Outlaw Johnny Black

Entre la causticidad y la seriedad

Por Emiliano Fernández

Desde su misma concepción Outlaw Johnny Black (2023), realización dirigida, producida, escrita y protagonizada por el inefable Michael Jai White, se impuso como una suerte de secuela espiritual de la maravillosa Black Dynamite (2009), aquella hilarante parodia del blaxploitation o cine de explotación consagrado a los estereotipos de la cultura negra de la década del 70, en esencia porque la nueva propuesta se supone que haría por el western lo que el opus anterior hizo con aquel subgénero del film noir, las artes marciales y el cine de acción en general del pasado, por cierto una odisea dirigida por Scott Sanders y también escrita y estelarizada por White, no obstante el producto final es de lo más desparejo en términos cualitativos, carece de la inteligencia narrativa del film previo, se toma demasiado tiempo para desarrollar un relato muy sencillo y para colmo cambia sutilmente la óptica o perspectiva de abordaje en materia de su condición de metapelícula satírica, ahora de hecho ni remotamente tan mordaz y erudita como Black Dynamite, más extensa en cuanto a su duración y todo el tiempo mostrándose demasiado puritana a escala sexual y demasiado respetuosa para con los clichés del western en una actitud en la que el cariño es un arma de doble filo debido a que primero se recuperan recursos añejos dignos del melodrama en su versión correspondiente al Viejo Oeste, la denominada “horse opera” símil Bonanza (1959-1973) o Gunsmoke (1955-1975), y segundo se incorporan chispazos de comedia sobre un derrotero inesperadamente serio y/ o altisonante, algo que funciona sólo de manera parcial.

 

La tercera obra de White como realizador, un experto en artes marciales y eterno héroe de acción Clase B con un gran carisma actoral que supo tener un comienzo promisorio en el mainstream vía Tyson (1995), de Uli Edel, y Spawn (1997), de Mark A.Z. Dippé, antes de caer en una serie interminable de productos mediocres y muy heterogéneos con la honrosa excepción de Black Dynamite y The Dark Knight (2008), de Christopher Nolan, incluye cameos de Michael Madsen, Fred Williamson y Jim Brown, este último fallecido hace poco y aquí con dedicatoria final, y se centra en el personaje del título en la piel del mandamás, un fugitivo de la ley a raíz del robo de trenes y caballos y “el contacto visual impropio con mujeres blancas” que desea matar en venganza a un bandolero psicótico llamado Brett Clayton (Chris Browning), quien 25 años atrás asesinó a su padre (Glynn Turman), a la vez un pastor y un tirador experto de feria que cae fusilado por el malhechor por una aparente cuestión de “celos profesionales” ya que el morocho es mejor tirador que él e incluso en el momento más álgido del reglamentario duelo desenvaina una Biblia y no un revólver. Justo luego de quedar preso por ayudar a una pareja de indígenas, dúo que momentos después lo rescata de la horca, se topa en el desierto con ese Reverendo Percy Fairman (el coguionista y coproductor Byron Minns) que se dirige al pueblo de Hope Springs, en Oklahoma, para hacerse cargo de una pequeña parroquia y casarse con la bella Bessie Lee (Erica Ash), sin embargo son atacados por aborígenes y Johnny toma el lugar de Percy al darlo por muerto.

 

White hilarantemente no deja latiguillo hiper quemado sin utilizar porque al ardid retórico de la confusión de identidad en Hope Springs, con todos “tragándose” la mentira de que semejante fisicoculturista puede ser un religioso, y a esta senda de redención de fondo para el protagonista, desde la marginalidad e incomprensión de la sociedad hasta su aceptación como antihéroe con todas las letras, se suman la presencia de un sheriff de buen corazón que sospecha del clérigo apócrifo, Cove (Kevin Chapman), aquella subtrama del reverendo siendo secuestrado por los nativos y obligado a casarse con la hija del cacique, Paw Paw (Rigan Machado travestido), el imprevisto amor entre Johnny y la hermana de Bessie, la asimismo hermosa Jessie Lee (Anika Noni Rose), la lucha de esta última contra un oligarca mafioso que busca petróleo en sus tierras, ese Tom Sheally (Barry Bostwick) que amenaza con la destrucción inmediata del lugar invocando la acusación apocalíptica de “mujeres blancas violadas por negros” a pesar de que no viven hembras caucásicas en Hope Springs, y finalmente el esperable embrollo romántico ya que el pastor sobrevive, escapa de los indígenas y se aparece en el pueblo, así Black consigue convencerlo de hacerse pasar por su segundo bajo el nombre de Deacon Deacon Deacon y Bessie, por su parte, se mete en la noche en la cama del personaje de Minns confundiéndolo con el de White, todo mientras Jessie siente culpa por su atracción hacia el prometido de su hermana, un Johnny en los zapatos de Percy que extiende el engaño hasta que no puede sostenerlo ni un minuto más.

 

Pensando a la película en términos macros no llega a ser ni buena ni mala porque el director y guionista no se decide del todo entre la causticidad y la seriedad en un homenaje caótico/ en simultáneo al western clásico, el spaghetti western y el western crepuscular, en este sentido pensemos que el humor está algo mucho espaciado en los 137 minutos del metraje y no puede compararse con el tratamiento de la sátira de propuestas más eficaces como Blazing Saddles (1974), de Mel Brooks, y Lust in the Dust (1984), de Paul Bartel, además el prólogo parece sacado de The Good, the Bad and the Ugly (Il Buono, il Brutto, il Cattivo, 1966), de Sergio Leone, el fetiche para con los predicadores le debe mucho a su homólogo de Buck and the Preacher (1972), de Sidney Poitier, y Pale Rider (1985), de y con Clint Eastwood, y la representación esperpéntica de los nativos americanos se ubica a mitad de camino entre el racismo de los westerns fascistoides de John Ford y Howard Hawks y las ironías autoconscientes y posmodernas rimbombantes de Little Big Man (1970), de Arthur Penn, y A Man Called Horse (1970), de Elliot Silverstein. Ahora bien, como aseverábamos con anterioridad Outlaw Johnny Black tampoco es un producto fallido al cien por ciento porque White construye una epopeya disfrutable y genera un puñado de carcajadas a partir de sobreactuaciones, anacronismos, algunos detalles astutos, payasadas con buen timing y las esperables referencias fuera de lugar al blaxploitation y el cine de artes marciales, lo que trae a colación el hecho de que hubiese sido mejor un corolario de Black Dynamite y listo…

 

Outlaw Johnny Black (Estados Unidos, 2023)

Dirección: Michael Jai White. Guión: Michael Jai White y Byron Minns. Elenco: Michael Jai White, Anika Noni Rose, Erica Ash, Byron Minns, Chris Browning, Barry Bostwick, Glynn Turman, Rigan Machado, Fred Williamson, Jim Brown. Producción: Michael Jai White, Byron Minns, Grant Gilmore, Gillian White y Donovan de Boer. Duración: 137 minutos.

Puntaje: 5