Renaissance, de Beyoncé

Feminismo de salón de belleza

Por Marcos Arenas

Beyoncé, nacida Beyoncé Giselle Knowles hace 41 años, es una de las mejores cantantes trabajando en el mainstream norteamericano desde finales del Siglo XX hasta el presente y simboliza muy bien los problemas del imperialismo cultural yanqui para imponerse en todo el mundo porque la globalización -o victoria de Estados Unidos en la Guerra Fría- puede seguir a la orden del día pero Knowles sólo domina en su tierra natal y algunos mercados europeos, lo que por supuesto le bastó para transformarse en una de las artistas más vendedoras e influyentes de la nueva centuria como último eslabón de esa cadena de divas negras recientes que incluye a Whitney Houston, Janet Jackson, Anita Baker, Toni Braxton y Helen Folasade Adu alias Sade, entre otras. En esencia perteneciente a la generación que parió el neo soul de Lauryn Hill, Erykah Badu, D’Angelo y Maxwell, el contemporary R&B o soul hiphopeado de Mary J. Blige, Usher, Alicia Keys, Kelis, Rihanna y Mariah Carey y aquel hip hop futurista o progresivo/ alucinado de The Neptunes (Pharrell Williams y Chad Hugo), Timbaland + Missy Elliott, Kanye West, Drake y Outkast, Beyoncé en gran parte del globo es conocida por su carrera cinematográfica como actriz, esa en la que se destacan Austin Powers en Goldmember (Austin Powers in Goldmember, 2002), de Jay Roach, La Pantera Rosa (The Pink Panther, 2006), de Shawn Levy, Soñadoras (Dreamgirls, 2006), de Bill Condon, Cadillac Records (2008), de Darnell Martin, y la involuntariamente hilarante y por demás ridícula Obsesionada (Obsessed, 2009), de Steve Shill, y en términos concretos comenzó en el terreno del pop un tanto grasiento de Destiny’s Child, un girl group con una carrera errática en la que sólo sobresale el segundo disco, The Writing’s on the Wall (1999), porque los otros cuatro, el debut homónimo de 1998 y las secuelas Survivor (2001), 8 Days of Christmas (2001) y Destiny Fulfilled (2004), dejan bastante que desear por canciones bien producidas aunque superficiales o anodinas y por cambios eternos de integrantes gracias a peleas varias a raíz del dinero y los egos inflados.

 

Antes de la separación de Destiny’s Child en 2006 la morocha edita su primer disco como solista, Dangerously in Love (2003), un trabajo todavía muy pegado al rhythm and blues pulcro e inofensivo de su banda matriz aunque con un esperable perfil hiphopero hard con el objetivo de dar una imagen de madurez y de capacidades histriónicas por separado, jugada que abre el camino para una suerte de trilogía de álbumes muy desparejos y de una duración más que excesiva que se completa con B’Day (2006), donde aparece una vocación avant-garde incipiente a través de un mejor desarrollo de los beats y los arreglos, e I Am… Sasha Fierce (2008), indudablemente su peor placa en soledad y punto de cristalización de un gigantismo baladístico y dance bastante bobo. 4 (2011) llega para imponer algo de mesura desde una impronta más rockera modelo trip hop y desde su condición de primer álbum coherente propiamente dicho de la vocalista, ya sin múltiples versiones contrastantes según cada mercado del globo, pretensión rupturista que se termina de confirmar en Beyoncé (2013), ya una propuesta más variopinta a nivel estilístico, de corazoncito rapero y con pinceladas relativamente experimentales que privilegiaron la atmósfera altisonante de los temas por sobre la estructura tradicional del pop y las baladas de antaño. Sin embargo su verdadera obra maestra estaba por venir y eventualmente llega bajo el título de Lemonade (2016), un trabajo con un ejército de productores detrás -al igual que los discos previos- que en vez de seguir repitiendo la fórmula hiper quemada del pop mainstream de los 90 en adelante, eso de la “acumulación de géneros” como signo de extravagancia o inconformismo o supuesto crecimiento artístico, en esencia se dedicaba a la introspección art pop digna del contemporary R&B más barroco para reemplazar en parte la artillería de los estudios posmodernos con instrumentos tocados en vivo de influencia jazzera, rockera y soulera clasicista cercana al góspel de vieja escuela.

 

El largo silencio posterior, con respecto a la aparición de una nueva aventura discográfica de alto perfil, tuvo que ver con la evidente indecisión de la mujer con respecto a qué hacer a continuación del ecléctico Lemonade, disco excesivamente inflado por una prensa musical lambiscona y oportunista que se sube a cualquier tren/ artista que resulte exitoso como Beyoncé, quien efectivamente con su sexto opus ganó la legitimidad tardía del ámbito del soul en una movida que la alejó del pop y el hip hop a veces demasiado de plástico de los trabajos anteriores. Entretenida con proyectos secundarios o colaterales como Everything Is Love (2018), pequeño gran disco de hip hop cuasi noventoso con detalles souleros bien insertados y craneado a dúo con su esposo desde el 2008, el maravilloso Shawn Corey Carter alias Jay-Z, otro señor que tuvo una carrera repleta de idas y vueltas a nivel de calidad en la que se destacan los geniales Reasonable Doubt (1996), In My Lifetime, Vol. 1 (1997), The Blueprint (2001), The Black Album (2003) y 4:44 (2017), la fémina de a poco por fin fue superando la fase marcada por el concert film Homecoming (2019) y su disco correspondiente en vivo, Homecoming: The Live Album (2019), y por el soundtrack The Lion King: The Gift (2019), compuesto en ocasión tanto de la película homónima del 2019 de Jon Favreau, a su vez una remake en live action de la original animada de 1994 de Roger Allers y Rob Minkoff, como del desvarío Black Is King (2020), un musical cinematográfico y “visual album” de lo más fallido que fue distribuido mundialmente mediante Disney+, el servicio de streaming del mega conglomerado norteamericano. Renaissance (2022), una epopeya redundante y paradójica, es el esperado regreso luego del Lemonade y el asunto de hecho resulta un tanto decepcionante porque la variedad de antaño queda reducida a -o compactada en- un dance muy trasnochado que llega tarde a todo en un Siglo XXI donde múltiples artistas ya aplicaron esta fórmula de rejuvenecimiento demodé mediante un combo de house + funk + disco + hip hop + pop a lo new wave que ya no sorprende a nadie, ahora mediante la excusa de ser un supuesto primer álbum de una trilogía que desde ya de seguro abarcará discos futuros consagrados a las otras vertientes de la idiosincrasia de Beyoncé, la baladística y la del neo rhythm and blues.

 

I’m That Girl, el primer tema del lote, abre con un sample para nada sutil a lo Daft Punk de Still Pimpin (1994), de Tommy Wright III en la voz de Princess Loko, y pronto decanta en una cruza entre downtempo y trip hop que permite el lucimiento tanto del detallismo soulero de Beyoncé como de su “rapeo cantado” marca registrada, ahora al servicio de una típica letra de su feminismo baladí de salón de belleza, sensualidad artificial y muchos millones de dólares en el banco para lujos y una estética más que meticulosa. Otro de los latiguillos de la placa, ese house que amalgama todas las canciones símil un DJ mix album en la tradición de Brothers Gonna Work It Out (1998), de The Chemical Brothers, o Everything Is Wrong: Non-Stop DJ Mix (1996), de Moby, y otro de los clichés históricos de la cantante en su faceta como letrista, el black power posmoderno de probeta y en pose de autoconfianza hedonista, reaparecen con todo en Cozy, sin duda uno de los experimentos más exitosos o loables del Renaissance en el rubro de estas pistas bailables que incluyen un intento de comentario social autolegitimante aquí basado en un sample de una diatriba para YouTube del transexual afroamericano Ts Madison. Alien Superstar, con metáfora extraterrestre bien obvia incluida en sintonía con David Bowie, es otro de esos collages poperos que vienen caracterizando a la carrera de Beyoncé desde su quinto disco en solitario del 2013, en esta ocasión retomando mucho del funk vanguardista de Lovesexy (1988) y The Black Album (grabado en 1986 y 1987, editado en 1994), ambos de Prince, e incorporando diversas citas a canciones como Diamonds and Pearls de la placa del mismo título de 1991, International Lover del 1999 (1982) e Irresistible Bitch, lado B del single de Let’s Pretend We’re Married (1983) que luego iría a parar al recordado compilado triple The Hits/ The B-Sides (1993), otra de las catedrales sonoras de Prince.

 

Cruza entre el Michael Jackson hiper disco de Off the Wall (1979) y aquel Daft Punk maduro del Random Access Memories (2013) que en gran medida había dejado de lado el french house y el synthpop para saltar de cabeza a la pileta del nu-disco, el soft rock y la psicodelia funkeada y libidinosa, Cuff It, segundo corte de difusión de Renaissance, es otra de las composiciones más interesantes de la placa y un buen ejemplo de que aún se puede recuperar el groove setentoso desde el mainstream más exaltado e hipnótico de reviente noctámbulo. Energy, enmarcada en un sample de Milkshake del Tasty (2003), de la querida Kelis, que enojó a la susodicha porque nadie le avisó que utilizarían su canción, es casi un chiste interno que permite la intervención de Tyshane Thompson alias Beam, un rapper jamaiquino que impone un fuerte dejo dancehall al simpático y minúsculo track, uno que pronto deja lugar al primer single del álbum, Break My Soul, un himno dance-pop intoxicante que por un lado puede leerse como una reinterpretación muy ochentosa del house de los 90 y por el otro lado sitúa en perspectiva todos los intentos fallidos de índole bailable de los primeros tres discos de Beyoncé, en esta oportunidad vía una cadencia vocal que recuerda a la Annie Lennox de Eurythmics y una base arrebatadora cercana a The Chemical Brothers modelo Surrender (1999) y Come with Us (2002).

 

La semi autobiográfica Church Girl, con un sample de Think (About It) (1972), clasicazo de James Brown en la voz de Lyn Collins, nos reenvía a los pasajes más interesantes y sorprendentes del Lemonade ya que apuesta a combinar estrofas góspel con un estribillo hiphopeado ampuloso que retoma el estilo vocal del marido, Jay-Z, todo a través de una letra que continúa en el terreno conceptual de un Prince que combinaba la espiritualidad, la libido prostibularia y la dialéctica de la fiesta liberadora de toda represión social, cultural o siquiera política. Luego de la amena aunque algo olvidable Plastic Off the Sofa, mixtura entre el funk y el soft rock más volcado a la balada soulera de ratificación romántica, llega el tema más extenso de esta colección, Virgo’s Groove, de unos seis minutos que vampirizan a full la música disco de Donna Summer, Giorgio Moroder, Chic, Bee Gees, Kool & the Gang y Earth Wind & Fire, entre muchos otros, muy en sintonía con lo ya hecho por gente tan diversa como Madonna, Tame Impala, Kylie Minogue, Arcade Fire, LCD Soundsystem, Jamiroquai, Metronomy, Taylor Swift, Hercules and Love Affair y los citados Daft Punk de Random Access Memories.

 

El dancehall regresa en la muy floja Move, una colaboración entre Beyoncé, la nigeriana Temilade Openiyi alias Tems y Grace Jones, legendaria responsable de álbumes clásicos del pop cercano al post punk y el reggae como Warm Leatherette (1980) y Nightclubbing (1981), asimismo piedras fundamentales de la new wave más freak y andrógina. Ya para Heated al Renaissance se le empiezan a ver los hilos y la repetición de ideas se vuelve un poco insoportable ya que aquí se unifican el dance demasiado redundante, las alusiones permanentes a la parafernalia de Coco Chanel y Tiffany -típica obsesión del microcosmos de la aristocracia musical opulenta negra en el que se mueve la cantante- y un intento de fondo de homenaje a un tal Tío Jonny, en realidad el sobrino de su madre Celestine “Tina” Knowles, un muchacho gay que cuidó de Beyoncé y su hermana menor Solange cuando eran niñas y que falleció de una enfermedad relacionada con el SIDA a finales de la década del 90. Entre el susurro a lo Prince y una base símil trip hop que combina a Massive Attack y Portishead con la psicodelia avant-garde de Purple Rain (1984), Around the World in a Day (1985) y Parade (1986), Thique recupera la magia de la primera mitad del disco y vuelve a atraparnos gracias al cuidado en la construcción general y el uso inteligente de los silencios y la insinuación dreampopera y espacial ochentosa del tramo final de la canción. All Up in Your Mind, un atractivo pastiche electropop que recupera cierto dejo de Erasure, Pet Shop Boys y el new romantic de Duran Duran, se unifica con America Has a Problem, tema que insinúa aunque esquiva el sermón político en el que Beyoncé se compara explícitamente con la cocaína y una femme fatale del film noir cual viuda negra que sigue atrayendo hacia su telaraña a un macho que parece no aprender la lección, ahora a partir de un beat muy adictivo que deja paso a coros del disco setentoso -o hasta del soul de los 60- pero bajo el filtro del trance, las citas a Caracortada (Scarface, 1983), de Brian De Palma, y el glamour de Gucci y demás marcas del jet set.

 

La fascinación de la compositora con la plutocracia, el placer instantáneo, el escapismo cultural de la industria del espectáculo y la alegría como afirmación de nuestra capacidad expresiva, en parte celebrándolos y en buena medida parodiándolos en tanto horizonte inalcanzable de la sociedad norteamericana y capitalista mundial, vuelve en Pure/ Honey, una cruza entre el contemporary R&B de siempre y unos cuantos truquillos del big beat de The Chemical Brothers, Fatboy Slim, Basement Jaxx, Groove Armada y The Crystal Method, faena dividida entre una primera mitad techno y una segunda parte más soulera a lo Aretha Franklin o Diana Ross. El cierre apoteósico de la obra que nos ocupa, Summer Renaissance, no se anda con muchas vueltas en materia de la intertextualidad porque incorpora un sample muy evidente de I Feel Love, single del ambicioso I Remember Yesterday (1977), de Donna Summer, y gigantesco lugar común del euro disco de los años 70 producido por el infatigable Moroder y Pete Bellotte, amén de nuevas referencias al extraordinario Prince, hoy apuntando a Sexy Motherfucker aka Sexy M.F. -en su acepción censurada por la Warner Bros.- del monumental Love Symbol (1992), y muchas alusiones a casas europeas y estadounidenses de alta costura/ haute couture como Versace, Bottega, Prada, Balenciaga, Vuitton, Dior, Givenchy, Telfar y Hermès, todo en función de una canción en la que el post disco estrecha lazos con el dub, el funk y el acid house.

 

Como decíamos con anterioridad, Renaissance constituye un trabajo bastante frustrante porque la heterogeneidad y la riqueza en producción de Lemonade e incluso Everything Is Love desaparecen para dar cabida a la uniformidad de un pretendido “álbum conceptual” que gira en torno a las más que alicaídas discotecas en tiempos en los que las ceremonias en verdad masivas de encuentros musicales o sociales se reducen a los recitales y festivales, además del gesto trasnochado -también señalado previamente- de querer revivir un género como la música disco que ya ha venido siendo rescatado de manera progresiva por una multitud de artistas de nuestro tiempo que tratan de aggiornar un estilo burdo y pobretón que aun así supera por mucho al grueso de los productos del mainstream cultural planetario de hoy en día, supuesta sincronía simbólica de por medio entre la promiscuidad nihilista de los 70 y el decadentismo posmoderno y falto de ideas novedosas del Siglo XXI o quizás de aquellos años 90 en adelante. El álbum no es particularmente malo pero sí bastante mediocre y por ello pone muy en evidencia en primer lugar la pobreza de la producción artística contemporánea, sobre todo la millonaria a lo blockbuster musical del estrato mainstream elitista de la Beyoncé post Destiny’s Child, y en segunda instancia la prensa dócil y vacua del presente que corre detrás del éxito como si se tratase de una droga, un tótem o algún sinónimo mágico de calidad, algo que niega de modo rotundo el gusto infantilizado y caprichoso de unas mayorías que hacen del antiintelectualismo, la necedad, la soberbia, el conservadurismo cultural y la lisa y llana estupidez sus principales banderas. Más allá del maquiavelismo industrial planetario, la sumisión de la crítica y la tendencia de la propia Beyoncé a seguir entregando una miscelánea arty y hiphopera de aquel esquema que patentó en ocasión de su cuarto disco del 2011, léase neo soul noventoso sazonado con pop de los 80 y detalles funk de los largamente desaparecidos 70, Renaissance ofrece una experiencia amable que no pasa de lo correcto al punto de que resulta olvidable y nos acerca a los problemas de siempre del grueso de los intérpretes del rap y del rhythm and blues de las postrimerías de la centuria pasada hasta nuestros días en lo que atañe a discos sobrecargados de temas de relleno y apenas un puñado de canciones realmente poderosas o memorables, esas que ponen en vergüenza a todo lo que tienen alrededor deslegitimando el armazón discográfico cohesivo del rock y retrotrayéndonos a la época de la hegemonía comercial del single, de mediados de los años 60 hacia atrás.

 

Renaissance, de Beyoncé (2022)

Tracks:

  1. I’m That Girl
  2. Cozy
  3. Alien Superstar
  4. Cuff It
  5. Energy
  6. Break My Soul
  7. Church Girl
  8. Plastic Off the Sofa
  9. Virgo’s Groove
  10. Move
  11. Heated
  12. Thique
  13. All Up in Your Mind
  14. America Has a Problem
  15. Pure/ Honey
  16. Summer Renaissance