El aborto se despenalizó en Francia en 1975 mediante la Ley Veil, bautizada de esta manera en alusión a la ministra de salud que la redactó, Simone Veil, luego de siglos de pavadas y oscurantismo cristiano que establecieron desde el armazón estatal diversas sanciones para las mujeres que interrumpían su embarazo, siendo uno de los momentos más álgidos de la historia reciente -en lo que al tópico se refiere- aquel período de la Francia de Vichy (1940-1944), el Estado títere del sur del país que los nazis montaron para dar una apariencia legal a la invasión mientras controlaban de manera directa el norte, no obstante en la praxis cotidiana todo el territorio nacional dependía del gobierno colaboracionista encabezado por el Mariscal Philippe Pétain, suerte de líder espiritual del régimen cívico militar, y por François Darlan y después Pierre Laval, quienes en general dominaban la administración pública bajo la estricta vigilancia de las fuerzas alemanas de ocupación. Con el lema de gobierno “Trabajo, Familia, Patria” y una filosofía extremadamente reaccionaria a nivel de la moral popular, la Francia de Vichy cayó en la hipocresía de por un lado viabilizar las deportaciones masivas de judíos, minorías comunales y miembros de la Resistencia hacia campos de exterminio de los nacionalsocialistas, esos que tenían desperdigados por toda Europa, y por el otro lado elevar las penas máximas por abortos para que se llegue a una posible condena a muerte, algo que tiene que ver con el aumento de la demanda de las interrupciones de los embarazos ya que no sólo la milicia de ocupación sino también las propias autoridades represivas galas de entonces tenían por costumbre violar a las hembras indefensas disponibles, un enorme número porque los nazis tenían prisioneros en Alemania a unos dos millones de soldados franceses a raíz de la victoria aplastante en ocasión de la Batalla de Francia de 1940, cuando se hicieron con el control de todo el país en apenas 46 días. Si bien el volumen de embarazos bajó durante la ocupación debido a la miseria, la escasez de alimentos, las políticas públicas restrictivas y la separación en sí de las parejas, hombres combatientes recluidos en el extranjero y amas de casa solitarias en Francia, este claro aumento de los abortos clandestinos, los únicos permitidos, ponía de relieve que el gobierno bipartito, germano/ francés, no podía dominar a sus representantes o diversos testaferros y por ello en vez de aumentar la vigilancia sobre los funcionarios prefirió el triste facilismo de culpabilizar al eslabón más débil de la cadena, todas las embarazadas.
Más allá de esta cobardía y fariseísmo, lo cierto es que el régimen de Vichy no utilizó a escala masiva la herramienta de la pena capital, sobre todo porque estaba más preocupado por autolegitimarse a ojos de los nacionalsocialistas, resolver problemas administrativos y económicos y espiar a la población para evitar actos de sabotaje, y en suma se dedicó a desparramar “castigos ejemplares” con ansias de disuasión social vía el miedo, en este sentido el caso más trágico fue el de Marie-Louise Giraud (1903-1943), una mujer que fue guillotinada en París a los 39 años por haber realizado 27 abortos a lo largo de dos años en Cherburgo, en el extremo norte de Francia. La abortista o “fabricante de ángeles”, según el argot vernáculo, una de las últimas féminas guillotinadas en Francia, venía de una parentela pobre, estaba casada con un marinero, con el que tuvo dos hijos, y se mantenía trabajando como empleada doméstica y lavandera, siendo el negocio de los abortos un plus monetario al igual que la jugada de alquilarle habitaciones a prostitutas para sus encuentros con los clientes. El único que podría haber salvado a Giraud era precisamente el Mariscal Pétain mediante un indulto de última hora, sin embargo el mandamás nacional decidió no levantar ni un dedo aparentemente por el generoso número de abortos, la suculenta recompensa económica que la acusada recibió por ellos y debido a que una clienta murió de sepsis en 1942. El caso a posteriori cayó en el olvido hasta que fue rescatado por un libro de 1986 del abogado y político Francis Szpiner, una de las personalidades más polémicas y bizarras de Francia, el cual sería tomado como base por Claude Chabrol para Un Asunto de Mujeres (Une Affaire de Femmes, 1988), un film estupendo que significó un renacimiento creativo para el legendario cineasta, apenas insinuado previamente en Máscaras (Masques, 1987) y en su díptico acerca de aquel Inspector Jean Lavardin de Jean Poiret, léase Pollo al Vinagre (Poulet au Vinaigre, 1985) e Inspector Lavardin (Inspecteur Lavardin, 1986), y catalizador práctico y parte constituyente de una especie de pentalogía conceptual sobre personajes femeninos fuertes que incluye a Madame Bovary (1991), Betty (1992), El Infierno (L’Enfer, 1994) y La Ceremonia (La Cérémonie, 1995), quizás un eco lejano de su Ciclo de Hélène de los comienzos, ese de La Mujer Infiel (La Femme Infidèle, 1969), La Bestia Debe Morir (Que la Bête Meure, 1969), El Carnicero (Le Boucher, 1970), La Ruptura (La Rupture, 1970) y Al Anochecer (Juste Avant la Nuit, 1971), todas ellas joyas del suspenso erótico.
El guión de Chabrol y Colo Tavernier, pareja de Bertrand Tavernier y colaboradora de este último en Una Semana de Vacaciones (Une Semaine de Vacances, 1980), Un Domingo en la Campiña (Un Dimanche à la Campagne, 1984), Cerca de la Medianoche (Round Midnight, 1986), La Pasión de Beatriz (La Passion Béatrice, 1987), Nuestros Días Felices (Daddy Nostalgie, 1990) y La Carnada (L’Appât, 1995), se centra en Marie Latour (Isabelle Huppert), una mujer que en la Francia ocupada de la Segunda Guerra Mundial está casada con Paul (François Cluzet), uno de los prisioneros de los alemanes como consecuencia de las escaramuzas defensivas de 1940, y cuenta con dos hijos pequeños, Pierrot (Guillaume y Nicolas Foutrier) y la más chica Mouche (Aurore Gauvin y Lolita Chammah), a quienes mantiene tejiendo suéteres mientras desea convertirse en una cantante profesional y gusta de encontrarse con una amiga en un café, Rachel (Myriam David), los días de la semana que se permite la venta de alcohol. Todo cambia cuando una vecina, Ginette (Marie Bunel), le pide ayuda para realizar un aborto muy precario con agua enjabonada y una sonda para enemas, lo que resulta un éxito aunque su estado de ánimo pronto se viene abajo cuando descubre que Rachel fue arrestada por ser judía y encima el regreso de su esposo la hace comprender que no lo ama ni respeta, sujeto que le hace demandas sexuales burdas, disfruta realizando collages cuasi infantiles con recortes de periódicos y dice no poder conservar trabajo alguno por sus heridas de guerra. Latour conoce en una peluquería a una prostituta muy experimentada llamada Lucie y de sobrenombre laboral Lulú (Marie Trintignant, hija de Jean-Louis Trintignant), con quien se hace amiga y a la que le ofrece sus servicios como abortera en caso de que los necesite, lo que deriva en una importante difusión boca a boca en Cherburgo que le genera una nueva fuente de ingresos porque sucesivas embarazadas caen en su casa para abortos. Luego de mudarse a un hogar mejor, Marie le alquila una habitación a Lucie y después a una colega meretriz, Marcelle (Valérie Leboutte), contrata a una sirvienta, Fernande (Evelyne Didi), y comienza un romance con un colaboracionista muy soberbio, Lucien (Nils Tavernier), no obstante una pobre clienta de familia numerosa fallece, Jasmine (Dominique Blanc), y Paul la termina denunciando de modo anónimo a las autoridades cuando la halla en la cama con Lucien, para colmo luego de haberle pedido a Fernande que se acueste con su marido para que ya no la moleste más con pedidos de sexo.
Como casi siempre en el cine de Chabrol, Un Asunto de Mujeres adopta un tono clasicista que esconde atentados retóricos autorales camuflados que van desde lo explícito, como por ejemplo la introducción en el último acto, luego de la detención policial de la protagonista, de un Pierrot adulto como narrador en off y las misteriosas leyendas del principio y el final, “esta película está dedicada a todos sus intérpretes” y “tengan piedad de los hijos de los condenados”, respectivamente, hasta la dimensión implícita a escala narrativa, por ello el director y guionista juega con el melodrama bélico de mujer independiente y temeraria durante la primera hora del metraje para de repente volcarse hacia los cuestionamientos éticos alrededor de esta profesión improvisada por rauda desesperación, algo vinculado a la aparición en su morada de la hermana de Jasmine aseverando que los fetos tienen alma con el objetivo de despertar en Marie un sentimiento de culpabilidad, después un esbozo de comedia negra romántica con motivo del ofrecimiento de su marido a la flamante sirvienta, Fernande, incluso deslizando que le pagaría un dinerillo extra si accede, y finalmente esa tragedia de un presidio y unos tribunales que la prejuzgan al extremo de desembocar en la guillotina, incluido un intento de último minuto del abogado defensor (Vincent Gauthier) de mediar por ella ante el feroz delegado del gobierno en el Tribunal del Estado, el Coronel Chabert (Jacques Brunet), sin que ello ni remotamente logre evitar la sentencia de muerte del Juez Lamarre-Coudray (François Maistre). Huppert está perfecta en un rol complejo y sumamente paradójico, en suma una antiheroína que va dejando de lado su vulnerabilidad inicial para volverse dominante y caer en todos y cada uno de los vicios paradigmáticos de la masculinidad como la petulancia, el maltrato de la pareja, la infidelidad, el descuido para con los hijos y una voracidad capitalista que la lleva a duplicar siempre la apuesta sin darse cuenta del peligro en cuestión, de allí que cuando se sienta segura de sí misma al punto de ya no molestarse en ocultar su affaire con Lucien y comenzar a tomar clases para recuperar su anhelo de cantante, sea arrestada por obra de un cornudo y castrado -tanto por no poder intimar con su esposa como por su torpeza y actitudes adolescentes- que parecía inofensivo hasta que mostró sus dientes, inversión parcial de roles porque el personaje del también genial Cluzet aglutina por un lado rasgos típicamente masculinos, como el apetito sexual y cierta pusilanimidad idiosincrásica, y otros femeninos, en sintonía con su pasividad y su rol familiar relegado a lo ama de casa que no goza de verdadera autonomía de movimientos porque la contraparte provee el sustento, de este modo Marie, a su vez, abusa de su poder sometiéndose al más dominante Lucien, juego sadomasoquista tácito que implica que en todas las relaciones alguien decreta y el otro obedece, intercambio de lugares de por medio según la pareja considerada. El episodio de Jasmine es crucial a nivel discursivo porque funciona como un caso testigo hipotético de lo que podría haber sido la vida de Latour si no se mostraba frígida ante su esposo o no se lanzaba de cabeza en los negocios conectados del aborto y la facilitación del coito público, por ello el personaje de Blanc es tan patético, una fémina con seis vástagos a los que detesta que se la pasa probando múltiples recetas para sacarse de encima al séptimo en camino, así a posteriori de su esperable fallecimiento -por la combinación de venenos y barrabasadas varias- su esposo no soporta el dolor y se suicida arrojándose adelante de un tren. Esta masculinización paulatina de la protagonista, siempre escapando de la miseria, los llantos y la sujeción patriarcal para terminar demostrando que el matriarcado es igual de inmundo y cruel, asimismo abarca a la Lulú de la maravillosa Trintignant, una cómplice prostibularia que aporta la sabiduría callejera que su equivalente previo naif, Rachel, jamás podría haber ofrecido ya que su condición de hebrea la coloca en el lote de las víctimas indistintas y anodinas de su tiempo, corderos que aceptan el sacrificio y por ello se ganan el desprecio o indiferencia de todos a su alrededor símil pichón de la lacra sionista autovictimizante futura. La ceguera de Latour, esa que se confunde con su sensación de impunidad y con un libre albedrío de impronta individualista burguesa, la saca de hecho del proletariado y le permite vivir en una burbuja de lujos mientras el país padecía la dictadura de Pétain y sus cofrades nazis, sin embargo todas las ilusiones tienen fecha de vencimiento y su hedonismo y su prosperidad oportunista se pagan con sangre cuando en el desenlace se le restituye su lugar simbólico de hembra sometida e incluso se la toma de chivo expiatorio para un escarmiento público ejemplificador por parte de un Estado que no otorga derechos sino que impone deberes, como bien se menciona en los diálogos, con el patíbulo funcionando como un recurso hiper tosco de lavado tercerizado de culpas sociales durante una época tan nefasta que ameritaba que los abortos superasen a los nacimientos…
Un Asunto de Mujeres (Une Affaire de Femmes, Francia, 1988)
Dirección: Claude Chabrol. Guión: Claude Chabrol y Colo Tavernier. Elenco: Isabelle Huppert, François Cluzet, Marie Trintignant, Nils Tavernier, Marie Bunel, Dominique Blanc, Evelyne Didi, François Maistre, Vincent Gauthier, Myriam David. Producción: Marin Karmitz. Duración: 109 minutos.