Ya desde su debut como novelista con El Amuleto (The Amulet, 1979), el escritor oriundo de Alabama, coleccionista de memorabilia mortuoria y obsesionado con el terror Michael McDowell se revelaría como artífice de una prosa exquisita, delicada y atrapante capaz de construir escenas de un terror estremecedor alrededor de un estilo gótico escalofriante plasmado en obras como Cold Moon over Babylon (1980), la saga de seis volúmenes Blackwater (1983) y los guiones de Beetlejuice (1988) y The Nightmare before Christmas (1993), dos de las mejores películas de Tim Burton, un admirador de la obra del excéntrico escritor norteamericano.
Agujas Doradas (Gilded Needles, 1980), la tercera novela de Michael McDowell, un libro absolutamente memorable que resuena como un eco desgarrador en el lector que lo ha leído, es el producto de una etapa enfebrecida en la que el autor de Los Elementales (The Elementals, 1981) escribiría una serie de obras realmente maravillosas que desbordan de talento a partir de una prosa que sabe retomar lo clásico para crear una novela de espíritu moderno que refiere al pasado pero interpela el presente.
El relato de McDowell transcurre en la ciudad de Nueva York alrededor del año 1882 y comienza precisamente en año nuevo, una época festiva, de alegría y celebración. Pero en el Triángulo Negro, un barrio de clase baja donde todos los vicios se conjugan, la familia Shanks entreteje sus negocios ilegales mientras las clases altas se regocijan en sus pedantes y presumidas tradiciones. Lena Kaiser, la matriarca de este clan, es una mujer de origen alemán que a los dieseis años ha emigrado desde el puerto de Bremen hacia Estados Unidos junto a su hermano menor, Aleksander, apodado Alick, hace casi treinta años. Doce años después, su esposo, un notorio estafador, Cornelius Shanks, a quien conoce apenas arriba a Nueva York, es sentenciado a muerte por su participación en un complot por el recién nombrado juez James Stallworth, un republicano recalcitrante de condenas desmedidas, que también la sentencia a ella a dos meses y después a siete años de cárcel en la temida prisión de Blackwell por un robo y que intenta también que sus hijas, Daisy y Louisa, sean llevadas a un orfanato lejos de la corrompida familia. Cuando Lena sale de la cárcel tras cumplir su condena, siete años más tarde, recupera a sus hijas, que habían logrado escapar de las garras del Estado gracias a su tío Alick. Lena logra montar una casa de empeños que se dedica a traficar con mercadería robada por mujeres mientras Daisy se especializa en abortos clandestinos y Louisa se enfoca en la conducción de las finanzas familiares. Ya desde niños, los nietos de Lena, hijos de Daisy, Ella y Rob, se inician en los negocios ilegales de la familia pasando desapercibidos en las calles como niños huérfanos sin hogar mientras realizan sus ominosas tareas. La familia Shanks prospera durante años y la matriarca se gana el apodo de Black Lena en el Triángulo Negro, hasta el fatídico episodio de año nuevo de 1882, cuando un notorio abogado, Cyrus Butterfield, es encontrado muerto desnudo con una herida punzante en los muelles del puerto cerca del Triángulo Negro, una de las zonas más peligrosas de la ciudad. La noticia sacude a la clase alta de Nueva York y el juez Stallworth decide utilizarla emprendiendo una cruzada contra las actividades ilegales del lugar para apuntalar la carrera política de su yerno, Duncan Phair, un abogado mediocre casado con su hija, Marian. Bajo el auspicio de Stallworth, Duncan comienza una campaña de divulgación y exposición pública de los crímenes que se cometen en el Triángulo Negro junto al periodista del periódico amarillista Tribune, Simeon Lightner. Mientras tanto, los hijos del juez, el párroco Edward y Marian, alertan a la comunidad de la moral del Triángulo Negro desde sus respectivos lugares, el pulpito y los comités de esposas que se reúnen para promover la eliminación del vicio urbano sin saber muy bien de qué se trata ello. Debido a la atención de la prensa, la corrupta policía que vive de los sobornos se ve obligada a tomar medidas en el Triángulo Negro contra las actividades ilegales que allí tienen lugar a plena luz, delante de sus narices y con su beneplácito, lo que hace crujir el sistema de prebendas. Por su parte los hijos del párroco Edward Stallworth, hijo del juez y activo colaborador en la campaña moralizadora contra el Triángulo Negro, adoptan posturas completamente diferencias ante la situación. Mientras que el joven Benjamin, asiduo apostador de los garitos de la zona, se une a Lightner y a Phair como guía en sus recorridos para encontrar la podredumbre, Helen, por su parte, se compromete a ayudar a los desposeídos del Triángulo Negro llevándoles algo de sosiego junto a una viuda feligresa de la comunidad de su padre. Mediante una recompensa, Lightner averigua que Alick, el marido de una notoria meretriz, Maggie Kiser, que también es amante de Duncan, y hermano de Black Lena Shanks, es el culpable del asesinato de Cyrus Butterfield, otro amante de la mujer que se encontraba en su cama a la hora de su muerte. El juez Stallworth ve en la destrucción de la familia Shanks la posibilidad de hacer tronar el escarmiento sobre las mujeres con el verdadero fin de remover un poco el avispero político para desprestigiar a los demócratas que manejan la ciudad e ir ganando terreno para las huestes republicanas y más precisamente para su yerno.
Agujas Doradas es una fábula gótica sobre el poder, acerca de las ambiciones desmedidas que ascienden hasta lo más alto para caer precipitadamente de su pedestal. McDowell narra el ascenso al pináculo aristocrático neoyorkino de la familia Stallworth durante el fatídico año de 1882 para luego desmoronarse sin siquiera darse cuenta de las redes de una venganza tan implacable como pérfida. La relación inextricable entre las clases sociales se manifiesta en la novela de diversas maneras, ya sea en la historia del derrotero de Maggie Kiser y su amorío con Duncan y Cyrus, la relación de Helen con una luchadora y su pareja o en la asiduidad de Benjamin a los garitos de apuestas y espectáculos.
Ambas familias, Stallworth y Shanks, funcionan como un espejo de la realidad y de las relaciones entre las clases sociales, la supuesta rectitud y las actividades ilegales, dos caras de la misma moneda que en realidad representan las categorías de lo legal y lo ilegal, la arbitraria división entre justicia y crimen y el debate universal sobre el poder, el derecho y las formas jurídicas. Agujas Doradas enfrenta a la ciudad de los profesionales, de la clase alta y de sus aliados de la prensa con los inmigrantes sin oportunidades que deben adaptarse a las aciagas circunstancias al arribar al sueño americano que los esquiva desde su desembarco. McDowell conduce a sus personajes entre los engranajes del poder, sus dispositivos e instituciones. Así el poder del sistema jurídico y político se enfrenta contra el poder de las calles, el poder paralelo del mundo de lo ilegal que vive unido a las instituciones como su sombra.
La campaña de los Stallworth junto al Tribune rompe la convivencia entre el mundo legal y el ilegal en una operación que se repite en cada ciudad y país, un enfrentamiento que tendrá aquí a dos familias como protagonistas de la inmoralidad y la fachada de las clases respetables, que en realidad se hunden en su propio vicio pero son capaces de atacar a los más desgraciados con tal de mejorar su posición social y conseguir un rédito político. Esta doble moral y este enfrentamiento ponen en funcionamiento una venganza tan compleja como perfecta por parte de una unida familia de mujeres criminales que ejecuta su reparación con exquisita astucia.
McDowell crea aquí escenas de exquisita delicadeza en las descripciones de la miseria de la Nueva York de los desposeídos de finales del Siglo XIX, con retratos maravillosos de las brutales batallas de lucha libre entre mujeres, los abortos clandestinos, el mundo de los garitos de apuestas y los antros del opio, en medio de la convivencia entre las distintas nacionalidades en una época bisagra de formación de la metrópoli multicultural en la que se convertirá la ciudad.
En el estilo de McDowell hay un atisbo de ironía perversa que se trasluce más claramente en el final de la novela pero que impregna toda la narración como una preparación para la agridulce conclusión. Agujas Doradas tiene rasgos y elementos narrativos de la prosa del escritor británico Charles Dickens, quien supo retratar con maestría la miseria de las urbes en plena Revolución Industrial en obras que aún resuenan hoy como Oliver Twist (1839) e Historia de Dos Ciudades (A Tale of Two Cities, 1859). McDowell deleita con cada oración y cada párrafo en este implacable enfrentamiento entre dos clases sociales destinadas a destruirse mutuamente.
Agujas Doradas, de Michael McDowell, fue publicada por primera vez en castellano por la editorial independiente La Bestia Equilátera con una cuidada traducción de Teresa Arijón, que ya había traducido la cuarta novela de McDowell, también editada por la misma editorial hace cuatro años, Los Elementales. La novela, corregida por Virginia Avendaño y Cecilia Espósito, rectifica la falta de obras de uno de los autores más importantes del terror gótico de la década del ochenta en el catálogo castellano, un creador que encandiló a escritores de la talla de Stephen King y Peter Straub.
Agujas Doradas, de Michael McDowell, La Bestia Equilátera, 2021.