam esté un poco mejor. El trío, que se dirige hacia su próximo trabajo en Waco, en el Estado de Texas, decide pernoctar allí ante la hospitalidad de los cinco hombres, los cuales les dicen que Adam “se cayó” sobre su propio cuchillo de manera accidental cual mentira evidente que nadie cree pero tampoco genera mayores reacciones por parte de los cowboys, quienes durante la noche incluso consideran la posibilidad de unirse a los asaltantes, mantenerse unidos hasta llegar a Waco o separarse para trabajar por cuenta propia y hacerse de una parcela de tierra que les permita independizarse y ya no depender más de los repugnantes terratenientes y su ganado. Planificando cada grupo retomar sus respectivos viajes, los recién llegados hacia Waco y los ladrones hacia Wardello, todos son sorprendidos por los muchachos de Mapes en medio de un tiroteo cruzado que no les deja demasiado margen a Vern, Wes y Otis como para poder explicarles a los esbirros de la ley que no forman parte de la pandilla, así las cosas este último termina falleciendo producto de las balas y sus dos compañeros consiguen escapar con un par de caballos hacia las montañas optando después por treparlas a pie para alejarse de sus perseguidores, señores que rápidamente se cargan a casi toda la banda y obligan a los dos últimos integrantes con vida, Blind Dick y Joe, a salir de su refugio vía el ardid de incendiarlo arrojando antorchas al techo, lo que deriva en el linchamiento sumario de ambos asaltantes. Del otro lado de las montañas se halla una pequeña granja familiar controlada con mano de hierro por el patriarca avejentado Evan (George Mitchell), a su vez casado con Catherine (Katherine Squire) y viviendo con su deliciosa hija adolescente de 18 años, Abigail (Millie Perkins), clan que es visitado por un par de miembros de la comitiva de Mapes, Roy (William A. Keller) y Winslow (John Hackett), para preguntar si vieron algo raro y revisar su establo en busca de los fugados. Eventualmente se aparecen por el lugar unos desesperados y hambrientos Vern y Wes y toman de rehenes a los integrantes de la familia con el objetivo de aguardar hasta la noche y marcharse en dos caballos de Evan, intenciones que no le caen para nada bien al susodicho porque los animales son todo su patrimonio y sus principales herramientas de trabajo, frente a lo cual los forajidos a la fuerza responden que no hicieron nada para que los acechen y que no piensan hacerles ningún daño. El metiche de Winslow, que quedó muy prendido de Abigail, regresa de improviso a la granja en busca de comida cual excusa para ver a la chica y termina siendo alertado de la presencia de los hombres en el lugar, así en el instante en que se marchaba para avisar a Quint el dueño de casa pretende evitar a punta de rifle que Vern y Wes se lleven los caballos, de este modo Vern es herido por el vejete y este último es asesinado por Wes como respuesta inmediata. Los dos vaqueros no tienen otra opción que huir en un mismo caballo pero como el animal no puede correr con ambos encima, Vern se baja y dedica sus estertores finales a combatir a los tiros a sus enemigos mientras Wes escapa hacia un destino incierto más allá de la línea del horizonte y justo luego del fallecimiento de su compañero de trágicas correrías. En A Través del Huracán no existen los héroes o villanos como tampoco ningún tipo de caricatura o comentario metadiscursivo o planteo sardónico porque lo importante es demostrar hasta qué punto los marcos éticos y culturales de cada individuo condicionan sus actos y lo ponen en la vereda de enfrente con respecto a su semejante, por ello Mapes y los suyos piensan que la única forma de lidiar con los ladrones es ahorcándolos, Evan no puede concebir que alguien quiera llevarse a sus preciados animales, los muchachos de Blind Dick se toman como simples “gajes del oficio” al acoso institucional y finalmente los tres cowboys comprenden desde el vamos que jamás serán escuchados por sus perseguidores y que su destino como marginados es morir bajo el fuego de las balas o ser linchados por la turba, de allí que la alternativa de seguir y seguir escapando cueste lo que cueste siempre resulte la “menos mala” de las opciones que el azar y/ o el contexto comunal explotador de entonces les ha presentando. Si en El Tiroteo Perkins tenía un rol crucial dentro del relato y Nicholson uno un poco más accesorio, hoy por hoy el asunto se invierte ya que la bella fémina, conocida casi exclusivamente por las contrastantes El Diario de Ana Frank (The Diary of Anne Frank, 1959), de George Stevens, Corazón Rebelde (Wild in the Country, 1961), simpático musical de Philip Dunne con Elvis Presley, y El Alférez Pulver (Ensign Pulver, 1964), secuela de Joshua Logan de Mister Roberts (1955), dirigida por Logan, Mervyn LeRoy y el fascista de John Ford, aporta un secundario coyuntural y encima poco sexualizado, más por Winslow que por Wes pero sólo a la distancia, y Jack por su parte encarna al miembro más joven del grupo de los vaqueros y el único que consigue salir con vida en un desenlace de todos modos muy amargo por la amistad malograda de fondo, el volumen de muertes ridículas e insensatas y la obsesión retributiva macabra de los secuaces del sheriff, quienes incluso así esquivan el modelo paradigmático de los westerns de izquierda en materia de entregarnos a energúmenos chauvinistas, borrachines y fanáticos del sadismo que andan cazando como dementes a sus presas, ahora en cambio nos topamos con unos burócratas inusitadamente profesionalizados y fríos que encaran a la misión de turno como una cruzada de justicia/ desquite/ castigo que debe llevarse a cabo con la mayor eficiencia y sin fanatismos descocados. Tópicos como el de la sociedad como agente destructor y el del periplo en retroceso hacia la seguridad de la espesura agreste mientras se huye de la supuesta civilización moderna, su violencia gratuita y sus muchas paranoias, temáticas ya presentes en el western previo, regresan bajo un halo bastante más melancólico que anticipa en parte al western crepuscular de directores como Sam Peckinpah, Clint Eastwood y Walter Hill, señores hasta cierto punto más interesados en retratar la extinción de las leyendas del Viejo Oeste y en denunciar la vehemencia salvajona que supo caracterizarlas que en desarticular desde la desnudez formal y la falta de pompa -o quizás la mediocridad y el carácter más gris o abúlico de la existencia- aquellos mitos inflados primigenios acerca de la construcción nacional a costa de sangre y fuego, movida ideológica que es de hecho la de unos Hellman y Nicholson que sintonizan a la perfección la contracultura de aquellos años que tomaba conciencia de las embestidas represoras de la derecha pero sin aminorar su paso por más que el conservadurismo social resultaba envolvente y por momentos directamente asfixiante, en pantalla representado por todos estos caminos entrecruzados de personajes que no pueden renunciar a sus sendas prefijadas ni llegar a sopesar versiones alternativas de la vida que llevan a diario, con la única clara excepción de este trío de pobres fugados que son obligados a reconsiderar sus opciones en función de la ceguera general a su alrededor para nuevamente ingresar en una aridez que a pesar de las dificultades que plantea para la supervivencia, es sin duda mucho más “amable” que los bípedos diletantes de la soga meciéndose desde lo alto de los árboles.
A Través del Huracán (Ride in the Whirlwind, Estados Unidos, 1966)
Dirección: Monte Hellman. Guión: Jack Nicholson. Elenco: Jack Nicholson, Cameron Mitchell, George Mitchell, Harry Dean Stanton, Rupert Crosse, Millie Perkins, John Hackett, Katherine Squire, Tom Filer, Brandon Carroll. Producción: Monte Hellman y Jack Nicholson. Duración: 82 minutos.