Adiós Tío Tom (Addio Zio Tom)

Esclavitud, sociedad anónima

Por Emiliano Fernández

Las películas mondo fueron un producto híbrido entre la ficción y el registro documental expositivo que en general estaba orientado a impactar o sorprender al espectador mostrando las barbaridades de las que son capaces los seres humanos -y la naturaleza, aunque sin la malicia gratuita de los bípedos- cuando se lo proponen, meta casi siempre enmascarada bajo dos farsas superpuestas, primero la afirmación por parte de los directores y guionistas de que todo lo exhibido en pantalla es real, nada más alejado de la verdad porque muchas situaciones estaban en mayor o menor medida escenificadas para la ocasión, y segundo el alegato de los creadores de que el objetivo final se vinculaba a la antropología, la historia, la sociología y/ o la biología, también una enorme mentira porque el régimen productivo de esta clase de films era enteramente comercial y estaba hermanado al exploitation más rimbombante y mercenario de las décadas del 60 y 70. El típico mondo o shockumentary incluía excentricidades culturales de hoy en día y el pasado, paisajes naturales exóticos, un retrato del costado menos feliz de la “civilización” y desde ya una buena dosis de desnudos y barrabasadas truculentas que solían moverse entre los rituales, las masacres políticas/ bélicas, las cacerías y el canibalismo, y en lo que respecta a su rótulo en sí éste se debe a la faena inaugural del rubro, Mondo Cane (1962), film codirigido por Paolo Cavara, Gualtiero Jacopetti y Franco Prosperi que patentó la fórmula estándar mediante una serie de viñetas que buscan conmocionar al espectador cándido y bastante reaccionario de la época, a su vez disparador de cuatro secuelas de Jacopetti y Prosperi de variada envergadura, las primeras flojas, léase Mujeres del Mundo (La Donna nel Mondo, 1963), una especie de sexploitation light aún con Cavara, y Mondo Cane 2 (1963), continuación oficial del opus de 1962, y las otras dos mucho más famosas y pirotécnicas, Adiós África (Africa Addio, 1966), verdadero origen de la pata más cruel del mondo y todos sus derivados posteriores, y Adiós Tío Tom (Addio Zio Tom, 1971), único fracaso de taquilla de la franquicia y por ello punto final de las pretensiones documentalistas del equipo de cineastas italianos, por entonces ya artífices indirectos de ese mondo africano chocante a lo Últimos Gritos de la Sabana (Ultime Grida dalla Savana, 1975), de Antonio Climati y Mario Morra, y África Secreta (Africa Segreta, 1969), obra realizada por Guido Guerrasio y los hermanos Alfredo y Angelo Castiglioni.

 

Más allá de lo que cada uno opine de las películas mondo, la verdad es que su influencia se hizo sentir en diversas comarcas y prueba de ello son el cuasi snuff de Rostros de la Muerte (Faces of Death, 1978), de John Alan Schwartz, y Trazos de la Muerte (Traces of Death, 1993), de Damon Fox, los films de caníbales símil El País del Sexo Salvaje (Il Paese del Sesso Selvaggio, 1972), de Umberto Lenzi, La Montaña del Dios Caníbal (La Montagna del Dio Cannibale, 1978), de Sergio Martino, y Holocausto Caníbal (Cannibal Holocaust, 1980), de Ruggero Deodato, y toda la andanada de pavadas televisivas que desde los 80 vienen siendo la marca registrada de la “caja boba”, pensemos en informes periodísticos sensacionalistas, un esoterismo morboso que nunca da tregua, opinadores/ editorialistas por doquier, eterna búsqueda de lo bizarro e incluso esa reality TV del Siglo XXI orientada al darwinismo social o supervivencia del más fuerte. Adiós Tío Tom, dentro del marco pionero de Jacopetti y Prosperi que ya incurría en todo aquello que criticaba, desde la matanza de animales hasta la explotación popular, constituye un caso especial porque es un producto basado a lo lejos en fuentes históricas reales pero enteramente escenificado como un opus ficcional en el que los personajes de nuestro relato coral hablan a cámara, interpelación anacrónica consciente -todo transcurre en el Antebellum, el período previo a la Guerra de Secesión (1861-1865), y el cine recién nace a fines del Siglo XIX- que hace cómplices a los espectadores de las vicisitudes de las víctimas, como el falso documental/ mockumentary de Sucedió cerca de su casa (C’est arrivé près de chez vous, 1992), de Rémy Belvaux, André Bonzel y Benoît Poelvoorde, y las ironías metadiscursivas de Funny Games (1997), de Michael Haneke. Siguiendo la autocondescendencia patética de D.W. Griffith, quien filmó Intolerancia (Intolerance, 1916) para demostrar que no era un racista por haber rodado El Nacimiento de una Nación (The Birth of a Nation, 1915), precisamente uno de los convites más demenciales de la historia del cine que pinta al Ku Klux Klan como unos héroes y a la supremacía blanca como patriotismo, los directores italianos con Adiós Tío Tom pretendieron exculparse a ellos mismos por haber craneado durante tres años Adiós África, un retrato irresponsable y oportunista de la descolonización de África de los 60 y las masacres de hombres y fauna que toda la lacra europea dejó detrás en el continente negro.

 

La película es el intento más lúcido y exitoso de Jacopetti y Prosperi en pos de aflojar un poco con el caos promedio del shockumentary, una suerte de licuadora en la que todo era posible porque cualquier imagen aparecía en cualquier momento, y de volcarse en cambio hacia una argumentación más o menos coherente que señale la hipocresía, ridiculeces y brutalidades de ayer, hoy y siempre, aquí de hecho interconectando sin cesar tres núcleos relacionados con aquella metamorfosis del hippismo politizado de los 60 en el nihilismo/ hedonismo/ individualismo de la década del 70 y su generosa carga de violencia terrorista contra el statu quo de la mafia capitalista (aquel Flower Power del pacifismo en el contexto de la Guerra de Vietnam fue dando lugar a la división social posmoderna que sufrimos en el nuevo milenio, por un lado unas mayorías apáticas y siempre manipulables mediante el aparato político/ mediático, unos idiotas egoístas hijos del neoliberalismo, y por el otro lado unas minorías comprometidas con la realidad urgente que abrazan la vehemencia marxista o por el contrario, un neohippismo vinculado a lo new age inofensivo), la desaparición a principios de los años 70 del constructo social del “negro obediente” al que hace referencia el título de la propuesta, escarnio nada disimulado a La Cabaña del Tío Tom (Uncle Tom’s Cabin, 1852), célebre novela de la caucásica Harriet Beecher Stowe (quizás el costado más típicamente mondo del film que nos ocupa esté homologado a sus permanentes e hilarantes llamados a una “guerra racial” entre los elementos más radicalizados de la militancia negra, sobre todo los discípulos de Malcolm X y los seguidores del partido de las Panteras Negras, y ese establishment excrementicio representado en el presidente Richard Nixon, planteo que tiene muchos puntos en común con su equivalente del cine blaxploitation de la época), y finalmente la colección de penurias que padecían los negros durante el largo período histórico de yanquilandia desde la llegada desde África de los primeros contingentes en el Siglo XVI, todavía en el período colonial, hasta la abolición de la esclavitud a través de la Decimotercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de 1865 (por supuesto que los italianos se engolosinan con aquellos espantosos periplos marítimos, los centros de distribución, crianza, estudio y venta de esclavos, la explotación, castigos y violaciones en las plantaciones del sur y la convivencia muy esperpéntica entre los blancos y los negros).

 

Desde las estupideces autojustificantes que solía disparar el médico esclavista Samuel A. Cartwright, el cual proponía curar con latigazos “enfermedades” de los morochos como la drapetomanía o ansías de libertad y la dysaesthesia aethiopica o rauda insolencia hacia los capataces, hasta la Rebelión de Esclavos de Nat Turner de 1831, el más grande y cruento alzamiento de negros sometidos y a su vez fuente de inspiración para Las Confesiones de Nat Turner (The Confessions of Nat Turner, 1968), la recordada novela de William Styron, pasando por un fetichismo insistente para con profetas del Black Power vía locuciones en off de Stefano Sibaldi, como Bobby Seale, Eldridge Cleaver, Stokely Carmichael y sobre todo Everett Leroy Jones alias LeRoi Jones alias Amiri Baraka, un poeta y ensayista que solía instar a los suyos a encarar un genocidio contra los blancos por las centurias de yugo, Adiós Tío Tom resulta muchísimo más sincera y entretenida en su armazón ficcional que la seguidilla previa de Mondo Cane, Mujeres del Mundo, Mondo Cane 2 y la también hiper polémica Adiós África, de las que de todos modos retoma aquellos chispazos de sarcasmo documental, la estupenda música de Riz Ortolani, el grotesco fellinesco tragicómico y esa excelente fotografía de Antonio Climati y Benito Frattari -hoy con el apoyo de Claudio Cirillo- basada en una retahíla de tomas subjetivas, zooms furiosos, planos holandeses, travellings, primeros planos, cámaras en mano, tomas cenitales, ralentís y planos con lente ojo de pez, entre otros truquillos del montón que hacen a la efervescencia visual del primer mondo, por cierto más imaginativo, visceral e imprevisible que el grueso de la basura payasesca televisiva, periodística y/ o de redes sociales del Siglo XXI, sea ésta ficcional o asimismo pretenda pasar a ojos del público como un registro de sucesos verídicos. Si bien es demasiado cínica como para tomar verdadera posición sobre los tópicos analizados, amén de las denuncias y burlas más elementales, y en buena medida ha perdido su potencia retórica con el transcurso de los años, esa misma que en su momento la hizo fracasar en un mercado estadounidense que aún se rehusaba a reconocer su pasado más horrendo, Adiós Tío Tom hace un buen uso de su gran presupuesto, rodada en Haití durante la dictadura de François “Papa Doc” Duvalier, y logra transformar a la esclavitud en un clásico emporio/ emprendimiento/ desvarío del capitalismo, aquí desde un dejo surrealista y autoparódico…

 

Adiós Tío Tom (Addio Zio Tom, Italia, 1971)

Dirección, Guión y Producción: Gualtiero Jacopetti y Franco Prosperi. Elenco: Stefano Sibaldi. Duración: 136 minutos.

Puntaje: 7