Kings of Leon, banda bienintencionada y prolija pero en muchas ocasiones anodina, bastante repetitiva y poco original integrada por los hermanos Caleb (voz y guitarra rítmica), Jared (bajo) y Nathan Followill (batería) más el primo del trío, Matthew Followill (primera guitarra y teclados ocasionales), forma parte de esa andanada de colectivos musicales que en la primera década del Siglo XXI volvieron a poner en el radar a distintas variantes del rock clásico, pensemos por ejemplo en The Strokes, Yeah Yeah Yeahs, The Libertines, Interpol, The White Stripes, Franz Ferdinand, The Black Keys, Arcade Fire, The Dandy Warhols, Black Rebel Motorcycle Club, The Vines, Death Cab for Cutie, The Rapture, TV on the Radio, The Hives, LCD Soundsystem, The National y Arctic Monkeys, entre otros. Los señores empezaron su derrotero en el mainstream anglosajón recuperando diferentes facetas del acervo musical rústico estadounidense que van más allá del evidente southern rock que los motivó a tocar desde el vamos, en sintonía con el roots rock, el country rock, el boogie rock, el blues rock, el heartland rock, el folk rock y el swamp rock, amén de algún chispazo aislado del cowpunk británico, aquella mixtura de punk y el tríptico primigenio infaltable en lo que atañe a las raíces más viscerales del rubro que nos ocupa, léase folk, country y blues, por ello mismo se puede afirmar que la agrupación en gran medida está emparentada con otros puristas de su generación como los citados The White Stripes y The Black Keys, un par de dúos más cercanos a un blues primitivo e igual de minimalista en su enfoque idiosincrásico concreto.
El período de gloria creativa de los señores, aquel del debut discográfico Youth & Young Manhood (2003) y su secuela Aha Shake Heartbreak (2004), cuenta con una actitud de banda garage o hardrockera -y alguna que otra pincelada post punk o indie todavía muy leve- y fundamentalmente bebe del rock sureño de The Allman Brothers Band y Lynyrd Skynyrd pero también de los más eclécticos Creedence Clearwater Revival o hasta los pirotécnicos ZZ Top y Tom Petty and the Heartbreakers, aunque por supuesto sin los coqueteos con el jazz o las zapadas experimentales maratónicas de los dos primeros, planteo que asimismo implica que no se puede pasar por alto la influencia del revival sureño de los años 80 y 90 símil The Black Crowes, Gary Moore, The Jon Spencer Blues Explosion, Stevie Ray Vaughan, Jeff Healey, los hermanos Johnny y Edgar Winter o el supergrupo Traveling Wilburys, compuesto por Bob Dylan, George Harrison, Roy Orbison, el inefable Petty y ese Jeff Lynne de Electric Light Orchestra alias ELO. Los decididamente desparejos Because of the Times (2007) y Only by the Night (2008), este último un hit monumental en el Reino Unido tracción al insólito éxito de los singles Sex on Fire y Use Somebody, todo un indicio de una adoración inglesa -o sobrevaloración hilarante, a decir verdad- que jamás se replicó en yanquilandia, significaron un vuelco para nada sutil hacia el rock alternativo modelo noventoso a lo grunge, ahora con Caleb guiñándole el ojo a Black Francis de Pixies e imitando en dosis exactas a Kurt Cobain de Nirvana y Chris Cornell de Soundgarden, volantazo esperable por el agotamiento de la fórmula retro que pasa a complementarse con capas de power pop, rock progresivo, shoegaze y un post punk ya mucho más en primer plano o menos tímido.
La etapa de mediocridad, redundancia o quizás piloto automático, enmarcada sobre todo en Come Around Sundown (2010) y Mechanical Bull (2013), nos pasea incesantemente por las dos vertientes trabajadas con anterioridad pero ya sin canciones interesantes o potables/ dignas que sostengan la experiencia en su conjunto, para colmo con la banda por momentos metamorfoseándose en la peor versión de The Strokes, la menos inspirada posterior al injustamente ninguneado First Impressions of Earth (2006), cuando se olvidaron tanto de The Velvet Underground y The Doors como de The Cars y The Modern Lovers. Por suerte la debacle pudo revertirse con el tiempo gracias a Walls (2016) y When You See Yourself (2021), ejes de un inesperado renacimiento creativo -moderado, pero renacimiento al fin- que vino de la mano de mejores arreglos, preocupaciones etéreas/ indies/ melancólicas a lo The National y el reemplazo del productor histórico de los norteamericanos, Angelo Petraglia, quien solía trabajar con Ethan Johns o Jacquire King, por Markus Dravs, por cierto uno de los colaboradores cruciales de Arcade Fire en Neon Bible (2007), The Suburbs (2010), Reflektor (2013) y Everything Now (2017). Ahora con Kid Harpoon sustituyendo a Dravs en la silla del productor, un inglés conocido por sus trabajos con Florence + the Machine, Haim, Lily Allen, Harry Styles y Miley Cyrus, Can We Please Have Fun (2024), el flamante álbum de Kings of Leon, se abre camino como una faena loable que reinterpreta el sustrato meditabundo de Walls y When You See Yourself desde una efusividad post punk que a su vez los músicos rescatan del período de Because of the Times y Only by the Night, generando un disco que no descuida las melodías y unifica con seguridad, astucia y naturalidad, pero también sin sorpresas o una mínima originalidad en el horizonte, la madurez de los últimos años por un lado y aquellas brevedad y efervescencia sureñas de los inicios por el otro lado, indicio de un rock mayormente más crudo que por fin es recuperado como bandera por el clan Followill.
Ballerina Radio, el correcto primer tema de la placa, construye un típico in crescendo post punk que deja paso a capas de teclados y guitarras homologadas en simultáneo al dream pop, el shoegaze y una neopsicodelia de influjo bien depresivo, en esta ocasión pensando al aislamiento hogareño como un mecanismo de defensa social que se mezcla con el masoquismo, el bajo perfil de la fama y una serie de detalles más o menos patéticos de la existencia urbana, como atenuadores de luces, aire acondicionado, una estufa, la colcha de la cama, una pecera, pensamientos de culpa, libros detectivescos que jamás fueron leídos, ravioles y “queso parmesano de plástico” o una cena de domingo lluvioso en soledad proveniente de un alimento enlatado. El asunto levanta en intensidad para Rainbow Ball, una cruza entre Joy Division e Interpol por un lado y Wire y Arcade Fire por el otro que juega con el clásico ritmo hipnótico del post punk y nos presenta de manera críptica una salida entre amigos que aparentemente terminan consumiendo LSD y alucinando con los ojos abiertos vía una capacidad perceptiva trastocada que por supuesto incluye al tiempo -y sus idas y vueltas caóticas- y referencias varias sesentosas al amor, el arcoíris, las abejitas nocturnas y aquellas “buenas vibraciones” de Brian Wilson y The Beach Boys, amén de algunos efectos secundarios no placenteros como acidez de estómago, un labio superior rígido, una mancha de pasto y un misterioso “derrame de petróleo”. Entre cierto aire funk y la acepción más bailable de Franz Ferdinand, Nowhere to Run en el mundo de Kings of Leon equivale al rockito popero accesible destinado a dejar contento al mercado inglés y a regresar a uno de los motivos favoritos de las letras del cantante, hablamos de la sensación de desconcierto frente a la sociedad global contemporánea, su paranoia agresiva y esa ridiculez tontuela exacerbada hasta la hipérbole, aquí vista a través de la ironía, el hedonismo y las ganas de evitar a los fascistas de siempre “conduciendo por las calles secundarias”.
Mustang, sin duda la mejor canción del disco, sintetiza muy bien la propuesta sonora actual de la agrupación porque el grueso del tema recupera nuevamente el post punk pero el estribillo nos reenvía a los comienzos sureños y garage aunque con una impronta semejante al costado más pomposo de la americana modelo Bruce Springsteen, en esta oportunidad una excusa para otra de esas letras muy sencillas de Caleb en la que todo se reduce a una oposición vinculada a la valentía, específicamente el dilema entre ser un gatito de departamento aletargado de ciudad o esos mustangs a los que apunta el título, los caballos salvajes que se expandieron por América del Norte luego de la introducción de razas árabes y andaluzas por parte de los conquistadores españoles en especial a partir del Siglo XVI. Actual Daydream continúa expandiendo el horizonte creativo de Can We Please Have Fun al sumar a la mixtura el soft rock símil Fleetwood Mac, Eagles o James Taylor y al volcarse a una composición optimista de enamoramiento en curso, de “corazón calentándose por el sentimiento, largas noches y días sin fin” que vienen a representar un sueño idílico de convivencia romántica/ familiar/ amistosa que se transforma en real. El indie taciturno a lo The National dice presente en Split Screen, un lindo tema que gira alrededor de la crisis de la mediana edad y el catálogo estándar de obsesiones del rubro de la parentela Followill, manojo que pasa por alusiones a los trastornos de ansiedad, la tecnología impersonal y baladí del nuevo milenio, el bloqueo del escritor, las llamadas nocturnas en busca de apoyo, el repliegue hogareño, las peleas familiares, la manipulación comercial capitalista y la tendencia a automedicarse, entre otros latiguillos conceptuales.
Don’t Stop the Bleeding no se decide entre el soft rock y un cuasi electropop barroco que deriva en un tema olvidable no del todo bien producido ni arreglado, suerte de oda -por demás telegrafiada, como siempre en las letras de Caleb- a la tristeza cool que oficia de autoconfirmación identitaria ya que la pose en público y la persona verdadera del ámbito privado son comarcas que a veces pueden compartir rasgos y no ser simplemente pruebas de hipocresía facilista. En Nothing to Do, paradigmática canción de ruptura amorosa frenética, nos topamos con mucho rock alternativo noventoso y con un vocalista que ahora reemplaza a Cobain y Cornell por el Eddie Vedder de Pearl Jam para desparramar pinceladas, precisamente, de pareja veterana en crisis bordeando el divorcio que ve el apocalipsis a la vuelta de la esquina mediante el pánico en las calles, la obsolescencia de la humanidad, viviendas distantes, algunos indicios de locura y un puñado de amagues surrealistas, como un ciervo en la piscina, un trueno que nos toca de repente o el hijo de ambos corriendo a lo largo y ancho de la pared. Kings of Leon sigue cuidando a su público británico en M Television vía una referencia a Londres y en general un marco de rock gótico hermanado sin medias tintas a la faceta popera de The Cure, Siouxsie and the Banshees y Bauhaus, aquí apuntalando un corolario espiritual de la separación del tema previo en consonancia con -otra vez- una soledad meditabunda que la va de fisolófica sin decir mucho de nada más allá del hecho de ponderar su depresión a los cuatro vientos y reclamar algún tipo de escapismo que conduzca al olvido del dolor o “mate el cerebro”, amén de un comentario al paso sobre la idiotez popular del Siglo XXI o propensión de muchos imbéciles a admirar a líderes de extrema derecha que los desprecian y los utilizan sin más para llegar al poder.
Desde una base rítmica repetitiva garage a lo Lou Reed y The Velvet Underground, Hesitation Gen toma la forma de una relectura del noise por parte de la banda y el agite sónico resultante se homologa con una reconstrucción identitaria en la que la conversación y la vacilación no tienen cabida porque sólo se interponen en el camino hacia un renacimiento de índole abstracta que a su vez, considerando los versos, definitivamente parece doloroso o algo errático por la necesidad de verse a uno mismo en el espejo. Balada de cadencia country camuflada mediante la electricidad, Ease Me On es un buen tema amigo de bajar las revoluciones acumuladas hasta este punto con vistas a pedir ayuda y crear un momento de tranquilidad reparadora, con algo de humor de por medio centrado en viñetas mundanas y soleadas de una aparente salida de fin de semana con la pareja e hijos. Seen, cierre post punk enigmático y agridulce marca registrada de los señores, nos pasea en esencia por tres escenarios de incomunicación y/ o desamparo que abarcan a una casa en una ladera que suele estar cubierta por nubes de tierra, una mujer en una ventana que espía a todos pero desea no ser vista y finalmente un hombre que anhela en vano recuperar el cariño de su novia o por lo menos descubrir qué ha sido de ella, todo matizado por la necesidad de fondo de recorrer un “inframundo eléctrico” rockero que nos saca de la abulia y nos pone nuevamente en movimiento, éste el símbolo supremo de la vida.
Si bien desde ya Can We Please Have Fun, título sarcástico hasta la médula, no le va a cambiar el gusto musical a nadie, sentencia que incluye a los mismos Kings of Leon y su eterno estatus de banda accesoria dentro del revival rockero del nuevo milenio, resulta evidente que para el paupérrimo nivel del grueso de la música mainstream e indie contemporánea el álbum de los estadounidenses califica de entretenido, inspirado e incluso bastante más sincero que los dos trabajos anteriores, Walls y When You See Yourself, obras también dignas pero más meditadas y por ello sin la desenvoltura existencial heterogénea del disco que nos ocupa, quizás el mejor de Kings of Leon desde aquella lejana fase sureña de Youth & Young Manhood y Aha Shake Heartbreak y desde la metamorfosis hacia lo alternativo rimbombante de Because of the Times y Only by the Night. En muchos sentidos la agrupación oficia sin proponérselo de arquetipo representativo de un problema del grueso del rock y el pop de la actualidad, nos referimos tanto a esa admirable capacidad de síntesis e incorporación de tendencias de antaño, algo por cierto facilitado por la catarata de información cultural a bajo costo del Siglo XXI, como a la poca o nula inventiva de propio cuño, por ello la faceta técnica de este pastiche puede generar admiración pero la vacuidad o pobreza discursiva y musical a la larga provoca cansancio, hastío o frustración ya que detrás del envase prolijo y reluciente duerme -o quizás se extingue, ya completamente olvidado- el arte valioso con algo nuevo o de barricada para decir, disciplina inconformista que jamás se hubiese contentado con sólo recrear lo hecho por otra gente en tiempos menos conservadores y estériles que los nuestros.
Can We Please Have Fun, de Kings of Leon (2024)
Tracks: