Cuando la Polonia moderna finalmente consigue cierta estabilidad territorial en ocasión del período de entreguerras y aquella Segunda República Polaca (1918-1939), al mismo tiempo tiene que hacer frente al ascenso del nazismo en Alemania, lo que desde ya derivaría en la Invasión Alemana de Polonia de 1939 correspondiente al comienzo de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y a una colección de disputas limítrofes de diversa envergadura con vecinos varios como Lituania, la República Popular Ucraniana, Checoslovaquia, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la misma Alemania, esa que hasta no hace mucho tiempo había controlado el país junto con Austria. La Ocupación de Polonia finaliza con la liberación del territorio por parte del Ejército Rojo aunque como en Polonia los comunistas constituían una minoría política, el tirano espantoso al mando de la Unión Soviética, Iósif Stalin, utilizó la represión, el fraude electoral, el control interno y la manipulación de los zopencos de Occidente, especialmente Francia y el Reino Unido, para anexarse superficie polaca y crear un Estado títere que pasó a ser parte fundamental del Bloque del Este, la República Popular de Polonia (1945-1989), una misión que a su vez implicó trasladar a la nación las mismas tácticas de aquella Gran Purga (1936-1938), léase arrestos, acusaciones delirantes, torturas y asesinatos o condenas largas de cárcel en condiciones infrahumanas, con el objetivo de suprimir a todos los rivales políticos, rubro que en Polonia equivalía al Ejército Nacional o Armia Krajowa, la resistencia polaca contra los nazis, y al Gobierno de Polonia en su exilio londinense, ya enemistado con Stalin por perpetrar la Masacre de Katin en la primavera de 1940 contra militares, policías y civiles polacos. El Golpe de Estado de los comunistas locales asistidos por los soviéticos fue en cámara lenta y termina en 1952, cuando comienza en serio la reconstrucción del país y finalizan los primeros pasos para el proceso extensivo de nacionalizaciones de empresas, latifundios e instituciones públicas y para la reconversión generalizada desde la agricultura hacia la industria, sin duda uno de los principales puntos a favor de la hegemonía socialista en el subdesarrollado enclave polaco.
A medida que avanzaba la Guerra Fría (1947-1991), el conflicto entre yanquilandia y la Unión Soviética, la República Popular de Polonia dependía cada vez más y más tanto de los rusos, quienes tenían sus propios problemas y terminaban importando a todo el Bloque del Este el mismo mercado negro de siempre y la misma economía de escasez de planificación centralizada, como de los préstamos por parte de la mafia bancaria occidental del Club de París, en esencia para mantener un tipo de cambio ficticio destinado a un comercio exterior monopolizado por el Estado, panorama que provocó sucesivas crisis sociales cuando el gobierno comunista pretendía aumentar el precio de los alimentos porque se quedaba sin recursos para pagar la deuda externa y en simultáneo cubrir la amplia red de asistencia que de por sí aseguraba la administración socialista para toda la población, garantía de empleo y vivienda de por medio. Las inconsistencias del régimen, por cierto un espejo algo deforme, homogéneo y/ o repetitivo de la heterogeneidad hipócrita del nuevo capitalismo, éste un sistema donde la pobreza y las penurias también son generalizadas aunque conviven con la riqueza de la alta burguesía especuladora y su desinterés en materia de la asistencia pública para los explotados, le dejaron todo servido a una oposición que adoraba autovictimizarse y llorar en torno a Solidaridad, un sindicato que nace en 1980 y oficiaba de partido político católico de derecha financiado por la CIA y apoyado por un paisano de gran fama mundial, Karol Wojtyła alias Juan Pablo II, papa que había sido elegido en 1978 y que en nombre del anticomunismo convalidó todas las dictaduras fascistoides y neoliberales de fines del Siglo XX. Las huelgas de Solidaridad de 1980, precisamente el primer sindicato autónomo con respecto a la camarilla gobernante, el Partido Obrero Unificado Polaco, generaron la rauda implementación de la Ley Marcial en Polonia (1981-1983) y la criminalización inmediata de la oposición, la cual fue arrestada por un tiempo para después pasar a la clandestinidad a la espera del colapso del régimen en consonancia con aquella Caída del Comunismo (1988-1991), así la derecha capitalista llegó al poder y se creó la Polonia contemporánea en 1989.
Una de las poquísimas películas que recorren todo este colorido periplo histórico de punta a punta, tanto de manera directa como de modo tácito o hasta coyuntural, es El Interrogatorio (Przesluchanie, 1982), la ópera prima en solitario de Ryszard Bugajski luego de codirigir y coescribir junto a Janusz Dymek la hoy desaparecida Una Mujer y una Mujer (Kobieta i Kobieta, 1980), en este sentido el debut del cineasta polaco, producido por nada menos que Andrzej Wajda a través de su compañía Equipo Cinematográfico X (Zespół Filmowy X), se sirve de la purga estalinista de opositores políticos/ bélicos en la Polonia de posguerra para hablar implícitamente del presente de inicios de los años 80, todo con el objetivo de señalar el cansancio popular con respecto a las casi cuatro décadas de comunismo y brindar apoyo a la única alternativa opositora con alguna chance de llegar al poder como eventualmente ocurriría, aquella representada en Solidaridad, por ello el régimen socialista prohibió de lleno el film por considerarlo sumamente pirotécnico en tiempos de la Ley Marcial y recién podría estrenarse en el contexto de las medidas de Mijaíl Gorbachov en la Unión Soviética, como la glásnost o liberación política y la perestroika o reestructuración económica, y de las Revoluciones Prooccidentales del año 1989 en Alemania, Rumania, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Bulgaria, Albania y la misma Polonia. El Interrogatorio no tiene historia alguna y su título ya subraya el núcleo conceptual del convite, sólo basta decir que todo empieza en 1951 cuando una pobre cantante de cabaret, Antonina “Tonia” Dziwisz (Krystyna Janda), a la salida de un show es emborrachada por dos agentes encubiertos de la Dirección General de Información del Ejército Polaco y llevada desvanecida a la Prisión de Mokotów, donde sufrirá humillaciones, castigos y torturas a instancias de dos esbirros del régimen, el Mayor Zawada (Janusz Gajos) y el Teniente Morawski (Adam Ferency), con vistas a obligarla a firmar una andanada interminable de confesiones falsas en relación a un amante militar pasajero de ella, Kazik Olcha, que supo formar parte del Armia Krajowa y por ello ahora se le endilga cargos inventados de sabotaje, traición a la patria y espionaje.
Si nos concentramos en la trayectoria de Bugajski y dejamos de lado sus otras dos películas desaparecidas en Occidente, la antología militante Solidaridad, Solidaridad (Solidarnosc, Solidarnosc, 2005) y el thriller político Jugadores (Gracze, 1995), El Interrogatorio forma parte de la interesante colección de propuestas anticomunistas basadas en hechos verídicos del director, esa que además incluye General Nil (2009), faena de época sobre August Emil Fieldorf, otro representante del Armia Krajowa martirizado por los socialistas, El Circuito Cerrado (Uklad Zamkniety, 2013), un neo film noir acerca de la costumbre de las corruptas autoridades polacas de fabricarle crímenes a los ciudadanos del país, y Ceguera (Zacma, 2016), otro drama histórico aunque ahora acerca de Julia Brystiger, una agente sádica de la etapa estalinista de la nación especializada en tormentos dignos de la Gestapo, genitales incluidos. Es este fetiche de Bugajski con las torturas, presentes como afirmábamos antes en General Nil y Ceguera pero también en su único largometraje en Canadá, La Fuerza de la Venganza (Clearcut, 1991), duro retrato de la deforestación capitalista y la lucha de los indígenas por detenerla, lo que aparece en primer plano en El Interrogatorio siguiendo la tradición del encarcelamiento político que va desde El Prisionero (The Prisoner, 1955), de Peter Glenville, hasta El Beso de la Mujer Araña (Kiss of the Spider Woman, 1985), opus de Héctor Babenco, por ello el “tour de force” de la excelente Janda, aquí en la piel de una hedonista cualquiera del mundo del espectáculo, nos ofrece una catarata de padecimientos como por ejemplo golpes, cabellos tirados, hambre, repetición eterna del mismo testimonio, mugre, cansancio, calvario con agua, algún fusilamiento simulado, hacerla desnudarse y beber su propia orina e incluso convencer al marido de que es una puta infiel, un tarado e hipócrita llamado Konstanty Dziwisz (Olgierd Lukaszewicz) que suele coquetear con una amiga de ella, Dziunia (Anna Mozolanka). Si bien los problemas de siempre del realizador dicen presente, como un comienzo demasiado lento, cierta torpeza en la fotografía y mucho maniqueísmo melodramático, asimismo se dan cita sus puntos a favor en línea con primero la disección de la paradójica cultura polaca, típica de los países subdesarrollados de aquel Segundo Mundo comunista y también nuestro Tercer Mundo periférico, ambos haciéndose un festín con las estrategias del terror ideológico autojustificante, y segundo una intensidad narrativa in crescendo que saca a ventilar su valentía y su visceralidad y por supuesto toca techo en el maravilloso último acto, cuando al marxista dogmático Morawski le crece de repente la conciencia a posteriori de una extensa estadía en Mokotów y la rescata con su amor de un intento de suicidio mordiéndose las venas para ya controlar su caso por sobre el psicópata irrefrenable de Zawada, planteo que acerca a la propuesta a otros trabajos que analizaron el Síndrome de Estocolmo -o el vínculo en general entre víctima y victimario- en sintonía con la previa El Portero de Noche (Il Portiere di Notte, 1974), de Liliana Cavani, o las futuras Patty Hearst (1988), de Paul Schrader, y La Muerte y la Doncella (Death and the Maiden, 1994), de Roman Polanski. Bugajski, su coguionista Dymek y la protagonista absoluta Janda, quien ganaría el galardón a la Mejor Actriz en el Festival Internacional de Cannes de 1990 y llegaría a aseverar que el film está basado en dos prisioneras políticas reales de la época, Tonia Lechmann y Wanda Podgórska, denuncian muy bien la pesadilla polaca de la segunda mitad del Siglo XX incluso con un remate discursivo rimbombante, hablamos del nacimiento de una hija, Malgosia, producto del affaire con un Morawski que se pega un tiro y la obliga a regresar con su esposo bobalicón anticomunista, justo como le ocurriría al país en su conjunto a finales de la década del 80 y comienzos de los años 90…
El Interrogatorio (Przesluchanie, República Popular de Polonia, 1982)
Dirección: Ryszard Bugajski. Guión: Ryszard Bugajski y Janusz Dymek. Elenco: Krystyna Janda, Adam Ferency, Janusz Gajos, Agnieszka Holland, Anna Romantowska, Bozena Dykiel, Olgierd Lukaszewicz, Tomasz Dedek, Jan Jurewicz, Jaroslaw Kopaczewski. Producción: Tadeusz Drewno. Duración: 118 minutos.