El polar o film noir francés cuenta con un pedigrí muy particular que no se limita -ni mucho menos- al policial negro norteamericano como varios ignorantes del público y la crítica de hoy en día suelen repetir, en este sentido hay que tener presente que el origen es asimismo local y por cierto doble: en primera instancia vienen aquellos seriales del querido Louis Feuillade, léase Fantômas (1913), Los Vampiros (Les Vampires, 1915) y Judex (1916), los grandes responsables de haber construido el lenguaje del thriller y el suspenso que luego sería copiado por gente como Alfred Hitchcock, Fritz Lang y Georges Franju, quienes en la historiografía del séptimo arte suelen eclipsar lo hecho por el menos conocido Feuillade, y en segundo lugar están los exponentes paradigmáticos del denominado realismo poético de las décadas del 30 y 40, hablamos de cineastas como Jean Renoir, Julien Duvivier, Pierre Chenal, Jean Vigo y Marcel Carné, los cuales se volcaron en cuerpo y alma al análisis de cadencia preciosista y humanista del destino funesto de los marginados, los criminales, los desempleados, los fugitivos y los menesterosos en un contexto urbano moderno de lo más decadente que incluso supo anticipar aquel fatalismo por venir del neorrealismo italiano de los años 40 y 50. El polar es una consecuencia tanto de la Segunda Guerra Mundial y la Gran Depresión que siguió al Crac del 29 como específicamente de las cicatrices que dejó en la sociedad gala la partición en bandos con motivo de la prolongada ocupación nazi del país y la creación de la Francia de Vichy (1940-1944), un Estado títere y bastante patético del Tercer Reich, nos referimos a colaboracionistas, ciudadanos pasivos y miembros de la Resistencia Francesa, un esquema que -una vez finalizados los enfrentamientos y liberada la nación vía unas operaciones bélicas que comenzaron con la Batalla de Normandía, entre junio y agosto de 1944- eventualmente desembocó en una catarata de represalias cruzadas en función de las barbaridades que unos y otros habían cometido justo en los años previos.
A pesar de que los primeros autores del polar maduro fueron luminarias del cine de género autóctono de mediados del Siglo XX, en sintonía con Henri-Georges Clouzot, Jacques Becker y ese Julius Dassin de Rififí (Du Rififi chez les Hommes, 1955), a decir verdad el período de oro del género se concentra en las décadas del 60 y 70 y tiene de protagonistas a múltiples artesanos como José Giovanni, Robert Enrico, Henri Verneuil, Claude Sautet, Alain Corneau y aquel legendario Jean-Pierre Melville, autores que ayudaron a definir una identidad muy concreta basada más en el cuidado del vestuario, la frialdad y la ambigüedad moral extrema que en la fotografía lúgubre expresionista, la efusividad de los personajes y el sustrato peligroso del sexo por la presencia de una ocasional femme fatale, de allí que en el polar el coito mundano y el devenir más prosaico de la vida tengan un peso equivalente o a veces mayor que el derrotero criminal en sí y sus crónicas asociadas. A la par haciendo más sutil el lirismo de los suburbios del realismo poético y desdramatizando aquellas gestas pomposas del film noir hollywoodense, el polar tuvo por banderas fundamentales a Alain Delon, encarnación perfecta de este dejo gélido y cuasi resignado, y a Melville, con quien el susodicho de hecho colaboró en joyas de la talla de El Samurái (Le Samouraï, 1967), El Círculo Rojo (Le Cercle Rouge, 1970) y Un Policía (Un Flic, 1972), esta última el canto del cisne del realizador y sin duda uno de los modelos retóricos indisimulables del actor al momento de concebir Historia de un Policía (Flic Story, 1975), producida precisamente por Delon y dirigida por su socio habitual Jacques Deray, con el que a su vez uniría fuerzas a lo largo de los años en exitosos opus como La Piscina (La Piscine, 1969), Borsalino (1970), la secuela Borsalino y Compañía (Borsalino and Co., 1974) y Tres Hombres para Matar (Trois Hommes à Abattre, 1980), fascinación por el delito que se remonta a Rififí en Tokio (Rififi à Tokyo, 1963), inspirada en el clásico de Dassin con el extraordinario Jean Servais.
El guión de Deray y Alphonse Boudard, basado en las memorias del mismo título de 1973 de Roger Borniche, explora las vidas interconectadas de dos personajes, primero el propio Borniche, un cantante que durante la invasión alemana se sumó a la Policía Nacional (Sûreté Nationale) para evitar ser enviado a trabajos forzados al punto de asignársele cazar a la Resistencia, algo que no hizo porque se dedicó a ayudar a los partisanos a escapar de la Francia ocupada, garantizando su traslado futuro a la unidad de homicidios y un generoso margen de maniobra que aprovechó para armar una red de informantes, y segundo Émile Buisson, un mítico gangster francés responsable de 36 asesinatos y más de cien robos que pertenecía a los sindicatos delictivos de París y fue apresado en 1941 durante un control de identidad, logrando escapar en 1947 de un pabellón psiquiátrico después de hacerse pasar por loco y gozando de tres años de libertad hasta que es capturado en 1950 por Borniche mientras almorzaba en un restaurant, lo que derivó en su ejecución en la guillotina en 1956. La trama sigue por un lado el raid del tremendo Buisson (Jean-Louis Trintignant) una vez que escapa del manicomio con la ayuda de su fiel hermano, Jean-Baptiste (André Pousse), robando a burgueses lelos en un restaurant, llevándose el dinero de sueldos de una fábrica y matando a todos aquellos que lo traicionan o lo delatan, y por el otro lado la pesquisa de Borniche (Delon), jefe policial tácito y metódico que está de novio con la bella Catherine (Claudine Auger) y no le queda otra opción que soportar la constante presión del paranoico de su jefe, el Comisario Vieuchene (Marco Perrin), y los arrebatos de diversos compañeros que gustan de golpear a los sospechosos al interrogarlos, en línea con el Inspector Lucien Darros (Denis Manuel). A posteriori de cargarse por equivocación a Mario Poncini (Renato Salvatori), colega que no lo había denunciado, Buisson cae por un informante de Borniche, Paul Robier (Paul Crauchet), a quien le promete estreptomicina para su esposa enferma.
Retomando de a poco algunos latiguillos formales y conceptuales del cine de Melville, como por ejemplo la melancolía narrativa, la desidealización del submundo delictivo y la presencia de antihéroes marcados por un esteticismo tan elegante como mortífero y un código de honor y responsabilidad individual muy férreo, Historia de un Policía apoya de manera muy disimulada la pena de muerte -al fin y al cabo todo el desarrollo del film nos conduce hacia ese desenlace, un acto que se homologa a sacrificar a un perro imparable y rabioso- y analiza con astucia tópicos variopintos como las internas dentro del Estado, la burocracia que lo enturbia todo, el miedo a las repercusiones políticas y mediáticas de cada acción, el paso de las clásicas palizas a la fetichización de los datos y de la investigación científica y finalmente la misma complementariedad entre el hampa y los esbirros de la ley, aquí trastocada en términos del estándar histórico del género porque el Buisson del genial Trintignant es muy de derecha, incluso en una escena se propone como verdugo de unos proletarios en huelga, y ese Borniche del querido Delon funciona como un contrapeso de izquierda que se opone al fascistoide Darros, llegando incluso a anhelar la libertad que posee el ladrón y que él nunca conocerá porque está atrapado en el corsé institucional de una profesión que de todos modos ama, la policial. Más allá de otras jugadas ideológicas típicas del polar más iconoclasta, como el realismo sucio a la hora de retratar al psicópata y la humanización de todos los personajes exhibiendo sus compulsiones al desnudo como los sujetos vulnerables que en última instancia son, el opus de Deray, conocido además por un par de dignas colaboraciones con Jean-Paul Belmondo, El Marginal (Le Marginal, 1983) y El Solitario (Le Solitaire, 1987), se sumerge en una ética muy explícita de la presión y la perfidia como fases de un juego cíclico en el que la comunicación entre los dos bandos, la policía y los criminales, resulta posible sólo gracias a este “tira y afloja” de moral difusa…
Historia de un Policía (Flic Story, Francia/ Italia, 1975)
Dirección: Jacques Deray. Guión: Jacques Deray y Alphonse Boudard. Elenco: Alain Delon, Jean-Louis Trintignant, Renato Salvatori, Claudine Auger, Maurice Biraud, André Pousse, Mario David, Paul Crauchet, Denis Manuel, Marco Perrin. Producción: Alain Delon y Raymond Danon. Duración: 112 minutos.