Desde ya que la carrera de Aki Kaurismäki, uno de los mejores y más particulares cineastas de los países escandinavos, nos invita a alguna “frase resumen” que dicte sentencia sobre el querido artista finlandés y de paso facilite la llegada de espectadores no iniciados, sobre todo la típica afirmación que le cabe a buena parte de los grandes realizadores de la historia del cine, “con ver una película del susodicho ya se vieron todas”, arma de doble filo por antonomasia porque en parte es verdad, ya que los rasgos invariantes son eso, invariantes, y en parte es mentira, precisamente debido a que cada obra tiene su propio acento y juega con distintos ingredientes a nivel de los géneros, estilos o recursos involucrados, todos similares o en relación de conformidad aunque también manteniendo cierta independencia. En este sentido basta con pensar que al hablar de Kaurismäki se lo suele homologar a la comedia negra o la fábula social o la tragedia empapada de humor seco, lo que por supuesto abarca buena parte de su producción artística aunque no toda, una excepción muy disfrutable dentro de esta regla general es La Chica de la Fábrica de Fósforos (Tulitikkutehtaan Tyttö, 1990), film fatalista y muy importante dentro de su trayectoria por varias razones: primero, es el trabajo que cerró su primer tríptico profesional, uno que le permitió consolidarse como autor moderno de una manera rotunda y que abarca además Sombras en el Paraíso (Varjoja Paratiisissa, 1986) y Ariel (1988), en segunda instancia la propuesta que nos ocupa le pone el punto final a la primera etapa del periplo del finlandés, una relativamente prolífica -para su producción promedio, al menos- que lo llevó a jugar con diferentes alternativas retóricas que progresivamente se fueron dejando de lado con el transcurso de los años, y finalmente conviene tener presente que La Chica de la Fábrica de Fósforos fue su película más corta hasta entonces, de apenas 69 minutos, todo un logro desde su punto de vista porque siempre tuvo en alta estima el ascetismo o desnudez expresiva extrema del genial Robert Bresson.
Como decíamos con anterioridad, el recorrido del cineasta hasta el opus de 1990, mismo año en el que consigue estrenar Contraté un Asesino a Sueldo (I Hired a Contract Killer, 1990), génesis de su tríptico espiritual francés que homenajea al realismo poético galo de los años 30, trilogía luego completada con La Vida Bohemia (La Vie de Bohème, 1992) y El Puerto (Le Havre, 2011), resulta tan heterogéneo que bordea la esquizofrenia: ya nadie lo recuerda pero el debut del señor fue una insólita concert movie a bordo de un barco a vapor, el SS Heinävesi, codirigida con su hermano mayor Mika Kaurismäki, El Gesto de Saimaa (Saimaa-ilmiö, 1981), acerca de tres próceres del punk finlandés, las bandas Eppu Normaali y Hassisen Kone y el solista Juice Leskinen, film que a posteriori dio paso a una adaptación muy seria del libro de 1866 de Fiódor Dostoyevski, Crimen y Castigo (Rikos ja Rangaistus, 1983), dos opus experimentales, Calamari Union (1985), relectura absurda de los pivotes del espionaje y del cine negro, y Hamlet va a Trabajar (Hamlet Liikemaailmassa, 1987), desvarío alrededor de la puesta original de 1603 de William Shakespeare, y una legendaria comedia rockera que le pegaba con igual énfasis a la hegemonía en picada de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y a ese imperialismo cultural bobalicón e hiper mentiroso de Estados Unidos, Leningrad Cowboys van a América (Leningrad Cowboys Go America, 1989), más adelante la inspiración para una secuela de menor valía y hoy bastante olvidada, Leningrad Cowboys Encuentran a Moisés (Leningrad Cowboys Meet Moses, 1994). En medio de este colorido panorama se percibe hasta qué punto la llamada Trilogía Proletaria de Kaurismäki, las paródicas Sombras en el Paraíso y Ariel y la dramática apesadumbrada La Chica de la Fábrica de Fósforos, le permitió pulir su estilo minimalista y adaptarlo a las necesidades de cada relato, recordemos que la primera se movió en el campo de la comedia romántica, la segunda de la fábula criminal y la tercera de la odisea de desilusión asfixiante.
La ninfa del título es Iris Rukka (una extraordinaria Kati Outinen, actriz fetiche de Aki de siempre), una operaria de carga y control de calidad en una fábrica de cerillas de Helsinki que vive con su madre (Elina Salo) y su padrastro (Esko Nikkari), dupla que prácticamente la tiene de esclava/ sirvienta porque le come todo el salario y pretende que realice cada una de las labores domésticas mientras ellos se pasan el día viendo las noticias en el televisor símil coro griego social indiferente, como el fallecimiento del Ayatolá Ruhollah Jomeiní, la explosión de un gaseoducto transiberiano, la gira por la Península Escandinava del Papa Juan Pablo II y sobre todo la Masacre de la Plaza de Tiananmén de 1989, cuando el ejército chino abrió fuego sobre cientos de manifestantes que denunciaban el carácter represor del régimen y las reformas pro mercado que los estaban empobreciendo. La solitaria Iris, como una Cenicienta aggiornada, desea hallar pareja y para ello primero concurre a una milonga popular, donde no tiene suerte alguna entre los varones adeptos a bailar tango, y después compra un vestido, reniega del insulto que recibe de su padrastro, “puta”, y prueba suerte en un club nocturno para burgueses, lugar en el que conoce a un tal Aarne (Vesa Vierikko) que la somete a una retahíla de humillaciones que incluyen confundirla con una prostituta, despreciarla durante una cena e incluso instarla al aborto cuando queda embarazada y se lo comunica, recibiendo de repuesta un cheque y un triste mensaje, “deshazte del renacuajo”. Rukka no recibe apoyo de su madre ni de una compañera de trabajo (Outi Mäenpää), por ello cuando es atropellada por un coche y pierde el bebé es echada de la casa familiar y opta por mudarse al hogar de su hermano rockero (Silu Seppälä), el único que la ayuda en sus múltiples infortunios. Decidida a ya cobrarse las atenciones recibidas, compra veneno para ratas y lo diluye en agua para dárselo inmediatamente a Aarne, a su madre, a su padrastro y a un pobre borracho del montón que descubre en un bar y que le sonríe (Richard Reitinger).
Como hiciese en Crimen y Castigo, Kaurismäki en La Chica de la Fábrica de Fósforos por un lado esquiva el costado más irónico/ costumbrista/ absurdo/ iconoclasta/ cáustico de su idiosincrasia creativa, lo que por elevación implica que abandona a conciencia la influencia de Jean Vigo, Rainer Werner Fassbinder, Jim Jarmusch y John Cassavetes, entre otros, y por el otro lado abraza el trasfondo adusto bressoniano y precisamente aquel fetiche del francés para con Dostoyevski y las temáticas preferidas del gran escritor ruso, en sintonía con las injusticias sociales, el conservadurismo, la ética malograda, la psicología del vasallo y ese anhelo romántico homologado tanto al deseo como a la dignidad y la necesidad de fuga. En estrecha vinculación con las mártires de El Proceso de Juana de Arco (Procès de Jeanne d’Arc, 1962), Al Azar Baltasar (Au Hasard Balthazar, 1966), Mouchette (1967) y Una Mujer Dulce (Une Femme Douce, 1969), la protagonista en la piel de Outinen puede leerse como una versión laica de las heroínas ultra piadosas del cine de Bresson y hasta se podría aseverar que este proceso de secularización discursiva incluye la locura de Iris o su “no idealización” en contraste con respecto a lo que suele ser el estándar del mainstream y el indie a la hora de construir melodrama o tragedias rosas, de allí que la psicopatía se deje ver en el detalle de que la muchacha confunde a los que merecen morir, como Aarne y su padres, con el infeliz inocente del bar que interpreta Reitinger. Desde la primera escena, en la que domina el registro documental para mostrarnos la fabricación de las cerillas, hasta el desenlace, cuando un par de policías (Kurt Siilas y Ismo Keinänen) visitan la planta y se la llevan sin mediar palabra, la realización desparrama una serie de cuasi pinturas vivientes/ tableaux vivants que asimismo le deben mucho a Serguéi Paradzhánov y Peter Greenaway, pero en una acepción despojada de todo ornamento, y que ponen el dedo en la llaga de estas decepciones que atacan la voluntad, nuestra existencia cotidiana y el límite de la cordura…
La Chica de la Fábrica de Fósforos (Tulitikkutehtaan Tyttö, Finlandia/ Suecia, 1990)
Dirección y Guión: Aki Kaurismäki. Elenco: Kati Outinen, Elina Salo, Esko Nikkari, Vesa Vierikko, Silu Seppälä, Outi Mäenpää, Richard Reitinger, Kurt Siilas, Ismo Keinänen, Reijo Taipale. Producción: Aki Kaurismäki, Klas Olofsson y Katinka Faragó. Duración: 69 minutos.